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viernes, enero 27, 2006

SÍ, ES UN PROBLEMA DE LEALTAD

Joseba Arregi ponía ayer, en El Mundo, el dedo en la llaga, al hablar del concepto crucial de lealtad, en relación con el estado autonómico. Modestamente, ya hice referencia a esta noción en un artículo anterior, y mantengo la opinión.

El constitucionalismo alemán acuñó hace tiempo la noción de “lealtad federal” (Bundestreue) como uno de los elementos sustentantes del edificio de la República. Esa lealtad básica ha de profesarse de los Länder a la Federación y, por supuesto, también de la Federación a los Länder. En suma, no se trata más que de la extensión al campo del derecho constitucional de que la viabilidad de todo acuerdo se basa en el compromiso que las partes muestren con el mismo. No es diferente, a fin de cuentas, del universal principio de la buena fe, que distingue el contrato, el pacto o el negocio de la simple treta, el engaño y otras figuras afines.

Toda la polémica en torno al reparto competencial entre Comunidades Autónomas y Administración General del Estado –que, como bien recordaba Arregi no son sino niveles en que se organiza el Estado como un todo, por más que el segundo término, la Administración General o el Poder Central, termine siendo “el Estado” por antonomasia- se vuelve un tanto incomprensible si no recurrimos a estos conceptos.

Y es que, en efecto, si partimos de que “Estado” –rectius Administración Central- y “Comunidades Autónomas” vienen a ser lo mismo, el problema parece tener una faz bastante técnica. ¿Merece la pena perder la cabeza por quién hace tal o cual carretera o quien gestiona tal o cual aeropuerto? Nótese que, cuando hablo de “problema técnico” no pretendo minusvalorar el calado de la cuestión. Es evidente que no todos los repartos competenciales son igualmente deseables, que pueden ser evaluados a partir de diferentes criterios y que, en definitiva, el “problema técnico” puede tornarse una selva impenetrable –véase, sin ir más lejos, la complejidad que ha alcanzado el proceso en la República Federal de Alemania o en los Estados Unidos, por no poner ejemplos de casa-.

Lo que quiero decir es, simplemente, que podrían caber múltiples soluciones al problema sin que ello supusiera socavar los cimientos de nada. Debería ser, pues, una cuestión susceptible de ser abordada con mucha menos pasión.

Pero aquí es donde entra, claro, la Bundestreue. La virulenta reacción de algunos frente a lo que no pasaría de ser un reajuste competencial de más o menos calado, en el fondo, está basada en la fundadísima sospecha de la absoluta deslealtad al proyecto colectivo que se oculta tras esa apariencia de “mejoras técnicas”. Como bien decía Arregi, es harto probable que manifestaciones parecidas a las que constaban –quién sabe si aún constan- en el proyecto de estatuto de Cataluña, puestas en un texto elaborado por el Parlamento de Andalucía, no hubieran causado la misma inquietud. Sencillamente porque nadie puede poner seriamente en cuestión la lealtad de los andaluces al proyecto colectivo.

Quizá hace unos años, cuando aún era posible cierta ingenuidad sin excesivo desdoro, cuando se practicaba algún tipo de juego de ambigüedad, hubiese sido posible conservar la esperanza acerca de la posible existencia de un pacto, cualquiera que fuese su contenido concreto, que pudiera beneficiarse de ese mínimo de lealtad. Que no fuese motejado, de entrada, de “disposición transitoria” y aceptado con un mohín de desagrado, en espera de tiempos mejores.

A fecha de hoy, la ingenuidad se vuelve culpable. Algunos partidos nacionalistas, como PNV o ERC han tenido el buen gusto de abandonar las medias tintas –de hecho, y esto es algo que les honra, ERC jamás dejó lugar a malentendidos-. Otros van convirtiendo sospechas en certezas, aunque sigan jugando con habilidad camaleónica –incluso consiguen que les terminemos dando las gracias-. A partir de aquí, los daños posteriores sólo pueden deberse a estupidez propia, que no a la habilidad ajena para el engaño.

Acierta Arregi, a mi juicio, al situar el debate en su foro adecuado –conste que las conclusiones son de mi cosecha-, que no es el de las leyes concretas, ni el de los pactos o acuerdos, llámense como se llamen, sino uno previo. La pregunta no es si existe un pacto que nos pueda satisfacer a todos sino, más bien, si algunos siguen teniendo crédito para pactar nada.

Necesitamos Bundestreue, y creo que es extremadamente ingenuo seguir pensando que la podemos conseguir. Antes al contrario, si algo viene avalado por la experiencia es que lo sensato es creer que algunas partes del pacto tienen la firme voluntad de no sentirse realmente vinculadas por nada de lo que se pacte, nunca.