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sábado, febrero 11, 2006

HABLANDO DE CONFIANZA

El Presidente del Gobierno habló ayer del posible fin de la banda criminal ETA con cautela, mas con un indisimulado fondo de optimismo. Dijo también que él dispone de información que los demás no conocen, que hay que ser prudentes y que no se la cuenta a Rajoy porque no se fía de él.

En cuanto a lo primero, cabe decir que los demás también esperamos que así sea. Sólo nos faltaba, para colmo de males, encontrarnos con que el Presidente del Ejecutivo goza de la misma información que usted y yo. Lo alarmante sería que, como alguno de sus antecesores en el cargo, afirmara estar enterándose de los acontecimientos por la prensa. Nada que objetar, claro, en cuanto a lo de la prudencia. Y, por último, no creo que esté en lo cierto acerca de Rajoy pero, en última instancia, la confianza no deja de ser algo personal y subjetivo. Es muy grave que el Gobierno y la Oposición no se tengan confianza mutua pero, desde luego, si no la hay, no la hay. No es esto lo peor.

Pero lo que el Presidente no puede pretender, admitido todo lo anterior, es que el personal esté calmado. Y es que, si un visitante, conocedor de nuestra reciente historia, es decir, al cabo de la calle de los últimos cuarenta años, pero sin contaminación por nuestro día a día político, se encarara con el tema, se encontraría, a mi juicio, con un escenario poco halagüeño.

En primer lugar, con un velo de secretismo impropio de una democracia avanzada y, desde luego, no justificable por la prudencia. El Gobierno, tras haber forzado una declaración en el Congreso que resultó todo un trágala para parte de la sociedad, ni confirma ni desmiente que esté negociando. Y parece indignarse con aquellos que, sin otro remedio que orientarse por signos externos, pretenden sacar conclusiones con indicios y otra información imperfecta. Es verdad que un proceso de negociación -el asqueroso eufemismo del “proceso de paz” debería estar desterrado del léxico y reservado a los euskonazis, pese a que parece cada día más popular- no puede caracterizarse por luz y taquígrafos a ultranza, pero no es menos cierto que, en ocasiones anteriores, sí hemos sabido que se hablaba, aunque no supiéramos de qué. No hubo engaño, los representantes ministeriales fueron a Argel o a Zúrich a hablar con ETA. Qué pudieran decirse es algo que no sabemos a ciencia cierta pero se cumplió con los mínimos exigibles de transparencia.

Por el contrario, el horizonte político aparece absolutamente plagado de signos indicativos que, si no acompañan una negociación, sí parecen el aperitivo. A la absoluta impunidad, por inacción culposa de los poderes públicos –bien es verdad que buena parte de esa inacción corresponde a un gobierno, el vasco, instalado desde hace años en una costumbre de incumplir la legalidad-, incluso comodidad, con la que se mueven sujetos considerados terroristas por numerosas instancias internacionales, tras largo y penoso esfuerzo de los sucesivos gobiernos de nuestro país para lograrlo, hay que añadir la sorprendente conveniencia con la que acaecen remociones en la fiscalía, relajamientos jurisprudenciales y otros elementos. Por último, claro, está la citada, absolutamente increíble, declaración Parlamentaria.

Lo más chocante de todo este asunto, y lo que le da ese carácter que tantos encuentran humillante, es que se produce sin contrapartidas. Es verdad que ETA no mata, pero no pierde ocasión de demostrar –incluso mofándose- que no lo hace porque no quiere, se permite el lujo de conceder perdones selectivos a territorios o personas y, sobre todo, no da ningún paso real que permita intuir que nos acercamos a un final. Más bien, nos encontramos todo lo lejos o todo lo cerca que nos han llevado la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Que la apuesta del gobierno es por un final “dialogado” parece, pues, evidente. Dicen algunos, y no puede reprochárseles a tenor de los signos, que Zapatero no quiere derrotar a ETA. Ha asumido la tesis peneuvista de que el “final”, exige que ETA no sea vencida. Exige las tablas. Eso es lo que el Gobierno de España parece ofrecer en esta hora, unas tablas. Tablas que, como es lógico, se fundan en la posición de dominio, puesto que no tiene sentido que ofrezca tablas el que va en desventaja. Tablas, ahora que podía ser mate en cuatro.

Admitido esto, abrimos el libro de historia y repasamos todo lo que ha sucedido en los últimos cuarenta años. Caeremos enseguida en la cuenta de que lo único que no ha cambiado en nuestro país desde entonces es la banda terrorista, que sigue encastillada en los mismos presupuestos que fundamentan su supuesta coartada, en lo que envuelve lo que no es más que una repugnante actividad criminal: territorialidad, autodeterminación... Así, cual mantra, desde finales de los sesenta.

Pues bien, la pregunta que flota en el aire, la que Zapatero se niega a responder es, ¿cabe en cabeza humana que ETA vaya a desaparecer del panorama sólo a cambio de beneficios penitenciarios para sus presos? Parece claro que no. Todos sabemos, incluso los que lo niegan, que habrá precio político. La “teoría de la doble mesa” está ahí para avalarlo. Es posible que, en un sucio ejercicio de cinismo, no se converse sobre esto con la propia ETA, sino con los interlocutores que ésta haya designado. No vale, porque terroristas son todos. El mero hecho de dirigirle la palabra al señor Otegi, en su calidad de líder de Batasuna, es una concesión política al terrorismo. No lo digo yo, lo dicen las listas de la Unión Europea.

Es posible que haya razones para no fiarse de Rajoy, yo no lo sé. Pero que las hay para no confiar en Zapatero sí lo sé. Porque lo único que no es público de todo lo que hemos repasado es lo que él piensa del asunto.