AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR
Al César lo que es del César. Las reacciones, a mi juicio algo ridículas, que leo y oigo en ciertos medios de la derecha se están transformando en la prueba más evidente de un “ladran, luego cabalgamos”, que el Presidente no puede entender sino como un respiro tras unos meses bastante acuchados.
No ha proclamado solemnemente la españolidad de Ceuta y Melilla. Cierto. Y es posible, qué se yo, que tenga ya apalabrada la cosoberanía con el sultancito, o que tenga previsto, simplemente, regalárselas con un lacito. También puede, como se barrunta algún periodista, quizá porque le parece muy tibia la respuesta marroquí, que haya entrado en inaceptables apaños diplomáticos para atemperar la reacción de Marruecos que, en suma, serían una humillante “solicitud de permiso”. Pero lo cierto es que, a diferencia de los que se han llenado la boca proclamando la eterna españolidad de las dos ciudades norteafricanas, él sí ha cruzado el Estrecho. Ha ido. Y no en visita privada ni de perfil bajo, sino con todos los honores que le corresponden como mandatario. Quien está en Ceuta y Melilla, por primera vez en veinticinco años, es el Presidente del Gobierno de España. Tanto para el Presidente, y punto en boca.
Si se quiere decir algo, convendría situarse en la senda que apunta hoy el ABC. Si algo hay que exigirle a Zapatero es que, ya que ha tenido este gesto –a mi entender, merecedor de elogio-, en primer lugar, lo eleve a la categoría de normal –es decir, que vaya a Ceuta y Melilla, sencillamente, con la misma frecuencia que viaja a otras zonas del país, ni más ni menos, él y todos los demás cargos del Estado- y, en segundo lugar, en tanto llegamos a la velocidad de crucero de la normalidad, que se inicie una política compensatoria del abandono y el desdén que viven las dos ciudades desde hacer treinta años.
De entrada, por supuesto, mediante una visita del Rey, que las ciudades reclaman y merecen, porque son la única parte del territorio nacional –como bien recordó ayer el presidente de Melilla, las plazas no son un apéndice de España, sino que son España, a secas- que “el Garante” (así le moteja, con evidente mala leche, un amigo mío) aún no ha pisado. Y, por otra parte, recogiendo también la reclamación de los mandatarios locales, hay que asimilar completamente la condición jurídica de Ceuta y Melilla a las de las demás comunidades autónomas del país. Ya que se prevé citar por su nombre, en una próxima reforma constitucional, a todas las comunidades, que los cajistas vayan haciendo hueco para dos más sin cambiar de renglón.
Si algunos se han quedado para buscarle tres pies al gato en una visita que tiene tintes de histórica y para denunciar que fuma, mal vamos.
Y es que va a ser verdad, como dicen sus entusiastas, que el sábado de gloria no sólo se quitó de encima un peso terrible, sino que hizo una de esas raras carambolas que, de cuando en cuando, las circunstancias permiten hacer en política. Además de cambiar de golpe las coordenadas de la política nacional, metió a la banda de los camisas pardas en crisis existencial y, parece, dejó a Mariano y compañía bastante tocados. Todo ello por el económico precio de darle la puntilla a un Maragall que, vaya usted a saber por qué, se ha vuelto un ser imposible. Veremos cuánto tardan las piezas del tablero en recuperar el equilibrio pero, de momento, la pegada presidencial ha comprado, como mínimo, tiempo para recuperar fuelle.
Sigo insistiendo en que la única alternativa viable para el Partido Popular consiste en la construcción de un discurso de fondo. La debilidad de Zapatero reside en su falta de sustancia, en sus importantísimas carencias de fundamentos. El proyecto que propone hace aguas por todos lados. En estas condiciones, que fume o no debería ser bastante irrelevante.
Lo dicho, si el Presidente va a las ciudades norteafricanas, lo suyo es elogiárselo –sin alharacas, que tampoco es más que un acto debido, que sólo la cobardía y la desidia de sus predecesores ha convertido en extraordinario- y pasar a reclamarle, a renglón seguido, que la política de gestos se torne política de realidades.
El mayor riesgo que acecha en estos momentos al Partido Popular es el de convertirse en un ente desnortado, plagado de salidas de tono, que los españoles, siempre tan exigentes cuando miran a diestra –será por aquello de compensar su laxitud cuando lo hacen a siniestra- difícilmente van a perdonar. Y sería lamentable, porque hay mucho hueso donde morder. Traigo una cita de Amando de Miguel, hoy, en Libertad Digital:
Por ejemplo, tendríamos que oír a los dirigentes del PP: “Allí donde gobernemos, todos los niños tendrán asegurada la enseñanza pública obligatoria en castellano y en el otro idioma que sea también oficial en la comunidad”. Mientras no oiga esa declaración, mi voto está en el aire. No soy “indeciso”, sino que pongo condiciones; y conmigo, varios millones más de españoles.
Pues eso. Aún no hemos oído lo que tenemos que oír. De hecho, no oímos más que ruido desde Valencia, Baleares, Galicia... Y, sí, hemos oído también que Zapatero fuma.
Pero está en Ceuta.
No ha proclamado solemnemente la españolidad de Ceuta y Melilla. Cierto. Y es posible, qué se yo, que tenga ya apalabrada la cosoberanía con el sultancito, o que tenga previsto, simplemente, regalárselas con un lacito. También puede, como se barrunta algún periodista, quizá porque le parece muy tibia la respuesta marroquí, que haya entrado en inaceptables apaños diplomáticos para atemperar la reacción de Marruecos que, en suma, serían una humillante “solicitud de permiso”. Pero lo cierto es que, a diferencia de los que se han llenado la boca proclamando la eterna españolidad de las dos ciudades norteafricanas, él sí ha cruzado el Estrecho. Ha ido. Y no en visita privada ni de perfil bajo, sino con todos los honores que le corresponden como mandatario. Quien está en Ceuta y Melilla, por primera vez en veinticinco años, es el Presidente del Gobierno de España. Tanto para el Presidente, y punto en boca.
Si se quiere decir algo, convendría situarse en la senda que apunta hoy el ABC. Si algo hay que exigirle a Zapatero es que, ya que ha tenido este gesto –a mi entender, merecedor de elogio-, en primer lugar, lo eleve a la categoría de normal –es decir, que vaya a Ceuta y Melilla, sencillamente, con la misma frecuencia que viaja a otras zonas del país, ni más ni menos, él y todos los demás cargos del Estado- y, en segundo lugar, en tanto llegamos a la velocidad de crucero de la normalidad, que se inicie una política compensatoria del abandono y el desdén que viven las dos ciudades desde hacer treinta años.
De entrada, por supuesto, mediante una visita del Rey, que las ciudades reclaman y merecen, porque son la única parte del territorio nacional –como bien recordó ayer el presidente de Melilla, las plazas no son un apéndice de España, sino que son España, a secas- que “el Garante” (así le moteja, con evidente mala leche, un amigo mío) aún no ha pisado. Y, por otra parte, recogiendo también la reclamación de los mandatarios locales, hay que asimilar completamente la condición jurídica de Ceuta y Melilla a las de las demás comunidades autónomas del país. Ya que se prevé citar por su nombre, en una próxima reforma constitucional, a todas las comunidades, que los cajistas vayan haciendo hueco para dos más sin cambiar de renglón.
Si algunos se han quedado para buscarle tres pies al gato en una visita que tiene tintes de histórica y para denunciar que fuma, mal vamos.
Y es que va a ser verdad, como dicen sus entusiastas, que el sábado de gloria no sólo se quitó de encima un peso terrible, sino que hizo una de esas raras carambolas que, de cuando en cuando, las circunstancias permiten hacer en política. Además de cambiar de golpe las coordenadas de la política nacional, metió a la banda de los camisas pardas en crisis existencial y, parece, dejó a Mariano y compañía bastante tocados. Todo ello por el económico precio de darle la puntilla a un Maragall que, vaya usted a saber por qué, se ha vuelto un ser imposible. Veremos cuánto tardan las piezas del tablero en recuperar el equilibrio pero, de momento, la pegada presidencial ha comprado, como mínimo, tiempo para recuperar fuelle.
Sigo insistiendo en que la única alternativa viable para el Partido Popular consiste en la construcción de un discurso de fondo. La debilidad de Zapatero reside en su falta de sustancia, en sus importantísimas carencias de fundamentos. El proyecto que propone hace aguas por todos lados. En estas condiciones, que fume o no debería ser bastante irrelevante.
Lo dicho, si el Presidente va a las ciudades norteafricanas, lo suyo es elogiárselo –sin alharacas, que tampoco es más que un acto debido, que sólo la cobardía y la desidia de sus predecesores ha convertido en extraordinario- y pasar a reclamarle, a renglón seguido, que la política de gestos se torne política de realidades.
El mayor riesgo que acecha en estos momentos al Partido Popular es el de convertirse en un ente desnortado, plagado de salidas de tono, que los españoles, siempre tan exigentes cuando miran a diestra –será por aquello de compensar su laxitud cuando lo hacen a siniestra- difícilmente van a perdonar. Y sería lamentable, porque hay mucho hueso donde morder. Traigo una cita de Amando de Miguel, hoy, en Libertad Digital:
Por ejemplo, tendríamos que oír a los dirigentes del PP: “Allí donde gobernemos, todos los niños tendrán asegurada la enseñanza pública obligatoria en castellano y en el otro idioma que sea también oficial en la comunidad”. Mientras no oiga esa declaración, mi voto está en el aire. No soy “indeciso”, sino que pongo condiciones; y conmigo, varios millones más de españoles.
Pues eso. Aún no hemos oído lo que tenemos que oír. De hecho, no oímos más que ruido desde Valencia, Baleares, Galicia... Y, sí, hemos oído también que Zapatero fuma.
Pero está en Ceuta.
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