TANTO MONTA
Cuenta la leyenda que, ante la madeja endemoniada del nudo gordiano, sacó Alejandro su espada y cortó por lo sano, pronunciando las palabras “tanto monta”, (tanto monta, monta tanto, es decir, lo mismo da cortar que desatar). La anécdota es recogida por Maquiavelo como ejemplo de la resolución que ha de adornar al príncipe cristiano, que no ha de parar mientes ante las cuestiones de detalle. A base de perder matices, cristalizó la fórmula en ese terrible “el fin justifica los medios” que, como la no menos famosa “razón de estado” asociamos todos al florentino, pese a que jamás empleara tales giros.
El Rey Católico hizo del “tanto monta” su divisa –cuyo origen es éste, y no la pretendida, y por lo demás cierta, igualdad de rey y reina en los reinos respectivos (sea considerada “otra nos” en nuestros reinos, dejó dicho el de Sos, mandando se obedeciera a Isabel como a él mismo en las tierras de la Corona de Aragón)-, convirtiéndose en el campeón de Maquiavelo, en el príncipe renacentista por excelencia. Al amparo del “tanto monta” guerreó, hizo paces, apañó casorios y se desdijo de su palabra cuantas veces fuera preciso.
La razón de estado, la justificación de los medios por el fin vuelven a proyectar hoy su alargada sombra. No es ahora el máximo exponente del Renacimiento político quien hace de ellos su divisa, sino el que, quizá, es el más mínimo de los gobernantes europeos.
Cansados ya de ser desmentidos día tras día, hartos de buscar explicaciones a lo inexplicable (hablo de todos aquellos que porfiaban que si Batasuna volvía a la escena política “será porque cumpla las condiciones"), aquellos que profesan adhesión inquebrantable al Presidente se acogen a la ultima ratio, a que el fin justifica los medios. Al fin y al cabo, Batasuna va a ser involucrada en el “proceso”, ¿qué más da cuándo se haga? ¿A qué viene tanto miramiento y tanto remilgo? Es cierto, por una parte, que todos podíamos dejarnos ya de zarandajas, porque todos sabemos adónde vamos. Por tanto, los unos podían dejarse ya de disimulos y los otros dejarse de “esperas expectantes”, “votos de confianza” y “beneficios de la duda”.
Pero los que así piensan, los que creen que merece la pena poner en el empeño lo que sea menester, incluso el propio estado de derecho, si es por el superior fin de la paz yerran, y yerran gravemente, a mi juicio. José Luis Rodríguez Zapatero no es Fernando el Católico.
No lo es, en primer lugar, porque no ocupan las mismas posiciones. Por desgracia para él, el gobernante democrático no está en el mismo plano que el autócrata medieval. Fernando el Católico hacía las leyes, Zapatero debe obedecerlas. Aunque el Presidente piense lo contrario, no está investido de un poder omnímodo. No tiene el poder de decidir qué es el bien y qué es el mal. No es quién para definir el bien supremo ni, por tanto, es quién para orientar a ese bien los esfuerzos de los demás. Lo que los españoles entienden por "bien" campea en el Preámbulo de nuestra Constitución. Ninguna "paz" incompatible con esa noción es aceptable, por más que a quien no tiene poder para decidir tal cosa se lo parezca.
La razón de estado es incompatible con la democracia porque el gobernante democrático no está libre de toda moral ni de toda constricción. No le es lícito redefinir la ley en función de sus objetivos, sino que debe definir sus objetivos en función de la ley. Si algo caracteriza a la democracia es que, por fortuna, sí existe en ella diferencia entre cortar y desatar. Como bien le recordaba no sé quién a nuestro mínimo, la esencia de la democracia no es la cintura, sino el respeto por la ley (inciso: obsérvense, en la frase sobre la cintura, la banalidad, la insustancialidad y, al tiempo, la infinita peligrosidad del tipo).
Pero, y este segundo grupo de razones agradará más a los pragmáticos –nombre con el que se presentan en sociedad, además de los pragmáticos stricto sensu, los carentes de principios- es que el acogerse a la ley y el respeto de los tiempos es también una baza de negociación. O, dicho de otro modo, Zapatero no es Fernando el Católico porque es infinitamente más torpe que él.
Obviado el derecho, arrumbada la moral, aún quedan las reglas del ajedrez y la táctica que aconsejan no dar bazas al adversario. ¿Está seguro el Presidente de que sus movimientos recientes le van a dar réditos en el medio plazo? Lo malo de caer en el primer envite es que uno queda en mala posición para los que vengan después. Zapatero ha caído en el primer envite. Ha dado pasos sin exigir nada tangible a cambio y, en la primera baza, ha cedido todos los triunfos.
La razón de estado, la justificación del fin por los medios son, pues, inmorales e indeseables. Pero, si se usan, hay que hacerlo con tino. No recuerdo si Maquiavelo lo dejó escrito, pero se deduce bien de su obra. Dejó dicho que el Príncipe puede permitirse lujos que no les son dados a los que se hallan constreñidos por la moral. A cambio, no se le permite el error. A cambio, ha de renunciar a la piedad.
El Rey Católico hizo del “tanto monta” su divisa –cuyo origen es éste, y no la pretendida, y por lo demás cierta, igualdad de rey y reina en los reinos respectivos (sea considerada “otra nos” en nuestros reinos, dejó dicho el de Sos, mandando se obedeciera a Isabel como a él mismo en las tierras de la Corona de Aragón)-, convirtiéndose en el campeón de Maquiavelo, en el príncipe renacentista por excelencia. Al amparo del “tanto monta” guerreó, hizo paces, apañó casorios y se desdijo de su palabra cuantas veces fuera preciso.
La razón de estado, la justificación de los medios por el fin vuelven a proyectar hoy su alargada sombra. No es ahora el máximo exponente del Renacimiento político quien hace de ellos su divisa, sino el que, quizá, es el más mínimo de los gobernantes europeos.
Cansados ya de ser desmentidos día tras día, hartos de buscar explicaciones a lo inexplicable (hablo de todos aquellos que porfiaban que si Batasuna volvía a la escena política “será porque cumpla las condiciones"), aquellos que profesan adhesión inquebrantable al Presidente se acogen a la ultima ratio, a que el fin justifica los medios. Al fin y al cabo, Batasuna va a ser involucrada en el “proceso”, ¿qué más da cuándo se haga? ¿A qué viene tanto miramiento y tanto remilgo? Es cierto, por una parte, que todos podíamos dejarnos ya de zarandajas, porque todos sabemos adónde vamos. Por tanto, los unos podían dejarse ya de disimulos y los otros dejarse de “esperas expectantes”, “votos de confianza” y “beneficios de la duda”.
Pero los que así piensan, los que creen que merece la pena poner en el empeño lo que sea menester, incluso el propio estado de derecho, si es por el superior fin de la paz yerran, y yerran gravemente, a mi juicio. José Luis Rodríguez Zapatero no es Fernando el Católico.
No lo es, en primer lugar, porque no ocupan las mismas posiciones. Por desgracia para él, el gobernante democrático no está en el mismo plano que el autócrata medieval. Fernando el Católico hacía las leyes, Zapatero debe obedecerlas. Aunque el Presidente piense lo contrario, no está investido de un poder omnímodo. No tiene el poder de decidir qué es el bien y qué es el mal. No es quién para definir el bien supremo ni, por tanto, es quién para orientar a ese bien los esfuerzos de los demás. Lo que los españoles entienden por "bien" campea en el Preámbulo de nuestra Constitución. Ninguna "paz" incompatible con esa noción es aceptable, por más que a quien no tiene poder para decidir tal cosa se lo parezca.
La razón de estado es incompatible con la democracia porque el gobernante democrático no está libre de toda moral ni de toda constricción. No le es lícito redefinir la ley en función de sus objetivos, sino que debe definir sus objetivos en función de la ley. Si algo caracteriza a la democracia es que, por fortuna, sí existe en ella diferencia entre cortar y desatar. Como bien le recordaba no sé quién a nuestro mínimo, la esencia de la democracia no es la cintura, sino el respeto por la ley (inciso: obsérvense, en la frase sobre la cintura, la banalidad, la insustancialidad y, al tiempo, la infinita peligrosidad del tipo).
Pero, y este segundo grupo de razones agradará más a los pragmáticos –nombre con el que se presentan en sociedad, además de los pragmáticos stricto sensu, los carentes de principios- es que el acogerse a la ley y el respeto de los tiempos es también una baza de negociación. O, dicho de otro modo, Zapatero no es Fernando el Católico porque es infinitamente más torpe que él.
Obviado el derecho, arrumbada la moral, aún quedan las reglas del ajedrez y la táctica que aconsejan no dar bazas al adversario. ¿Está seguro el Presidente de que sus movimientos recientes le van a dar réditos en el medio plazo? Lo malo de caer en el primer envite es que uno queda en mala posición para los que vengan después. Zapatero ha caído en el primer envite. Ha dado pasos sin exigir nada tangible a cambio y, en la primera baza, ha cedido todos los triunfos.
La razón de estado, la justificación del fin por los medios son, pues, inmorales e indeseables. Pero, si se usan, hay que hacerlo con tino. No recuerdo si Maquiavelo lo dejó escrito, pero se deduce bien de su obra. Dejó dicho que el Príncipe puede permitirse lujos que no les son dados a los que se hallan constreñidos por la moral. A cambio, no se le permite el error. A cambio, ha de renunciar a la piedad.
2 Comments:
xsdf gsfda
By Anónimo, at 12:48 p. m.
"...un Anónimo Francés escribió pocos años ha, que habiéndosele dicho al Rey Don Fernando el Católico, que Luis Duodécimo de Francia se quejaba de él, que le había engañado dos veces, respondió: Por Dios que miente el Francés, que no le he engañado dos veces, sino diez." (Feijoo).
ZP no será Fernando II, pero el hombre lo intenta.
Por cierto, me da la sensación de que un presidente de gobierno en un régimen parlamentario tiene más fácil cambiar la ley que un rey del siglo XV.
By Marzo, at 10:40 p. m.
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