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miércoles, febrero 08, 2006

¿DEMOCRACIA ISLÁMICA?

Este fin de semana leí, en no recuerdo qué periódico o cuál de los múltiples suplementos dominicales –o sabatinos, que ahora también los sábados vuelve uno con el brazo dormido de cargar kilos de papel- una entrevista con Shlomo Ben Ami. Como ustedes recordarán, Ben Ami no sólo fue el embajador de Israel en nuestro país durante unos cuantos años, sino también el último ministro de exteriores israelí que participó en unas conversaciones de paz dignas de tal nombre. Fueron las que se mantuvieron bajo el gobierno de Ehud Barak, y que Arafat, siguiendo su máxima de jamás perder la oportunidad de perder una oportunidad, se permitió el lujo de torpedear, en uno de los últimos “servicios” rendidos a ese pueblo que le soportó cual maldición divina, para gozo de legiones de progres europeos.

Ben Ami decidió poner salir de la política, de momento, por discrepancias con Simon Peres sobre la táctica política que había de seguir el Laborismo. A la vista está que Peres desdibujó la izquierda israelí hasta el punto de convertirla en un convidado de piedra durante toda la era Sharon, y seguramente por muchos años.

Pero es que, además de político, diplomático y gran amigo de España, Ben Ami es historiador riguroso, humanista y observador atento de lo que sucede en su país y en la región en la que está enclavado. Por eso sus opiniones han de ser siempre tenidas en cuenta.

No parece Ben Ami extrañarse del triunfo de Hamas en las elecciones palestinas. En realidad, no se extraña casi nadie, a poco que se piense que, al pueblo palestino no se le ha dado a elegir entre un grupo terrorista y un grupo que no lo es, sino entre unos terroristas que, al tiempo, son extremadamente corruptos y otros que no parecen serlo. La elección de Hamas no puede echar por la borda ningún proceso de paz, sencillamente, porque no hay ningún proceso de paz en marcha. Sólo hay una serie de actos unilaterales por parte israelí. La Autoridad Palestina es un engendro informe, regado por la generosidad y la estulticia de unos fondos europeos de cuyo destino nadie parece haber querido enterarse. La parte que no haya ido a Suiza directamente debe haber engordado las cuentas de la mitad de los traficantes de armas de este mundo.

Ben Ami plantea inquietantes cuestiones a propósito de una región en la que nada es lo que parece, y en la que conviene no fiarse de aparentes evidencias. Pero es de sumo interés, a mi juicio, la noción de “democracia islámica” que, si bien no llegó a desarrollar, sí apuntó en la entrevista.

El historiador israelí parece partir de un pesimismo claro con respecto al futuro de la democracia –no la avanzada zapateril, sino la corriente- en el mundo árabe. No es el único observador informado que apunta a esa incompatibilidad. Algunos, incluso, la consideran de orden profundo, una incompatibilidad de raíz. Ello significaría, ni más ni menos, que los planes de imposición de regímenes de estilo occidental, cualquiera que sea la vía, están abocados al fracaso. ¿Cuál es, pues, la alternativa a unos regímenes repugnantemente corruptos? ¿cuál es la alternativa a las asquerosas dictaduras teocráticas –o pseudolaicas- que subyugan el Oriente Medio, con las que nuestro presidente quiere establecer sus alianzas?

Pues no sé si he entendido bien a Shlomo, pero deduzco que él cree que es un tertium genus, la democracia islámica, que terminaría por ser una especie de estación intermedia entre la democracia de corte occidental y el régimen no democrático. Puede que esta sea, sí, la alternativa más realista. Regímenes algo menos autoritarios que los que hoy tenemos por moderados –Egipto, por ejemplo-, pero en los que una aplicación de la sharia se haría inevitable. ¿Es esto, quizá?

En realidad, nuestra necesidad de paz podría ir bien servida, simplemente, por estados no fallidos. Estamos a años luz de que las tiranías árabes lleguen a ese nivel. Es imprescindible que, en algún momento, devengan países de verdad, capaces de ofrecer algo a sus ciudadanos, en lugar de expoliarles y dejarlos a su suerte o dependiendo de la caridad europea. La malversación de las rentas del petróleo acabará algún día, y será evidente la masa de pobreza. Ese día, es posible que muchos estados árabes se vuelvan trasuntos de autoridades palestinas.

Se dice que las democracias no se hacen la guerra entre sí. Cabe decir que ni tan siquiera es necesario que se trate de democracias. Basta que sean regímenes no criminales. Sí, quizá en esa “democracia islámica” se encuentre la respuesta.

Pero no me negarán que esa respuesta es agridulce. ¿Significa eso, por ejemplo, que hay que renunciar, por imposible, a la igualdad entre hombres y mujeres en una inmensa región del mundo?, ¿significa eso que las religiones cristiana, judía y las demás, no estarán allí nunca en pie de igualdad?, ¿significa eso que la separación iglesia-Estado no será allí jamás completa?

Cuando uno no es como Zapatero, la renuncia a conceptos tales como la universalidad de los derechos humanos se convierte en algo muy duro de tragar. Algo así como admitir que aquello en lo que se ha creído toda la vida, en realidad, sólo vale en ciertas tierras, pero no en todas. Si Shlomo Ben Ami está en lo cierto, quizá el precio de la paz sea, una vez más, la inaceptable preterición de muchísimos seres humanos. Aceptar que jamás conocerán plenamente los derechos con los que –si hemos de creernos a nosotros mismos- han nacido. Los europeos estamos muy acostumbrados a estas cosas, y no en vano aceptamos sin empacho, durante cuarenta años, que nuestra seguridad, nuestro redondo mundo, dependiera de la esclavización de la mitad del continente. Algunos hasta lamentan el “desequilibrio de poder” causado por la desaparición de las cadenas de los rehenes.

De modo que, seguro, esto de la “democracia islámica” llegaría a gustarnos.