DEBATES SOBRE LA REPÚBLICA
Interesante debate anoche en Telemadrid, moderado por Germán Yanke. El tema era la aparente explosión de republicanismo que se vive en estos días en España, y los contertulios: Gabriel Cisneros, Benigno Pendás, Ignacio Sotelo y, cómo no, puesto que de república hablamos, Antonio García-Trevijano.
Lo de menos fue, como era de esperar, la cuestión monarquía-república. Salvo gentes que, como parece ser el caso de García-Trevijano –que ve en la república presidencialista el remedio de todos nuestros males-, parecen seguir creyendo en los poderes taumatúrgicos de las formas de estado y de gobierno, creo que se convino en que no era tema de excesivo interés, lo que no quita para que, en efecto, sea posible que, en el futuro no lejano, se plantee un cambio de la forma de estado en España. Pero, probablemente, ello signifique que la Corona sea arrastrada por un cambio mucho más amplio, que obedezca a razones muy diversas.
Fue mucho más interesante constatar como, a mi juicio, los intervinientes no estuvieron en desacuerdo –y lo expreso así porque, mientras unos afirmaban, otros se limitaban a no negar- en que el régimen del 78 está próximo a la defunción. Si no difunto. Gabriel Cisneros, muy gráficamente, se refirió a la próxima publicación del estatuto catalán en el BOE como fecha de cierre de un período. Algo así como si la publicación de la futura ley orgánica equivaliera a la esquela del Texto del 6 de diciembre.
Discreparon, no obstante, los partícipes en el debate en torno a las causas que hay tras la ruptura de los consensos básicos, que es de lo que se está hablando. Porque conviene recordar que la Constitución, en un sentido amplio, tiene tanto partes escritas como partes que no lo están. Y ambas son fundamentales pero, si se me apura, las no escritas, las convenciones y valores que inspiran el texto y lo sustentan, son más importantes que el texto mismo.
Fue muy revelador oír de labios de Ignacio Sotelo que, en efecto, el consenso del 78 está roto, y no se va a recomponer. Según tengo entendido, Sotelo es un hombre de izquierda y escribe en El País, con lo que ahí tenemos la prueba del nueve de que izquierda y decencia intelectual son mutuamente compatibles. Afortunadamente, Germán Yanke busca gente cuya presencia aporte algo, porque para negar evidencias y ofender a la inteligencia ya está Diego López Garrido. Otra verdad del barquero que Sotelo se atrevió a decir es lo que todo el mundo con dos dedos de frente ya sabe y sólo los voceros de siempre continúan negando: que los cambios de estatutos, cuando son profundos, implican cambios en la Constitución, siquiera en sentido material. Por si faltaran pruebas de que el consenso está muerto, ahí está, pues, el estatuto de Cataluña para demostrarlo, ya que en ningún momento se ha buscado que tuviera el respaldo más que de los propios.
El paso que Sotelo no se atrevió a dar, y sí dio Pendás, es el del por qué ese consenso se ha roto. Por qué ahora. La explicación que me pareció oír apunta al próximo mantra de la izquierda. Intuyo que, en breve, oiremos esto hasta la saciedad: la Constitución ha sido superada por la realidad española, en particular por la proliferación e intensificación de unos nacionalismos que no encuentran en ella acomodo. Y esta, creo, es la próxima gran mentira. Constatado que tenemos muerto, ahora queremos decir que fue un accidente.
La realidad es, más bien, como hemos comentado otras veces, que el consenso ha de ser revisado porque a la izquierda ha dejado de servirle. Es verdad, sí, que el problema nacionalista tiende a exacerbarse como consecuencia de la pésima gestión que de él se ha hecho durante treinta años. Pero ante eso cabían dos actitudes: rearticular el estado a gusto de los disidentes (que son la minoría) o reforzar los consensos básicos –sin perjuicio de cambios necesarios, que esto nadie lo discute- y rearmar al estado frente a la avenida, esto es, reeditar, actualizado, el gran pacto del 78. Pero, una vez más, la izquierda española ha demostrado que sólo será leal a los estados de cosas que le favorezcan. Como apuntó Pendás, una reedición del pacto del 78 suponía dar a la derecha, ya para siempre, carta de alternativa y quedar, por tanto, al libre juego de las mayorías. Suponía la plena aceptación del sistema democrático y la legitimidad de todos los actores.
La experiencia de las mayorías del PP ha enseñado a la izquierda algo muy importante y es que su ventaja sociológica tiende a desaparecer. Por eso, otra vez, están dispuestos a jugar, si es preciso, con el orden constitucional. Lo grave es que por las circunstancias, porque ese cambio implica una alianza con los adversarios naturales a largo plazo, ha de hacerse de espaldas a buena parte del electorado socialista. El PSOE no propone una reforma abierta, con luz y taquígrafos, de la Constitución, porque sabe que no conseguiría sacarla adelante. El odio a la derecha, el leitmotiv que anima, ya desde hace muchos años, todo el ideario socialista, es insuficiente –al menos a estas alturas de la historia- para imponerse a una realidad: la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, en el fondo, respaldarían y respaldan un consenso básico entre los dos grandes partidos, porque de eso dependen sus libertades y, desde luego, la unidad del país, que la gran mayoría sigue valorando como necesaria.
Así pues, llegamos, de nuevo a la misma conclusión de otras veces, ya corroborada por múltiples vías. En primer lugar, que la Constitución española –en tanto que pacto- pasa por un momento delicadísimo, si es que no es ya demasiado tarde para ella. En segundo lugar, que España será en virtud de un nuevo pacto –y de una reforma constitucional, y ahora sí me refiero al texto- o no será. Se extinguirá como nación, así de simple. Y tercero y último: la posibilidad de ese pacto pasa, ineludiblemente por una catársis en el centro izquierda, por una auténtica refundación. Hoy por hoy, es imposible. La izquierda española, o más bien su dirigencia, no es parte de la solución, es el problema.
Y, por cierto, sí, sin Nación no hay Corona, aunque esto sea lo de menos.
Lo de menos fue, como era de esperar, la cuestión monarquía-república. Salvo gentes que, como parece ser el caso de García-Trevijano –que ve en la república presidencialista el remedio de todos nuestros males-, parecen seguir creyendo en los poderes taumatúrgicos de las formas de estado y de gobierno, creo que se convino en que no era tema de excesivo interés, lo que no quita para que, en efecto, sea posible que, en el futuro no lejano, se plantee un cambio de la forma de estado en España. Pero, probablemente, ello signifique que la Corona sea arrastrada por un cambio mucho más amplio, que obedezca a razones muy diversas.
Fue mucho más interesante constatar como, a mi juicio, los intervinientes no estuvieron en desacuerdo –y lo expreso así porque, mientras unos afirmaban, otros se limitaban a no negar- en que el régimen del 78 está próximo a la defunción. Si no difunto. Gabriel Cisneros, muy gráficamente, se refirió a la próxima publicación del estatuto catalán en el BOE como fecha de cierre de un período. Algo así como si la publicación de la futura ley orgánica equivaliera a la esquela del Texto del 6 de diciembre.
Discreparon, no obstante, los partícipes en el debate en torno a las causas que hay tras la ruptura de los consensos básicos, que es de lo que se está hablando. Porque conviene recordar que la Constitución, en un sentido amplio, tiene tanto partes escritas como partes que no lo están. Y ambas son fundamentales pero, si se me apura, las no escritas, las convenciones y valores que inspiran el texto y lo sustentan, son más importantes que el texto mismo.
Fue muy revelador oír de labios de Ignacio Sotelo que, en efecto, el consenso del 78 está roto, y no se va a recomponer. Según tengo entendido, Sotelo es un hombre de izquierda y escribe en El País, con lo que ahí tenemos la prueba del nueve de que izquierda y decencia intelectual son mutuamente compatibles. Afortunadamente, Germán Yanke busca gente cuya presencia aporte algo, porque para negar evidencias y ofender a la inteligencia ya está Diego López Garrido. Otra verdad del barquero que Sotelo se atrevió a decir es lo que todo el mundo con dos dedos de frente ya sabe y sólo los voceros de siempre continúan negando: que los cambios de estatutos, cuando son profundos, implican cambios en la Constitución, siquiera en sentido material. Por si faltaran pruebas de que el consenso está muerto, ahí está, pues, el estatuto de Cataluña para demostrarlo, ya que en ningún momento se ha buscado que tuviera el respaldo más que de los propios.
El paso que Sotelo no se atrevió a dar, y sí dio Pendás, es el del por qué ese consenso se ha roto. Por qué ahora. La explicación que me pareció oír apunta al próximo mantra de la izquierda. Intuyo que, en breve, oiremos esto hasta la saciedad: la Constitución ha sido superada por la realidad española, en particular por la proliferación e intensificación de unos nacionalismos que no encuentran en ella acomodo. Y esta, creo, es la próxima gran mentira. Constatado que tenemos muerto, ahora queremos decir que fue un accidente.
La realidad es, más bien, como hemos comentado otras veces, que el consenso ha de ser revisado porque a la izquierda ha dejado de servirle. Es verdad, sí, que el problema nacionalista tiende a exacerbarse como consecuencia de la pésima gestión que de él se ha hecho durante treinta años. Pero ante eso cabían dos actitudes: rearticular el estado a gusto de los disidentes (que son la minoría) o reforzar los consensos básicos –sin perjuicio de cambios necesarios, que esto nadie lo discute- y rearmar al estado frente a la avenida, esto es, reeditar, actualizado, el gran pacto del 78. Pero, una vez más, la izquierda española ha demostrado que sólo será leal a los estados de cosas que le favorezcan. Como apuntó Pendás, una reedición del pacto del 78 suponía dar a la derecha, ya para siempre, carta de alternativa y quedar, por tanto, al libre juego de las mayorías. Suponía la plena aceptación del sistema democrático y la legitimidad de todos los actores.
La experiencia de las mayorías del PP ha enseñado a la izquierda algo muy importante y es que su ventaja sociológica tiende a desaparecer. Por eso, otra vez, están dispuestos a jugar, si es preciso, con el orden constitucional. Lo grave es que por las circunstancias, porque ese cambio implica una alianza con los adversarios naturales a largo plazo, ha de hacerse de espaldas a buena parte del electorado socialista. El PSOE no propone una reforma abierta, con luz y taquígrafos, de la Constitución, porque sabe que no conseguiría sacarla adelante. El odio a la derecha, el leitmotiv que anima, ya desde hace muchos años, todo el ideario socialista, es insuficiente –al menos a estas alturas de la historia- para imponerse a una realidad: la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, en el fondo, respaldarían y respaldan un consenso básico entre los dos grandes partidos, porque de eso dependen sus libertades y, desde luego, la unidad del país, que la gran mayoría sigue valorando como necesaria.
Así pues, llegamos, de nuevo a la misma conclusión de otras veces, ya corroborada por múltiples vías. En primer lugar, que la Constitución española –en tanto que pacto- pasa por un momento delicadísimo, si es que no es ya demasiado tarde para ella. En segundo lugar, que España será en virtud de un nuevo pacto –y de una reforma constitucional, y ahora sí me refiero al texto- o no será. Se extinguirá como nación, así de simple. Y tercero y último: la posibilidad de ese pacto pasa, ineludiblemente por una catársis en el centro izquierda, por una auténtica refundación. Hoy por hoy, es imposible. La izquierda española, o más bien su dirigencia, no es parte de la solución, es el problema.
Y, por cierto, sí, sin Nación no hay Corona, aunque esto sea lo de menos.
2 Comments:
Me parece muy atinado el comentario que haces. Si bien es cierto que todo esto ya lo dijeron otros hace 30 años. Pero los posibilistas los tacharon de fascistas, agoreros y demás.
By Embajador, at 12:34 a. m.
Sencillamente: INSOSTENIBLE. Me hace tremenda gracia verle a usted, que parece cabal despotricando contra "la izquierda" casi en sentido filosófico para luego dar a entender que "toda la culpa es de la izquierda" y lo que es peor- porque esto sería imposible SÓLO en la práctica- que lo fue siempre, que siempre lo ha sido (ésto quizá sea sólo imposible también en la práctica pero aunque de "grado" parece todavía más improbable, mucho más). "La culpa es de los otros"... No, se ve que la culpa es de "la izquierda" y que siempre lo fue, y se deduce de manera natural "que siempre lo será", vamos, todo es relativo y subjetivo, y etc, etc, pero esto de riguroso tiene más bien poca cosa.
["Según tengo entendido, Sotelo es un hombre de izquierda y escribe en El País, con lo que ahí tenemos la prueba del nueve de que izquierda y decencia intelectual son mutuamente compatibles."] Penoso.]
Un saludo
By Fritz, at 2:49 a. m.
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