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jueves, junio 29, 2006

TENDRÁ QUE SER BARAKA, PORQUE SENTIDO COMÚN...

Veamos.

Como ya se ha expuesto atinadamente por algunos autores, es falaz que negociar con terroristas sea como hacerlo con violadores o con delincuentes comunes. La peculiar estructura criminológica del terrorismo, y la existencia de motivaciones que los criminales entienden como políticas, simplemente, hacen que el problema sea susceptible de ser tratado políticamente. Esa característica no se da en otras formas de criminalidad, que excluyen otra solución que la estrictamente policial y represiva. Esto es tan evidente como que la negociación se ha intentado, con éxito o sin él, infinitas veces en infinitos escenarios del mundo.

Es, también, evidente, que la negociación con los terroristas implica, de suyo, un sufrimiento de las estructuras del estado de derecho, de manera que afirmar que el fin del terrorismo no tendrá “precio político”, bien implica una declaración firme de voluntad –equivalente a decir que el terrorismo tendrá el fin que como crimen le corresponde, sin excepciones- bien un soberano insulto a la inteligencia o, en el mejor de los casos, una frase hecha. El precio político existe, y lo que se habrá de determinar es si será menor o mayor.

Dicho todo lo anterior, se ha instalado en la sociedad española una idea, a mi juicio peligrosa, que es que la negociación “debe intentarse” siempre que sea posible. De ahí se siguen asertos como el de que la oposición –la sociedad en general- está obligada a apoyar al Gobierno que, a su vez, se ha llegado a insinuar, “está en la obligación”, cuando no “tiene un derecho” de explorar. Creo que esto en absoluto es cierto. La negociación no tiene por qué aplicarse siempre que sea posible. Se deberá aplicar siempre que sea conveniente a los intereses del Estado, que es cosa bien diferente.

Personalmente, creo que la negociación política con el mundo de ETA es un error, precisamente por ser inconveniente. Porque existían unas vías probadamente eficaces para combatir al terrorismo en todos los frentes que en ningún caso habían agotado, creo, su capacidad de dar réditos. Nadie ha justificado cumplidamente el porqué, o el por qué precisamente ahora. Con todo, esta no es más que mi opinión, quizá compartida por otros, pero que no debe, en absoluto, llevarnos a ignorar que hay una persona investida de la legitimidad para orientar la política antiterrorista en el modo que estime conveniente: esa persona es el Presidente del Gobierno. Nos cumple a todos, por tanto, respetar su iniciativa y su decisión, aunque sea desde la discrepancia de raíz.

Hecha esa declaración de principio –yo no estoy de acuerdo con Zapatero ni creo que tenga derecho a exigir que se esté de acuerdo con él (sí, desde luego, puede exigir que se respete su autoridad y no se obstaculicen de modo indebido sus iniciativas)- temo que tampoco estoy de acuerdo con lo que voy viendo. Entiendo, pues, que el Presidente yerra doblemente: en la decisión y en el plan de acción, y conste que, por razones obvias, nada me gustaría más que equivocarme del todo en este asunto.

Además de haber partido de un cambio en una política antiterrorista exitosa no suficientemente explicado, Zapatero viene cometiendo una serie de torpezas que pueden ser indicativas de una peligrosa confusión de ideas y, desde luego, han tenido importantes costes para él. La primera y más importante de esas torpezas ha sido permitir que el apoyo de Rajoy se volatilizara –para los peor pensados, servirle en bandeja su deserción-. La sucesión de acontecimientos, la evidencia de la escasa lealtad con la que el Partido Socialista se ha venido conduciendo en los últimos años, sobre todo durante la vigencia del Acuerdo por las Libertades, pueden indicar que, realmente, Zapatero nunca quiso ese apoyo. Si es así, el error brilla por sí solo.

El segundo de esos errores es el de haber permitido que se instale, en un amplio sector de la opinión, la impresión de que es el mundo etarra el que lleva la iniciativa, por no decir que el gobierno va del ronzal.

Pero es que, además –y hemos, necesariamente, de hablar desde la conjetura, porque nadie ha dado ni siquiera pistas coherentes (y lo que se ha podido oír en el Congreso da pie a las más hondas preocupaciones-, parece evidente a estas alturas que Zapatero tiene previsto ofrecer una suerte de “paz por territorios” o, mejor dicho, “paz por marco político” (y, por favor, que no se me escandalicen los correctos ni empiecen a darse golpes de pecho, que ya tiene poco sentido disimular). No me interesa, ahora, criticar la fórmula desde el punto de vista ético o político, aunque mi opinión al respecto es fácilmente imaginable. Me interesa hablar de su posibilidad.

Creo que Zapatero cree poder ser capaz de domesticar al nacionalismo radical vasco (el complejo ETA-Batasuna) con armas muy semejantes a las que ha empleado en el debate catalán (¿acaso ese “respetaré lo que digan los vascos” no trae a la memoria aquella promesa del Sant Jordi de infausto recuerdo, aquel “apoyaré el estatuto que elabore el Parlamento de Cataluña”?). La tesis ha sido expuesta en otras ocasiones, bajo diferentes enunciados que se resumen en un “meter a la izquierda abertzale en las instituciones”. Se entiende que bajo la doble promesa de cambios en el marco institucional y de convertirse en un potencial partido de gobierno, naturalmente aliado del PSOE. Todos ganan: la izquierda abertzale su sustento para los siglos, el PSOE una impagable contribución a la hegemonía política y los españoles, claro “la paz”. El sacrificio de dignidad es descomunal, pero es un planteamiento.

Un planteamiento que, de ser cierto, peca de un voluntarismo difícil de exagerar. Porque ni Euskadi es Cataluña, ni el PNV es CiU ni, por supuesto, ETA-Batasuna es ERC. ¿Quién es el Artur Mas vasco que viajará en coche a Madrid a librar al presidente de la pesada losa de la nueva promesa del Sant Jordi? Es muy cuestionable que Txapote y sus muchachos sean seres humanos –más allá de una presunción iuris tantum que les protege- con lo que es perfectamente imaginable su querencia por los forentinismos dialécticos. En cualquier caso, una ETA-Batasuna rearmada y oxigenada –con los fondos allegados por su próxima reentrada en las instituciones- es un interlocutor muy poco fiable pero, sobre todo, es un interlocutor muy poco acostumbrado a negociar, en el sentido más común de ese verbo.

Un servidor se declara algo más que escéptico. Suerte, señor Zapatero, porque es lo único que puede asistir al que se deja en casa el sentido común.