A LAS PUERTAS DE UNA NUEVA DERROTA
No sé ustedes, pero yo ya me he hecho a la idea. Mañana me espera una doble derrota, como español y como liberal. En nada cambiará las cosas que la participación sea alta o baja, el porcentaje de síes y el porcentaje de noes. A buen seguro, en gran bodrio del zapaterismo recibirá menos apoyo que el estatuto de Sau, y es probable que la proporción de síes, medida sobre el censo con derecho a voto, sea como para enrojecer de vergüenza. Pero ya digo que da igual. En primer lugar porque las reglas de la democracia son conocidas, y tan válido es un sí abrumador como uno medio tísico, en tanto sume más que el no. Y en segundo lugar porque lo que quiere la patulea totalitaria que apadrina este esperpento es pasar página, cuanto antes. Les da exactamente igual el resultado, mientras dé los mínimos.
Derrota como español, en el plano sentimental, porque el texto es una consciente muestra de desdén hacia el resto de los españoles. Los catalanes –esa gente tan civilizada, tan europea, tan moderna... como ha quedado sobradamente demostrado en estos días, de conformidad con la tradición, por otra parte- no han considerado necesario dedicar, ni tan siquiera en el preámbulo (que, según ellos, carece de valor jurídico y, por tanto, ahí no hubiera molestado) una sola palabra de cariño no ya hacia quienes han compartido con ellos cientos y cientos de años de alegrías y sinsabores, sino ni tan siquiera hacia los más cercanos, los miles y miles de españoles de otros lados que, aunque por lo visto no pueden aspirar a presidir las instituciones autonómicas, sí han contribuido a hacer de Cataluña lo que es hoy (y, bien pensado, no sé por qué esto debería ser especialmente meritorio). Ni a la hora de la despedida pueden algunos ser elegantes, se conoce.
Pero lo anterior, en suma, es lo de menos. Lo de más es la derrota como liberal. Podrá pensar el lector que, a la vista de la experiencia, ya debía haber abjurado de mis convicciones y haberme pasado a otras con mejores perspectivas o haberme acostumbrado. No en vano la historia del liberalismo en España se reduce a una secuencia de sinsabores, desde el fracaso de la Constitución de Cádiz hasta la eclosión del neofascismo nacionalista. Hemos pasado por el fracaso en la implantación del derecho civil, dos dictaduras, una república antípoda de la democracia... ¿Acaso nos puede extrañar que, ahora, la región que más descuella por su antiliberalismo, se lance en brazos de la más enfermiza de las doctrinas y abrace con fervor el más antiliberal de los textos? ¿No es este el pueblo del “vivan las caenas”? Pues eso.
Refiriéndome al País Vasco, me he adscrito en alguna otra ocasión a la idea de que el nacionalismo de allá no sólo no representa la antiespañolidad, sino más bien la exacerbación del casticismo. Los vasco son, de hecho, archiespañoles, protoespañolazos, cabría decir. El precipitado de la resistencia numantina de todos nuestros demonios familiares, incapaces de irse por el sumidero de la historia. Como tantas otras veces, lo que no quiere irse, el arcaísmo, la antimodernidad, se acantona en los verdes valles de Euskadi, al abrigo de una romanización expansiva.
Si Euskadi es el gran fracaso del liberalismo clásico –ahí perviven los enemigos más tradicionales, el pleito decimonónico en carne viva-, Cataluña es la esencia de la España contemporánea o, si se prefiere, el ejemplo de la oportunidad perdida de la transición. Si el tránsito del estado corporativo franquista al estado “social” –es decir, la renuncia total a una pedagogía de la ciudadanía, a la asunción por parte de los españoles, de una vez y para siempre, de su rol como ciudadanos, con existencia propia independiente del estado- fue fácil en toda España, mucho más fácil resultó en una región perfectamente acomodada al antiguo sistema como Cataluña. La ausencia de una verdadera dialéctica gobierno-oposición en España, por la inferioridad de la derecha y su falta de carácter se sustituyó allí por el juego nacionalistas-socialistas, del que el liberalismo estaba, y está, completamente ausente.
Así pues, perderemos. Nada más lógico. Y no hace falta ninguna teoría conspirativa para explicarlo. Basta salir a la calle. Ojalá me equivoque, pero no lo creo. Mucho me temo que mañana, nuestros conciudadanos, esta vez los catalanes, nos van a decir, por enésima vez, que si queremos un público receptivo nos vayamos a Andorra, por ejemplo. Que no les interesa nada nuestro discurso sobre la libertad y la responsabilidad individuales. Que les importa un pito, que tienen otras cosas en qué pensar. Que sí, que quieren que les dirijan, manden, ordenen, ayuden, orienten... Que les digan cuándo y cómo tienen que nacer e, incluso, que les digan cuándo han de ser invitados a morir.
Se me dirá, claro, que la inmensa mayoría de los que van a votar mañana no han leído el estatuto. Sí, y ese mero hecho ya es un en sus manos encomendar el espíritu. La renuncia a pensar, la renuncia a exigir. La más plena y absoluta confianza en una clase política incapaz, corrupta, mentalmente indigente y de vergüenza ajena. Pero todo esto es público y notorio. No es ningún secreto. Habernos apuntado a otra cosa.
Pues eso. Que vivan las caenas.
Derrota como español, en el plano sentimental, porque el texto es una consciente muestra de desdén hacia el resto de los españoles. Los catalanes –esa gente tan civilizada, tan europea, tan moderna... como ha quedado sobradamente demostrado en estos días, de conformidad con la tradición, por otra parte- no han considerado necesario dedicar, ni tan siquiera en el preámbulo (que, según ellos, carece de valor jurídico y, por tanto, ahí no hubiera molestado) una sola palabra de cariño no ya hacia quienes han compartido con ellos cientos y cientos de años de alegrías y sinsabores, sino ni tan siquiera hacia los más cercanos, los miles y miles de españoles de otros lados que, aunque por lo visto no pueden aspirar a presidir las instituciones autonómicas, sí han contribuido a hacer de Cataluña lo que es hoy (y, bien pensado, no sé por qué esto debería ser especialmente meritorio). Ni a la hora de la despedida pueden algunos ser elegantes, se conoce.
Pero lo anterior, en suma, es lo de menos. Lo de más es la derrota como liberal. Podrá pensar el lector que, a la vista de la experiencia, ya debía haber abjurado de mis convicciones y haberme pasado a otras con mejores perspectivas o haberme acostumbrado. No en vano la historia del liberalismo en España se reduce a una secuencia de sinsabores, desde el fracaso de la Constitución de Cádiz hasta la eclosión del neofascismo nacionalista. Hemos pasado por el fracaso en la implantación del derecho civil, dos dictaduras, una república antípoda de la democracia... ¿Acaso nos puede extrañar que, ahora, la región que más descuella por su antiliberalismo, se lance en brazos de la más enfermiza de las doctrinas y abrace con fervor el más antiliberal de los textos? ¿No es este el pueblo del “vivan las caenas”? Pues eso.
Refiriéndome al País Vasco, me he adscrito en alguna otra ocasión a la idea de que el nacionalismo de allá no sólo no representa la antiespañolidad, sino más bien la exacerbación del casticismo. Los vasco son, de hecho, archiespañoles, protoespañolazos, cabría decir. El precipitado de la resistencia numantina de todos nuestros demonios familiares, incapaces de irse por el sumidero de la historia. Como tantas otras veces, lo que no quiere irse, el arcaísmo, la antimodernidad, se acantona en los verdes valles de Euskadi, al abrigo de una romanización expansiva.
Si Euskadi es el gran fracaso del liberalismo clásico –ahí perviven los enemigos más tradicionales, el pleito decimonónico en carne viva-, Cataluña es la esencia de la España contemporánea o, si se prefiere, el ejemplo de la oportunidad perdida de la transición. Si el tránsito del estado corporativo franquista al estado “social” –es decir, la renuncia total a una pedagogía de la ciudadanía, a la asunción por parte de los españoles, de una vez y para siempre, de su rol como ciudadanos, con existencia propia independiente del estado- fue fácil en toda España, mucho más fácil resultó en una región perfectamente acomodada al antiguo sistema como Cataluña. La ausencia de una verdadera dialéctica gobierno-oposición en España, por la inferioridad de la derecha y su falta de carácter se sustituyó allí por el juego nacionalistas-socialistas, del que el liberalismo estaba, y está, completamente ausente.
Así pues, perderemos. Nada más lógico. Y no hace falta ninguna teoría conspirativa para explicarlo. Basta salir a la calle. Ojalá me equivoque, pero no lo creo. Mucho me temo que mañana, nuestros conciudadanos, esta vez los catalanes, nos van a decir, por enésima vez, que si queremos un público receptivo nos vayamos a Andorra, por ejemplo. Que no les interesa nada nuestro discurso sobre la libertad y la responsabilidad individuales. Que les importa un pito, que tienen otras cosas en qué pensar. Que sí, que quieren que les dirijan, manden, ordenen, ayuden, orienten... Que les digan cuándo y cómo tienen que nacer e, incluso, que les digan cuándo han de ser invitados a morir.
Se me dirá, claro, que la inmensa mayoría de los que van a votar mañana no han leído el estatuto. Sí, y ese mero hecho ya es un en sus manos encomendar el espíritu. La renuncia a pensar, la renuncia a exigir. La más plena y absoluta confianza en una clase política incapaz, corrupta, mentalmente indigente y de vergüenza ajena. Pero todo esto es público y notorio. No es ningún secreto. Habernos apuntado a otra cosa.
Pues eso. Que vivan las caenas.
3 Comments:
Cuando una minoría burguesa hace un salto hacia delante y no instaura un proceso de maduración para toda la sociedad existe, por un lado, el peligro de que la masa reaccione con violencia, volviéndose nuevamente hacia atrás.
Y si no lo hace, existe, por otro lado, el peligro de que se pliegue a lo nuevo, mas no por razones verdaderas, nacidas de la conciencia, sino por razones de conveniencia y oportunidad.
Cuando se da lo primero tenemos los peligros de convulsión civil en la sociedad.
Cuando se da lo último estamos ante el peligro de una amoralización interna de la conciencia humana, que consiste en desistir de la verdad y del bien, orientándose a la luz de la eficacia y de la conveniencia. (“A ver si así quitan el peaje” “Que no se vayan todos los impuestos p´ a Graná”)
La sociedad se deja transferir en masa de un lugar a otro, sin que ella misma esté realmenete en ningún sitio, sino en un egoísmo de adaptación al medio impuesto, sin personal arraigo, sin libre adhesión, sin capacidad real de crítica y, por consiguiente (mireusté), de colaboración real ni de real disentimiento.
Y uno se pregunta si ese tránsito súbito y masivo que la sociedad catalana se dispone a dar (y la expañola con ella) de unas formas políticas a otras no es revelador de esta falta de formación y adhesión de fondo a principios de valor, es decir, de convicción política y de entraña moral.
Una sociedad que no analiza a fondo y no dirige desde ese fondo sus cambios internos queda a merced de la política: de la interna o de la externa.
Cuando la verdad desaparece del horizonte, nos quedamos sin fundamento para la libertad; y con ello al arbitrio de los poderosos, es decir, en camino a la servidumbre.
PS.-Oiga, señor Mínguez: Gracias por el blog.
By Anónimo, at 4:37 p. m.
Totalmente de acuerdo con lo que has dicho, Fer. Ahora la pregunta es...¿que pasará después? Porque, igual que no es la primera derrota del liberalismo, y muy a mi pesar, no va a ser la última. Tan solo esperar que algun dia este país recupere la cordura, aunque en el fondo aun no se si la tuvo alguna vez.
By Anónimo, at 1:47 a. m.
Muy de acuerdo con tu artículo (te trato de tú para joder a J. Marías y su renovado interés por la cortesía ¿burguesa? Dentro de unos meses nos dirá lo contrario) El proceso catalán es el mismo que has descrito referido a la izquierda española. Cada vez resulta más terrible tener unas detrrminadas ideas en ciertos territorios, te conviertes en un apestado, en un maligno (algo así com las antiguas brujas medievales que servían de chivo expiatorio para todo) Eso es el PP hoy en día, atrapado en la pinza izquierda/nacionalismo.
Tan difícil resulta esto para sus dirigentes, cosa que entiendo, que, en aquellos lugares donde todavía mantienen respaldo importante, van a ocupar también el bando nacionalista antes de que sean copados de nuevo (son los casos de Valencia o Baleares, y se les sumarán más).
Su interés es igualmente mantener el poder. Ante esto, ¿qué puede hacer el propio Mariano ante tipos como Camps?
By Anónimo, at 5:01 p. m.
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