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viernes, junio 23, 2006

SI NO FUERA POR ESA TOS...

Curioso artículo de Antonio Hernández Mancha en El País, titulado “España no se rompe”. Curioso no, por supuesto, por las tesis de don Antonio, que son perfectamente respetables, sino por la forma de argumentarlas. Creo, y esto es de mi cosecha, que Hernández Mancha se apunta también al carro de la moderación y el discurso calmado. Pero lo hace reclamando al tiempo nada menos que una reforma constitucional, como también hacemos otros.

Es verdad que España no se rompe. O, si se prefiere, son exagerados e inexactos todos esos retruécanos demagógicos que dan a nuestro país por extinguido. Y tienen toda la razón los críticos que reclaman algo más de moderación, siquiera porque semejante lenguaje puede hacer más mal que otra cosa y desacreditar al que lo emplea. Pero hay que reconocer que no es fácil, tampoco, transmitir de manera serena la gravedad de nuestras preocupaciones sin caer en recursos que, como mínimo, ahorran tiempo.

Es verdad, insisto, que España no se rompe, al menos como comunidad, como nación. En este sentido, más bien, se deshilacha. La unidad nacional no va a quebrarse de la noche a la mañana. Más bien se irá deshaciendo por desdén. Nadie en su sano juicio va a proclamar la semana que viene la independencia de ninguna parte del territorio, más que nada porque quien hiciese semejante cosa se quedaría solo, o con muy poca compañía. Es mejor, como se hace, optar por la mucho más lenta, pero mucho más segura, táctica de ir levantando barreras, de ir extrañando a unos españoles de otros. Se trata, por ejemplo, de que los catalanes vayan viéndose a sí mismos como algo distinto al resto de los españoles – y también, por supuesto, sobre todo gracias al hartazgo, de que los demás españoles pierdan todo interés y todo aprecio por catalanes, vascos o por quien toque.

Así pues, Hernández Mancha tiene razón en su aserto de que la muerte de España es un poco pronto para certificarla, y quien proclame que nuestro país es un cadáver exagera, y al exagerar, claro, miente. Pero, entonces, ¿cuál es la base para apoyar algo tan rotundo como una reforma constitucional? (cree, además, el autor, que dicha reforma debe proponerse en forma acabada, con texto articulado).

Pero, aunque solo sea por mor de la precisión, quizá don Antonio debió haber matizado que una cosa es España como nación y otra bien distinta el régimen constitucional. España como estado. Gabriel Cisneros, muy gráficamente, ha dicho que el estatuto de Cataluña representa el cierre. Que se puede decir tranquilamente que Constitución española: 1978-2006.

En realidad, y si nos ponemos puristas, esto también es falaz, porque, en rigor, habría que decir “régimen de la Constitución de 1978”: 1983-2006. Porque en la medida en que nuestro sistema está configurado no sólo por la Constitución, sino por otras normas que son materialmente constitucionales, sólo puede tenerse a éste por nacido el día en que salió a la luz la última de esas leyes (los estatutos del año 83, a falta del fleco de Ceuta y Melilla, resuelto en fecha más reciente).

Lo que algunos venimos denunciando con insistencia es que el estatuto de Cataluña, independientemente de que pueda transgredir la Constitución formal implica el inicio de una serie de cambios profundos en la constitución material. Esos cambios en la constitución material –por el carácter eminentemente creador de realidades que revisten las normas constitucionales- determinará, a la larga, cambios en el cuerpo político, cambios en la nación española, de manera inevitable, además. La insistente reclamación de consenso –completamente ignorada por el gobierno y sus adláteres- no obedece a ninguna clase de capricho, sino a esa constitucionalidad material de la que hablamos. Es evidente que uno de los grandes errores de nuestros constituyentes fue hacer de ciertas leyes simples leyes orgánicas como las demás. Pero para corregir ese error estaba la costumbre constitucional, que también es fuente de derecho, lábil, pero fuente.

Por tanto, lo que algunos deseamos, y reclamamos de don Mariano Rajoy es no ya que conjure ese riesgo, sino que enmiende este yerro –el riesgo lo era hasta el domingo- mediante la única posibilidad que ya existe, que es un cambio de la viga maestra del edificio, la norma que es constitucional tanto material como formalmente, es decir, la Constitución propiamente dicha. La única vía que tenemos para lograr dos objetivos.

El primero de esos objetivos es tener, por fin, un debate en la sede adecuada sobre una cuestión tan trascendente como la del modelo de estado. Sólo por el hecho de ser discutida, una propuesta de reforma, cualquiera que fuese su contenido –si se articula razonablemente y va precedida de los pertinentes debates- es valiosa.

El segundo es cerrar, de una vez y para siempre, la vía indirecta de cambios en nuestras normas fundamentales. Evitar que lo que está sucediendo en estos días –cambios a diestro y siniestro de estatutos que, insisto, implican mutaciones constitucionales fundamentales y ocurren por el puro y simple capricho de una clase política fuera de control- siga adelante y suceda más veces.

Últimamente, oímos muchas llamadas al orden en el terreno de la derecha, mucha autocrítica bien fundada y justificada. Diríase que el Partido Popular no aguanta bien la tensión. Es verdad, insisto, que España no se rompe. No se va a romper como si reventara una presa. Pero su destino inexorable, si no se hace algo y se hace pronto, es deshilacharse, dejar de existir por abandono. Por desgracia, en plena era de los partidos de masas, los medios de comunicación planetarios y las noticias de medio minuto, es muy difícil hacer llegar un discurso que, siendo mesurado al tiempo, ponga de manifiesto los terribles peligros a los que se enfrenta nuestro orden jurídico-político.

La gente tiene la mala costumbre de no escuchar cuando se la amenaza con males que se concretarán dentro de años. Cualquier buen envenenador sabe que las dosis hay que proporcionarlas poco a poco para que el crimen quede impune, camuflado como una dolencia de larga evolución. Bien estarían las llamadas a la moderación si no sirvieran para ser cómplices de la vileza de quienes, sabedores de que el futuro es inquietante, piden que nos concentremos en el presente, y solo en el presente.

Y el presente, sí, es que España sigue limitando al norte con Francia (al sur, hay quien dice que también), al oeste con Portugal, etc. Y que los españoles siguen reconociéndose como tales, salvo lo que hoy es una minoría –ya, por cierto, mucho más numerosa que hace treinta años, pero aún minoría-. Entonces, a dormir, ¿no? O cada uno a sus asuntos, que el cuerpo político goza de excelente salud.

Se le ve robusto, sí, si no fuera por esa tos...

1 Comments:

  • Es evidente que no sucede en un día ni en dos, pero la separación de una comunidad como lo ha sido España en compartimentos estancos acaba en cierto modo con la solidaridad entre todos los españoles.
    ¿Porqué la clase media de Andalucía o Madrid debe mantener la renta per cápita de la clase baja Catalana que es más rica?
    Será lícito moralmente que entonces yo como persona tenga al menos los mismos derechos que Cataluña como "nación" y deje de pagar más impuestos para continuar con el sistema de reparto solidario.
    El efecto dominó se irá acelerando con la aprobación de todos los demás estatutos y la carrera los hará cada vez más restrictivos y ventajistas.
    Menos mal que en el sur tenemos el patrimonio exclusivo del cante flamenco que si no....

    By Anonymous Anónimo, at 7:47 p. m.  

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