MONTENEGRO COMO PRECEDENTE
Interesante análisis de Mira Milosevich, profesora del Instituto Ortega y Gasset, sobre el referéndum de Montenegro (véase aquí) y sus más que probables ecos en España –no sé por qué digo “probables”, hoy mismo, en otro diario, Juanjo arrima al ascua su sardina-.
De las reflexiones de Milosevich se deduce que el proceso que viene teniendo lugar en la ex Yugoslavia, del que el referéndum montenegrino no es más que otro episodio y, sin duda, no el último, es un verdadero sinsentido. El proceso de fraccionamiento de una estado más o menos viable en una pléyade de repúblicas pequeñas e inestables es un puro disparate. Lo que ocurre es que todo es relativo, claro, y vistas las formas que, hasta fecha reciente, han tenido los pueblos balcánicos de solventar sus diferencias, el recurso a un procedimiento incruento, aunque sea para hacer una soberana tontería, ha de ser saludado con alegría.
El proceso, por lo demás, está expresamente contemplado en la Constitución de la república que, al menos mientras escribo esto –son las 16.30 y hay posibilidades de que algún lector se asome a este artículo con una realidad diferente- siguen formando Serbia y Montenegro. Diversas cláusulas en los muy complejos encajes de bolillos jurídicos que rigen hoy la zona posibilitan fenómenos similares en el futuro inmediato con respecto a Kosovo, por ejemplo, y cabe albergar dudas sobre la futura integridad de Bosnia Herzegovina. En suma, puede considerarse que todo el status balcánico tiene un carácter provisional –salvo una Eslovenia que, arribada ya al seguro puerto de la UE y próxima al euro, no parece tener motivos para inquietarse por la estabilidad de sus fronteras.
Ni que decir tiene que el proceso está marcado por la característica asimetría que suele presidir estas cosas, es decir, si gana el “sí”, Montenegro iniciará su aventura en solitario pero, si gana el “no” habrá otra consulta en tres años. Un prodigio de inteligencia política, vamos.
Milosevich ha caído en la cuenta de que son de esperar reflejos en España. Algunos querrán ver en el referéndum montenegrino, y están viendo ya, de hecho, la prueba del nueve de que estas cosas son posibles en Europa, esto es, que es falaz el argumento de que Europa no permitiría que semejante cosa ocurriera en España, por ejemplo. Conste que hubo quien, en efecto, manejó estas ideas en el referéndum de la Constitución Europea, invitándonos a apoyar el engendro de Giscard porque suponía un aval de nuestras fronteras.
Los Otegi y compañía van un poquito deprisa, me temo. Como bien apunta la profesora Milosevich, una cosa es Europa en sentido amplio y otra bien diferente la UE. Cabría matizar, por otra parte, que una cosa son ciertas zonas de Europa y otra bien diferente las regiones occidentales, en las que las fronteras han sido grosso modo, estables durante quinientos años.
El episodio yugoslavo o la desintegración de la Unión Soviética no pueden ser tomados como precedentes para fenómenos similares en Occidente, por una multitud de razones. La primera y más evidente es que, salvo las repúblicas caucásicas, los estados nacidos de la desintegración de las potencias comunistas fueron, ya en su día, estados independientes. Algunos, hasta miembros de la ONU. Por tanto, los procesos secesionistas –y sin que esto venga, en absoluto, a avalar su razonabilidad- reintegran, más que crean ex novo.
En otro orden de cosas, el status quo yugoslavo no deja de ser el precipitado inestable de un conflicto bélico, o una colección de ellos, aún no resuelto. Esta es la razón de que la constitución de Serbia y Montenegro prevea expresamente la secesión, cosa que no hace casi ninguna otra en el mundo. Afortunadamente, el actual mapa de España no deriva de una guerra interétnica, aunque algunos piensen lo contrario, y solo los alucinados como Maragall pueden pensar que nuestro sistema constitucional nació con vocación de transitoriedad (otra cosa es que esté mal diseñado).
Así pues, rige en este rincón del mundo en el que, pese a su evidente incomodidad (alguno parece que querría ver la Concha bañada por el Báltico o el Adriático), han ido a caer los vascos, en toda su plenitud, el principio de estabilidad de las fronteras. Los estados europeos, como todos los signatarios del Tratado de las Naciones Unidas, están obligados a respetar la integridad territorial de los demás estados y a no favorecer operaciones secesionistas, por lo demás poco convenientes a sus intereses.
Sí que es cierto, no obstante, que conviene no sobrevalorar estas cuestiones. Es evidente que la Unión Europea apoyará al estado español en su intento por preservar su integridad territorial y que ningún estado europeo tiene mayor interés en que España se desintegre –sobre todo mientras esté regida por tipos como Zapatero que ya ponen de su parte lo que pueden para que nuestro país no sea un competidor serio para nadie.
Pero –y la experiencia de Perejil algo enseña de esto, a muy pequeña pero significativa escala- tampoco la UE va a impedir, sin más, el suicidio de los españoles. Si nos empeñamos en tirarnos por un barranco, nadie va a impedírnoslo. Si alguna vez la preservación de la integridad territorial de España y su estabilidad fueron un objetivo estratégico por el que mereciera la pena desarrollar algún tipo de actuación positiva –no meramente avalar las acciones de los propios gobiernos españoles-, me temo que ese tiempo pasó.
Nuestro vecino del norte, sin ir más lejos, sabría muy bien cómo hacer frente al “problema vasco”, incluso en el supuesto de que el País Vasco español se proclamase independiente y con Navarra anexionada (de hecho, obsérvese cómo la reivindicación de Iparralde tiene un tono mucho menos elevado, proporcional a la blandura que se espera encontrar en el interlocutor).A quien intente romper la unidad de la república francesa le esperan la ilegalización –por ese solo hecho- y la cárcel, estímulos todos ellos más que suficientes como para que el secesionismo no cruce los Pirineos.
Es obvio que los demás europeos prefieren la estabilidad al caos, y que lo último que querrían es tener otros Balcanes en el extremo occidental. Pero la historia demuestra que meterse en querellas estúpidas no da buenos resultados. Por tanto, no cabe esperar que nadie venga a salvarnos de nuestra propia imbecilidad.
De las reflexiones de Milosevich se deduce que el proceso que viene teniendo lugar en la ex Yugoslavia, del que el referéndum montenegrino no es más que otro episodio y, sin duda, no el último, es un verdadero sinsentido. El proceso de fraccionamiento de una estado más o menos viable en una pléyade de repúblicas pequeñas e inestables es un puro disparate. Lo que ocurre es que todo es relativo, claro, y vistas las formas que, hasta fecha reciente, han tenido los pueblos balcánicos de solventar sus diferencias, el recurso a un procedimiento incruento, aunque sea para hacer una soberana tontería, ha de ser saludado con alegría.
El proceso, por lo demás, está expresamente contemplado en la Constitución de la república que, al menos mientras escribo esto –son las 16.30 y hay posibilidades de que algún lector se asome a este artículo con una realidad diferente- siguen formando Serbia y Montenegro. Diversas cláusulas en los muy complejos encajes de bolillos jurídicos que rigen hoy la zona posibilitan fenómenos similares en el futuro inmediato con respecto a Kosovo, por ejemplo, y cabe albergar dudas sobre la futura integridad de Bosnia Herzegovina. En suma, puede considerarse que todo el status balcánico tiene un carácter provisional –salvo una Eslovenia que, arribada ya al seguro puerto de la UE y próxima al euro, no parece tener motivos para inquietarse por la estabilidad de sus fronteras.
Ni que decir tiene que el proceso está marcado por la característica asimetría que suele presidir estas cosas, es decir, si gana el “sí”, Montenegro iniciará su aventura en solitario pero, si gana el “no” habrá otra consulta en tres años. Un prodigio de inteligencia política, vamos.
Milosevich ha caído en la cuenta de que son de esperar reflejos en España. Algunos querrán ver en el referéndum montenegrino, y están viendo ya, de hecho, la prueba del nueve de que estas cosas son posibles en Europa, esto es, que es falaz el argumento de que Europa no permitiría que semejante cosa ocurriera en España, por ejemplo. Conste que hubo quien, en efecto, manejó estas ideas en el referéndum de la Constitución Europea, invitándonos a apoyar el engendro de Giscard porque suponía un aval de nuestras fronteras.
Los Otegi y compañía van un poquito deprisa, me temo. Como bien apunta la profesora Milosevich, una cosa es Europa en sentido amplio y otra bien diferente la UE. Cabría matizar, por otra parte, que una cosa son ciertas zonas de Europa y otra bien diferente las regiones occidentales, en las que las fronteras han sido grosso modo, estables durante quinientos años.
El episodio yugoslavo o la desintegración de la Unión Soviética no pueden ser tomados como precedentes para fenómenos similares en Occidente, por una multitud de razones. La primera y más evidente es que, salvo las repúblicas caucásicas, los estados nacidos de la desintegración de las potencias comunistas fueron, ya en su día, estados independientes. Algunos, hasta miembros de la ONU. Por tanto, los procesos secesionistas –y sin que esto venga, en absoluto, a avalar su razonabilidad- reintegran, más que crean ex novo.
En otro orden de cosas, el status quo yugoslavo no deja de ser el precipitado inestable de un conflicto bélico, o una colección de ellos, aún no resuelto. Esta es la razón de que la constitución de Serbia y Montenegro prevea expresamente la secesión, cosa que no hace casi ninguna otra en el mundo. Afortunadamente, el actual mapa de España no deriva de una guerra interétnica, aunque algunos piensen lo contrario, y solo los alucinados como Maragall pueden pensar que nuestro sistema constitucional nació con vocación de transitoriedad (otra cosa es que esté mal diseñado).
Así pues, rige en este rincón del mundo en el que, pese a su evidente incomodidad (alguno parece que querría ver la Concha bañada por el Báltico o el Adriático), han ido a caer los vascos, en toda su plenitud, el principio de estabilidad de las fronteras. Los estados europeos, como todos los signatarios del Tratado de las Naciones Unidas, están obligados a respetar la integridad territorial de los demás estados y a no favorecer operaciones secesionistas, por lo demás poco convenientes a sus intereses.
Sí que es cierto, no obstante, que conviene no sobrevalorar estas cuestiones. Es evidente que la Unión Europea apoyará al estado español en su intento por preservar su integridad territorial y que ningún estado europeo tiene mayor interés en que España se desintegre –sobre todo mientras esté regida por tipos como Zapatero que ya ponen de su parte lo que pueden para que nuestro país no sea un competidor serio para nadie.
Pero –y la experiencia de Perejil algo enseña de esto, a muy pequeña pero significativa escala- tampoco la UE va a impedir, sin más, el suicidio de los españoles. Si nos empeñamos en tirarnos por un barranco, nadie va a impedírnoslo. Si alguna vez la preservación de la integridad territorial de España y su estabilidad fueron un objetivo estratégico por el que mereciera la pena desarrollar algún tipo de actuación positiva –no meramente avalar las acciones de los propios gobiernos españoles-, me temo que ese tiempo pasó.
Nuestro vecino del norte, sin ir más lejos, sabría muy bien cómo hacer frente al “problema vasco”, incluso en el supuesto de que el País Vasco español se proclamase independiente y con Navarra anexionada (de hecho, obsérvese cómo la reivindicación de Iparralde tiene un tono mucho menos elevado, proporcional a la blandura que se espera encontrar en el interlocutor).A quien intente romper la unidad de la república francesa le esperan la ilegalización –por ese solo hecho- y la cárcel, estímulos todos ellos más que suficientes como para que el secesionismo no cruce los Pirineos.
Es obvio que los demás europeos prefieren la estabilidad al caos, y que lo último que querrían es tener otros Balcanes en el extremo occidental. Pero la historia demuestra que meterse en querellas estúpidas no da buenos resultados. Por tanto, no cabe esperar que nadie venga a salvarnos de nuestra propia imbecilidad.
1 Comments:
Es evidente que no existe paralelismo alguno entre Montenegro y Cataluña o el País Vasco. Si no fuera tan ridícula me asustaría la comparación de la Península Ibérica con una región tan asediada por la guerra y complictos étnicos como los Balcanes.
By J. Perez-Ramos, at 10:59 a. m.
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