GALBRAITH Y REVEL
Tras el paréntesis del fin de semana largo, hay muchas cosas que comentar, muchos asuntos de interés, pero creo que no se puede dejar de hacer un alto en el camino para meditar un poco acerca de dos grandes pérdidas que, como si el destino se complaciera en mantener unas tablas eternas en el debate intelectual entre izquierda y derecha, acaecen a la vez: han muerto John Kenneth Galbraith y Jean François Revel.
Del canadiense-estadounidense se ocupa hoy, con dureza, Carlos Rodríguez Braun, en tercera del ABC. Convengo con Rodríguez Braun en el desacuerdo profundo con las opiniones de Galbraith, y estoy de acuerdo también en que no merecía el premio Nobel –sencillamente, porque la hondura de sus ideas y sus aportaciones a la ciencia económica no le hacían acreedor a él-, pero creo que, en la hora de su desaparición, quizá hubiera merecido alguna palabra amable o una crítica algo menos acerba. Especialmente desde España, donde pensamiento e izquierda parecen querer formar casi un oxímoron, donde la grosería, el exabrupto totalitario y, en general, la indigencia mental son marca de la casa –donde ese “pensamiento” parece querer reducirse a una patulea de “culturetas” caraduras, normalmente vinculados al mundo del espectáculo-, debemos valorar que, al menos, Gablraith nos entretuviera sin ofender a nuestra inteligencia, que no es poco y hace completamente injustas algunas comparaciones que he leído (inciso: sobre su entusiasmo por China, muy criticado por algunos colegas de Red Liberal, me temo que habría mucho que decir porque, a fecha de hoy, somos muy pocos –a derecha y a izquierda- los que no nos recatamos en denunciar insistentemente a ese país como la dictadura más monstruosa de la tierra; la regla parece ser, más bien, la del baboseo admirativo ante los logros del “gigante”).
Personalmente, recuerdo horas deliciosas pasadas con lecturas de Galbraith, que considero parte imprescindible de mi escaso bagaje intelectual. Ya digo, hoy pienso que andaba errado pero le estoy profundamente agradecido. No es necesario que me extienda más porque tampoco hace falta, estoy seguro de que recibirá muchos más parabienes de quienes jamás le han leído, pero les basta la etiqueta de economista “de izquierdas” para considerarle un titán .
El lector habitual de esta bitácora, conocedor de las querencias del autor, entenderá que me detenga más en la figura de Jean François Revel –cuya pérdida, por cierto, no parece ocupar en exceso a la prensa española-. Revel, un verdadero patriarca para la derecha francesa y europea, especialmente la derecha liberal, falleció en su casa de París, también este fin de semana.
Polemista, académico, profesor, ensayista, periodista y director de periódicos, filósofo, gastrónomo, enamorado de la lengua francesa, gran conocedor de España, el español y el mundo hispánico... Enemigo acérrimo del totalitarismo y bestia negra de la izquierda francesa. Todo eso fue Jean François Revel. Hasta humorista. Véase, si no, su “diario de fin de siglo” o de cómo describir un año en la vida francesa en un delicioso almanaque en el que sobresalen el ridículo, la estupidez permanente, el continuo estar en pose impuestos por una pseudocultura progre y un pensamiento débil que se apoderan de todo (las páginas dedicadas a la playa montada por el alcalde Delanoë en el Sena son de traca).
Su última obra la dedicó a la denuncia de la gran impostura, la desvergüenza de una izquierda que sigue ahí, dando lecciones de moralidad al mundo, liberticida como siempre y que nunca, jamás, parece arrepentida de nada ni pide perdón por nada. Muy al contrario, para la izquierda, un resultado desastroso de los postulados ideológicos propios sólo muestra la torpeza de los que los pusieron en práctica, pero nunca que esos postulados estuviesen errados. Este tipo de planteamientos no han desaparecido en absoluto: véase, a título de ejemplo, el experimento de la LOE en España. La hecatombe educativa de la LOGSE sólo prueba la falta de tino en su aplicación –achacable, por supuesto, a una derecha poco comprometida-, nunca que el planteamiento fuese un despropósito. Ya digo, esto sigue siendo así en todos los aspectos “indoloros” –esto es, sin traducción inmediata en agregados macroeconómicos y, por tanto, más difíciles de percibir por la ciudadanía- de la política.
Otro de los temas recurrentes de Revel, muy de actualidad, claro, es el del coste de la libertad. Imagino que habrá muerto muy preocupado por el espectáculo que hoy ofrece Francia, vivo ejemplo de los resultados de una pedagogía del “gratis total”. Francia, Europa y sus ciudadanos, ante la realidad dramática de que la conservación de las libertades exige, a veces, sacrificios, sólo saben esconder la cabeza bajo el ala.
Revel se ocupó mucho de España, y quiso ver en el socialismo felipista español un mal menor, una especie de socialdemocracia con cierto futuro, por el abandono total del marxismo. Hay que decir, claro, en su descargo que su término de comparación era nada menos que el engendro mitterandista. Me gustaría saber qué opinaría hoy del nuevo socialismo zapateril.
En suma, no se trata más que de la reedición de aquello que Revel combatió toda su vida. El monstruo liberticida, de raíz totalitaria, con su aspiración de ocupar la sociedad por completo. El partido –y sus terminales mediáticos- dispuesto a convertirse en trasunto mismo del estado (aunque para ello haya que alterar, incluso, el otro término de la comparación, esto es, cuartear el estado hasta que quede reducido al contorno dominable a perpetuidad por el partido). Pero esta vez se presenta con un ropaje ideológico más difuso, y quizá mucho más peligroso –algunos pensamos que el pensamiento fofo y el buenismo progres son más letales para la democracia liberal que el marxismo en estado puro, precisamente porque no lo parecen-: el del nihilismo, el de la ausencia de todo valor y todo principio, la carencia absoluta de todo límite y, por tanto, la licitud moral de cualquier maniobra –si se prefiere, una infinita capacidad de adaptación a cualquier escenario de manera que, pase lo que pase, se pueda seguir ocupando el poder-.
El Partido Popular español, si realmente tuviera el más mínimo interés en construir un discurso político digno de tal nombre, cosa que dudo, hallaría en Revel una fuente inagotable de inspiración. Ahí están las bases de una derecha liberal y laica, con una articulación potente y perfectamente capaz de hacer frente a una izquierda con los pies de barro. Pues bien, hasta la fecha, que yo sepa, sólo Esperanza Aguirre ha citado alguna vez expresamente a Revel. El resto, siguen en la inopia, donde Polanco les diga o, simplemente, haciendo cuanto pueden porque jamás haya un pensamiento español de derecha moderno y libre de ataduras.
El uno será siempre, para mí, un referente. El otro tiene un lugar en mis recuerdos. Descansen en paz, ambos.
Del canadiense-estadounidense se ocupa hoy, con dureza, Carlos Rodríguez Braun, en tercera del ABC. Convengo con Rodríguez Braun en el desacuerdo profundo con las opiniones de Galbraith, y estoy de acuerdo también en que no merecía el premio Nobel –sencillamente, porque la hondura de sus ideas y sus aportaciones a la ciencia económica no le hacían acreedor a él-, pero creo que, en la hora de su desaparición, quizá hubiera merecido alguna palabra amable o una crítica algo menos acerba. Especialmente desde España, donde pensamiento e izquierda parecen querer formar casi un oxímoron, donde la grosería, el exabrupto totalitario y, en general, la indigencia mental son marca de la casa –donde ese “pensamiento” parece querer reducirse a una patulea de “culturetas” caraduras, normalmente vinculados al mundo del espectáculo-, debemos valorar que, al menos, Gablraith nos entretuviera sin ofender a nuestra inteligencia, que no es poco y hace completamente injustas algunas comparaciones que he leído (inciso: sobre su entusiasmo por China, muy criticado por algunos colegas de Red Liberal, me temo que habría mucho que decir porque, a fecha de hoy, somos muy pocos –a derecha y a izquierda- los que no nos recatamos en denunciar insistentemente a ese país como la dictadura más monstruosa de la tierra; la regla parece ser, más bien, la del baboseo admirativo ante los logros del “gigante”).
Personalmente, recuerdo horas deliciosas pasadas con lecturas de Galbraith, que considero parte imprescindible de mi escaso bagaje intelectual. Ya digo, hoy pienso que andaba errado pero le estoy profundamente agradecido. No es necesario que me extienda más porque tampoco hace falta, estoy seguro de que recibirá muchos más parabienes de quienes jamás le han leído, pero les basta la etiqueta de economista “de izquierdas” para considerarle un titán .
El lector habitual de esta bitácora, conocedor de las querencias del autor, entenderá que me detenga más en la figura de Jean François Revel –cuya pérdida, por cierto, no parece ocupar en exceso a la prensa española-. Revel, un verdadero patriarca para la derecha francesa y europea, especialmente la derecha liberal, falleció en su casa de París, también este fin de semana.
Polemista, académico, profesor, ensayista, periodista y director de periódicos, filósofo, gastrónomo, enamorado de la lengua francesa, gran conocedor de España, el español y el mundo hispánico... Enemigo acérrimo del totalitarismo y bestia negra de la izquierda francesa. Todo eso fue Jean François Revel. Hasta humorista. Véase, si no, su “diario de fin de siglo” o de cómo describir un año en la vida francesa en un delicioso almanaque en el que sobresalen el ridículo, la estupidez permanente, el continuo estar en pose impuestos por una pseudocultura progre y un pensamiento débil que se apoderan de todo (las páginas dedicadas a la playa montada por el alcalde Delanoë en el Sena son de traca).
Su última obra la dedicó a la denuncia de la gran impostura, la desvergüenza de una izquierda que sigue ahí, dando lecciones de moralidad al mundo, liberticida como siempre y que nunca, jamás, parece arrepentida de nada ni pide perdón por nada. Muy al contrario, para la izquierda, un resultado desastroso de los postulados ideológicos propios sólo muestra la torpeza de los que los pusieron en práctica, pero nunca que esos postulados estuviesen errados. Este tipo de planteamientos no han desaparecido en absoluto: véase, a título de ejemplo, el experimento de la LOE en España. La hecatombe educativa de la LOGSE sólo prueba la falta de tino en su aplicación –achacable, por supuesto, a una derecha poco comprometida-, nunca que el planteamiento fuese un despropósito. Ya digo, esto sigue siendo así en todos los aspectos “indoloros” –esto es, sin traducción inmediata en agregados macroeconómicos y, por tanto, más difíciles de percibir por la ciudadanía- de la política.
Otro de los temas recurrentes de Revel, muy de actualidad, claro, es el del coste de la libertad. Imagino que habrá muerto muy preocupado por el espectáculo que hoy ofrece Francia, vivo ejemplo de los resultados de una pedagogía del “gratis total”. Francia, Europa y sus ciudadanos, ante la realidad dramática de que la conservación de las libertades exige, a veces, sacrificios, sólo saben esconder la cabeza bajo el ala.
Revel se ocupó mucho de España, y quiso ver en el socialismo felipista español un mal menor, una especie de socialdemocracia con cierto futuro, por el abandono total del marxismo. Hay que decir, claro, en su descargo que su término de comparación era nada menos que el engendro mitterandista. Me gustaría saber qué opinaría hoy del nuevo socialismo zapateril.
En suma, no se trata más que de la reedición de aquello que Revel combatió toda su vida. El monstruo liberticida, de raíz totalitaria, con su aspiración de ocupar la sociedad por completo. El partido –y sus terminales mediáticos- dispuesto a convertirse en trasunto mismo del estado (aunque para ello haya que alterar, incluso, el otro término de la comparación, esto es, cuartear el estado hasta que quede reducido al contorno dominable a perpetuidad por el partido). Pero esta vez se presenta con un ropaje ideológico más difuso, y quizá mucho más peligroso –algunos pensamos que el pensamiento fofo y el buenismo progres son más letales para la democracia liberal que el marxismo en estado puro, precisamente porque no lo parecen-: el del nihilismo, el de la ausencia de todo valor y todo principio, la carencia absoluta de todo límite y, por tanto, la licitud moral de cualquier maniobra –si se prefiere, una infinita capacidad de adaptación a cualquier escenario de manera que, pase lo que pase, se pueda seguir ocupando el poder-.
El Partido Popular español, si realmente tuviera el más mínimo interés en construir un discurso político digno de tal nombre, cosa que dudo, hallaría en Revel una fuente inagotable de inspiración. Ahí están las bases de una derecha liberal y laica, con una articulación potente y perfectamente capaz de hacer frente a una izquierda con los pies de barro. Pues bien, hasta la fecha, que yo sepa, sólo Esperanza Aguirre ha citado alguna vez expresamente a Revel. El resto, siguen en la inopia, donde Polanco les diga o, simplemente, haciendo cuanto pueden porque jamás haya un pensamiento español de derecha moderno y libre de ataduras.
El uno será siempre, para mí, un referente. El otro tiene un lugar en mis recuerdos. Descansen en paz, ambos.
1 Comments:
Enhorabuena por este artículo!
Impecable, de verdad... algunos deberían leer EN el equilibrio que demostráis otros...
By Anónimo, at 4:50 p. m.
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