EL RECHAZO DE ERC NO HACE BUENO EL ESTATUTO
Un comentarista, a propósito de mi artículo de ayer, me dirige las siguientes preguntas y apostillas:
...
Ni siquiera después del rechazo radical de ERC eres capaz de admitir que el Estatut ha quedado limpio como una patena?, ¿pero es que tú nunca rectificas, nunca te equivocas, siempre son los demás los que analizan mal las cosas?, ¿donde venden lo que te tomas para tener esa estruendosa superioridad moral? ¿cómo puedes hablar de autoengaño de los demás tú que mantienes que el Estatut es en esencia el mismo que salió de Catauña?, ¿no hay ni una sola palabra al hecho de que ERC y el PP van a votar lo mismo?, ¿nada?
...
Conste que la observación se realiza con cariño y buen humor, lo que la hace especialmente de agradecer. Más allá de las imputaciones ad hominem que cada cual es muy libre de realizar, sí hay algunas cosas que me interesa matizar.
¿Por qué habríamos de concluir del “rechazo radical” de ERC que el estatuto “ha quedado limpio como una patena? En primer lugar, el “rechazo radical” ha sido, más bien, un peaje que algunos –que estaban muy por la labor de actuar de modo más tibio- han debido pagar a una estructura asamblearia y muy radicalizada, acostumbrada a las manifestaciones grandilocuentes, pero esto no importa.
Lo que importa es que, entre un texto rechazable por ERC y un estatuto “limpio como una patena” –si se prefiere, “híperconstitucional”, en léxico rubalcabiano- puede mediar, y de hecho media un gran trecho. Comprendo que los señores de Esquerra estén insatisfechos con la Ley, por hallarla manifiestamente insuficiente, pero esto que ellos encuentran escaso presenta, de entrada, serias dudas de constitucionalidad en aspectos graves. Obviando la cuestión del Preámbulo –sobre cuya juridicidad podríamos discutir (mi opinión personal es que, en un texto de esta naturaleza, la juridicidad es plena, y nada tiene que ver con una simple exposición de motivos – como muy bien saben, claro, quienes lo redactaron), el texto está salpicado de posibles inconstitucionalidades. Cito unas cuantas, a vuelapluma: deber de conocer el catalán y discriminación del castellano en todo lo tocante al régimen lingüístico (posible infracción del artículo 14, entre otros); funciones del Síndic de Greuges y preterición del Defensor del Pueblo; régimen competencial (fijación de techos competenciales al Estado, siquiera por vía indirecta, en un estatuto de autonomía), régimen del Poder Judicial en Cataluña...
Por si lo anterior no bastara –y aunque es evidente que muchos parecen haber asumido ya que una ley es buena por el sólo hecho de ser constitucional-, se trata de una ley mala de solemnidad, auténticamente insoportable para un liberal, que da pie a un intervencionismo casi infinito. Además es engorrosa y su estilo de redacción es un auténtico monumento al lenguaje vacuo, plúmbeo, insufrible, que causa estragos en el catalán y en el castellano –y aquí sí que no hay discriminación alguna, ambas lenguas salen igualmente mal paradas.
Finalmente, es una pésima norma porque es un semillero de discordias. Su plena realización requiere modificaciones importantes en piezas básicas del ordenamiento jurídico con las que difícilmente convivirá en armonía.
Ojalá fuese cierto que el rechazo de ERC bastara para convertir un texto legislativo en impecable. Por desgracia, no es así.
Tampoco la coincidencia entre el PP y ERC en el sentido del voto merece mucha glosa, me temo. Es posible que haya quien quiera sacar consecuencias políticas de esta circunstancia, pero no deja de ser un ejercicio de pura y simple demagogia. Todo el mundo sabe que la coincidencia en el “no” obedece a motivos muy distintos, por no decir diametralmente opuestos. Es verdad, sí, que hay gente a la que el mero hecho de compartir algo –aunque sea un adverbio- con el adversario le preocupa. Ahora es ERC (sus dirigentes, más bien) la que no quiere votar “no” porque ello implica “coincidir con el PP”; en el referéndum de la Constitución Europea, hubo gente que afirmó que el PP no podía propugnar el “no” porque “coincidiría con ERC”. Igual de tontamente sospechosas pueden ser ciertas coincidencias en el bando del “sí”, digo yo. Pero esta pregunta no se la hace nadie, y mejor, porque es una bobada.
Todo lo anterior no empece, en efecto, para que haya que admitir que el texto final y el borrador del Parlamento de Cataluña son muy diferentes. No recuerdo haber afirmado lo contrario pero, si no lo hice antes, lo hago ahora, en letras igual de gordas y en el mismo sitio, como mandan las rectificaciones bien hechas.
En otro orden de cosas, yo me equivoco, como todo hijo de vecino, y rectifico cuando no tengo más remedio – también como todo hijo de vecino. Por otra parte, cada cual es libre de pensar lo que quiera y, en este sentido, no tendríamos por qué ocuparnos del comentario que se me hace sobre la rectificación. Lo que no puedo dejar pasar es la comparación implícita. En primer lugar, porque que me equivoque yo no le importa a casi nadie, y que se equivoquen el gobierno catalán o el gobierno español sí, pero sobre todo porque aquí no se ha “equivocado” nadie.
Siento mucho no poder compartir esta piadosa interpretación por la cual todo esto ha sido una funesta “cadena de errores” que termina en una “monumental decepción”.
Cuando Pasqual Maragall decidió suscribir un pacto de legislatura con un partido antisistema –con el respaldo de su entonces protegido y después Presidente del Gobierno- no sólo sabía perfectamente lo que se jugaba, sino que lo hizo, incluso, contra el parecer de algunos compañeros de partido que, más prudentes, hubieran preferido otras alianzas más presentables.
Cuando el PSC suscribió, íntegramente, el Pacto del Tinell, sabía perfectamente que ello implicaba cerrar las puertas al consenso con el principal partido de la oposición, que era consciente y absolutamente preterido, no sólo en Cataluña, sino en toda España. Sabía, en otras palabras, que eso era, y es, un torpedo contra la línea de flotación del sistema del 78.
Cuando los diputados del PSC votaron el estatuto del 30 de septiembre, sabían de sobra que enviaban a Madrid un texto inconstitucional, e impresentable (entonces más inconstitucional que impresentable, ahora más impresentable que inconstitucional - ¿mejor así?). Lo sabían en Barcelona y lo sabían en Madrid, entre otras cosas porque cuentan con multitud de asesores muy competentes para demostrárselo.
Cuando el Presidente del Gobierno desencalla la negociación del Estatuto, sabe que lo hace para dar vía libre a un texto jurídicamente cuestionable y posiblemente contrario al interés general de España. Y sabe que, en todo caso, el acuerdo que alcanza es letal para la estabilidad del gobierno de Cataluña. Sabe también que es absolutamente imposible que el texto –que ha sido preparado, con plena conciencia, al margen del PP y, de hecho, contra el PP- obtenga, ni de lejos, el grado de consenso que obtuvo el Estatuto de Sau, con lo que es imposible que se cumpla la más importante de las condiciones que él mismo se autoimpuso. Sabe, pues, que ha mentido, y mentido a todo el mundo. Mintió, por supuesto, a aquellos a los que les prometió aceptar el estatuto que se aprobara en Barcelona (cabe decir, en su descargo, que quizá pudiera esperar que de Barcelona llegara algo aceptable, aunque esto es muy difícil de conciliar con su propia intervención al respecto) pero, sobre todo, mintió a aquellos a los que prometió que el resultado sería constitucional, ampliamente consensuado y bueno para el interés general.
Por último, no contentos con todo lo anterior, los socialistas se aplican a repetir el experimento allá donde tengan ocasión.
Admitamos que todo lo anterior es, sí, una cadena de errores, si por “error” hemos de entender lo que se hace de modo incorrecto, lo que no conduce a un resultado positivo. Lo que no podemos admitir es que el “error” obedezca a imprevistos, que sea fortuito y, por tanto, que sea excusable. No de toda la cadena, al menos.
Así pues, lo siento. No afirmo que el Estatuto sea idéntico al proyecto original –y reconozco mi error si así lo sostuve en algún momento-, pero no puedo aceptar que esté “limpio como una patena” ni, desde luego, el rechazo de ERC es, a mi juicio, prueba de que eso sea así. Yo me equivoco, como todo el mundo, los políticos también pero no hay, en este caso, error inconsciente. Allá cada cual si lo quiere excusar.
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Ni siquiera después del rechazo radical de ERC eres capaz de admitir que el Estatut ha quedado limpio como una patena?, ¿pero es que tú nunca rectificas, nunca te equivocas, siempre son los demás los que analizan mal las cosas?, ¿donde venden lo que te tomas para tener esa estruendosa superioridad moral? ¿cómo puedes hablar de autoengaño de los demás tú que mantienes que el Estatut es en esencia el mismo que salió de Catauña?, ¿no hay ni una sola palabra al hecho de que ERC y el PP van a votar lo mismo?, ¿nada?
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Conste que la observación se realiza con cariño y buen humor, lo que la hace especialmente de agradecer. Más allá de las imputaciones ad hominem que cada cual es muy libre de realizar, sí hay algunas cosas que me interesa matizar.
¿Por qué habríamos de concluir del “rechazo radical” de ERC que el estatuto “ha quedado limpio como una patena? En primer lugar, el “rechazo radical” ha sido, más bien, un peaje que algunos –que estaban muy por la labor de actuar de modo más tibio- han debido pagar a una estructura asamblearia y muy radicalizada, acostumbrada a las manifestaciones grandilocuentes, pero esto no importa.
Lo que importa es que, entre un texto rechazable por ERC y un estatuto “limpio como una patena” –si se prefiere, “híperconstitucional”, en léxico rubalcabiano- puede mediar, y de hecho media un gran trecho. Comprendo que los señores de Esquerra estén insatisfechos con la Ley, por hallarla manifiestamente insuficiente, pero esto que ellos encuentran escaso presenta, de entrada, serias dudas de constitucionalidad en aspectos graves. Obviando la cuestión del Preámbulo –sobre cuya juridicidad podríamos discutir (mi opinión personal es que, en un texto de esta naturaleza, la juridicidad es plena, y nada tiene que ver con una simple exposición de motivos – como muy bien saben, claro, quienes lo redactaron), el texto está salpicado de posibles inconstitucionalidades. Cito unas cuantas, a vuelapluma: deber de conocer el catalán y discriminación del castellano en todo lo tocante al régimen lingüístico (posible infracción del artículo 14, entre otros); funciones del Síndic de Greuges y preterición del Defensor del Pueblo; régimen competencial (fijación de techos competenciales al Estado, siquiera por vía indirecta, en un estatuto de autonomía), régimen del Poder Judicial en Cataluña...
Por si lo anterior no bastara –y aunque es evidente que muchos parecen haber asumido ya que una ley es buena por el sólo hecho de ser constitucional-, se trata de una ley mala de solemnidad, auténticamente insoportable para un liberal, que da pie a un intervencionismo casi infinito. Además es engorrosa y su estilo de redacción es un auténtico monumento al lenguaje vacuo, plúmbeo, insufrible, que causa estragos en el catalán y en el castellano –y aquí sí que no hay discriminación alguna, ambas lenguas salen igualmente mal paradas.
Finalmente, es una pésima norma porque es un semillero de discordias. Su plena realización requiere modificaciones importantes en piezas básicas del ordenamiento jurídico con las que difícilmente convivirá en armonía.
Ojalá fuese cierto que el rechazo de ERC bastara para convertir un texto legislativo en impecable. Por desgracia, no es así.
Tampoco la coincidencia entre el PP y ERC en el sentido del voto merece mucha glosa, me temo. Es posible que haya quien quiera sacar consecuencias políticas de esta circunstancia, pero no deja de ser un ejercicio de pura y simple demagogia. Todo el mundo sabe que la coincidencia en el “no” obedece a motivos muy distintos, por no decir diametralmente opuestos. Es verdad, sí, que hay gente a la que el mero hecho de compartir algo –aunque sea un adverbio- con el adversario le preocupa. Ahora es ERC (sus dirigentes, más bien) la que no quiere votar “no” porque ello implica “coincidir con el PP”; en el referéndum de la Constitución Europea, hubo gente que afirmó que el PP no podía propugnar el “no” porque “coincidiría con ERC”. Igual de tontamente sospechosas pueden ser ciertas coincidencias en el bando del “sí”, digo yo. Pero esta pregunta no se la hace nadie, y mejor, porque es una bobada.
Todo lo anterior no empece, en efecto, para que haya que admitir que el texto final y el borrador del Parlamento de Cataluña son muy diferentes. No recuerdo haber afirmado lo contrario pero, si no lo hice antes, lo hago ahora, en letras igual de gordas y en el mismo sitio, como mandan las rectificaciones bien hechas.
En otro orden de cosas, yo me equivoco, como todo hijo de vecino, y rectifico cuando no tengo más remedio – también como todo hijo de vecino. Por otra parte, cada cual es libre de pensar lo que quiera y, en este sentido, no tendríamos por qué ocuparnos del comentario que se me hace sobre la rectificación. Lo que no puedo dejar pasar es la comparación implícita. En primer lugar, porque que me equivoque yo no le importa a casi nadie, y que se equivoquen el gobierno catalán o el gobierno español sí, pero sobre todo porque aquí no se ha “equivocado” nadie.
Siento mucho no poder compartir esta piadosa interpretación por la cual todo esto ha sido una funesta “cadena de errores” que termina en una “monumental decepción”.
Cuando Pasqual Maragall decidió suscribir un pacto de legislatura con un partido antisistema –con el respaldo de su entonces protegido y después Presidente del Gobierno- no sólo sabía perfectamente lo que se jugaba, sino que lo hizo, incluso, contra el parecer de algunos compañeros de partido que, más prudentes, hubieran preferido otras alianzas más presentables.
Cuando el PSC suscribió, íntegramente, el Pacto del Tinell, sabía perfectamente que ello implicaba cerrar las puertas al consenso con el principal partido de la oposición, que era consciente y absolutamente preterido, no sólo en Cataluña, sino en toda España. Sabía, en otras palabras, que eso era, y es, un torpedo contra la línea de flotación del sistema del 78.
Cuando los diputados del PSC votaron el estatuto del 30 de septiembre, sabían de sobra que enviaban a Madrid un texto inconstitucional, e impresentable (entonces más inconstitucional que impresentable, ahora más impresentable que inconstitucional - ¿mejor así?). Lo sabían en Barcelona y lo sabían en Madrid, entre otras cosas porque cuentan con multitud de asesores muy competentes para demostrárselo.
Cuando el Presidente del Gobierno desencalla la negociación del Estatuto, sabe que lo hace para dar vía libre a un texto jurídicamente cuestionable y posiblemente contrario al interés general de España. Y sabe que, en todo caso, el acuerdo que alcanza es letal para la estabilidad del gobierno de Cataluña. Sabe también que es absolutamente imposible que el texto –que ha sido preparado, con plena conciencia, al margen del PP y, de hecho, contra el PP- obtenga, ni de lejos, el grado de consenso que obtuvo el Estatuto de Sau, con lo que es imposible que se cumpla la más importante de las condiciones que él mismo se autoimpuso. Sabe, pues, que ha mentido, y mentido a todo el mundo. Mintió, por supuesto, a aquellos a los que les prometió aceptar el estatuto que se aprobara en Barcelona (cabe decir, en su descargo, que quizá pudiera esperar que de Barcelona llegara algo aceptable, aunque esto es muy difícil de conciliar con su propia intervención al respecto) pero, sobre todo, mintió a aquellos a los que prometió que el resultado sería constitucional, ampliamente consensuado y bueno para el interés general.
Por último, no contentos con todo lo anterior, los socialistas se aplican a repetir el experimento allá donde tengan ocasión.
Admitamos que todo lo anterior es, sí, una cadena de errores, si por “error” hemos de entender lo que se hace de modo incorrecto, lo que no conduce a un resultado positivo. Lo que no podemos admitir es que el “error” obedezca a imprevistos, que sea fortuito y, por tanto, que sea excusable. No de toda la cadena, al menos.
Así pues, lo siento. No afirmo que el Estatuto sea idéntico al proyecto original –y reconozco mi error si así lo sostuve en algún momento-, pero no puedo aceptar que esté “limpio como una patena” ni, desde luego, el rechazo de ERC es, a mi juicio, prueba de que eso sea así. Yo me equivoco, como todo el mundo, los políticos también pero no hay, en este caso, error inconsciente. Allá cada cual si lo quiere excusar.
1 Comments:
Los políticos socialistas están creando, fría y deliberadamente, un hecho consumado. Ningún Gobierno español, por mucha mayoría que alcance, será capaz de afrontar en un futuro el desafío de dar marcha atrás y negarle a Cataluña un rango de nación aprobado por ley orgánica en las Cortes Españolas.
Cuentan con que los españoles o expañoles se resignen y olviden. Nos llevan como a un rebaño de ovejas y apalean a la que se descarria.
Lo de Cataluña no hay que verlo como el final de un proceso, sino como el principio. Han demostrado que con el 51% se atreven a cambiar todo lo que estorbe, especialmente el imaginario, la formalización del universo simbólico de la derecha, que es lo que prende, guía y da consistencia existentiva a sus adeptos: la unida nacional, la igualdad entre los españoles, el sistema monárquico, la familia, los crucifijos... los partido-socialistas han dado la economía por perdida y no tienen más argumento electoral que arrancar los carteles y romper las pancartas de los demás.
By Anónimo, at 2:11 p. m.
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