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sábado, marzo 31, 2007

EN EFECTO, ES QUE ESTAMOS EN ESPAÑA

Josep Piqué se congratulaba hace unos días de que –sabe Dios por cuánto tiempo- Cataluña siguiera en España. Con esa referencia, el líder popular catalán expresaba su temor a lo que podría ser una Cataluña independiente. Ciertamente, si eso llega a suceder y las cosas siguen como hasta ahora, motivos tienen el señor Piqué y sus conciudadanos para temer por ello.

Pero no cabe duda de que la expresión de Piqué, la mención a España como puerto seguro y fuente de confianza, bien podría tornarse en una simple constatación: las cosas que suceden en Cataluña suceden precisamente porque Cataluña está en España. Sencillamente, el nivel de esperpento que se ha alcanzado en estos días no podría tener parangón en ningún otro país occidental. A veces, se pregunta uno si nuestros quejosos nacionalistas han llegado a plantearse cuál podría ser su suerte en cualquier otro Estado vecino. ¿Es, sencillamente, concebible que, en cualquier otro sitio, un partido de gobierno amenace con la convocatoria de un referendo ilegal y, además, lo haga como medida preventiva ante una sentencia de un tribunal que prevé desfavorable? Durán Lleida decía hoy que tenía la sensación de que el espectáculo catalán es ridículo.

Ridículo sí, desde luego, pero también hondamente preocupante. Para los ciudadanos de aquella comunidad, por supuesto, y para todos los que, con ellos, compartimos destino. Preocupante el trasfondo y más preocupante aún el acorchamiento y la pérdida de la capacidad de escándalo que empieza a caracterizar a nuestra sociedad.

El esperpento absoluto en que ha devenido la política española bajo la égida del señor Zapatero, unido al sistemático intento de minimización –de hacer pasar por normal, por venial todo lo más, lo que es verdaderamente grave- de la prensa adicta y de ciertos sectores de la opinión –sí, también la desmesura de otros- hacen que la capacidad de reacción disminuya. Pero las cosas que suceden, suceden.

Ante exhibiciones de imprudencia como las ofrecidas por el nacionalismo catalán –el previsible y el autoproclamado moderado- y de mezquindad y abdicación de la dignidad como la que viene siendo regla en el socialismo, uno empieza a preguntarse dónde están los límites. Por supuesto, es un recurso recurrente, como siempre, rebajar la tensión hablando de tacticismo. Hoy son los disensos internos en ERC como ayer eran las necesidades de “tensar la cuerda” de Pujol. Los analistas de guardia lo explican, cómo no, en clave electoral –las fuerzas se reordenan de cara a los comicios municipales-. En suma, nos vienen a contar, se trata solo de políticos inanes haciendo el payaso, pero son incapaces de hacer nada grave.

Se oculta, claro está, que esta miserable clase política ya ha hecho cosas graves. Pensemos, por un momento, que el estatuto fuese declarado inconstitucional en parte. Obviando las consecuencias políticas, sólo las “técnicas” conllevarían una situación con ribetes de catástrofe. No quiero ni pensar en un fallo que venga, además, tiznado por presiones, dimes, diretes y golpes al prestigio de un TC que apenas puede ya sostenerse en pie. Y es todo gracias a la indigencia mental y a la mínima estatura moral de esta recua de tipos indescriptibles.

Las dimensiones del fracaso en Cataluña serían, en un país civilizado, más que suficientes para llevarse por delante a cualquier Ejecutivo. Tanto más a un Ejecutivo que, como el zapateril, se erige en causa del desaguisado.

Lo de esta semana en el Parlamento de Cataluña produce verdadero pasmo, y el cómo se ha recibido dice mucho, y poco bueno, de la salud de nuestra democracia.

En efecto, señor Piqué: es que estamos en España.