EDUCACIÓN: EMPIEZA LA SEGUNDA FASE
Y mientras nos entretenemos con zarandajas como las negociaciones con terroristas o la estructura territorial del estado, el verdadero drama, la auténtica catástrofe, prosigue. En estos días se vive un capítulo más de la hecatombe educativa. Me refiero a la “educación para la ciudadanía”, la penúltima perla de la factoría ZP.
Parece que la fase deconstructivista se da ya por concluida. Y es correcto, claro. Ante la pasividad de la derecha cagapoquito –más preocupada por las cuitas de la Iglesia que por la demolición de la escuela en sí misma (tontos, pero buenos cristianos, parece ser el lema de alguno)- el ejército de pseudopedagogos y demás genocidas culturales ha llevado a sus últimas consecuencias el ansia destructora. Hoy ya no queda nada que destruir, puesto que la escuela española ni educa, ni socializa. Misión cumplida, pues. El riesgo de tímida marcha atrás en el gran salto delante de nuestra pedagogía ha sido, loados sean los vigías custodios, oportunamente conjurado.
Hecha, pues, tabla rasa de la vieja educación y devueltos los educandos al estado primigenio de la ignorancia más supina sin posible remedio, es ahora el momento apropiado para acometer la segunda fase, ésta ya constructiva y positiva.
Ahora, toca formar buenos ciudadanos, según el único patrón posible: el progre. Como las legiones de obreros alienados que poblaban las entrañas de la Metrópolis de Fritz Lang, así las nuevas generaciones de españolitos saldrán de los colegios repitiendo como mantras las imbecilidades del nuevo catón.
No sé a ustedes, pero a mí me tiemblan las carnes sólo de pensar que tendré que compartir el futuro con decenas de miles de zapateritos, con un pensamiento hecho de frases prefabricadas, moralmente relativistas y con Suso de Toro como autor de cabecera. Me imagino un país cuyas librerías sólo vendan libros de autoayuda. Da terror.
Dirán que, como siempre, ya estamos exagerando. Al fin y al cabo, sólo se trata de educar a los niños en los valores que inspiran nuestro ordenamiento jurídico y nuestra Constitución. ¿Acaso no es eso lo que reclamábamos algunos?
Pues no sólo no es eso sino que, además, si de algo está viciado este invento es, precisamente, de inconstitucionalidad. Y de inconstitucionalidad profunda, además, de la buena, de la relacionada con los derechos fundamentales. Intentaré explicarme.
Que nuestra Constitución (y permítaseme que hable de nuestra Constitución como si aún estuviera plena y absolutamente vigente, cosa que es legítimo dudar) tiene un contenido axiológico es incuestionable. La Ley Fundamental incorpora, sin ningún género de dudas, un esquema de valores que inspiran el texto y, como consecuencia, todo el ordenamiento jurídico derivado.
Al ser esta, y no otra, la matriz de valores de nuestro ordenamiento, y por la propia definición de derecho –el derecho se impone coactivamente- todo el mundo viene obligado a acatar, siquiera de manera mediata, esos valores (en la medida que se acata la ley, se acatan los valores que la inspiran).
Sin embargo, acatar no es compartir, y así como el acatamiento es plenamente exigible, la aceptación no sólo no es exigible sino que, por el contrario, el mero intento de imponerla supone una violación del marco normativo, que consagra la libertad de conciencia.
Muchos autores han defendido –en línea que yo, modestamente, comparto- que el Estado es incapaz de enseñar religión, por ejemplo. Quiero decir que no puede indoctrinar en una religión (lo que es, evidentemente, distinto de enseñar la doctrina sin ánimo de que sea creída –describirla- o de tratar el hecho religioso en su vertiente filosófica, histórica, enseñar a distinguir un rosario de un collar de perlas, vamos). No puede hacerlo, porque ello implica entrar en un terreno que está constitucionalmente reservado al individuo.
Lo que vale para cualquier religión vale también para cualquier moral particular, que es en lo que se transforma la ética pública cuando se la contempla desde la dimensión individual. Cualquier intento de “formar buenos ciudadanos” que pase por reclamar la adhesión a ciertos valores viola, de raíz, la libertad de conciencia (art. 16 de nuestra Constitución).
Pero, ¿acaso no habíamos dicho que, precisamente, una de las funciones de la escuela era la de formar ciudadanos? Sí. Parece una contradicción, pero no lo es. La escuela forma ciudadanos en tanto que pone al educando en relación con otros mediante los mecanismos habituales de la relación social en democracia. La ciudadanía tiene que ver con el comportamiento en el seno de la comunidad, no con las creencias de cada cual, ni con su grado de adhesión íntima al esquema de valores.
Yo mismo, o cualquiera de los que me leen, en general, seremos buenos ciudadanos, en tanto que respetamos el orden jurídico, social y político y nos comportamos de manera acorde. ¿Significa eso que todos asumamos el contenido axiológico de la Constitución? Me temo que en absoluto. Allá cada cual con su conciencia.
Pero me temo que, una vez más, no habrá ninguna reflexión a fondo sobre este asunto. Sólo escándalo porque enseñan a los niños que otros niños pueden tener “dos papás”. U el caso es que es difícil imaginar, realmente, una situación más peligrosa para las libertades que una “educación para la ciudadanía” bajo la égida de un ZP. Para echarse a temblar.
Parece que la fase deconstructivista se da ya por concluida. Y es correcto, claro. Ante la pasividad de la derecha cagapoquito –más preocupada por las cuitas de la Iglesia que por la demolición de la escuela en sí misma (tontos, pero buenos cristianos, parece ser el lema de alguno)- el ejército de pseudopedagogos y demás genocidas culturales ha llevado a sus últimas consecuencias el ansia destructora. Hoy ya no queda nada que destruir, puesto que la escuela española ni educa, ni socializa. Misión cumplida, pues. El riesgo de tímida marcha atrás en el gran salto delante de nuestra pedagogía ha sido, loados sean los vigías custodios, oportunamente conjurado.
Hecha, pues, tabla rasa de la vieja educación y devueltos los educandos al estado primigenio de la ignorancia más supina sin posible remedio, es ahora el momento apropiado para acometer la segunda fase, ésta ya constructiva y positiva.
Ahora, toca formar buenos ciudadanos, según el único patrón posible: el progre. Como las legiones de obreros alienados que poblaban las entrañas de la Metrópolis de Fritz Lang, así las nuevas generaciones de españolitos saldrán de los colegios repitiendo como mantras las imbecilidades del nuevo catón.
No sé a ustedes, pero a mí me tiemblan las carnes sólo de pensar que tendré que compartir el futuro con decenas de miles de zapateritos, con un pensamiento hecho de frases prefabricadas, moralmente relativistas y con Suso de Toro como autor de cabecera. Me imagino un país cuyas librerías sólo vendan libros de autoayuda. Da terror.
Dirán que, como siempre, ya estamos exagerando. Al fin y al cabo, sólo se trata de educar a los niños en los valores que inspiran nuestro ordenamiento jurídico y nuestra Constitución. ¿Acaso no es eso lo que reclamábamos algunos?
Pues no sólo no es eso sino que, además, si de algo está viciado este invento es, precisamente, de inconstitucionalidad. Y de inconstitucionalidad profunda, además, de la buena, de la relacionada con los derechos fundamentales. Intentaré explicarme.
Que nuestra Constitución (y permítaseme que hable de nuestra Constitución como si aún estuviera plena y absolutamente vigente, cosa que es legítimo dudar) tiene un contenido axiológico es incuestionable. La Ley Fundamental incorpora, sin ningún género de dudas, un esquema de valores que inspiran el texto y, como consecuencia, todo el ordenamiento jurídico derivado.
Al ser esta, y no otra, la matriz de valores de nuestro ordenamiento, y por la propia definición de derecho –el derecho se impone coactivamente- todo el mundo viene obligado a acatar, siquiera de manera mediata, esos valores (en la medida que se acata la ley, se acatan los valores que la inspiran).
Sin embargo, acatar no es compartir, y así como el acatamiento es plenamente exigible, la aceptación no sólo no es exigible sino que, por el contrario, el mero intento de imponerla supone una violación del marco normativo, que consagra la libertad de conciencia.
Muchos autores han defendido –en línea que yo, modestamente, comparto- que el Estado es incapaz de enseñar religión, por ejemplo. Quiero decir que no puede indoctrinar en una religión (lo que es, evidentemente, distinto de enseñar la doctrina sin ánimo de que sea creída –describirla- o de tratar el hecho religioso en su vertiente filosófica, histórica, enseñar a distinguir un rosario de un collar de perlas, vamos). No puede hacerlo, porque ello implica entrar en un terreno que está constitucionalmente reservado al individuo.
Lo que vale para cualquier religión vale también para cualquier moral particular, que es en lo que se transforma la ética pública cuando se la contempla desde la dimensión individual. Cualquier intento de “formar buenos ciudadanos” que pase por reclamar la adhesión a ciertos valores viola, de raíz, la libertad de conciencia (art. 16 de nuestra Constitución).
Pero, ¿acaso no habíamos dicho que, precisamente, una de las funciones de la escuela era la de formar ciudadanos? Sí. Parece una contradicción, pero no lo es. La escuela forma ciudadanos en tanto que pone al educando en relación con otros mediante los mecanismos habituales de la relación social en democracia. La ciudadanía tiene que ver con el comportamiento en el seno de la comunidad, no con las creencias de cada cual, ni con su grado de adhesión íntima al esquema de valores.
Yo mismo, o cualquiera de los que me leen, en general, seremos buenos ciudadanos, en tanto que respetamos el orden jurídico, social y político y nos comportamos de manera acorde. ¿Significa eso que todos asumamos el contenido axiológico de la Constitución? Me temo que en absoluto. Allá cada cual con su conciencia.
Pero me temo que, una vez más, no habrá ninguna reflexión a fondo sobre este asunto. Sólo escándalo porque enseñan a los niños que otros niños pueden tener “dos papás”. U el caso es que es difícil imaginar, realmente, una situación más peligrosa para las libertades que una “educación para la ciudadanía” bajo la égida de un ZP. Para echarse a temblar.
1 Comments:
Seguimos en esquemas trasnochados, es decir, en una sociedad uniforme e inmovilista, y pensando en un Estado absoluto, dispensador de leyes y valores, de cultura y de poder, con lo que sigue siendo totalitario y dominador, independientemente del signo que esa dominación tenga, porque toda dominación es despersonalizadota.
Es necesario llegar a una concordia nacional en este tema, que sólo será real cuando cesen las acusaciones mutuas, cuando se acepte que de hecho pensamos diferente, cuando se valore más a las personas que a las ideologías, cuando no se declare arbitrariamente a unos saberes como científicos y liberadores y a otros como mágicos e ideológicos, cuando se ofrezca al país los cauces institucionales en que de hecho pueda libremente cada ciudadano encontrar la educación y la enseñanza que él considera legítima y necesaria.
By Anónimo, at 10:44 p. m.
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