VÍSPERAS DE NADA
A la chita callando, los andaluces están convocados mañana a las urnas para hipertrofiar su estatuto y, una vez más, “no ser menos que nadie”. El barrunto es que serán pocos los que se acerquen a refrendar el nuevo documento que habrá de regir sus destinos. Los dos partidos mayoritarios –el ministerio de gobierno y el ministerio de la oposición- que abogan por el “sí”, se temen que, con facilidad, la participación no llegará al cincuenta por cien. Lo mismo da.
Valen todos y cada uno de los argumentos que, en esta bitácora como en tantas otras, apoyaron la recomendación del “no” al estatuto de Cataluña. La “profundización en el autogobierno” –pensamos algunos- y la “segunda transición” no solo son prescindibles sino que son indeseables. No creo, personalmente, que esa segunda ola que se extiende por España como un verdadero sarampión vaya a redundar en nada positivo para los españoles, además de poner en jaque todo el ordenamiento constitucional. Y, conviene insistir por si hay dudas, en que el razonamiento vale para: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cantabria, Castilla León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura, Galicia, La Rioja, Madrid, Murcia, Navarra, País Vasco, la Comunidad Valenciana, y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. No hay razón alguna para sostener que lo que es malo, e incluso inconstitucional, para Cataluña, pueda ser un precepto adecuado en Andalucía. Y, por cierto, el “consenso” sobre una estupidez o un despropósito no lo convierte en una gran idea: simplemente hace a todo el mundo corresponsable.
Con todo, el caso andaluz tiene, al menos para mí, ribetes que lo convierten en especialmente triste. Triste porque, una vez más, Andalucía es usada por sus nuevos señoritos como expediente para blanquear errores. Andalucía es tratada como un objeto, como una fórmula de legitimación, esta vez ya sin la disculpa de una necesidad social sentida. A estas alturas, hay ya motivos para temer que la priización del socialismo –esa a la que aspiran en toda España- es total de Despeñaperros para abajo. En aquella bendita tierra, el PSOE es ya el ejecutivo, el legislativo, será el judicial en cuanto la unidad de este poder se quiebre y, demonio, es la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. La omnipresencia de la Junta, como primer empleador, primer inversor y primer todo hacen ya muy difícil apostar por un cambio.
Pero triste, también, porque el dichoso Partido Popular se ha mostrado como lo que, me temo, es de verdad: una derecha meapilas y cobarde que tiene los principios muy justitos. Una derecha cortoplacista y acojonada, incapaz de pertrecharse en ideas y tener la necesaria paciencia. Una derecha del “sentido común” y el tópico, oportunista y sin otra aspiración que la de servir de recambio. Una derecha incapaz de aguantar estoica con un solo discurso, y que no se da cuenta de que, si es que gana credibilidad al sur –cosa que dudo, porque la gente ve la tele y lee periódicos- la pierde a chorros en el norte.
El señor Arenas, mañana, irá del bracete de Chaves –el de Sevilla, no el de Caracas- a pedirle al andaluz que “no sea menos que nadie”, en suma. El señor Arenas se hará con ello un flaco favor a sí mismo, hará un flaco favor a los andaluces y, por extensión, a todos los españoles. Su apoyo al estatuto no será, por supuesto, recompensado por los socialistas andaluces y, también por supuesto, será señalado con el dedo por los socialistas en el resto de España como lo que es: una palmaria prueba de incoherencia.
Nada de lo que he dicho ha de interpretarse, por supuesto, como una falta de respeto a la decisión de los andaluces que, con toda probabilidad, será “sí”. No nos engañemos, sobre todo a la vista de la experiencia catalana ¿por qué demonios iba siquiera a molestarse en ir a votar quien tuviera previsto votar “no”? Si no pude comprender, en absoluto, la desidia de los catalanes, he de reconocer que, entre los andaluces que disientan, el desánimo es más comprensible. De hecho, me parecen del todo admirables las muestras de compromiso ciudadano que allí aún subsisten.
Hay en Andalucía gentes que se niegan a lo que, en resumidas cuentas, se les propone desde la Andalucía oficial, que se resume en una palabra: resignación.
La Andalucía que mañana va a las urnas no es ya la Andalucía ilusionada y transida de espíritu expectante. Los andaluces saben hoy mucho más de lo que sabían. Aun cuando la pretensión de esta clase política adocenada sea la de no ser jamás juzgada por sus hechos, sus hechos no deberían poder ignorarse. Los andaluces no son hoy ya ciudadanos –como todos los españoles- bisoños en democracia. Tienen elementos de juicio. Y ese juicio no puede sino conducir al desencanto.
Hoy son, pues, vísperas de nada.
Valen todos y cada uno de los argumentos que, en esta bitácora como en tantas otras, apoyaron la recomendación del “no” al estatuto de Cataluña. La “profundización en el autogobierno” –pensamos algunos- y la “segunda transición” no solo son prescindibles sino que son indeseables. No creo, personalmente, que esa segunda ola que se extiende por España como un verdadero sarampión vaya a redundar en nada positivo para los españoles, además de poner en jaque todo el ordenamiento constitucional. Y, conviene insistir por si hay dudas, en que el razonamiento vale para: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cantabria, Castilla León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura, Galicia, La Rioja, Madrid, Murcia, Navarra, País Vasco, la Comunidad Valenciana, y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. No hay razón alguna para sostener que lo que es malo, e incluso inconstitucional, para Cataluña, pueda ser un precepto adecuado en Andalucía. Y, por cierto, el “consenso” sobre una estupidez o un despropósito no lo convierte en una gran idea: simplemente hace a todo el mundo corresponsable.
Con todo, el caso andaluz tiene, al menos para mí, ribetes que lo convierten en especialmente triste. Triste porque, una vez más, Andalucía es usada por sus nuevos señoritos como expediente para blanquear errores. Andalucía es tratada como un objeto, como una fórmula de legitimación, esta vez ya sin la disculpa de una necesidad social sentida. A estas alturas, hay ya motivos para temer que la priización del socialismo –esa a la que aspiran en toda España- es total de Despeñaperros para abajo. En aquella bendita tierra, el PSOE es ya el ejecutivo, el legislativo, será el judicial en cuanto la unidad de este poder se quiebre y, demonio, es la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. La omnipresencia de la Junta, como primer empleador, primer inversor y primer todo hacen ya muy difícil apostar por un cambio.
Pero triste, también, porque el dichoso Partido Popular se ha mostrado como lo que, me temo, es de verdad: una derecha meapilas y cobarde que tiene los principios muy justitos. Una derecha cortoplacista y acojonada, incapaz de pertrecharse en ideas y tener la necesaria paciencia. Una derecha del “sentido común” y el tópico, oportunista y sin otra aspiración que la de servir de recambio. Una derecha incapaz de aguantar estoica con un solo discurso, y que no se da cuenta de que, si es que gana credibilidad al sur –cosa que dudo, porque la gente ve la tele y lee periódicos- la pierde a chorros en el norte.
El señor Arenas, mañana, irá del bracete de Chaves –el de Sevilla, no el de Caracas- a pedirle al andaluz que “no sea menos que nadie”, en suma. El señor Arenas se hará con ello un flaco favor a sí mismo, hará un flaco favor a los andaluces y, por extensión, a todos los españoles. Su apoyo al estatuto no será, por supuesto, recompensado por los socialistas andaluces y, también por supuesto, será señalado con el dedo por los socialistas en el resto de España como lo que es: una palmaria prueba de incoherencia.
Nada de lo que he dicho ha de interpretarse, por supuesto, como una falta de respeto a la decisión de los andaluces que, con toda probabilidad, será “sí”. No nos engañemos, sobre todo a la vista de la experiencia catalana ¿por qué demonios iba siquiera a molestarse en ir a votar quien tuviera previsto votar “no”? Si no pude comprender, en absoluto, la desidia de los catalanes, he de reconocer que, entre los andaluces que disientan, el desánimo es más comprensible. De hecho, me parecen del todo admirables las muestras de compromiso ciudadano que allí aún subsisten.
Hay en Andalucía gentes que se niegan a lo que, en resumidas cuentas, se les propone desde la Andalucía oficial, que se resume en una palabra: resignación.
La Andalucía que mañana va a las urnas no es ya la Andalucía ilusionada y transida de espíritu expectante. Los andaluces saben hoy mucho más de lo que sabían. Aun cuando la pretensión de esta clase política adocenada sea la de no ser jamás juzgada por sus hechos, sus hechos no deberían poder ignorarse. Los andaluces no son hoy ya ciudadanos –como todos los españoles- bisoños en democracia. Tienen elementos de juicio. Y ese juicio no puede sino conducir al desencanto.
Hoy son, pues, vísperas de nada.
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