ELLOS NO DESCANSAN
Alrededor del zapaterismo hay un cierto aire cómico. El esperpento en que se ha convertido nuestro día a día, el dadaísmo político, el sinsentido sistemático, todo esto tiene un algo de comedia que no es posible ignorar. Máxime si se mezcla con esa actitud buenista que induce mucho a confusión. Vamos que, si nos descuidamos, podríamos terminar riéndonos de las gracias de lo que, a fin de cuentas, son unos chicos algo despistados.
Pero nada más lejos de la realidad. La era ZP no sólo no ha corregido la vena priísta de ese complejo político-mediático que forma la única izquierda realmente existente, sino que la ha exacerbado. El zapaterismo es, no nos engañemos, algo peor que el felipismo. Se pasa del primero al segundo mediante la remoción de los últimos frenos morales.
En este sentido, algunos harían bien en caer en la cuenta de a qué se están enfrentando, sobre todo porque los últimos acontecimientos no invitan a la tranquilidad. El procesamiento y condena de los policías que detuvieron indebidamente a dos militantes del Partido Popular no les ha sentado nada bien. No por el hecho en sí, claro –no es que les importe la suerte de los agentes encarcelados, ni que alberguen reservas sobre la calidad jurídica de la sentencia- sino por lo que tiene de rebelión de la justicia. Si el Poder Judicial era, ha sido siempre, delenda, por su resistencia a aceptar la teoría de la unidad absoluta del poder y la mayoría como principio legitimador de la ocupación plena del mismo (de todas sus fuentes y manifestaciones), mucho más cuando se permite el lujo de dar semejantes disgustos.
Hay más signos, claro. ¿Otra muestra de talante? El eslogan de campaña que pretenden emplear en el referéndum de Cataluña. Algo así como “el PP utilizará tu NO contra Cataluña”. De mal gusto, barriobajero y, posiblemente, ilegal. Pero, en todo caso, marca de la casa. Sólo puede sorprender a quienes muestran, a estas alturas, una capacidad infinita para ser sorprendidos.
Y es que, aunque buena parte del PP parezca no haberse dado cuenta todavía, estamos en mitad del partido. Y esto es la final. En estos momentos, nos estamos jugando nada menos que el modelo de democracia para los próximos, bastantes, años. El PSOE, lisa y llanamente, no quiere que la derecha representada por el PP forme parte de ese futuro, y va a aplicarse con todas sus fuerzas a lograrlo. A partir de ahí, cualquier cosa es posible. Hay quien gusta de ver en Rubalcaba el rostro de este planteamiento. Creo que es exagerar. El ministro del Interior es pieza indispensable del entramado, pero no es más que eso, su cara y ojos. Se trata de algo mucho más hondo. Se trata de una actitud enraizada en el Partido, en sus cuadros y en su militancia. Una convicción profunda sobre la existencia de una especie de derecho de propiedad inalienable sobre la democracia española. Buena parte de ese mundo cree, a pies juntillas, que el discrepante –sea votante de la derecha, juez en ejercicio, periodista o humilde blogger- es antidemocrático por el mero hecho de serlo.
Insisto en que nada es casual. Así como el recrudecimiento de la ofensiva nacionalista ha venido a coincidir, nada sorprendentemente, con el agotamiento del proceso estatutario –esto es, con la realización plena de los estatutos, con la finalización del proceso de transferencias y, por tanto, con la apertura de una fase caracterizada por la necesidad de gestionar y de hacerse responsable de lo gestionado, en detrimento de la reivindicación y el victimismo- y con ciertos acontecimientos internacionales de relevancia (inciso: otro día hablamos de Montenegro y algunos antecedentes), el impulso decidamente neopriísta del socialismo obedece al agotamiento del modelo de la Transición, desde el punto de vista de la izquierda.
Lo hemos comentado en otras ocasiones. La Transición española dejó, en efecto, un país “sociológicamente de izquierdas”, esto es, un país profundamente franquista en las mentalidades y en lo social –por tanto, con increíble facilidad para transitar sin tensiones hacia el modelo de estado del socialismo-, carente de cultura democrática y presto a conceder a la supuesta oposición (los de los 40 años de vacaciones, a decir del PCE) la vitola de tarro de las esencias de la verdadera legitimidad. Pero esto –siquiera por elementales razones biológicas- no puede durar siempre, y la mayoría absoluta del Partido Popular fue un aviso demasiado fuerte como para ignorarlo. La alternancia política es, para la mentalidad de algunos, un hecho ya de por sí indeseable, con lo que una mayoría reforzada del contrario les produce un entusiasmo perfectamente descriptible.
Pueden ser muchas cosas, pero no tontos. Y son del todo conscientes de que los fundamentos de la hegemonía socialista se han ido erosionando, entre otras cosas por el simple paso del tiempo. Dejada a sus propias fuerzas y sin sobresaltos, existía –aún existe, gracias al Cielo- el riesgo de que España evolucionara hacia una democracia de alternancia normal, con una dialéctica izquierda-derecha también normal. Un escenario intolerable y que se pretende evitar, por todos los medios. El socialismo español es jugador de ventaja (como tantos otros en este país) y no quiere, bajo ningún concepto, verse en una competencia con igualdad de armas.
Rubalcaba y su gente no descansan. No pueden descansar, para su desgracia. Aun podrido de gallardones y arriolas, el Partido Popular se niega a disolverse como un azucarillo, se niega a asumir su papel de comparsa –el que durante muchos, muchos años, correspondió a los otros partidos mexicanos distintos del PRI- y se resiste como gato panza arriba. Muestra, además, un suelo electoral bastante berroqueño. Da trabajo. Pero esto es lo de menos. Lo de más es que existe todo un coro de discrepantes a los que está siendo muy difícil acallar. Toda una parte de la sociedad española ha ganado su emancipación, tras mucho esfuerzo, y no se resigna a perderla. Empieza a haber, incluso, quien desde la izquierda dice que ya está bien de tanto esperpento, quien no quiere seguir comulgando con ruedas de molino.
Por todo ello, si son siempre de temer, ahora lo son mucho más. Porque se están jugando el pan nuestro de cada día. Se están jugando el futuro. Si el socialismo es expulsado otra vez del poder, ni siquiera la estupidez infinita de mucha derecha con síndrome de Estocolmo les salvaría. Se cae el tinglado. Como la carroza de cenicienta, el régimen deja de ser tal. El PSOE se vuelve un simple partido, El País un simple periódico, la SER una simple cadena de radio, Jueces para la Democracia una simple asociación judicial –por lo demás un tanto marginal y ya muy sobrerrepresentada- y, el Jesús del Gran Poder un señor más en la nómina de ricachones.
Mucho más listo que sus oponentes, Rubalcaba no descansa. No se deja seducir por cantos de sirena. Sabe que la cosa no está resuelta, ni mucho menos. Por eso se emplea a fondo. Él sí que sabe.
Pero nada más lejos de la realidad. La era ZP no sólo no ha corregido la vena priísta de ese complejo político-mediático que forma la única izquierda realmente existente, sino que la ha exacerbado. El zapaterismo es, no nos engañemos, algo peor que el felipismo. Se pasa del primero al segundo mediante la remoción de los últimos frenos morales.
En este sentido, algunos harían bien en caer en la cuenta de a qué se están enfrentando, sobre todo porque los últimos acontecimientos no invitan a la tranquilidad. El procesamiento y condena de los policías que detuvieron indebidamente a dos militantes del Partido Popular no les ha sentado nada bien. No por el hecho en sí, claro –no es que les importe la suerte de los agentes encarcelados, ni que alberguen reservas sobre la calidad jurídica de la sentencia- sino por lo que tiene de rebelión de la justicia. Si el Poder Judicial era, ha sido siempre, delenda, por su resistencia a aceptar la teoría de la unidad absoluta del poder y la mayoría como principio legitimador de la ocupación plena del mismo (de todas sus fuentes y manifestaciones), mucho más cuando se permite el lujo de dar semejantes disgustos.
Hay más signos, claro. ¿Otra muestra de talante? El eslogan de campaña que pretenden emplear en el referéndum de Cataluña. Algo así como “el PP utilizará tu NO contra Cataluña”. De mal gusto, barriobajero y, posiblemente, ilegal. Pero, en todo caso, marca de la casa. Sólo puede sorprender a quienes muestran, a estas alturas, una capacidad infinita para ser sorprendidos.
Y es que, aunque buena parte del PP parezca no haberse dado cuenta todavía, estamos en mitad del partido. Y esto es la final. En estos momentos, nos estamos jugando nada menos que el modelo de democracia para los próximos, bastantes, años. El PSOE, lisa y llanamente, no quiere que la derecha representada por el PP forme parte de ese futuro, y va a aplicarse con todas sus fuerzas a lograrlo. A partir de ahí, cualquier cosa es posible. Hay quien gusta de ver en Rubalcaba el rostro de este planteamiento. Creo que es exagerar. El ministro del Interior es pieza indispensable del entramado, pero no es más que eso, su cara y ojos. Se trata de algo mucho más hondo. Se trata de una actitud enraizada en el Partido, en sus cuadros y en su militancia. Una convicción profunda sobre la existencia de una especie de derecho de propiedad inalienable sobre la democracia española. Buena parte de ese mundo cree, a pies juntillas, que el discrepante –sea votante de la derecha, juez en ejercicio, periodista o humilde blogger- es antidemocrático por el mero hecho de serlo.
Insisto en que nada es casual. Así como el recrudecimiento de la ofensiva nacionalista ha venido a coincidir, nada sorprendentemente, con el agotamiento del proceso estatutario –esto es, con la realización plena de los estatutos, con la finalización del proceso de transferencias y, por tanto, con la apertura de una fase caracterizada por la necesidad de gestionar y de hacerse responsable de lo gestionado, en detrimento de la reivindicación y el victimismo- y con ciertos acontecimientos internacionales de relevancia (inciso: otro día hablamos de Montenegro y algunos antecedentes), el impulso decidamente neopriísta del socialismo obedece al agotamiento del modelo de la Transición, desde el punto de vista de la izquierda.
Lo hemos comentado en otras ocasiones. La Transición española dejó, en efecto, un país “sociológicamente de izquierdas”, esto es, un país profundamente franquista en las mentalidades y en lo social –por tanto, con increíble facilidad para transitar sin tensiones hacia el modelo de estado del socialismo-, carente de cultura democrática y presto a conceder a la supuesta oposición (los de los 40 años de vacaciones, a decir del PCE) la vitola de tarro de las esencias de la verdadera legitimidad. Pero esto –siquiera por elementales razones biológicas- no puede durar siempre, y la mayoría absoluta del Partido Popular fue un aviso demasiado fuerte como para ignorarlo. La alternancia política es, para la mentalidad de algunos, un hecho ya de por sí indeseable, con lo que una mayoría reforzada del contrario les produce un entusiasmo perfectamente descriptible.
Pueden ser muchas cosas, pero no tontos. Y son del todo conscientes de que los fundamentos de la hegemonía socialista se han ido erosionando, entre otras cosas por el simple paso del tiempo. Dejada a sus propias fuerzas y sin sobresaltos, existía –aún existe, gracias al Cielo- el riesgo de que España evolucionara hacia una democracia de alternancia normal, con una dialéctica izquierda-derecha también normal. Un escenario intolerable y que se pretende evitar, por todos los medios. El socialismo español es jugador de ventaja (como tantos otros en este país) y no quiere, bajo ningún concepto, verse en una competencia con igualdad de armas.
Rubalcaba y su gente no descansan. No pueden descansar, para su desgracia. Aun podrido de gallardones y arriolas, el Partido Popular se niega a disolverse como un azucarillo, se niega a asumir su papel de comparsa –el que durante muchos, muchos años, correspondió a los otros partidos mexicanos distintos del PRI- y se resiste como gato panza arriba. Muestra, además, un suelo electoral bastante berroqueño. Da trabajo. Pero esto es lo de menos. Lo de más es que existe todo un coro de discrepantes a los que está siendo muy difícil acallar. Toda una parte de la sociedad española ha ganado su emancipación, tras mucho esfuerzo, y no se resigna a perderla. Empieza a haber, incluso, quien desde la izquierda dice que ya está bien de tanto esperpento, quien no quiere seguir comulgando con ruedas de molino.
Por todo ello, si son siempre de temer, ahora lo son mucho más. Porque se están jugando el pan nuestro de cada día. Se están jugando el futuro. Si el socialismo es expulsado otra vez del poder, ni siquiera la estupidez infinita de mucha derecha con síndrome de Estocolmo les salvaría. Se cae el tinglado. Como la carroza de cenicienta, el régimen deja de ser tal. El PSOE se vuelve un simple partido, El País un simple periódico, la SER una simple cadena de radio, Jueces para la Democracia una simple asociación judicial –por lo demás un tanto marginal y ya muy sobrerrepresentada- y, el Jesús del Gran Poder un señor más en la nómina de ricachones.
Mucho más listo que sus oponentes, Rubalcaba no descansa. No se deja seducir por cantos de sirena. Sabe que la cosa no está resuelta, ni mucho menos. Por eso se emplea a fondo. Él sí que sabe.
2 Comments:
Amo a Esperanza (Aguirre), pero esperaré hasta el matrimonio.
By Anónimo, at 5:31 p. m.
Importa bastante la talla moral e intelectual del ciudadano medio.
Decía Hitler que los discursos, para subyugar a las masas, tenían que estar escritos para que los entendiese el más tonto de los oyentes, por lo que debían ser muy directos y muy simples. La propaganda siempre se dirige a los más bobos.
Esperemos que el despertar ciudadano movilice a cada vez mayor número de ciudadanos, y que muchos dejen de soñar en demolandia, de experimentar la fantasía de una opulencia ficticia siempre renovable.
By Nomotheta, at 6:05 p. m.
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