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jueves, mayo 04, 2006

O ZABALETA, O MÚGICA

Las famosas declaraciones de Gemma Zabaleta acerca de las posibles alianzas de futuro me resultaron repugnantes, como a tanta otra gente. Pero lo verdaderamente llamativo han sido las reacciones en el mundo socialista.

Reacciones, en algunos casos, que mueven a la compasión, como la de Rubén Múgica, que llegó a pedir que Zabaleta fuera expulsada del Partido. Mueven a compasión porque es perfectamente imaginable el desgarro interno al que gente como Múgica o muchos otros socialistas de bien, auténticamente martirizados durante años y años por los actuales “campeones de la paz” se están viendo sometidos. Para ellos, por razones ya no sólo ideológicas, sino estrictamente afectivas, el Partido Socialista es el hogar de toda una vida, la casa que contribuyeron a fundar y a engrandecer sus mayores. Pero Múgica, como Díez, como otros, deben afrontar la realidad, y esa realidad no debe conducir a la expulsión de Zabaleta sino, más bien, a que sean ellos los que, en su caso, abandonen la organización. Porque son ellos los extraños –los extrañados, más bien- y, en todo caso, los contestatarios.

Otras son, simplemente, patéticas, cuando no absolutamente indignantes, como los desmentidos de Pepiño Blanco. En realidad, no sé por qué se molestan. Hayan o no pactado con Batasuna –sea o no cierto, en estos momentos, lo que Zabaleta dice- lo importante es que buena parte de los españoles lo cree perfectamente posible. En realidad, Zapatero ha logrado dividir a la sociedad en dos grupos, partiendo de lo anterior: aquellos a los que no les importa y aquellos a los que sí. Los primeros no necesitan, realmente, las explicaciones de Pepiño Blanco, porque no tendrán mayor inconveniente en aceptar lo que venga. Los segundos, jamás aceptarán esas explicaciones.

En otro orden de cosas, y salvando las distancias, los habituales “disidentes” (siempre antes de las votaciones, nunca después) podían ahorrarse el simulacro de polémica en torno a asuntos tan abochornantes como la calificación de Andalucía en su propio estatuto. Es posible que el paripé les venga impuesto por su propia conciencia, pero sólo hacen el ridículo. Todo el mundo sabe que, a la hora de la verdad, Andalucía será “realidad nacional” o lo que sea menester, en función de necesidades que poco, o nada, tienen que ver con la propia Andalucía. Y, de nuevo, los españoles en general y los andaluces en particular se dividirán en dos grupos: aquellos a los que no les importa en absoluto este debate y aquellos a los que sí. Los primeros no tienen ningún interés en las reflexiones de algunos egregios socialistas, porque les son innecesarias –apoyarán cualquier cosa que traiga el marchamo de su partido o, simplemente, ignorarán el asunto-, ante los segundos, esas reflexiones sólo pueden aumentar su descrédito.

Tristemente, la desaparición de toda guía, de todo principio, de todo norte, la negación de la “política del siglo XX”, en suma, ha simplificado las cosas hasta extremos inaceptables: o se está con el Presidente, o se está contra él. Así de duro. Porque no hay, ni habrá, explicaciones ni seguridades. Sencillamente porque no existen. Quienes quieran seguir adheridos al proyecto socialista harán bien en ir arrumbando viejas seguridades y frases rotundas.

El consenso del 78 garantizaba, hasta no hace mucho, que la división izquierda-derecha en España, como en todas partes, era de un cariz limitado, sobre aspectos concretos –no importa cuán trascendentes- y, por tanto, tenía sentido un esfuerzo de convicción del otro. Las explicaciones eran pertinentes, tenían su lugar en el juego, aun cuando la mayor parte de las veces cayeran en saco roto. En el nuevo régimen, la discrepancia es axiológica, de valores, fundamental. Carece, pues, de sentido que se pierda el tiempo en explicarnos a los disidentes –incluidos los socialistas díscolos a los que sólo les queda la disyuntiva de tragar o no tragar- lo que no es que no entendamos, sino que no compartimos en absoluto. La frontera entre quienes se muestran dispuestos a formar un gobierno con lo que salga de Batasuna, por ejemplo, y los que no, no es política. Es moral. Es una sima insalvable.

No es posible, por tanto, discutir dentro del modelo. Sólo es posible proponer un modelo alternativo. No hay transacción posible. O Zabaleta, o Múgica.