ANTE LA ELECCIÓN ITALIANA
Aunque nuestras cuitas domésticas están muy interesantes para el análisis, la cita es este fin de semana en Italia, sin duda.
Creo que no exagero si digo que el tercer gran estado continental está inmerso en una crisis profunda. Da fe de ello el que el pueblo transalpino tenga ante sí una elección verdaderamente difícil. ¿Qué hacer cuando las alternativas son un Berlusconi que, hace tiempo que ya ha traspasado todos los límites de lo aceptable y una izquierda que no puede representar más que su propia obsolescencia? Cavaliere frente a Professore. Lo malo conocido frente... a lo malo conocido también.
Existen pocos ejemplos más claros de la brutal crisis de liderazgo que vive nuestra Europa. El sistema de partidos tradicional se encuentra inmerso en una situación de estancamiento, y a la vista está que pretendidas fórmulas de superación como la entrada de outsiders a través de formaciones de marcado carácter personalista, como Forza Italia, no son, necesariamente, la solución.
Con muy señaladas variantes y con excepciones –España, que tiene sus propios problemas, es, en parte, una de ellas (o un caso agravado, según se mire)- la enfermedad europea se manifiesta en todas partes. Una ciudadanía indolente, resistente al cambio e incapaz de aceptar la necesidad de una reforma profunda del modelo forma un círculo vicioso con partidos ultraburocratizados, mimetizados con el estado e incapaces de proporcionar soluciones al dilema. El terreno está, pues, abonado para los populismos.
El experimento Berlusconi está siendo costosísimo para Italia. La “nación milagro” de los sesenta, uno de los países más fascinantes del mundo en todos los sentidos, ha desaparecido del mapa. Acomodada en su opulenta posición –Italia sigue siendo, no se olvide, un miembro del G8 y una potencia económica de primer orden- y con muchos de sus pleitos internos sin resolver, la hermosa Italia languidece, oscurecida por su omnipresente primer ministro, que ha convertido la política nacional, como todos los populistas en un "o conmigo o contra mí" (inciso: esta es la verdadera naturaleza del populismo, la intolerable simplificación, la infantilización a la que somete a las sociedades en las que anida).
Ciertamente, Italia no se merece esto. Pero tampoco se merece un episodio más de ineficacia gubernamental, de los que ya ha tenido cientos. ¿Es Romano Prodi garantía de algo? Mediocre primer ministro y mediocre presidente de la Comisión, vuelve a probar fortuna. ¿La merece?
No, no hay respuesta fácil. ¿Qué hacer cuando la democracia nos conduce a semejantes cuellos de botella? ¿Cómo salir de este atolladero?
Esta es la cuestión. Romper el círculo vicioso que atenaza al continente europeo sin que ello suponga, por supuesto, el recurso a fórmulas extravagantes. Necesitamos el regreso de la política, de los verdaderos políticos. Pero sólo tenemos oportunistas natos que llevan años huyendo de la justicia, como Chirac –ese Saturno que no para de devorar a sus hijos, como tienen por costumbre los Presidentes de la República en Francia- campeones de la nada y la palabra vacua, como Zapatero o, simplemente, remedos patéticos de condottieri del tres al cuarto que, al final, resultan ser más histriones que otra cosa.
Quizá, claro, es mucho pedir. Es cierto que los pueblos tienen los políticos que se merecen, supongo. Los europeos quizá no merezcamos otra cosa, por nuestra incapacidad de producir nuestras propias soluciones. La respuesta ha de venir de una sociedad civil que tampoco parece tener ni la capacidad ni el interés para reaccionar. El modelo para construir una sociedad dinámica no tiene por qué ser único, pero lo cierto es que la resistencia al cambio no conduce a nada salvo quizá, ya digo, a que los charlatanes y los que prometen soluciones mágicas encuentren el terreno abonado.
Este fin de semana nos espera, me temo, otro episodio de desgana, otro gesto de resignación. Gane quien gane.
Creo que no exagero si digo que el tercer gran estado continental está inmerso en una crisis profunda. Da fe de ello el que el pueblo transalpino tenga ante sí una elección verdaderamente difícil. ¿Qué hacer cuando las alternativas son un Berlusconi que, hace tiempo que ya ha traspasado todos los límites de lo aceptable y una izquierda que no puede representar más que su propia obsolescencia? Cavaliere frente a Professore. Lo malo conocido frente... a lo malo conocido también.
Existen pocos ejemplos más claros de la brutal crisis de liderazgo que vive nuestra Europa. El sistema de partidos tradicional se encuentra inmerso en una situación de estancamiento, y a la vista está que pretendidas fórmulas de superación como la entrada de outsiders a través de formaciones de marcado carácter personalista, como Forza Italia, no son, necesariamente, la solución.
Con muy señaladas variantes y con excepciones –España, que tiene sus propios problemas, es, en parte, una de ellas (o un caso agravado, según se mire)- la enfermedad europea se manifiesta en todas partes. Una ciudadanía indolente, resistente al cambio e incapaz de aceptar la necesidad de una reforma profunda del modelo forma un círculo vicioso con partidos ultraburocratizados, mimetizados con el estado e incapaces de proporcionar soluciones al dilema. El terreno está, pues, abonado para los populismos.
El experimento Berlusconi está siendo costosísimo para Italia. La “nación milagro” de los sesenta, uno de los países más fascinantes del mundo en todos los sentidos, ha desaparecido del mapa. Acomodada en su opulenta posición –Italia sigue siendo, no se olvide, un miembro del G8 y una potencia económica de primer orden- y con muchos de sus pleitos internos sin resolver, la hermosa Italia languidece, oscurecida por su omnipresente primer ministro, que ha convertido la política nacional, como todos los populistas en un "o conmigo o contra mí" (inciso: esta es la verdadera naturaleza del populismo, la intolerable simplificación, la infantilización a la que somete a las sociedades en las que anida).
Ciertamente, Italia no se merece esto. Pero tampoco se merece un episodio más de ineficacia gubernamental, de los que ya ha tenido cientos. ¿Es Romano Prodi garantía de algo? Mediocre primer ministro y mediocre presidente de la Comisión, vuelve a probar fortuna. ¿La merece?
No, no hay respuesta fácil. ¿Qué hacer cuando la democracia nos conduce a semejantes cuellos de botella? ¿Cómo salir de este atolladero?
Esta es la cuestión. Romper el círculo vicioso que atenaza al continente europeo sin que ello suponga, por supuesto, el recurso a fórmulas extravagantes. Necesitamos el regreso de la política, de los verdaderos políticos. Pero sólo tenemos oportunistas natos que llevan años huyendo de la justicia, como Chirac –ese Saturno que no para de devorar a sus hijos, como tienen por costumbre los Presidentes de la República en Francia- campeones de la nada y la palabra vacua, como Zapatero o, simplemente, remedos patéticos de condottieri del tres al cuarto que, al final, resultan ser más histriones que otra cosa.
Quizá, claro, es mucho pedir. Es cierto que los pueblos tienen los políticos que se merecen, supongo. Los europeos quizá no merezcamos otra cosa, por nuestra incapacidad de producir nuestras propias soluciones. La respuesta ha de venir de una sociedad civil que tampoco parece tener ni la capacidad ni el interés para reaccionar. El modelo para construir una sociedad dinámica no tiene por qué ser único, pero lo cierto es que la resistencia al cambio no conduce a nada salvo quizá, ya digo, a que los charlatanes y los que prometen soluciones mágicas encuentren el terreno abonado.
Este fin de semana nos espera, me temo, otro episodio de desgana, otro gesto de resignación. Gane quien gane.
1 Comments:
Espléndido post.
Me pregunto si alguno de tus amables lectores también está interesado en pasar fotos de animales en pelotas. Yo los animo a ello.
Saludos liberales
By Anónimo, at 10:22 p. m.
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