FERBLOG

viernes, mayo 05, 2006

MARCANDO LA CASILLA

Llega la época de liquidar cuentas con Hacienda. Ya saben, las calles se llenan de ciudadanos contentos porque les sale “a devolver” –en lugar de subirse por las paredes porque el Fisco ha dispuesto, durante todo un año, de dinero suyo, graciosamente cedido al cero por ciento- y, claro, como todos los años, hay que tomar la decisión de qué casilla marcar –aunque son compatibles-, si la de la Iglesia Católica o la de las oenegés (en realidad la “ene” de las oenegés tiene tanto sentido como la “o” y la “e” del PSOE, de un tiempo a esta parte, pero con este nombre se han quedado).

Aun cuando, como es mi caso, uno no destaca por su religiosidad, optar por la Iglesia puede parecer razonable, por aquello de lo conocido. Sus obras piadosas son visibles y se realizan a través de institutos más o menos familiares. Las oenegés, como objeto no identificado, me resultan mucho más sospechosas.

En estas estaba cuando, de repente, aparece el omnipresente Alec Reid. La presencia de este pájaro de mal agüero en lontananza hace revivir todo el viejo memorial de agravios liberal, al menos en mi caso. Sí, ya sé que el irlandés pulula por el mundo “a título personal” y ni las Conferencias Episcopales española o irlandesa, ni la Santa Sede aceptan responsabilidad alguna por sus actos, y menos aún por su verborrea. Pero lo siento, eminencias y monseñores, sus descargos no me convencen.

No me convencen, de entrada, porque no es creíble que semejante sujeto se mueva por ahí tocando temas tan delicados sin una aquiescencia, como mínimo, de sus superiores. La Iglesia Católica Romana es, más que una institución organizada jerárquicamente, la protoorganización jeráquica, la jerarquía a se. Un ente hiperregulado, juridificado hasta el punto de convertirse en un arquetipo. Si en lugar de ir pidiendo favores para los presos Reid repartiera condones, no cabe duda de que su suspensión a divinis se habría producido hace ya mucho tiempo.

Porque todos sabemos que el fru-fru de la sotana de este tipo no es el único que se oye en este turbio asunto. Hace cuarenta años que la Santa Madre Iglesia juega a la ambigüedad con la sangre de los españoles en el País Vasco. Y llegamos al problema: un duro para sufragar las obras pías de la Iglesia es también un duro para mantener a los Reid y a los Uriarte. Y a servidor se lo llevan los demonios, nunca mejor dicho.

Muchas veces hemos pedido que el Estado respete a la Iglesia, en consonancia con nuestra Constitución y con los Tratados Internacionales. No está de más recordar que también la Iglesia debe respetar al Estado. La Iglesia Universal debe convivir con los Estados, creaciones temporales (cuya salvación, por cierto, y como decía Richelieu, es ahora o nunca, no como la de las almas, que cuentan con toda la vida eterna). Y mucho me temo que la Iglesia Católica no tiene un buen currículo de respeto al estado español, no ya en su génesis, sino en tiempos muy actuales. Incluso hoy mismo.

La Iglesia ha dado mucha menos lealtad de la que ha recibido –los años de paz, quietud y posición dominante exceden, con mucho, a los de violencia anticlerical y desamortizaciones, me temo-. Y parece que continúa haciéndolo así. Los liberales decimonónicos, hombres creyentes casi todos ellos, enseguida cayeron en la cuenta de esto: la Iglesia era, al tiempo, depositaria de la verdad revelada, una Institución fundamental para muchos españoles y una potencia temporal, a menudo, hostil.

Para un liberal laico, la situación jurídica de la Iglesia Católica es, de por sí, complicada de entender y de aceptar. Es otra herencia de la Transición que, como tantas otras cosas, venía siendo aceptada en el seno de un conjunto muy amplio de cesiones. A fecha de hoy, ni existen razones para que la Iglesia continúe siendo un verso suelto –privilegiado- en mitad de un tratamiento del hecho religioso que, por lo demás, es modélico –al menos en mi opinión, la legislación eclesiástica general y el sistema de acuerdos, no aplicable a la Iglesia Católica ya que ésta se regula en virtud de Normas de Derecho Internacional merced a su muy particular condición, es una solución excelente para lo que la Constitución exige: que el hecho religioso no sea ignorado por los Poderes Públicos sin que, al tiempo ninguna confesión quede estatalizada-, ni tiene sentido alguno el status de que disfruta la enseñanza religiosa católica ni, desde luego, tiene mucha lógica el sistema de financiación.

La Iglesia Católica, sus enseñanzas y mantenimiento deberían ser cosa exclusiva de los interesados. Y poco importa si éstos son diez o diez millones.

Pero esta situación, complicada de aceptar de por sí, se torna francamente irritante a la vista de conductas como las descritas del tal Reid o la ofensa permanente en la que los obispos vascos han convertido su magisterio. Si deciden tomar postura, deberían atenerse a las consecuencias.

En realidad, la Santa Madre Iglesia se comporta, con respecto a los cambios constitucionales –y el “proceso de paz” que tanto avala está muy relacionado con ellos- como casi todos los jugadores de ventaja que, de un tiempo a esta parte, sobran en nuestro país. Parece creer que el status quo sólo puede revisarse en un sentido.

En todo caso, si yo fuera el responsable financiero de la Iglesia, recomendaría a Reid que su próxima visita fuese en octubre.