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lunes, febrero 20, 2006

DE PAZ, NO

Pues no, señores nacionalistas vascos, señores adláteres dizque de izquierdas, comemierdas y arrastrados de todos los partidos. Mal que le pese a mucho hijo de Satanás con sotana, a mucho aspirante a Nóbel de la estulticia y a mucho, mucho malnacido, traidor no ya a su patria, sino a la sangre de los más cercanos, aquí no va a haber ningún proceso de paz. No lancen ustedes las campanas al vuelo, porque si algún día llegan a mediar en algo, no podrá campear con tan noble nombre en su currículo de colaboracionistas.

No podrá haber un proceso de paz porque es ontológicamente imposible. “Hacer la paz” exige haberse declarado previamente la guerra. Y hace falta estar muy enfermo o muy tarado para pensar que ha habido una guerra. Basta para probarlo la nómina de víctimas, todas del mismo lado. Al menos, en el lado del abuelo de Zapatero –que no sé muy bien cuál era, pero me lo imagino- se defendieron hasta que cayeron. Unos cuantos se llevaron por delante. Así que no es lo mismo, señor presidente.

Y es que, si aquí hubiera habido una guerra, les aseguro que se habrían acabado, hace tiempo, los concursos de pintxos, las tardes de vinos y la vida alegre. Se habría acabado el ir tan tranquilos, los domingos por la tarde, a ver jugar al Athletic. Como en Irlanda, ¿verdad?

Si aquí hubiera habido una guerra, aquellos que hubieran cometido o amparado crímenes, no hubieran tenido derecho que les amparara. Se lo aseguro. No hubiera sido cuestión de media docena indocumentados encabezados por un chulo del tres al cuarto. No. Más de uno no hubiera tenido dónde esconderse.

Si aquí hubiera habido una guerra, más de un degenerado mental hubiera entendido, y bien, qué es eso de la “socialización del sufrimiento”. Ellos, y sus familias.

Si aquí hubiera habido una guerra, no cabría la menor duda de quiénes son los vencidos. Y tampoco duden que hubieran llovido las condenas internacionales. Incluso, quizá, algún cineasta se hubiera interesado por su caso. Pero poco más. Irlanda, sí, Irlanda. Podrían pedirle al dichoso cura ese que pulula por donde no debe que, en justa correspondencia, les lleve a chiquitear por su tierra. A ver si se toman chiquitos igual de bien en todos los países en guerra.

Porque, paradojas de la vida, los muertos, los mutilados, los humillados, los escarnecidos, las viudas, los huérfanos... han estado siempre respaldados por cerca de cien mil hombres armados que, a la voz de “ar”, hubieran dejado aquello hecho un erial.

Orgullo de raza. Seguro que hubiera habido resistencia sí. Seguro que se hubieran emputecido bien las cosas, ¿verdad? Como en Irlanda. A votar, a llevar a los niños al colegio, a ir al trabajo, entre alambradas, entre tanques. Por cada caído, veinte. Pregúntenle al cura, pregúntenle.

Pero no ha sido así. Ustedes han seguido atracándose de pintxos y viendo morir al de al lado sin mover un músculo. Gracias a que no ha habido ninguna guerra. Y es bueno que haya sido así, porque lo contrario nos hubiera envilecido, nos hubiera arrojado a la sima de la miseria moral. Seríamos iguales.

No se me olvidará nunca. Cuando la Guardia Civil rescató a Ortega Lara, uno de sus captores, al ver al agente que entraba, aquel gudari... se meó encima. Bajo una tapadera, en un inmundo agujero, tenía retenido a un hombre al que, ya reducido a la condición de espectro, pretendía dejar morir de hambre. Aquel despojo humano, cobarde hasta la náusea ¡se meó de miedo! Pero aquel guardia civil se sobrepuso al asco y, me imagino, le llevó ante un Tribunal para que aquel ser despreciable, supongo también, ya recuperado del susto, cantara el Eusko Gudariak.

Ese guardia civil, su templanza, como la de tantos otros, como la dignidad de las víctimas, nos ennobleció. Dignificó nuestra democracia con su actitud, como la dignifican todos los días policías, guardias civiles y jueces que combaten sin desmayo, incluso cuando son mandados por gente indigna.

Que nos respeten, al menos, en el lenguaje. Llámenlo como quieran -recurran a Egíbar, que es muy imaginativo para esto de los eufemismos-: proceso de rendición, de claudicación, de negociación... como les salga de las narices.

De paz, no.

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