EXPLICACIONES
En su comentario de ayer al resultado del referéndum catalán, Victoria Prego terminaba haciéndose una serie de preguntas retóricas. Algo así como que, toda vez que el desdén de los catalanes da cuenta del entusiasmo de los españoles por el proceso de reformas estatutarias (si es así en Cataluña, es perfectamente imaginable cuán interesados deben estar los españoles con menos tradición autonomista en este viaje a la plurinacionalidad), cómo va a explicar José Luis Rodríguez Zapatero lo que está haciendo. Cómo, en suma, va a justificar el despropósito que está apadrinando – por cierto con la inestimable ayuda de otros a los que no parece importar el chapoteo en la contradicción y a los que una estupidez les parece menos estupidez por el solo hecho de que esté consensuada.
Prego demuestra con esas reflexiones que ella es una periodista del siglo XX. Sinceramente, de su probadas sagacidad y experiencia hubiera esperado yo que ya hubiera caído en la cuenta de que Zapatero jamás explica nada. Jamás da cuenta de nada y jamás justifica nada, si por justificar ha de entenderse exponer unas bases mínimamente racionales que fundamenten sus acciones. Tampoco es que este pueblo nuestro haya destacado nunca por pedir demasiadas explicaciones, esa es la verdad.
Recuerdo haber leído a Alejo Vidal-Quadras que son muy pocos los políticos españoles que se toman la molestia de intentar formalizar un pensamiento. Siquiera cuatro ideas razonablemente bien hiladas que sirvan de sustento algo coherente al actuar político de uno. Esto es cierto a diestra y siniestra. Por supuesto hay excepciones, y el propio Vidal es una de ellas, muy señalada, además, pero no es menos cierto que la gente que sí dispone de un cierto aparato teórico o de la suficiente vergüenza torera para preocuparse de tener algo de lo que echar mano si algún día les dan para hablar algo más de 59 segundos, no suele ocupar las primeras filas, ni los primeros puestos de las listas. Antes al contrario, las preocupaciones intelectuales dan un aire profesoril que parece incapacitarlo a uno para pasar de secretario de estado o de diputado raso. El político profesional, el que no tiene más oficio que la cosa pública y aspira a vivir de ella para siempre, suele ir siempre muy ligero de equipaje conceptual, supongo que porque siempre se revela un lastre a la hora de hacer la necesaria mudanza.
Pero José Luis Rodríguez Zapatero representa un grado más en esta figura del político intelectualmente poco armado. En su caso, la carencia de un esquema teórico, de un armazón de ideas sustentante no obedece al simple oportunismo, a que las ideas estorban y no siempre le permiten a uno plegarse a la demoscopia sino, me temo, a la convicción sobre su inconveniencia, sobre su inutilidad. Si se prefiere, nuestro ZP haría del no tener ideas la idea fundamental, el eje de su quehacer político.
La inmensa mayoría de nuestros políticos, retomando el argumento de Prego, rehuyen las explicaciones. Intentan por todos los medios no verse en el trance de tener que dar cuenta razonada de sus actos; siempre es mejor la entrevista periodística que el artículo de fondo o la conferencia. Los insoportables laconismos de Aznar son un ejemplo de lo que estoy diciendo. Los “ahora no toca” y otras síntesis de la sabiduría presidencial –destilado de prudencia para sus hagiógrafos- resultaban ciertamente insufribles.
Ahora bien, hay una notable diferencia entre Zapatero y sus antecesores. Mientras que los demás son conscientes de que, en rigor, sí deberían dar explicaciones, e incluso hacen cuanto pueden por intentar disimular y por transmitir la idea de que sí, de que tienen un conjunto muy riguroso de principios –que ya se cuidan muy mucho de no hacer explícitos jamás-, de que hay mucha materia gris, muchas horas de reflexión y algunas lecturas tras sus decisiones, nuestro José Luis parece creer que todo eso no tiene sentido.
Es más, que es indeseable. Por eso no se esfuerza en disimular, sino todo lo contrario. A los cuatro vientos proclama que, a diferencia de otros, él cree que la esencia del asunto está en la cintura. No sólo no dispone de un aparato teórico, sino que se ufana de ello. La mayoría de nuestros políticos se indignarían mucho si se les espetara que carecen de modelo de estado, por ejemplo, aunque casi ninguno sería capaz de explicitar el suyo o de no despachar el asunto mediante al recurso a un tópico, desde luego sin justificación alguna. Zapatero, por el contrario, afirmaría orgulloso que, en efecto, no lo tiene.
Paradójicamente, su nihilismo absoluto, su relativismo, su renuncia a todo discurso estructurado se convierte en un modelo intelectual potente. Un modelo, por esencia, libre de contradicciones. Puesto que nada se opone a nada, puesto que lo más próximo a un plan pretrazado parece ser un cuadro de Jackson Pollock, nuestro Esdrújulo puede dormir por las noches a pierna suelta, libre de los insomnios que padecen quienes intentan conciliar su actuar político –sometido a contingencias y que se realiza en el terreno de la práctica- con sus convicciones. Los que intentan, en suma, dar un norte a su desempeño en la vida pública.
Quizá es que Zapatero, en suma, representa la versión más acabada del político de lista cerrada, aquel para quien la vida pública no ha de tener norte alguno, porque es en sí misma un norte. No creo que tenga una explicación lógica para el proceso que se está desarrollando, si por “explicación” ya digo, ha de entenderse algo más sólido que una simple justificación táctica. De hecho, ni siquiera creo que se lo haya preguntado.
Prego demuestra con esas reflexiones que ella es una periodista del siglo XX. Sinceramente, de su probadas sagacidad y experiencia hubiera esperado yo que ya hubiera caído en la cuenta de que Zapatero jamás explica nada. Jamás da cuenta de nada y jamás justifica nada, si por justificar ha de entenderse exponer unas bases mínimamente racionales que fundamenten sus acciones. Tampoco es que este pueblo nuestro haya destacado nunca por pedir demasiadas explicaciones, esa es la verdad.
Recuerdo haber leído a Alejo Vidal-Quadras que son muy pocos los políticos españoles que se toman la molestia de intentar formalizar un pensamiento. Siquiera cuatro ideas razonablemente bien hiladas que sirvan de sustento algo coherente al actuar político de uno. Esto es cierto a diestra y siniestra. Por supuesto hay excepciones, y el propio Vidal es una de ellas, muy señalada, además, pero no es menos cierto que la gente que sí dispone de un cierto aparato teórico o de la suficiente vergüenza torera para preocuparse de tener algo de lo que echar mano si algún día les dan para hablar algo más de 59 segundos, no suele ocupar las primeras filas, ni los primeros puestos de las listas. Antes al contrario, las preocupaciones intelectuales dan un aire profesoril que parece incapacitarlo a uno para pasar de secretario de estado o de diputado raso. El político profesional, el que no tiene más oficio que la cosa pública y aspira a vivir de ella para siempre, suele ir siempre muy ligero de equipaje conceptual, supongo que porque siempre se revela un lastre a la hora de hacer la necesaria mudanza.
Pero José Luis Rodríguez Zapatero representa un grado más en esta figura del político intelectualmente poco armado. En su caso, la carencia de un esquema teórico, de un armazón de ideas sustentante no obedece al simple oportunismo, a que las ideas estorban y no siempre le permiten a uno plegarse a la demoscopia sino, me temo, a la convicción sobre su inconveniencia, sobre su inutilidad. Si se prefiere, nuestro ZP haría del no tener ideas la idea fundamental, el eje de su quehacer político.
La inmensa mayoría de nuestros políticos, retomando el argumento de Prego, rehuyen las explicaciones. Intentan por todos los medios no verse en el trance de tener que dar cuenta razonada de sus actos; siempre es mejor la entrevista periodística que el artículo de fondo o la conferencia. Los insoportables laconismos de Aznar son un ejemplo de lo que estoy diciendo. Los “ahora no toca” y otras síntesis de la sabiduría presidencial –destilado de prudencia para sus hagiógrafos- resultaban ciertamente insufribles.
Ahora bien, hay una notable diferencia entre Zapatero y sus antecesores. Mientras que los demás son conscientes de que, en rigor, sí deberían dar explicaciones, e incluso hacen cuanto pueden por intentar disimular y por transmitir la idea de que sí, de que tienen un conjunto muy riguroso de principios –que ya se cuidan muy mucho de no hacer explícitos jamás-, de que hay mucha materia gris, muchas horas de reflexión y algunas lecturas tras sus decisiones, nuestro José Luis parece creer que todo eso no tiene sentido.
Es más, que es indeseable. Por eso no se esfuerza en disimular, sino todo lo contrario. A los cuatro vientos proclama que, a diferencia de otros, él cree que la esencia del asunto está en la cintura. No sólo no dispone de un aparato teórico, sino que se ufana de ello. La mayoría de nuestros políticos se indignarían mucho si se les espetara que carecen de modelo de estado, por ejemplo, aunque casi ninguno sería capaz de explicitar el suyo o de no despachar el asunto mediante al recurso a un tópico, desde luego sin justificación alguna. Zapatero, por el contrario, afirmaría orgulloso que, en efecto, no lo tiene.
Paradójicamente, su nihilismo absoluto, su relativismo, su renuncia a todo discurso estructurado se convierte en un modelo intelectual potente. Un modelo, por esencia, libre de contradicciones. Puesto que nada se opone a nada, puesto que lo más próximo a un plan pretrazado parece ser un cuadro de Jackson Pollock, nuestro Esdrújulo puede dormir por las noches a pierna suelta, libre de los insomnios que padecen quienes intentan conciliar su actuar político –sometido a contingencias y que se realiza en el terreno de la práctica- con sus convicciones. Los que intentan, en suma, dar un norte a su desempeño en la vida pública.
Quizá es que Zapatero, en suma, representa la versión más acabada del político de lista cerrada, aquel para quien la vida pública no ha de tener norte alguno, porque es en sí misma un norte. No creo que tenga una explicación lógica para el proceso que se está desarrollando, si por “explicación” ya digo, ha de entenderse algo más sólido que una simple justificación táctica. De hecho, ni siquiera creo que se lo haya preguntado.
2 Comments:
La impotencia mediática de la oposición es estremecedora. ZP no necesita defenderse siquiera. Y si no tienes nada que ganar hablando, permaneces callado.
Su ideología es La ocupación del poder a cualquier precio.
By Anónimo, at 11:15 p. m.
O tal vez, por decir algo, sus motivos e intereses sean innobles o poco presentables.
By Anónimo, at 12:26 a. m.
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