EL IDIOMA COMO ACTIVO
La semana nos ha dejado la grata imagen del Presidente del Gobierno en un acto, celebrado, cómo no, en La Rioja –el “solar de la lengua”-, en torno a la proyección económica del español. La verdad es que llamaba la atención, positivamente, ver a Rodríguez en compañía de académicos, él que tanto desdén ha mostrado, en ocasiones, por las cuestiones lingüísticas, como su famoso empeño en que la violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico tenía que llamarse “de género”. En fin, lo cierto es que los usos, hasta los malos, van haciendo idioma, y llegará un día en el que la Academia no tendrá más remedio que dar carta de naturaleza a este anglicismo flagrante, elevado a moneda de curso legal por la corrección política. Guste o no guste, el español es de sus hablantes, Rodríguez Zapatero incluido, claro.
Al caso, me interesa subrayar que el Presidente afirmó que, aproximadamente, un quince por ciento de nuestro producto bruto tiene que ver, de un modo u otro, con el español. No sé si la cifra es acertada o no, ni de dónde sale. Tampoco creo que sea nada fácil dar una estimación razonable de qué peso tiene la lengua en la economía, sobre todo por su carácter de realidad omnipresente, que donde no es producto es instrumento, cuando no ambas cosas. Pero no cabe la menor duda de que estamos, con diferencia, no ya ante el activo cultural más importante de España sino, quizá, ante su mayor activo a secas (el otro es el sol). Si el análisis se particularizara para aquellas comunidades autónomas que, por razones históricas, se hallan más ligadas al idioma –por supuesto, la propia Rioja, pero también ambas Castillas- el peso específico de la cuestión lingüística subiría, sin duda (a título de ejemplo, obsérvese la influencia que la industria de la enseñanza del español a extranjeros tiene en lugares como Salamanca).
Los estudiosos que se encontraban en tierras riojanas analizaban la lengua a través de la denominada “matriz DAFO”. El DAFO de cualquier cosa es un cuadro en el que se sitúan debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Un instrumento, por lo general, empleado para estudiar en qué situación se hallan, respecto a su entorno, empresas y productos. A la vista de cuales son las amenazas, debilidades, oportunidades y fortalezas, se supone, es posible plantear estrategias de manera cabal –obviamente, aprovechando lo positivo y tratando de soslayar lo negativo.
Sobre estos temas ya escribió, con su habitual clarividencia, un autor reiteradamente citado en esta bitácora: Juan Ramón Lodares. Si mal no recuerdo, “El Porvenir del Español” fue, precisamente, su última obra. Bien, el caso es que en ese librito –que publicó Taurus, de nuevo, si no me falla la memoria- Lodares desgranaba, a mi juicio con mucha solvencia, la matriz DAFO del español aunque, obviamente, sin recurrir al tecnicismo propio de las ciencias empresariales (que siempre suena muy cool, como se dice ahora, y permite a los académicos abrigarse de la crítica habitual: que son unos carcas y unos antiguos).
El diagnóstico es, creo, muy conocido. El español es, de entre las grandes lenguas de cultura, la única con capacidad significativa de crecimiento endógeno –es decir, cuyo número de hablantes nativos crece de modo reseñable- merced, claro, a su carácter de lengua predominante en América del Sur y Central. Es, también, una lengua que presenta un envidiable grado de homogeneidad, perfectamente normalizada en su nivel culto, y sin apreciable dialectalización. Despierta, además, interés en los grandes centros internacionales de negocios y ya es la segunda lengua extranjera más demandada en el mundo, tras el inglés, pero a despecho del francés o del alemán.
En el debe, por supuesto, hay que destacar las limitaciones derivadas, en última instancia, del escaso peso económico y, sobre todo, tecnológico, de los países que se expresan en español. Nuestra lengua vive prácticamente ausente de los medios científicos y técnicos, y es un idioma cuyo prestigio reside, más bien, en valores culturales, literarios, etc. Desde el muy particular punto de vista español, cabe subrayar que la lengua es, a fecha de hoy, eminentemente americana, produciéndose un claro desequilibrio entre su peso mundial y su peso regional. Mientras en el mundo sólo puede compararse al inglés, en Europa tiene, más o menos, el mismo peso que el polaco.
Todas estas cosas están muy bien, como también lo está que el Presidente del Gobierno tome en consideración ciertos datos. Coincide además el asunto con la venturosa aparición en librerías de tres o cuatro libros sobre divulgación lingüística, sobre el buen hablar y el buen escribir y estos asuntos, lo que indicaría –puesto que los editores no suelen enviar a las estanterías productos que no tengan ni la menor esperanza de colocar- que existe un cierto público no técnico interesado en el idioma, capaz de consumirlos. Gente, en suma, que se preocupa por su expresión y está dispuesta a hacer cuanto esté en su mano por evitar, en lo posible, el error y la patada al diccionario.
Pero la clave del asunto está en la educación. Lo mejor que podría hacer Rodríguez Zapatero por el español, si verdaderamente quiere contribuir a que nuestro país goce debidamente de ese fantástico activo cultural, es promover adecuadamente su enseñanza. Asegurarse de que en todos los rincones España, los niños y jóvenes reciban instrucción en cantidad y calidad suficientes como para asegurarles una razonable competencia. Además de contribuir a paliar el fracaso escolar –muy asociado, me temo, a la insolvencia idiomática- un correcto dominio del español facilitaría, de entrada, el aprendizaje de otras lenguas, empezando por los demás romances –incluidos, naturalmente, los que se hablan en la propia Península Ibérica- y, sobre todo, reforzaría la conciencia sobre la necesidad de su cuidado.
Porque, además, los jóvenes españoles tienen una suerte inmensa: hablan una lengua mundial. Una lengua que ya no es “propia” de España o de cualquiera de sus regiones. Una lengua que desborda las fronteras de su pueblo, de su región y de su país, que no es “nacional” en el sentido estrecho del término. Un verdadero antídoto contra la xenofobia, que hace parecer inmediatamente estúpido a quien pretenda rebajarla en su grandeza a una dimensión local que hace ya muchos, muchos años que trascendió para siempre.
Al caso, me interesa subrayar que el Presidente afirmó que, aproximadamente, un quince por ciento de nuestro producto bruto tiene que ver, de un modo u otro, con el español. No sé si la cifra es acertada o no, ni de dónde sale. Tampoco creo que sea nada fácil dar una estimación razonable de qué peso tiene la lengua en la economía, sobre todo por su carácter de realidad omnipresente, que donde no es producto es instrumento, cuando no ambas cosas. Pero no cabe la menor duda de que estamos, con diferencia, no ya ante el activo cultural más importante de España sino, quizá, ante su mayor activo a secas (el otro es el sol). Si el análisis se particularizara para aquellas comunidades autónomas que, por razones históricas, se hallan más ligadas al idioma –por supuesto, la propia Rioja, pero también ambas Castillas- el peso específico de la cuestión lingüística subiría, sin duda (a título de ejemplo, obsérvese la influencia que la industria de la enseñanza del español a extranjeros tiene en lugares como Salamanca).
Los estudiosos que se encontraban en tierras riojanas analizaban la lengua a través de la denominada “matriz DAFO”. El DAFO de cualquier cosa es un cuadro en el que se sitúan debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Un instrumento, por lo general, empleado para estudiar en qué situación se hallan, respecto a su entorno, empresas y productos. A la vista de cuales son las amenazas, debilidades, oportunidades y fortalezas, se supone, es posible plantear estrategias de manera cabal –obviamente, aprovechando lo positivo y tratando de soslayar lo negativo.
Sobre estos temas ya escribió, con su habitual clarividencia, un autor reiteradamente citado en esta bitácora: Juan Ramón Lodares. Si mal no recuerdo, “El Porvenir del Español” fue, precisamente, su última obra. Bien, el caso es que en ese librito –que publicó Taurus, de nuevo, si no me falla la memoria- Lodares desgranaba, a mi juicio con mucha solvencia, la matriz DAFO del español aunque, obviamente, sin recurrir al tecnicismo propio de las ciencias empresariales (que siempre suena muy cool, como se dice ahora, y permite a los académicos abrigarse de la crítica habitual: que son unos carcas y unos antiguos).
El diagnóstico es, creo, muy conocido. El español es, de entre las grandes lenguas de cultura, la única con capacidad significativa de crecimiento endógeno –es decir, cuyo número de hablantes nativos crece de modo reseñable- merced, claro, a su carácter de lengua predominante en América del Sur y Central. Es, también, una lengua que presenta un envidiable grado de homogeneidad, perfectamente normalizada en su nivel culto, y sin apreciable dialectalización. Despierta, además, interés en los grandes centros internacionales de negocios y ya es la segunda lengua extranjera más demandada en el mundo, tras el inglés, pero a despecho del francés o del alemán.
En el debe, por supuesto, hay que destacar las limitaciones derivadas, en última instancia, del escaso peso económico y, sobre todo, tecnológico, de los países que se expresan en español. Nuestra lengua vive prácticamente ausente de los medios científicos y técnicos, y es un idioma cuyo prestigio reside, más bien, en valores culturales, literarios, etc. Desde el muy particular punto de vista español, cabe subrayar que la lengua es, a fecha de hoy, eminentemente americana, produciéndose un claro desequilibrio entre su peso mundial y su peso regional. Mientras en el mundo sólo puede compararse al inglés, en Europa tiene, más o menos, el mismo peso que el polaco.
Todas estas cosas están muy bien, como también lo está que el Presidente del Gobierno tome en consideración ciertos datos. Coincide además el asunto con la venturosa aparición en librerías de tres o cuatro libros sobre divulgación lingüística, sobre el buen hablar y el buen escribir y estos asuntos, lo que indicaría –puesto que los editores no suelen enviar a las estanterías productos que no tengan ni la menor esperanza de colocar- que existe un cierto público no técnico interesado en el idioma, capaz de consumirlos. Gente, en suma, que se preocupa por su expresión y está dispuesta a hacer cuanto esté en su mano por evitar, en lo posible, el error y la patada al diccionario.
Pero la clave del asunto está en la educación. Lo mejor que podría hacer Rodríguez Zapatero por el español, si verdaderamente quiere contribuir a que nuestro país goce debidamente de ese fantástico activo cultural, es promover adecuadamente su enseñanza. Asegurarse de que en todos los rincones España, los niños y jóvenes reciban instrucción en cantidad y calidad suficientes como para asegurarles una razonable competencia. Además de contribuir a paliar el fracaso escolar –muy asociado, me temo, a la insolvencia idiomática- un correcto dominio del español facilitaría, de entrada, el aprendizaje de otras lenguas, empezando por los demás romances –incluidos, naturalmente, los que se hablan en la propia Península Ibérica- y, sobre todo, reforzaría la conciencia sobre la necesidad de su cuidado.
Porque, además, los jóvenes españoles tienen una suerte inmensa: hablan una lengua mundial. Una lengua que ya no es “propia” de España o de cualquiera de sus regiones. Una lengua que desborda las fronteras de su pueblo, de su región y de su país, que no es “nacional” en el sentido estrecho del término. Un verdadero antídoto contra la xenofobia, que hace parecer inmediatamente estúpido a quien pretenda rebajarla en su grandeza a una dimensión local que hace ya muchos, muchos años que trascendió para siempre.
2 Comments:
Según oía hoy en un telediario el español era la lengua con más proyección -esto se dice también aquí, pero quería darme el gusto de decirlo yo- y aquí hay muchos que se andan con tonterías, léase los nacionalistas. No obstante es otra razón más para pensar que finalmente serán arrollados por las dinámicas más amplias, esas que no depeden sólo de España y los españoles.
Muy de acuerdo en que "cool" es una de esas palabras que se dicen ahora, una estupidez que no quiere decir nada y que no es más que una perversión del idioma. Y mucho también en que "propia/o"cuando se habla de la lengua/idioma debe ir entre comillas, la lengua es un instrumento para el hablante, no una esencia de la nación o del pueblo.
Por cierto, he leído en este foro muchas notas sobre educación... pues bien, mi hermana está de profesora (de Lengua y Literatura y de Cultura Clásica) en un instituto concertado y el panorama es más desolador de lo que parece: en 3º y 4º de la ESO (1º y 2º de BUP), 14 ó 15 años, hay quienes no saben lo que es la Piedra Rosseta, quienes piensan que era rosa o roja, que creen que es tan importante saber que está en el Museo Británico que cuál fue su importantísima utilidad, quienes no son capaces de entender, no tienen el sentido común de apreciar que el indoeuropeo tardaría algunos cientos de años o incluso milenios más en formarse por fusión que por difusión (varias tribus que "lo unen"/una tribu que las domina y "lo impone"), quienes discuten porque desean escribir con bolígrafos de varios colores en los exámenes y así hasta el infinito. La cosa está peor, incluso, de lo que parece, eso sí, cada vez se especializan más las ramas -con la consecuente pérdida de "perspectiva cultural"- y se los encamina a encontrar un puesto en el mercado de trabajo: menos crítica, más obediencia, personas más tontas, mejores trabajadores.
Saludos
PD: Yo tampoco entiendo por qué a lo que de toda la vida se llamó "violencia doméstica" se llama ahora "violencia de género", según tengo entendido los académicos decían que ambos usos eran impropios o algo así, no sé de sus tecnicismos. A mí me convence más el "domestica" con su implícita licencia literaria que el "de género" con su carácter descriptivo o científico. El español es más del arte y menos de la ciencia, no es anglosajón.
By Fritz, at 5:00 a. m.
Salamanca ha sufrido el expolio de su Archivo.
By Anónimo, at 12:32 p. m.
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