BUENAS NOTICIAS DESDE MÉXICO
Aún no es seguro, pero todo apunta a que Felipe Calderón, del PAN, será el presidente de México para el próximo sexenio. De verificarse los datos que circulan por la Red, le habría sacado al izquierdista Andrés Manuel López Obrador cerca de un punto porcentual. Lo que se dice una ventaja estrecha. Es evidente que entre que gane un candidato o gane otro, media un abismo, y el futuro de México –y, por extensión, de América- puede variar sustancialmente.
Con todo, para el observador externo, la noticia no es esa. La noticia es que el PRI, el todopoderoso PRI, y su candidato ni siquiera han tenido opciones de disputar la magistratura que, hasta hace sólo seis años, parecía pertenecerles por derecho divino. Tras dos elecciones, quizá vaya siendo hora de afirmar que la “dictadura perfecta” ha muerto.
Durante 70 años, el PRI gobernó México, en todas sus instancias –de la más humilde alcaldía a la presidencia de la República, pasando por las gobernadurías estatales y, por supuesto las Cámaras Legislativas- mimetizándose con el propio estado. El partido instituyó un régimen que devino un caso de estudio para todos los estudiosos de la política. La apropiación del pasado, el monopolio de la revolución mexicana, el usufructo de toda legitimidad y, en suma un diseño constitucional tan a la medida del partido único que casi resulta de funcionamiento imposible sin él.
Y, sin embargo, acabó. Es difícil concebir un escenario más complejo para el cambio. Un país desestructurado, sin tradición democrática, con elevada corrupción... Nada ayudaba, la verdad, al cambio. Y, ya digo, ha ocurrido. A Vicente Fox no va a sustituirle un presidente priísta. A México le queda mucho, muchísimo camino por recorrer, y no es cosa de hacer pasar a ese país por una democracia modelo, pero lo que ha sucedido es muy, muy importante.
Por increíble que parezca, hasta las burocracias más corruptas son capaces de albergar, de cuando en cuando, tipos decentes. Uno de ellos fue el último inquilino de los Pinos elegido por el PRI: Ernesto Zedillo. A buen seguro, el haber sido el último, por el momento –es posible que, en el futuro, haya presidentes del PRI, pero serán, simplemente, los candidatos de un partido más- de los presidentes del partido único tuvo algo que ver con su propia gestión.
A menudo, como imagen gráfica y aun siendo conscientes de que se trata de un exceso retórico, algunos decimos que el socialismo español siempre ha aspirado a priizarse. A convertirse en el partido único de una democracia imperfecta, en la que es virtualmente imposible que se produzca una alternancia, o esta será anecdótica. Se dice que Cataluña representa el “nuevo modelo” de los socialistas. Tengo para mí que el modelo no es otro que el de siempre: la Andalucía chavista, donde las oscilaciones son de la mayoría simple a la mayoría absoluta.
Llevado de un entendimiento algo particular de lo que es la democracia, el socialismo siempre aspiró a ocupar la sociedad en su conjunto, paso indispensable para perpetuarse en el poder. El socialismo, o el socialprogresismo, es una hidra de muchas cabezas y múltiples terminales, con aspiraciones de régimen. Hasta ahora, el único sector en el que no ha conseguido implantarse férreamente es el poder judicial, donde también tiene sus tentáculos. Un agregado suficientemente complejo de instancias sometidas a unidad de decisión (dónde esté el decisor es otra cosa) y un presupuesto generoso son los mimbres necesarios para hacer el cesto: instituir un régimen particular en el seno de una democracia formal. En el colmo, llega a institucionalizarse a la oposición en su papel de tal. Ese es el papel que desempeña el PP en Andalucía y, por lo visto, el que algunos no tendrían inconveniente en desempeñar a escala nacional (oposición, sí, pero feliz).
Afortunadamente, aquí las cosas –salvo regiones- jamás alcanzaron el grado de sofisticación mexicano. El régimen ha albergado siempre un nivel de disidencia mucho mayor del que exigiría su subsistencia con plena comodidad. Si nunca llegamos tan lejos como los mexicanos, tampoco tenemos que andar un camino tan largo como el suyo. ¡Ánimo, cuates!
Con todo, para el observador externo, la noticia no es esa. La noticia es que el PRI, el todopoderoso PRI, y su candidato ni siquiera han tenido opciones de disputar la magistratura que, hasta hace sólo seis años, parecía pertenecerles por derecho divino. Tras dos elecciones, quizá vaya siendo hora de afirmar que la “dictadura perfecta” ha muerto.
Durante 70 años, el PRI gobernó México, en todas sus instancias –de la más humilde alcaldía a la presidencia de la República, pasando por las gobernadurías estatales y, por supuesto las Cámaras Legislativas- mimetizándose con el propio estado. El partido instituyó un régimen que devino un caso de estudio para todos los estudiosos de la política. La apropiación del pasado, el monopolio de la revolución mexicana, el usufructo de toda legitimidad y, en suma un diseño constitucional tan a la medida del partido único que casi resulta de funcionamiento imposible sin él.
Y, sin embargo, acabó. Es difícil concebir un escenario más complejo para el cambio. Un país desestructurado, sin tradición democrática, con elevada corrupción... Nada ayudaba, la verdad, al cambio. Y, ya digo, ha ocurrido. A Vicente Fox no va a sustituirle un presidente priísta. A México le queda mucho, muchísimo camino por recorrer, y no es cosa de hacer pasar a ese país por una democracia modelo, pero lo que ha sucedido es muy, muy importante.
Por increíble que parezca, hasta las burocracias más corruptas son capaces de albergar, de cuando en cuando, tipos decentes. Uno de ellos fue el último inquilino de los Pinos elegido por el PRI: Ernesto Zedillo. A buen seguro, el haber sido el último, por el momento –es posible que, en el futuro, haya presidentes del PRI, pero serán, simplemente, los candidatos de un partido más- de los presidentes del partido único tuvo algo que ver con su propia gestión.
A menudo, como imagen gráfica y aun siendo conscientes de que se trata de un exceso retórico, algunos decimos que el socialismo español siempre ha aspirado a priizarse. A convertirse en el partido único de una democracia imperfecta, en la que es virtualmente imposible que se produzca una alternancia, o esta será anecdótica. Se dice que Cataluña representa el “nuevo modelo” de los socialistas. Tengo para mí que el modelo no es otro que el de siempre: la Andalucía chavista, donde las oscilaciones son de la mayoría simple a la mayoría absoluta.
Llevado de un entendimiento algo particular de lo que es la democracia, el socialismo siempre aspiró a ocupar la sociedad en su conjunto, paso indispensable para perpetuarse en el poder. El socialismo, o el socialprogresismo, es una hidra de muchas cabezas y múltiples terminales, con aspiraciones de régimen. Hasta ahora, el único sector en el que no ha conseguido implantarse férreamente es el poder judicial, donde también tiene sus tentáculos. Un agregado suficientemente complejo de instancias sometidas a unidad de decisión (dónde esté el decisor es otra cosa) y un presupuesto generoso son los mimbres necesarios para hacer el cesto: instituir un régimen particular en el seno de una democracia formal. En el colmo, llega a institucionalizarse a la oposición en su papel de tal. Ese es el papel que desempeña el PP en Andalucía y, por lo visto, el que algunos no tendrían inconveniente en desempeñar a escala nacional (oposición, sí, pero feliz).
Afortunadamente, aquí las cosas –salvo regiones- jamás alcanzaron el grado de sofisticación mexicano. El régimen ha albergado siempre un nivel de disidencia mucho mayor del que exigiría su subsistencia con plena comodidad. Si nunca llegamos tan lejos como los mexicanos, tampoco tenemos que andar un camino tan largo como el suyo. ¡Ánimo, cuates!
1 Comments:
También era importante derrotar al candidato de la izquierda neopopulista, Andrés Manuel López Obrador, porque significaba una vuelta a la era del PRI, con todo y masones.
By Anónimo, at 2:58 p. m.
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