LA DERECHA TRAS EL ESTATUTO (I)
La escenificación del acuerdo Zapatero-Mas, mediando la aparente crisis del “caso Piqué” –que en el Partido Popular representa “diferencias insalvables” aunque en el PSOE eso se llama “sano pluralismo interno”, ya se sabe- ha trasladado la presión al Partido Popular. Merced a una jugada que, sin ánimo irónico alguno, merece calificarse de maestra, un socialismo medio noqueado ha conseguido lanzar la pelota al tejado del de enfrente y, de paso, poner muy nerviosos a unos socios que llevaban ya algún tiempo pasándose de listos.
Me temo que no se trata más que de un efecto imagen. No tanto porque el Partido Popular no tenga problemas, sino porque no nacen, desde luego de una crisis inducida por el pacto monclovita. La alegría de semanas atrás sólo podía relacionarse con los problemas del contrario, pero no estaba fundada en avances propios.
El PP es, a mi juicio, un partido con problemas, que está cometiendo errores, y esto no conviene ocultarlo. El riesgo de no aplicarse a resolverlos puede significar, mi más ni menos, volver a estancarse en una reedición del “techo de Fraga”, quizá con diez o veinte diputados más, pero en todo caso con una cifra insuficiente para que pueda confiarse en que en España se producirá, de tiempo en tiempo, una alternancia que no merezca calificarse de anecdótica. También hay, creo, soluciones posibles, aunque sean audaces.
En realidad, a mimodo de ver, estamos en una especie de punto crítico en la evolución de la derecha española, del que puede surgir, bien una derecha moderna y sólida cuya consolidación podría ser la salvación de la democracia, bien una derecha renqueante, que asuma el papel de actor secundario al que la quiere relegar una izquierda que, como todas las del mundo, aspira a instituir un régimen.
Voy a intentar exponer, en un par de artículos, mi visión de la cosa. Si don Mariano llega a leerlo y lo encuentra de interés, me comprometo a ampliarle la reflexión por una décima parte de lo que le facturaría Pedro Arriola (¡je!)... Empezaré por el diagnóstico de la situación, mañana abordaremos las soluciones.
Diagnóstico: los problemas de la derecha
Conste que el orden no implica juicio de importancia. El lector juzgará si son estos los más importantes y, sobre todo, cuál considera más relevante. Yo veo estos:
El primero es la táctica gubernamental. Parece una perogrullada, pero creo que no lo es. Por supuesto que, entre Gobierno y Oposición existe una relación dialéctica y, por tanto, uno es siempre un problema para el otro. Ahora bien, el sentido de la “agresión” suele ser siempre unidireccional. En la medida en que, a los puntos, siempre gana el vigente campeón, es la Oposición, como challenger, la que tiene que intentar desarbolar al que, al fin y al cabo, nada tiene que ganar.
El caso español no responde, sin embargo, a esa pauta. El Gobierno de España tiene tintes de “Oposición de la Oposición” o, dicho de otro modo, una de las ideas-fuerza de su proyecto político es que esa Oposición quede neutralizada. Si esto fuera una eliminatoria a doble partido, se diría que el equipo gubernamental no quiere –sólo- ganar el de ida, sino que tiene toda la intención de que no haya partido de vuelta.
Como ya he expuesto otras veces, la herramienta fundamental para lograrlo es la idea de “centralidad”. Este concepto es, ni más ni menos, el que se vio escenificado el otro día en la Moncloa. Se trata de sugerir a la opinión que la posición concreta que uno ocupa es el centro, o el paradigma de la moderación. Por consiguiente, todos los que no están en el mismo lugar son excéntricos, extremistas o marginales.
Este concepto fue, en realidad, introducido en nuestro panorama político por el PNV. Habrán ustedes oído hasta la saciedad a Balza y compañía hablar de “todo tipo de violencia” o, los “extremistas de uno y otro sitio”. Estas expresiones meten, en el mismo saco, a ETA y a la Guardia Civil, al PP y a Batasuna. El PNV reclama, por sistema, para sí, la centralidad política. Donde él está, está “la sociedad vasca”. No se dice, “el PNV quiere...”, sino “la sociedad vasca quiere...” Por tanto, quienes quieren otra cosa, no quieren lo que quiere la sociedad vasca.
La amoralidad, la declarada "flexibilidad de principios", que caracteriza a la Izquierda en la era Zapatero vuelve fácil este juego. No existen restricciones a priori. Uno puede colocarse en cualquier punto del espectro y, en torno a él, formar una mayoría. Por eso el socialismo puede acreditar esa increíble facilidad para el pacto y, por eso, la “centralidad” viaja con él.
Por supuesto, los medios pro-PSOE entran claramente en ese juego. No se cansarán de repetir, ahora, que los que están en el mismo saco, el del “no”, son Rajoy y Carod Rovira. Representan, pues, los extremos y, por tanto, la marginalidad. Este razonamiento no se ve obstaculizado porque uno tenga diez millones de votos y el otro quinientos mil. Como he dicho, se trata de convertir esto en un juego meramente posicional, sin que los aspectos sustantivos representen el más mínimo papel al respecto.
El segundo gran problema es de orden puramente interno. Me refiero a la dificultad para encontrar un discurso que conecte con una mayoría suficiente. Es verdad que Rajoy ha apuntado maneras, y ha llegado a cuajar los mimbres para un buen cesto, pero hay una preocupante discontinuidad.
El Partido Popular tiene, por supuesto, la dificultad de hacer convivir en su seno distintas familias políticas a las que, por cierto, corresponden diferentes rostros. Todas esas ideas son respetables, pero debe acuñarse un discurso único en función de un votante-tipo. Y si se trata de que ese votante tipo salga de los caladeros de lo que denominamos centro político –ahora en sentido sociológico- parece claro que el partido debe limar algunas aristas. Debe conseguir que parte de los apoyos recogidos en la era Aznar lleguen a serlo por convicción y no por desesperación. El PP debe aspirar a un núcleo mucho más amplio de votantes propios, y no esperar a que los deméritos ajenos conviertan a la "opción natural" -el socialismo moderado- en inaceptable.
No es un problema imposible porque, desde luego, existe un mínimo común denominador en torno al cual pueden converger conservadores, liberales e, incluso, el ala derecha de la socialdemocracia. Bastan unas cuantas concesiones mutuas. Pero sobre eso nos detendremos mañana.
El tercer gran problema, de carácter electoral, se basa, según es archiconocido, en la falta de capacidad del PP para obtener buenos resultados en las dos comunidades más pobladas del país: Andalucía y Cataluña.
Confieso que el problema andaluz se me escapa. No lo entiendo, y me gustaría que alguien me lo explicara sin recurrir a conceptos de nivel Rubianes -del tipo "es que los andaluces son la p..."-, porque, conforme a algunas teorías, hace tiempo que debió producirse allí una alternancia. La manifiesta incapacidad del socialismo para hacer que la región abandone el penúltimo puesto en las listas de riqueza y el hecho de que, en algún momento, llegó a haber una gran pujanza del PP en las zonas urbanas debían haber tenido, quizá alguna consencuencia. Misterios insondables o, en todo caso, que escapan a la capacidad de comprensión de un servidor.
Cataluña es otra historia. Al igual que en el País Vasco, el PP tiene allí un competidor ideológico por el voto conservador, que es CiU, lo que es un problema de entrada, pero todos sabemos que, hoy por hoy, también como en Euskadi, el eje relevante parece ser el del nacionalismo-no nacionalismo. En este estado de cosas, se comprende plenamente cuáles han sido las intenciones de Piqué, Vendrell y compañía.
A mi juicio, parece claro –y así lo avala la aparición de otras alternativas- que la estrategia del PPC parte de un error de cálculo, que es la asunción de que el nacionalismo no puede ser combatido con éxito, que es consustancial al ser catalán y, por tanto, unas mínimas posibilidades requieren ser, cuando menos, “catalanista”. El error es comprensible y, sí, a la vista está que el nacionalismo ocupa un lugar más que relevante en el panorama político del Principado. A eso contribuye, desde luego, la maquinaria propagandística.
Pero el hecho de que buena parte de la sociedad comulgue de hoz y coz con la doctrina, y de que un muy significativo segmento esté dispuesta, a lo Pepe Rubianes, a hacer lo que sea buscando la aceptación no significa que eso agote el espectro.
Hasta aquí el diagnóstico. Mañana, más.
Me temo que no se trata más que de un efecto imagen. No tanto porque el Partido Popular no tenga problemas, sino porque no nacen, desde luego de una crisis inducida por el pacto monclovita. La alegría de semanas atrás sólo podía relacionarse con los problemas del contrario, pero no estaba fundada en avances propios.
El PP es, a mi juicio, un partido con problemas, que está cometiendo errores, y esto no conviene ocultarlo. El riesgo de no aplicarse a resolverlos puede significar, mi más ni menos, volver a estancarse en una reedición del “techo de Fraga”, quizá con diez o veinte diputados más, pero en todo caso con una cifra insuficiente para que pueda confiarse en que en España se producirá, de tiempo en tiempo, una alternancia que no merezca calificarse de anecdótica. También hay, creo, soluciones posibles, aunque sean audaces.
En realidad, a mimodo de ver, estamos en una especie de punto crítico en la evolución de la derecha española, del que puede surgir, bien una derecha moderna y sólida cuya consolidación podría ser la salvación de la democracia, bien una derecha renqueante, que asuma el papel de actor secundario al que la quiere relegar una izquierda que, como todas las del mundo, aspira a instituir un régimen.
Voy a intentar exponer, en un par de artículos, mi visión de la cosa. Si don Mariano llega a leerlo y lo encuentra de interés, me comprometo a ampliarle la reflexión por una décima parte de lo que le facturaría Pedro Arriola (¡je!)... Empezaré por el diagnóstico de la situación, mañana abordaremos las soluciones.
Diagnóstico: los problemas de la derecha
Conste que el orden no implica juicio de importancia. El lector juzgará si son estos los más importantes y, sobre todo, cuál considera más relevante. Yo veo estos:
El primero es la táctica gubernamental. Parece una perogrullada, pero creo que no lo es. Por supuesto que, entre Gobierno y Oposición existe una relación dialéctica y, por tanto, uno es siempre un problema para el otro. Ahora bien, el sentido de la “agresión” suele ser siempre unidireccional. En la medida en que, a los puntos, siempre gana el vigente campeón, es la Oposición, como challenger, la que tiene que intentar desarbolar al que, al fin y al cabo, nada tiene que ganar.
El caso español no responde, sin embargo, a esa pauta. El Gobierno de España tiene tintes de “Oposición de la Oposición” o, dicho de otro modo, una de las ideas-fuerza de su proyecto político es que esa Oposición quede neutralizada. Si esto fuera una eliminatoria a doble partido, se diría que el equipo gubernamental no quiere –sólo- ganar el de ida, sino que tiene toda la intención de que no haya partido de vuelta.
Como ya he expuesto otras veces, la herramienta fundamental para lograrlo es la idea de “centralidad”. Este concepto es, ni más ni menos, el que se vio escenificado el otro día en la Moncloa. Se trata de sugerir a la opinión que la posición concreta que uno ocupa es el centro, o el paradigma de la moderación. Por consiguiente, todos los que no están en el mismo lugar son excéntricos, extremistas o marginales.
Este concepto fue, en realidad, introducido en nuestro panorama político por el PNV. Habrán ustedes oído hasta la saciedad a Balza y compañía hablar de “todo tipo de violencia” o, los “extremistas de uno y otro sitio”. Estas expresiones meten, en el mismo saco, a ETA y a la Guardia Civil, al PP y a Batasuna. El PNV reclama, por sistema, para sí, la centralidad política. Donde él está, está “la sociedad vasca”. No se dice, “el PNV quiere...”, sino “la sociedad vasca quiere...” Por tanto, quienes quieren otra cosa, no quieren lo que quiere la sociedad vasca.
La amoralidad, la declarada "flexibilidad de principios", que caracteriza a la Izquierda en la era Zapatero vuelve fácil este juego. No existen restricciones a priori. Uno puede colocarse en cualquier punto del espectro y, en torno a él, formar una mayoría. Por eso el socialismo puede acreditar esa increíble facilidad para el pacto y, por eso, la “centralidad” viaja con él.
Por supuesto, los medios pro-PSOE entran claramente en ese juego. No se cansarán de repetir, ahora, que los que están en el mismo saco, el del “no”, son Rajoy y Carod Rovira. Representan, pues, los extremos y, por tanto, la marginalidad. Este razonamiento no se ve obstaculizado porque uno tenga diez millones de votos y el otro quinientos mil. Como he dicho, se trata de convertir esto en un juego meramente posicional, sin que los aspectos sustantivos representen el más mínimo papel al respecto.
El segundo gran problema es de orden puramente interno. Me refiero a la dificultad para encontrar un discurso que conecte con una mayoría suficiente. Es verdad que Rajoy ha apuntado maneras, y ha llegado a cuajar los mimbres para un buen cesto, pero hay una preocupante discontinuidad.
El Partido Popular tiene, por supuesto, la dificultad de hacer convivir en su seno distintas familias políticas a las que, por cierto, corresponden diferentes rostros. Todas esas ideas son respetables, pero debe acuñarse un discurso único en función de un votante-tipo. Y si se trata de que ese votante tipo salga de los caladeros de lo que denominamos centro político –ahora en sentido sociológico- parece claro que el partido debe limar algunas aristas. Debe conseguir que parte de los apoyos recogidos en la era Aznar lleguen a serlo por convicción y no por desesperación. El PP debe aspirar a un núcleo mucho más amplio de votantes propios, y no esperar a que los deméritos ajenos conviertan a la "opción natural" -el socialismo moderado- en inaceptable.
No es un problema imposible porque, desde luego, existe un mínimo común denominador en torno al cual pueden converger conservadores, liberales e, incluso, el ala derecha de la socialdemocracia. Bastan unas cuantas concesiones mutuas. Pero sobre eso nos detendremos mañana.
El tercer gran problema, de carácter electoral, se basa, según es archiconocido, en la falta de capacidad del PP para obtener buenos resultados en las dos comunidades más pobladas del país: Andalucía y Cataluña.
Confieso que el problema andaluz se me escapa. No lo entiendo, y me gustaría que alguien me lo explicara sin recurrir a conceptos de nivel Rubianes -del tipo "es que los andaluces son la p..."-, porque, conforme a algunas teorías, hace tiempo que debió producirse allí una alternancia. La manifiesta incapacidad del socialismo para hacer que la región abandone el penúltimo puesto en las listas de riqueza y el hecho de que, en algún momento, llegó a haber una gran pujanza del PP en las zonas urbanas debían haber tenido, quizá alguna consencuencia. Misterios insondables o, en todo caso, que escapan a la capacidad de comprensión de un servidor.
Cataluña es otra historia. Al igual que en el País Vasco, el PP tiene allí un competidor ideológico por el voto conservador, que es CiU, lo que es un problema de entrada, pero todos sabemos que, hoy por hoy, también como en Euskadi, el eje relevante parece ser el del nacionalismo-no nacionalismo. En este estado de cosas, se comprende plenamente cuáles han sido las intenciones de Piqué, Vendrell y compañía.
A mi juicio, parece claro –y así lo avala la aparición de otras alternativas- que la estrategia del PPC parte de un error de cálculo, que es la asunción de que el nacionalismo no puede ser combatido con éxito, que es consustancial al ser catalán y, por tanto, unas mínimas posibilidades requieren ser, cuando menos, “catalanista”. El error es comprensible y, sí, a la vista está que el nacionalismo ocupa un lugar más que relevante en el panorama político del Principado. A eso contribuye, desde luego, la maquinaria propagandística.
Pero el hecho de que buena parte de la sociedad comulgue de hoz y coz con la doctrina, y de que un muy significativo segmento esté dispuesta, a lo Pepe Rubianes, a hacer lo que sea buscando la aceptación no significa que eso agote el espectro.
Hasta aquí el diagnóstico. Mañana, más.
1 Comments:
Pues a mí –qué quieres que te diga- todo eso de la centralidad y el centrismo me parece una memez tipo Piqué y tipo Arriola. Si la supuesta moderación y el sentido común no están en seguir las directrices de los jurisconsultos de el Consejo de Estado, en escuchar al CGPJ y en ver que, en democracia, la soberanía nacional, el imperio de la Ley, el Estado de Derecho, la separación de poderes y las libertades individuales no se las puede pasar el gobernante por el arco del triunfo, no sé yo dónde pueden estar.
No, los problemas del PP a escala nacional no son tanto de posición política sino de falta de fe en sí mismos y de incapacidad para transmitir sus ideas. Y en determinados casos hasta para tenerlas. Mucho funcionario de partido es lo que hay. Además de una aplastante mayoría mediática en contra de forma sistemática, y un temor reverencial a desafiar la dictadura de lo políticamente correcto.
Yo creo que los pocos votantes de la era Aznar que se perdieron ya están de vuelta. Lo que pasa es que ahora hace falta la mayoría absoluta. Este es el momento para demostrarle a los españoles que no es serio estar permanentemente en manos de minorías separatistas y de retomar las viejas banderas de la regeneración democrática: cambiar la Ley Electoral, recuperar la independencia del poder judicial, introducir modificaciones para que los ejecutivos no puedan saltarse a la torera las sentencias judiciales y las leyes, blindar la limpieza de las reglas de juego, preocuparse porque el TC pueda ejercer el control de constitucionalidad cuando sirva para algo, liberalizar el sector audiovisual.
También es el momento de explicar a los españoles que para seguir creciendo en un mundo globalizado es indispensable seguir liberalizando la economía –y ahora de verdad, no con falsas liberalizaciones-, flexibilizar el mercado laboral, bajar los impuestos y el gasto público, desregular los mercados; y que para todo eso es un incordio esto de las autonomías, que sólo compiten en gasto público, en número de funcionarios y en clientelas.
En el caso andaluz –paradigmático en cuanto a la incapacidad de articular un discurso verdaderamente propio y alternativo al socialismo, más que nada porque son todos más socialistas que Chaves, y además si no lo eres lo llevas claro- se une a todo lo dicho la inmensa red clientelar construida durante veinticinco años por el PSOE, en connivencia con los señoritos de toda la vida. Es lo que por aquí llamamos ya el régimen, un sistema caciquil una de cuyas principales misiones consiste en asegurarse de que no haya vida posible fuera del sometimiento al poder. Es aquello de al amigo plata, al enemigo hierro y al indiferente, la legislación vigente. Sólo que aquí la legislación se hace básicamente para no dejarte vivir.
Súmale a todo eso, a la inmensa masa de funcionarios y paniaguados varios, la población artificialmente fijada mediante subvenciones a las zonas rurales, la incultura cuidadosamente cultivada desde la enseñanza y los medios de comunicación públicos, la infiltración permanente y asfixiante del poder en todo intento de articulación de la sociedad civil y la práctica inexistencia de oposición mediática (El Mundo de Andalucía, algún rato de Onda Cero y pare usted de contar, porque aquí ni la COPE), y obtendrás una explicación del por qué de la perpetuación del PSOE en el poder en Andalucía.
Yo la esperanza que tengo es que esto empiece a cambiar en cuanto se vea que se va a cortar el chorro de las ayudas europeas, que ojalá fuera lo antes posible. Ahí es cuando se les va a acabar el chollo y el cuento, y cuando el PP-A –que hoy está comodísimo con esto de estar de ministerio de la oposición- se va a ver en la tesitura de tener que demostrar que es apostando por la libertad económica cómo los andaluces pueden salir adelante por sí mismos.
De todas formas está claro que, si a Andalucía se la hubieran tomado en serio antes (si empezaran a trabajar en serio ya, vamos), otro gallo le cantaría al PP. De hecho, con una subida significativa aquí, tendrían la llave de la Moncloa. Pero si todo lo que van a hacer es criticar a los del PSOE por los sueldazos que cobran, y exigirles el cumplimiento de las mismas recetas intervencionistas que al parecer comparten, sin cuestionarlas, apaga y vámonos.
By Anónimo, at 2:16 p. m.
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