Y NADA DE METERSE EN POLÍTICA
El centro puede definirse de muchas maneras. Se puede definir en términos geométricos, como lugar de los puntos de plano político que tienen como característica equidistar de todos los demás. Estadísticamente, como área en la que se maximiza la probabilidad de encontrar un votante. A lo castizo, como ni fu ni fa... Lo que es imposible es dar una definición ideológica, política, de principios. Y eso es porque el centro no es más que un lugar, una realidad práctica, que desde luego ha de tenerse en cuenta en el actuar político, pero difícilmente en el plano programático.
El centro goza de mucho predicamento en este país nuestro, dada la hemiplejia que padece, en cuanto a legitimidad, el espectro político. El “centro” es como en España llamamos a la derecha. Contribuyó a este estado de cosas, sin duda, el que las fuerzas procedentes de tantos lugares, y mayoritariamente del franquismo orgánico, no autoadscritas a la izquierda durante la transición, decidieran agruparse bajo las siglas del “centro democrático”. Es comprensible el intento de establecer un cierto hilo de continuidad entre esa derecha que fue gobierno y la derecha presente. Pero eso no nos debe llevar a ignorar que los “centristas” eran meros coincidentes. Algo así como un inmenso grupo mixto, sin armazón ideológica alguna (al menos razonablemente unitaria), con el pragmatismo por todo norte. La UCD entro en crisis por falta de cohesión pero, de haber sobrevivido algo más, quizá hubiera muerto de agotamiento.
Viene este prólogo a cuento de lo de siempre. Ciertos sectores de la derecha mediática y sociológica –generalmente los más de derechas de toda la vida- están muy contentos porque el PP, a través de Nuevas Generaciones, anda de nuevo “centrándose”. Vuelta al discurso de siempre, al de “lo que le interesa a la gente” al del precio de los pisos, la inmigración y la factura del gas. El caso es que la derecha española sigue al pie de la letra el consejo de Franco: no meterse nunca en política.
Por supuesto que hay que ocuparse de las cosas que interesan a la gente, porque en eso consiste gobernar. Y por supuesto que hay que ser moderado y pragmático en la acción de gobierno porque se trata de gobernar para todos, tanto los de la propia cuerda como los de la contraria. Pero decir eso y nada es todo uno, dicho sea con todos mis respetos. O, si se prefiere, es una forma de autocondenarse al papel de enderezador de entuertos. Como regla general, para eso se quieren los gobiernos “moderados” y de “gestión”.
La derecha parece aspirar a la perpetuación del modelo existente hasta la fecha, es decir, un modelo de hegemonía de la izquierda en el que, de vez en cuando, el hartazgo de la inutilidad de ésta da paso, más que a gobiernos, a brigadas de limpieza. Entre tanto, “lo político” seguirá siendo siempre patrimonio de otros.
El horror al conflicto y a las palabras altisonantes, el pavor a romper el discurso políticamente correcto impiden a la derecha articular un mensaje de auténtica alternativa. El horror a que se les retiren las credenciales democráticas que, al parecer, aquí solo concede la izquierda. Pero por desgracia, a veces, en la vida, son los conflictos los que nos eligen a nosotros, no somos nosotros los que elegimos a los conflictos. Y la única derecha española existente se encuentra frente a una ofensiva que nada tiene que ver con los inmigrantes, ni con el precio de la luz, ni con las autovías. Se encuentra con que sus adversarios no quieren ser sus adversarios, sino sus enemigos, y con que aspiran, en lo posible a borrarles del mapa. Se encuentra con que está en curso de cambio, por las bravas, el modelo constitucional, y con que se está haciendo sin su concurso.
Como ya se ha encargado de señalar alguien, tenemos, sin duda, un gobierno malo de solemnidad. Pero estos títulos, además de ser de por sí insuficientes para provocar un relevo –la experiencia muestra que el votante socialista tiene mucho aguante- no le hacen justicia. El gobierno zapatero y su mayoría son, sobre todo, profundamente hostiles para con los que no piensan como ellos, y están actuando en consecuencia. Sencillamente, no cuentan con los españoles que no les han votado, no creen que tengan nada que decir en lo relativo a los destinos del país, y están por la labor de aplicarse a que su opinión cuente lo menos posible. Y eso excede, con mucho, lo que habitualmente es un simple mal ejecutivo.
Sólo hay una forma de combatir esto: con ideas. A través de una apuesta radical –en el mejor sentido de la palabra- por un modelo diferente. A través de un rotundo “basta ya” a la dictadura silenciosa de los grupos organizados que vienen imponiendo sistemáticamente sus puntos de vista a la que, probablemente, es la mayoría social de este país. A través de un cuestionamiento de dogmas absurdos que llevan presidiendo nuestra vida pública durante treinta años (como el de “mejor cuanto más autogobierno”). A través de una autoafirmación, huyendo de lugares comunes y etiquetas vergonzantes.
Diciéndoles de una puñetera vez a progres, nacionalistas, culturetas subvencionados, rapiñadores de presupuestos, depositarios de la verdad y demás que este país es tan de otros como suyo, y que tienen que aprender a compartirlo. Que no pensar como dicte cada mañana el diario independiente más dependiente no es ningún anatema.
El centro goza de mucho predicamento en este país nuestro, dada la hemiplejia que padece, en cuanto a legitimidad, el espectro político. El “centro” es como en España llamamos a la derecha. Contribuyó a este estado de cosas, sin duda, el que las fuerzas procedentes de tantos lugares, y mayoritariamente del franquismo orgánico, no autoadscritas a la izquierda durante la transición, decidieran agruparse bajo las siglas del “centro democrático”. Es comprensible el intento de establecer un cierto hilo de continuidad entre esa derecha que fue gobierno y la derecha presente. Pero eso no nos debe llevar a ignorar que los “centristas” eran meros coincidentes. Algo así como un inmenso grupo mixto, sin armazón ideológica alguna (al menos razonablemente unitaria), con el pragmatismo por todo norte. La UCD entro en crisis por falta de cohesión pero, de haber sobrevivido algo más, quizá hubiera muerto de agotamiento.
Viene este prólogo a cuento de lo de siempre. Ciertos sectores de la derecha mediática y sociológica –generalmente los más de derechas de toda la vida- están muy contentos porque el PP, a través de Nuevas Generaciones, anda de nuevo “centrándose”. Vuelta al discurso de siempre, al de “lo que le interesa a la gente” al del precio de los pisos, la inmigración y la factura del gas. El caso es que la derecha española sigue al pie de la letra el consejo de Franco: no meterse nunca en política.
Por supuesto que hay que ocuparse de las cosas que interesan a la gente, porque en eso consiste gobernar. Y por supuesto que hay que ser moderado y pragmático en la acción de gobierno porque se trata de gobernar para todos, tanto los de la propia cuerda como los de la contraria. Pero decir eso y nada es todo uno, dicho sea con todos mis respetos. O, si se prefiere, es una forma de autocondenarse al papel de enderezador de entuertos. Como regla general, para eso se quieren los gobiernos “moderados” y de “gestión”.
La derecha parece aspirar a la perpetuación del modelo existente hasta la fecha, es decir, un modelo de hegemonía de la izquierda en el que, de vez en cuando, el hartazgo de la inutilidad de ésta da paso, más que a gobiernos, a brigadas de limpieza. Entre tanto, “lo político” seguirá siendo siempre patrimonio de otros.
El horror al conflicto y a las palabras altisonantes, el pavor a romper el discurso políticamente correcto impiden a la derecha articular un mensaje de auténtica alternativa. El horror a que se les retiren las credenciales democráticas que, al parecer, aquí solo concede la izquierda. Pero por desgracia, a veces, en la vida, son los conflictos los que nos eligen a nosotros, no somos nosotros los que elegimos a los conflictos. Y la única derecha española existente se encuentra frente a una ofensiva que nada tiene que ver con los inmigrantes, ni con el precio de la luz, ni con las autovías. Se encuentra con que sus adversarios no quieren ser sus adversarios, sino sus enemigos, y con que aspiran, en lo posible a borrarles del mapa. Se encuentra con que está en curso de cambio, por las bravas, el modelo constitucional, y con que se está haciendo sin su concurso.
Como ya se ha encargado de señalar alguien, tenemos, sin duda, un gobierno malo de solemnidad. Pero estos títulos, además de ser de por sí insuficientes para provocar un relevo –la experiencia muestra que el votante socialista tiene mucho aguante- no le hacen justicia. El gobierno zapatero y su mayoría son, sobre todo, profundamente hostiles para con los que no piensan como ellos, y están actuando en consecuencia. Sencillamente, no cuentan con los españoles que no les han votado, no creen que tengan nada que decir en lo relativo a los destinos del país, y están por la labor de aplicarse a que su opinión cuente lo menos posible. Y eso excede, con mucho, lo que habitualmente es un simple mal ejecutivo.
Sólo hay una forma de combatir esto: con ideas. A través de una apuesta radical –en el mejor sentido de la palabra- por un modelo diferente. A través de un rotundo “basta ya” a la dictadura silenciosa de los grupos organizados que vienen imponiendo sistemáticamente sus puntos de vista a la que, probablemente, es la mayoría social de este país. A través de un cuestionamiento de dogmas absurdos que llevan presidiendo nuestra vida pública durante treinta años (como el de “mejor cuanto más autogobierno”). A través de una autoafirmación, huyendo de lugares comunes y etiquetas vergonzantes.
Diciéndoles de una puñetera vez a progres, nacionalistas, culturetas subvencionados, rapiñadores de presupuestos, depositarios de la verdad y demás que este país es tan de otros como suyo, y que tienen que aprender a compartirlo. Que no pensar como dicte cada mañana el diario independiente más dependiente no es ningún anatema.
4 Comments:
Pues mira, voy a coincidir contigo en el fondo de tu reflexión, esto es, si no lo he entendido mal, que los partidos políticos, sobretodo los mayoritarios, conciben el acceso al Gobierno como un fin en sí mismo y no como un medio para transformar la realidad en base a unos principios ideológicos determinados.
Obviamente no coincidimos en los planteamientos ideológicos que sustentan el cambio y la transformación que reclamamos, tú por tu lado y yo por el mío, pero sí coincidimos en la base, en que es necesario que los partidos políticos, de izquierdas y de derechas, vuelvan a hacer política en la confrontación ideológica. Gobernar sí, pero gobernar porque sí NO.
Un abrazo.
Enric, el socialdemócrata.
By Anónimo, at 10:42 p. m.
En España tenemos dos grandes partidos que oscilan alrededor de los 10 millones de votos cada uno. De un total de unos 25 millones de votantes (que ejercen, no con derecho).
Es decir, dos partidos se reparten casi por igual a los votantes españoles.
¿Realmente alguien cree que un partido (cualquiera de los dos) que representa a 10 millones de personas puede o debe tener una carga ideológica fuerte? Yo diría que no. Eso es posible que se lo pueda permitir el FDP alemán, el Partido Radical italiano o en España tal vez IU o ERC, pero no ellos.
Al final el centro es eso, renunciar a parte del contenido ideológico buscando el mínimo común múltiplo de la gente a la que representas (e insisto que 10 millones son muchos!).
El gobierno en estos momentos está haciendo una política muy a la izquierda si la comparamos con la "media" de sus votantes y sirviéndole en bandeja un par de millones de votos al PP. No obstante, mientras el PP, que en mi opinión (y sobretodo en la primera legislatura) hizo una política mucho más en la media de los suyos, incluso en la media de la sociedad española, lo está rechazando escorándose a su vez a la derecha.
Algo perfectamente respetable en ambos casos. Eso sí, si el PP quiere volver a gobernar debería "centrar" (relajar, adecuar o cómo se le quiera llamar su base ideológica). Si no, le quedan dos opciones:
1 - Esperar a que el PSOE lo haga tan mal que se autoexpulse del gobierno (lo que es más que posible viendo el ritmo que llevan y la calidad de sus ministros).
2 - Renunciar a parte de su electorado y centrarse en los 5 ó 6 millones de personas que pueden llegar a sintonizar con su posición actual.
By Anónimo, at 10:49 p. m.
Nada Cerbero, si lo de que son los indecisos -esos que estarían en el hipotético centro- los que deciden las elecciones en sentido estricto, los que son "decisivos" es así aquí y en todos los países del mundo y aventuro a pensar que de aquellas partes del universo donde haya algo parecido a la democracia liberal. Pero el tema no es ese, el tema es que la derecha se encuentra en un estado de histeria que la hace comportarse de una manera intolerable.
Lo siento, pero es que vengo de ver las últimas noticias de la última de "El Inmundo" con el 11 de marzo y ya casi me hecho a llorar. Vamos, le voy a hacer "pieza aparte" a mi comentario (o serie de) sobre los neoconservadores españoles (léase pseudofascistas españoles) como pedía Díaz Mera con el sumario del 11 de marzo.
By Fritz, at 6:55 a. m.
Buenas,
Después de leer este artículo, se me representa clara una característica de este sistema de toma de decisiones colectivas que llamamos democracia, que me gustaría compartir con vosotros.
La llave del poder la tienen millones de ciudadanos, que a estas alturas de la película, intuyo que se definen como ni de izquierdas,ni de derechas y añaden a su perfil un sonoro"y además todos los políticos son unos corruptos y unos chupones".
A mi no me extraña, con nuestro historial. Con estos mimbres, bien decía Franco, ¿para qué meterse en política?. Supongo que los factores que contentan a un ciudadano lo suficiente como para que vote a un candidato se podrían dividir en dos factores:
Negativos: No parece que vaya a robar, no parece muy inútil, no diche muchas bobadas, no parece mentir, no parece que vaya va a subir los impuestos, no es feo, y sobre todo, al otro no le aguanto.
Positivos: Va a gastar en algo que me interesa (en pensión, en sanidad, en educación...), él o sus secuaces son de cerca de mi zona (algo quedará), o es de mi equipo de fúmbol...
En fin, que si yo fuera Rajoy, me daría por bien jodido, porque con estos mimbres, no hay forma de hacer un cesto. En primera derivada, yo también me doy por jodido, porque no voy a poder elegir en las próximas elecciones.
Como no lo soy, me uno al grueso de ciudadanos a los que cada vez se la trae más al pairo todo, y solamente me permito comentarle a Eric, que a mi, y al menos a otros dos que yo conozco, nos da un miedo que te cagas el político que quiere transformar el mundo con unos principios.
La palabra clave hoy en día, me temo, queridos, es gestión.
Me alegro de seguir viendo este Blog. Un saludo a todos,
Edmundo.
By Anónimo, at 6:14 p. m.
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