LA TRANSPARENCIA SIEMPRE ES BUENA
La salida de Bono del Gobierno, y los cambios subsiguientes, tienen una lectura positiva, desde el punto de vista de la transparencia. Como dice Emilio Alonso en Freelance Corner, esto supone el final de la “coartada españolista”. Por tanto, implica que, de una vez, las cosas meridianamente claras.
En su precipitada formación de Ejecutivo, Zapatero recurrió, en efecto, a dos elementos destinados a mantener un tenue nexo con el entendimiento de España como nación y con el sentido común. Me refiero a Bono y a Solbes, respectivamente. El ministro de Defensa, cada día menos creíble, estaba ahí para que algunos continuaran pensando en eso de las “líneas rojas”; siempre quedaría un socialista de bien, dispuesto a dejarse arrancar la piel a tiras antes de entregar la Nación y la solidaridad entre sus habitantes. Mientras Bono viviera, el socialismo seguiría siendo la patria intelectual de los igualitaristas, al igual que, estando Solbes al timón, nadie iba a hacer ninguna estupidez gruesa.
En las últimas semanas, han caído todas las coartadas posibles. Ya es evidente que el socialismo español es una inmensa mentira. No hay rayas rojas ni límites de ningún tipo. El que quiera entender, que entienda o, dicho de otro modo, ya sólo se engaña quien verdaderamente quiera ser engañado. Allá los adictos a Cuatro. Sólo les rogamos que, por favor, no sermoneen ni ofendan a la inteligencia pretendiendo que los demás creamos en no sé qué cosas de qué valores.
Bienvenida, pues, la reforma, en aras de la transparencia. Eso siempre es bueno. El votante que deposite su papeleta en la urna a favor del Partido Socialista sabrá por qué lo hace, pero ya no puede decir que ha sido engañado. Repásense los acontecimientos...
La exhibición de antieuropeísmo –de deslealtad para con los principios fundamentales de la Unión, vergonzantemente justificada en el comportamiento ajeno, como si existiera compensación de culpas- aún en curso a propósito de la OPA de E.ON debería hacer reflexionar a los adalides del “regreso a Europa”. De todos los “ismos” con que los socialismos se definían a sí mismos (igualitarismo, progresismo...), el último en ser falsado ha sido el de “europeísmo”. Ya sabíamos que no eran ninguna de las demás cosas que pretendían ser. Ahora sabemos también que no son europeístas, que Europa es para ellos otra de las múltiples excusas para hacer demagogia.
Y sabemos también que, si es preciso y cuantas veces sea preciso, el vicepresidente Solbes será humillado y ninguneado. El ex comisario europeo, antaño cruzado de la estabilidad y las cuentas claras –la venganza es un plato que se sirve frío, bien lo sabe el ahora comisario Mac Creevy, que sufrió, como ministro de hacienda de Irlanda, a un Solbes que encarnaba, entonces, los rigores a los que su propia palabra somete a los estados europeos-, el doctor, el técnico por todos respetado, ha de ceder el paso a una legión de indocumentados, comisarios políticos cuyo nivel de competencia ya es justito para un cargo municipal.
También sabemos que los territorios son el nuevo eje del no-modelo de Estado. Que queremos hacer un país en el que Cataluña y el País Vasco (entes con los que es verdaderamente difícil cruzarse por la calle) se sientan “cómodos”, aunque catalanes y vascos –por no decir el resto de los españoles- puedan no estarlo tanto. Las personas quedan, pues, preteridas.
Y, además, claro, la desfachatez y desvergüenza de los Leguina, Guerra y compañía. El ex vicepresidente del Gobierno se permite, todavía –después de concurrir con su voto afirmativo en el pleno sobre el malhadado estatuto de Cataluña- expresar sus temores sobre el posible desarrollo de los acontecimientos, en un foro mucho menos arriesgado cual es la revista que dirige. Así pues, no solo son desleales a su conciencia, a sus supuestas convicciones y a sus votantes (¿acaso no es ser desleal votar a favor de una norma desde la idea de que va a ser mala, muy mala para aquellos a los que uno se debe?) sino que, además, se permiten el lujo de no ocultarlo, de cachondearse del respetable que, dicho sea de paso, votación tras votación se ha hecho más que acreedor a que se le pierda el respeto, pero esto es otro asunto.
Finalmente, la salida de Bono y, en general la “remoción de obstáculos” saludada por Erkoreka y los partidos vascos de –ya se sabe- incuestionable compromiso con las libertades individuales, la democracia española y la estabilidad del Estados (el PNV, EA, Batasuna y demás). Dice Emilio Alonso, en el artículo citado, incisivo como suele ser, que no estamos más que ante un cambio de las marionetas por el dueño del teatrillo, que sale ahora a escena.
Rubalcaba es la viva encarnación de la política de ausencia de límites. Inteligente, mordaz, excelente orador y, que se sepa, sin freno ético alguno ni vaga noción de qué es una “raya roja”, más allá de las encuestas electorales. Con principios, Rubalcaba podría ser un excelente servidor del Estado, un hombre cuyos talentos darían grandes frutos al servicio de los ciudadanos, pero ha elegido ser un Talleyrand o un Fouché. Un tipo oscuro dispuesto a cumplir el mandato de su señor... sea éste el que sea y pida lo que pida.
Insisto. Bienvenida sea la transparencia. Todos sabemos de qué estamos hablando. LOE, reformas territoriales, política antiterrorista, política social, reformas judiciales... Mírese el cuadro con detenimiento y se reconocerá, a las claras, una organización política con vocación de PRI, que aspira a convertirse –en unión de sus brazos mediáticos- en un estado paralelo. Se operarán las reformas que sean necesarias hasta que la mimetización sea total. Hasta que sea imposible, realmente, cualquier clase de alternancia. La salida del Partido Socialista del aparato estatal deberá implicar la destrucción del estado mismo, la quiebra del sistema. Para ello, es necesario ocupar un espacio mucho mayor que el que, en lógica, corresponde al Gobierno y a la Administración. Es necesario el monopolio absoluto, al menos a efectos prácticos –siempre harán falta discrepantes- de todos los mecanismos por los que una sociedad respira.
Esa es su aspiración, y no otra. Ese es el viejo proyecto, el de toda la vida. Paradójicamente, ahora ya sin disimulos y medias tintas, porque el propio proyecto requiere abandonarlas. ¿Y esto es bueno? Pues, si pretendemos que esta sea una sociedad madura, sin duda lo es. Habrá quien prefiera no saber, continuar ligado a sus propios prejuicios y creer en el poder sanador de la palabra “izquierda”; esto es una decisión personal. Pero la posibilidad de conocer está ahí, para quien la quiera.
En su precipitada formación de Ejecutivo, Zapatero recurrió, en efecto, a dos elementos destinados a mantener un tenue nexo con el entendimiento de España como nación y con el sentido común. Me refiero a Bono y a Solbes, respectivamente. El ministro de Defensa, cada día menos creíble, estaba ahí para que algunos continuaran pensando en eso de las “líneas rojas”; siempre quedaría un socialista de bien, dispuesto a dejarse arrancar la piel a tiras antes de entregar la Nación y la solidaridad entre sus habitantes. Mientras Bono viviera, el socialismo seguiría siendo la patria intelectual de los igualitaristas, al igual que, estando Solbes al timón, nadie iba a hacer ninguna estupidez gruesa.
En las últimas semanas, han caído todas las coartadas posibles. Ya es evidente que el socialismo español es una inmensa mentira. No hay rayas rojas ni límites de ningún tipo. El que quiera entender, que entienda o, dicho de otro modo, ya sólo se engaña quien verdaderamente quiera ser engañado. Allá los adictos a Cuatro. Sólo les rogamos que, por favor, no sermoneen ni ofendan a la inteligencia pretendiendo que los demás creamos en no sé qué cosas de qué valores.
Bienvenida, pues, la reforma, en aras de la transparencia. Eso siempre es bueno. El votante que deposite su papeleta en la urna a favor del Partido Socialista sabrá por qué lo hace, pero ya no puede decir que ha sido engañado. Repásense los acontecimientos...
La exhibición de antieuropeísmo –de deslealtad para con los principios fundamentales de la Unión, vergonzantemente justificada en el comportamiento ajeno, como si existiera compensación de culpas- aún en curso a propósito de la OPA de E.ON debería hacer reflexionar a los adalides del “regreso a Europa”. De todos los “ismos” con que los socialismos se definían a sí mismos (igualitarismo, progresismo...), el último en ser falsado ha sido el de “europeísmo”. Ya sabíamos que no eran ninguna de las demás cosas que pretendían ser. Ahora sabemos también que no son europeístas, que Europa es para ellos otra de las múltiples excusas para hacer demagogia.
Y sabemos también que, si es preciso y cuantas veces sea preciso, el vicepresidente Solbes será humillado y ninguneado. El ex comisario europeo, antaño cruzado de la estabilidad y las cuentas claras –la venganza es un plato que se sirve frío, bien lo sabe el ahora comisario Mac Creevy, que sufrió, como ministro de hacienda de Irlanda, a un Solbes que encarnaba, entonces, los rigores a los que su propia palabra somete a los estados europeos-, el doctor, el técnico por todos respetado, ha de ceder el paso a una legión de indocumentados, comisarios políticos cuyo nivel de competencia ya es justito para un cargo municipal.
También sabemos que los territorios son el nuevo eje del no-modelo de Estado. Que queremos hacer un país en el que Cataluña y el País Vasco (entes con los que es verdaderamente difícil cruzarse por la calle) se sientan “cómodos”, aunque catalanes y vascos –por no decir el resto de los españoles- puedan no estarlo tanto. Las personas quedan, pues, preteridas.
Y, además, claro, la desfachatez y desvergüenza de los Leguina, Guerra y compañía. El ex vicepresidente del Gobierno se permite, todavía –después de concurrir con su voto afirmativo en el pleno sobre el malhadado estatuto de Cataluña- expresar sus temores sobre el posible desarrollo de los acontecimientos, en un foro mucho menos arriesgado cual es la revista que dirige. Así pues, no solo son desleales a su conciencia, a sus supuestas convicciones y a sus votantes (¿acaso no es ser desleal votar a favor de una norma desde la idea de que va a ser mala, muy mala para aquellos a los que uno se debe?) sino que, además, se permiten el lujo de no ocultarlo, de cachondearse del respetable que, dicho sea de paso, votación tras votación se ha hecho más que acreedor a que se le pierda el respeto, pero esto es otro asunto.
Finalmente, la salida de Bono y, en general la “remoción de obstáculos” saludada por Erkoreka y los partidos vascos de –ya se sabe- incuestionable compromiso con las libertades individuales, la democracia española y la estabilidad del Estados (el PNV, EA, Batasuna y demás). Dice Emilio Alonso, en el artículo citado, incisivo como suele ser, que no estamos más que ante un cambio de las marionetas por el dueño del teatrillo, que sale ahora a escena.
Rubalcaba es la viva encarnación de la política de ausencia de límites. Inteligente, mordaz, excelente orador y, que se sepa, sin freno ético alguno ni vaga noción de qué es una “raya roja”, más allá de las encuestas electorales. Con principios, Rubalcaba podría ser un excelente servidor del Estado, un hombre cuyos talentos darían grandes frutos al servicio de los ciudadanos, pero ha elegido ser un Talleyrand o un Fouché. Un tipo oscuro dispuesto a cumplir el mandato de su señor... sea éste el que sea y pida lo que pida.
Insisto. Bienvenida sea la transparencia. Todos sabemos de qué estamos hablando. LOE, reformas territoriales, política antiterrorista, política social, reformas judiciales... Mírese el cuadro con detenimiento y se reconocerá, a las claras, una organización política con vocación de PRI, que aspira a convertirse –en unión de sus brazos mediáticos- en un estado paralelo. Se operarán las reformas que sean necesarias hasta que la mimetización sea total. Hasta que sea imposible, realmente, cualquier clase de alternancia. La salida del Partido Socialista del aparato estatal deberá implicar la destrucción del estado mismo, la quiebra del sistema. Para ello, es necesario ocupar un espacio mucho mayor que el que, en lógica, corresponde al Gobierno y a la Administración. Es necesario el monopolio absoluto, al menos a efectos prácticos –siempre harán falta discrepantes- de todos los mecanismos por los que una sociedad respira.
Esa es su aspiración, y no otra. Ese es el viejo proyecto, el de toda la vida. Paradójicamente, ahora ya sin disimulos y medias tintas, porque el propio proyecto requiere abandonarlas. ¿Y esto es bueno? Pues, si pretendemos que esta sea una sociedad madura, sin duda lo es. Habrá quien prefiera no saber, continuar ligado a sus propios prejuicios y creer en el poder sanador de la palabra “izquierda”; esto es una decisión personal. Pero la posibilidad de conocer está ahí, para quien la quiera.
2 Comments:
Estoy totalmente de acuerdo pero, ¿cuántos nos damos cuenta realmente de la situación?. Los ciudadanos, en general, somos cómodos y nos despreocupamos de las cosas hasta que ya las tenemos encima. Da pánico observar y escuchar cómo ya ni siquiera se les llama asesinos a los que son, que es bueno que prosperen los nacionalismos (gente que ni siquiera sabe lo que es), que se confunde democracia con "negociación política".....A mi realmente sí me preocuapa, pero ¿qué puedo hacer?
By Anónimo, at 12:30 p. m.
Gran post. De acuerdo con el 90% de lo que dices.
By Anónimo, at 2:41 p. m.
Publicar un comentario
<< Home