LA CUENTA, POR FAVOR
Se leen y escuchan comentarios diversos sobre la intervención del Presidente del Gobierno, este fin de semana, en el País Vasco. Muy en su estilo, su señoría “ha anunciado que va a anunciar”, y para unos ha estado tibio en tanto que otros piensan que tampoco había ninguna prisa – sobre todo cuando sólo han pasado unos días desde que el ministro del Interior, al que hay que suponer bien informado (si no por ministro, sí por ser vos quien sois) manifestó su falta de confianza en las buenas intenciones de la banda terrorista.
Sinceramente, todos estos debates me parecen estériles. Da un poco igual si vamos deprisa o despacio. Una vez más, me temo que el personal no termina de calar al presidente del Gobierno. Las cosas irían muy deprisa, sí, si estuviéramos ante un gobierno con responsabilidad que, sin desaprovechar, desde luego, la ocasión (¿ocasión que él mismo ha creado?, ¿ETA es demandante u oferente?), acometería este proceso con la cautela propia de una operación de desminado. Ayer mismo, Ramírez editorializaba en el Mundo acerca de su comentario de la semana pasada en Vitoria. Ahora la paz, dentro de veinte años, la política.
Suena infinitamente más razonable y, qué duda cabe, sería lo deseable. Tanteo, cautela, prudencia... Pero José Luis tendría que volver a nacer para conducirse así. Unas mínimas concesiones, puede, pero no más. De sobra sabe él donde quiere ir, e irá contra viento y marea.
Además, ¿acaso no lo sabemos ya todos? ¿A qué viene esta especie de “duda metódica” que nos asalta? Supongo que es el temor a ser tachados de aguafiestas. “Vamos a esperar, a ver”. A ver, ¿qué?
Se busca que ETA deje las armas a cambio de alteraciones en el marco político del Estado. Cuán profundas sean esas alteraciones es lo que está por ver. Así que ya está bien de “beneficios de la duda” o de “expectativa”. Ya está bien de afirmar que “no habrá precio político” –es de agradecer que el Presidente, este fin de semana, quitara de una vez la razón a quienes siguen sosteniendo semejante tontería-.
El plan ZP, su originalidad y sus posibilidades de éxito, todo hay que decirlo, la diferencia con los procesos anteriores pasan por ahí. José Luis está dispuesto a hacer cosas si callan las armas. Y esas cosas no se refieren sólo a los presos. Es, sí, la vía inexplorada. Esto, y no lo que hicieron los gobiernos anteriores será, en rigor, “negociar” con ETA. Habrá que ver ahora qué es lo que ETA se aviene a ceder –sinónimo de “negociar” que ETA jamás ha conjugado, hasta la fecha-.
Es del género tonto seguir preguntándose qué va a suceder. Salvo que ETA no quiera, salvo que sean tan bestias que lo echen todo por la borda, lo que va a suceder es que se va a abrir, como un melón, todo el encaje jurídico-político del País Vasco (y Navarra, por supuesto). en España. Me temo que quien diga lo contrario miente.
Así pues, dejémonos de circunloquios y exijámosle al Presidente que diga, de una vez por todas, hasta dónde está dispuesto a llegar –porque todos sabemos ya que está más que dispuesto a ir a algún sitio-. Preguntémonos a nosotros mismos qué estamos dispuestos a ceder.
Ya comenté en otro momento que preguntarse si se desea la paz es una obviedad, salvo entre gente muy mal nacida. Lo importante es el precio. Habría que preguntar, pues, a los entusiastas, a los que aún piensan que el Presidente “va despacio”, qué es lo que están dispuestos a ceder para que vaya más deprisa.
Las cautelas del proceso obedecen muy probablemente tanto a su dificultad intrínseca como a que no va a ser fácil llevar a los españoles por ese sendero. Al final, todos los caminos conducen al mismo sitio: hay dos formas de solucionar los problemas de España. Una, resolverlos, otra, pura y simple, que dejen de serlo “de España”.
Así que, por favor, dejémonos de monsergas y dígasenos cuanto antes a cuánto asciende la factura política. A partir de ahí, que cada uno evalúe dónde habrán de estar sus apoyos y sus querencias.
Sinceramente, todos estos debates me parecen estériles. Da un poco igual si vamos deprisa o despacio. Una vez más, me temo que el personal no termina de calar al presidente del Gobierno. Las cosas irían muy deprisa, sí, si estuviéramos ante un gobierno con responsabilidad que, sin desaprovechar, desde luego, la ocasión (¿ocasión que él mismo ha creado?, ¿ETA es demandante u oferente?), acometería este proceso con la cautela propia de una operación de desminado. Ayer mismo, Ramírez editorializaba en el Mundo acerca de su comentario de la semana pasada en Vitoria. Ahora la paz, dentro de veinte años, la política.
Suena infinitamente más razonable y, qué duda cabe, sería lo deseable. Tanteo, cautela, prudencia... Pero José Luis tendría que volver a nacer para conducirse así. Unas mínimas concesiones, puede, pero no más. De sobra sabe él donde quiere ir, e irá contra viento y marea.
Además, ¿acaso no lo sabemos ya todos? ¿A qué viene esta especie de “duda metódica” que nos asalta? Supongo que es el temor a ser tachados de aguafiestas. “Vamos a esperar, a ver”. A ver, ¿qué?
Se busca que ETA deje las armas a cambio de alteraciones en el marco político del Estado. Cuán profundas sean esas alteraciones es lo que está por ver. Así que ya está bien de “beneficios de la duda” o de “expectativa”. Ya está bien de afirmar que “no habrá precio político” –es de agradecer que el Presidente, este fin de semana, quitara de una vez la razón a quienes siguen sosteniendo semejante tontería-.
El plan ZP, su originalidad y sus posibilidades de éxito, todo hay que decirlo, la diferencia con los procesos anteriores pasan por ahí. José Luis está dispuesto a hacer cosas si callan las armas. Y esas cosas no se refieren sólo a los presos. Es, sí, la vía inexplorada. Esto, y no lo que hicieron los gobiernos anteriores será, en rigor, “negociar” con ETA. Habrá que ver ahora qué es lo que ETA se aviene a ceder –sinónimo de “negociar” que ETA jamás ha conjugado, hasta la fecha-.
Es del género tonto seguir preguntándose qué va a suceder. Salvo que ETA no quiera, salvo que sean tan bestias que lo echen todo por la borda, lo que va a suceder es que se va a abrir, como un melón, todo el encaje jurídico-político del País Vasco (y Navarra, por supuesto). en España. Me temo que quien diga lo contrario miente.
Así pues, dejémonos de circunloquios y exijámosle al Presidente que diga, de una vez por todas, hasta dónde está dispuesto a llegar –porque todos sabemos ya que está más que dispuesto a ir a algún sitio-. Preguntémonos a nosotros mismos qué estamos dispuestos a ceder.
Ya comenté en otro momento que preguntarse si se desea la paz es una obviedad, salvo entre gente muy mal nacida. Lo importante es el precio. Habría que preguntar, pues, a los entusiastas, a los que aún piensan que el Presidente “va despacio”, qué es lo que están dispuestos a ceder para que vaya más deprisa.
Las cautelas del proceso obedecen muy probablemente tanto a su dificultad intrínseca como a que no va a ser fácil llevar a los españoles por ese sendero. Al final, todos los caminos conducen al mismo sitio: hay dos formas de solucionar los problemas de España. Una, resolverlos, otra, pura y simple, que dejen de serlo “de España”.
Así que, por favor, dejémonos de monsergas y dígasenos cuanto antes a cuánto asciende la factura política. A partir de ahí, que cada uno evalúe dónde habrán de estar sus apoyos y sus querencias.
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