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jueves, noviembre 09, 2006

¿ES EL SISTEMA PROPORCIONAL?

A la vista de los primeros movimientos postelectorales en Cataluña –que, como es sabido, niegan las mieles del triunfo a quien, pese a su victoria algo raquítica, resultó ganador al fin y al cabo- Josep Mª Fàbregas reabre la polémica en torno al sistema proporcional y sus defectos en un artículo titulado “per acabar d’una vegada per totes amb el sistema proporcional” (por acabar de una vez por todas con el sistema proporcional). El propio Fàbregas reconoce, como no podía ser de otro modo, que el sistema mayoritario también tiene sus defectos, pero entiende que siempre serán menores.

Es muy habitual que, tras un proceso electoral, se alcen voces en pro de la reforma del sistema electoral. Suele suceder cuando los nacionalistas sacan pecho y hacen valer su carácter de bisagras o, últimamente, cada vez que funciona la regla “todos contra el que gana”, que el socialismo ha convertido en pauta de comportamiento. La cuestión es tanto más grave cuanto que las tablas en las que se hallan trabados entre sí los dos grandes partidos nacionales –situación que se reproduce, a escala regional, normalmente entre la franquicia local del PSOE y la derecha nacionalista- parecen indicar que las mayorías absolutas que hemos conocido en el pasado son eso, cosa del pasado, al menos por un tiempo.

Convengo en que el espectáculo es muy desagradable y, en algunos casos, hasta inmoral, por más que sea legítimo. Cada noche electoral nos encontramos, invariablemente, con que el electorado “ha concedido una clara mayoría a la izquierda”, importando poco que esa mayoría se alcance agregando cosas que poco tienen que ver entre sí, a veces contra toda lógica política. El escándalo será mayúsculo, imagino, el día que una parte de esa mayoría sea Batasuna, cosa que un número nutrido de socialistas vascos no tienen recato en admitir no solo como posible, sino como deseable (la explicación piadosa es que sería la prueba irrefutable de su “incorporación al sistema”). Con carácter general, los socialistas han elevado a regla la idea de que lo que es aritméticamente posible se convierte, por ese solo hecho, en políticamente válido.

Por otra parte, un servidor tiene, como cuestión de principio, una preferencia, aunque solo sea estética, por el sistema mayoritario de distrito uninominal –el sistema británico, para entendernos-, así que tengo simpatía por los críticos del sistema proporcional.

Pero me temo que conviene no atribuir al sistema electoral –sin perjuicio de que sea susceptible de reformas menores, sobre todo en el nivel municipal- propiedades taumatúrgicas de las que carece.

De entrada, porque los sistemas electorales no se reducen a la dicotomía mayoritario-proporcional. El mecanismo de atribución de escaños viene condicionado por un montón de circunstancias. En España, sin ir más lejos –o en cualquiera de sus subunidades, excepto las comunidades autónomas uniprovinciales y los ayuntamientos- es dudoso que pueda decirse que el sistema proporcional esté cercano a la proporcionalidad pura. Existen fuertes correcciones, empezando por el empleo de la provincia como unidad básica, las barreras y los repartos mínimos de escaños.

Se dice, por ejemplo –y hablando de elecciones generales-, con frecuencia, que el sistema produce una sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas. Esto es falso. Si alguien está sobrerrepresentado son los dos grandes partidos nacionales, y los verdaderos perjudicados son los “terceros en discordia”, los partidos de ámbito estatal, o presentes en zonas donde hay pocos escaños en juego, que ven irse sus votos por el sumidero de los restos. En tanto no se emplee un distrito electoral único, cualquiera que sea la fórmula del conteo, los nacionalistas estarán siempre presentes, porque son hegemónicos en sus territorios. Por ejemplo, si se aplicara en España un sistema winner takes all provincial, Izquierda Unida desaparecería –no gana las elecciones en ningún distrito, aunque tenga más de un millón de votos desperdigados por España-, pero el PNV se atribuiría los 7 escaños por Vizcaya –creo que hoy solo tiene 5-. Otro tanto ocurriría con CiU en Gerona, Lérida y Tarragona, lo que implicaría una representación no muy distinta de la que hoy disfruta.

Por otra parte, tampoco conviene soslayar un hecho importante y es que, sin perjuicio de que en la actual coyuntura no sea así y que tampoco haya visos de que las cosas vayan a cambiar a corto plazo, contra lo que preveían los padres constituyentes –que se temían una fragmentación a la italiana- lo cierto es que el sistema ha probado que arroja mayorías absolutas, incluso con más frecuencia de lo esperado –tanto a nivel nacional como a nivel regional ya que, que yo sepa, tan solo el País Vasco y Canarias han permanecido siempre ajenos a la realidad de un partido hegemónico-. También somos críticos con la mayoría absoluta cuando la hay. ¿Deseamos potenciarlas? Si potenciamos la mayoría desde el sistema electoral, quizá habría que pensar en eliminar los contrapesos que se dispusieron para atemperar sus efectos.

Más importante que lo anterior es la siguiente pregunta: ¿nuestras cuitas son con el sistema proporcional o, más bien, con el sistema parlamentario? Porque si convenimos en que nuestro sistema es parlamentario, hay que aceptar –recordemos que Bagehot definía el sistema parlamentario como sistema en el que gobierna un comité del Parlamento- que los ciudadanos solo eligen gobierno de modo mediato. Los parlamentarios elegidos tienen, en su mandato, y como primera tarea, proveer una serie de cargos, comenzando por el Poder Ejecutivo. Y lo hacen como Dios les da a entender o en función de variables que, no siendo controlables por el elector, tampoco le son ajenas (¿en serio los votantes de CiU que se quedaron en casa pensaron, por un momento, que salvo orden de Madrid, dejaría de haber tripartito?)

Si pensamos, con buen criterio, que el desmedido poder del Gobierno y la Administración ha desplazado, en las democracias contemporáneas, por completo el centro de gravedad de la importancia política y que, por tanto, sería muy conveniente que el poder Ejecutivo fuera provisto directamente por los electores –o sea, que es asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los diputados- bien está, pero este es otro debate, y mucho más profundo que el de la reforma del sistema electoral.

Quizá lo que estamos pidiendo a gritos, aunque no sepamos formularlo con precisión, es un cambio constitucional de considerables proporciones, lo que podría resultar muy razonable.

Con independencia de todo lo anterior, y sin salirnos de los límites del sistema vigente, nada debería obstar para que se establecieran costumbres y usos, constitucionales y parlamentarios, acordes con la ética. Bien pudiera ser que uno de ellos fuera un cierto “respeto de la prioridad” de la lista más votada y un mejor esfuerzo para que sea ésta la que pueda formar gobierno. Tampoco estaría nada mal que los partidos hicieran explícito, en período preelectoral, cuáles serían sus eventuales preferencias –siempre salvo que los electores les manden otra cosa-. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, todos sabemos que si Esperanza Aguirre saca un escaño menos que la mayoría absoluta no gobernará, pero los socialistas no se atreven a formalizar esa coalición de facto con Izquierda Unida.

¿Es aceptable que un partido como ERC mantenga una ambigüedad tal que no sea posible saber, hasta la misma noche electoral, si preferirá PSC o CiU? Nótese que eso es tanto como decir que no se sabe a ciencia cierta si ERC es de derechas o de izquierdas, aunque ellos clamen que el debate está superado y hagan ahora pactos en términos “de país”, lo que es tanto como proclamar que pueden pactar con cualquiera.

Es lógico que esta ausencia de “rayas rojas” en materia de pactos, esta ausencia de todo sentido de la política, provoque desazón en el elector. Pero esto no es algo que tenga que ver con la norma. Nadie discute que las opciones de ERC, o de cualquiera, son perfectamente legítimas. En suma, es un problema ético.

El regusto amargo que les queda a los electores de CiU, y la perplejidad que aqueja a mucha otra gente, en Cataluña y fuera de ella es el verdadero sabor de la “política Zapatero”. Esto es lo que produce la política del “como sea”. Adiós a la política, bienvenidos a la aritmética.

Y es que estos políticos, desengañémonos, no hay sistema electoral que los resista.

3 Comments:

  • El caso es que un sistema mayoritario no se aplicaría sobre provincias, sino sobre distritos uninominales. Por tanto, ni el PNV se llevaría todos los escaños de Vizcaya ni CiU los de Tarragona (ni el PP los de Valencia ni el PSOE los de Sevilla). A mí me gusta el sistema mayoritario por varias razones, pero sobre todo por una: es simple, y por eso mismo eficaz y confiable. La creencia de que la proporcionalidad asegura la representación de todas las sensibilidades no deja de ser una superstición: el 30 o 40% de abstencionistas no va a estar representado en ningún caso. Aunque por supuesto más importante que todo eso sería abolir el actual sistema "parlamentario" y sustituirlo por una auténtica división de poderes entre legislativo, sea éste de extracción mayoritaria o proporcional, y ejecutivo.

    By Blogger kalimero, at 6:40 p. m.  

  • Continuando a Kalimero, las circunscripciones electorales uninominales llevan al candidato electo a deberle su escaño a sus votantes, no a su partido. Un político puede hacer campaña sin excesivos recursos si se presenta por ejemplo en el barrio de Salamanca o en Vallecas, y por las mismas razones hay que separar las elecciones a presidente del ejecutivo de las de la cámara de representantes, ya que este de facto es un presidente de la república. También está la posibilidad de desempolvar la guillotina y proclamar la república, pero me da pena Leonor...

    By Anonymous Anónimo, at 11:58 a. m.  

  • No sé como la gente se para a considerar qué tipo de sistema electoral es el mejor cuando en un estado como el Español se prohibe el mandato imperativo. Me parece de idiotas o de malintencionados plantear esto en este momento. Luchen ustedes porque sus representantes respondan ante ustedes, primero, y después elijan el sistema electoral que sea mejor, y que no es otro que el de mayorias. Hoy, como se vé la unión de los perdedores hace que el ganador no gobierne. Eso ni es justo ni natural. Un saludo.

    By Anonymous Anónimo, at 7:59 p. m.  

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