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viernes, marzo 03, 2006

¿Y SI ESTÁ TODO PERDIDO?

El otro día firmé la “enmienda 6.1”. Sé que no va a servir de casi nada, pero por mí que no quede. ¿Cómo negarse a hacer tan poco cuando hay tantos que se juegan tanto?

Albert Boadella dijo en Madrid, esta semana, algo escalofriante. Afirmó que Cataluña ha iniciado un camino irreversible hacia la secesión. Espero que lo de “irreversible” fuera un recurso retórico porque, en caso contrario, el propio Boadella debería replantearse algunas cosas, por más que las luchas desesperadas, a veces, puedan justificarse a sí mismas.

Y el caso es que, cuando hablas con gente con la que se puede hablar, aunque tenga ideas muy diferentes, a veces te dicen que por qué no lo dejamos ya. Que por qué seguimos negándonos de forma contumaz a aceptar una realidad que se irá imponiendo con rotundidad. Hay quien dice, y esto no me parece una exageración, que España se enterró como nación el día que firmó la transferencia de las competencias en educación a las regiones cuyo poder político está cuasimonopolizado por nacionalistas. A partir de ahí, la demografía y la paciencia harán el resto.

Es posible que así sea, no lo niego. Es posible que ya sea tarde y no nos quede más que esperar y ver. Es posible que, en diez o quince años, una mayoría amplia de catalanes o de vascos experimenten una sensación de ajenidad suficientemente grande como para que la secesión sea un objetivo deseable y factible.

Como demócrata, creo que no puede uno oponerse a los deseos de una inmensa mayoría –por muy errada que pueda suponer que esté- siempre que esa misma mayoría se atenga a procedimientos escrupulosamente democráticos y respete, en todo caso, los derechos de la minoría. Creo que no podría, jamás, discutirse el abandono de ciudadanos en manos de un régimen no democrático, porque eso implicaría una violación de las obligaciones más elementales para con los derechos humanos. Pero sí creo que sería posible discutir una separación todo lo amistosa que fuera posible si es que hay un respaldo abrumador para semejante iniciativa.

Por supuesto, desde el punto de vista sentimental, me dolería en extremo, entre otras cosas porque Cataluña no puede separarse de España sin que esta deje de existir al mismo tiempo. Personalmente, si mañana el Principado se desgaja del resto del país, tengo muy claro que sería incapaz de reconocerme en el estado sucesor, llámese España o no. No sé cómo se apañan checos y eslovacos pero, dijera lo que dijera mi pasaporte, tengo muy claro que ese día empezaría a sentirme un apátrida.

Pero esto que acabo de decir es una cosa que no tiene interés para nadie porque, al fin y al cabo, sólo atañe a mi fuero interno. Sé que los estados son entidades al servicio de las personas y, por eso mismo, pretender que cualquier creación estatal sea eterna es una tontería. No pretendo, por tanto, fundar en eso las claves racionales de mi oposición a la secesión de Cataluña, o del País Vasco, o de Canarias.

Me opongo, desde el punto de vista lógico, porque el día que eso suceda habrán triunfado la sinrazón, la mentira, el absurdo y el anacronismo sobre la razón que, a mi juicio, debe ser el norte de la política democrática. Como viene sucediendo en España desde principios del siglo XIX, el liberalismo y la modernidad habrán sido derrotados, otra vez.

Esto, y no otra cosa, es lo que se ventila, en el fondo, en este pleito.

Con independencia de su legitimidad histórica –ya digo que el que algo haya existido siempre no es razón para que siga existiendo y, si tuvieran esto en cuenta, muchos podrían ahorrarse esfuerzos de tergiversación que, en suma, no hacen falta- España es, hoy, una realidad susceptible de mejora, pero que permite la realización de todos los proyectos personales y, con toda probabilidad, es el mejor espacio posible para todos los ciudadanos. La destrucción de este ente no es, casi seguro, un camino de progreso. Así pues, no hay una justificación racional para el separatismo, o nadie se ha molestado en explicarla de manera convincente.

El separatismo realmente existente se nos presenta no como una opción racional, sino como el corolario natural de una ideología nacionalista que no puede conducir hacia otro sitio. Pues bien, no me parece que el nacionalismo sea una ideología de la misma especie que todas las demás. No pertenece a la misma familia que el resto de las formas de ver la vida usuales en democracia.

No es de izquierdas, ni de derechas, ni progresista ni conservador. Sencillamente porque no es de este mundo. No pertenece a la familia de las ideologías enraizadas en el individuo como unidad mínima. No tiene como norte su progreso, ni su libertad, ni su emancipación como tal individuo. Es otra cosa. Algo que, salvo cuando se reviste de otros ropajes o cuando acepta ciertas contradicciones –como la de que todos somos iguales, hayamos nacido donde hayamos nacido, que no se compadece bien con que el hecho de haber nacido en determinado sitio nos dé derechos a no sé qué cosa-, apenas tiene sitio en el debate, porque está en otras coordenadas diferentes.

Es este debate el que me fastidia perder, la verdad. Ya digo, no sé si lo hemos perdido ya pero, por lo menos, me niego a aceptar tal cosa. Aunque solo sea porque la irracionalidad quedó muy bien repartida el día que la distribuyeron.

4 Comments:

  • Yo creo que la única posibilidad es independencia, frontera, impedir el reconocimiento internacional, pillaje de los camisas negras, miseria, reintegración en España, expatriación de delincuentes.
    Lo que me pregunto es ¿Lo haremos mejor la próxima vez?

    By Anonymous Anónimo, at 7:25 p. m.  

  • "España" es una palanca de fuerza y progreso frente a nuestros consocios europeos y yo creo, además, que un poder más lejano y objetivo (el famoso "Madrit") que el de las burocracias autonómicas (dedicadas a chincharse mutuamente) no nos perjudica en absoluto, a ninguno.

    Evidentemente, si lo que quiere uno es excluirse de la tributación común, pues traga con eso y con lo que le echen.

    By Anonymous Anónimo, at 9:05 p. m.  

  • Precismante lo que el PP aspira a mantener es un estado central con los poderes propios, en cantidad y calidad de un Estado Federal, que actue directamente sobre los ciudadanos y que mantenga las competencias que le atribuye la Constitución Española, en vez de irlas regalando en fraude de ley a cambio de una legislatura en la Moncloa.

    Lo que vamos a tener con el estatut, inconstitucional, y sus sucedáneos de otras CCAA es un Estado español que será un simple servicio de intendencia de la UE y un mero coordinador de las autonomías, las cuales poseerán el poder esencail. El Estado español ya no es un poder, sino un servicio. A eso se le llama "Confederación" o "Unión (real) de Estados)": la fragmentación de la comunidad política "España" en diecisiete unidades de destino en lo diferencial. Me perdonará si no me entusiasma la idea.

    By Anonymous Anónimo, at 10:48 a. m.  

  • Para no hacerme pesado, dejo el enlace. Ojalá ayude.

    By Anonymous Anónimo, at 1:28 p. m.  

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