RESUCITEMOS LA RAZÓN
Jesús Cacho, en El Confidencial, buscando en el baúl de los recuerdos, ha encontrado esta perla de la que es autor, al parecer, el actual inquilino de la Moncloa:
“Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas".
Lean, si les apetece, el artículo entero.
Por lo que se ve, la frase figura en el prólogo a un libro escrito por el actual ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla. Las frases están sacadas de contexto y, además, extractadas a voluntad del periodista –por lo que no se puede llevar demasiado lejos las conclusiones, máxime cuando intuyo que la omisión cambia, y mucho, el sentido-, pero no cabe duda de que son, quizá, inconscientemente descriptivas. No me interesa glosarlas con exactitud, sino, meramente, centrarme en la música. Es posible que las palabras sean inexactas, pero el tono es familiar.
Pidan a alguien que les lea el texto en voz alta y, con los ojos cerrados, percibirán claros ecos zapateriles, se lo aseguro (basta encontrar el frío condicional "si en politica...", una hipótesis o un desiderátum formulado como supuesto). Podría ser marca de la casa la incultura supina que denota la primera oración: “ideología significa idea lógica”. No sé qué demonios tendrá que ver la ideología con la lógica. Recuerda a aquello de que todo fusil se compone de dos piezas (“fu” y “sil”).
El texto atribuido al Presidente toca una idea que, sin duda, a juzgar por su ejecutoria, ha de serle muy cara: la muerte de la racionalidad en política. No sé por qué ni a santo de qué decía lo que decía, pero, ¡ay!, ese "si en política..."
En algún otro lugar he dicho que los principios del liberalismo clásico están hoy de plena actualidad. Cada día estoy más convencido de ello. Algunas de las ideas-fuerza que dieron vida a la democracia liberal, precisamente las más antiguas, son de urgente recuperación. Me refiero, sí, a la resucitación de ese Montesquieu prematuramente asesinado, a la recuperación de la noción tradicional de ciudadanía, a la vuelta de una ética de derechos y deberes... y a la recuperación del proceso político como expresión de una cierta razón.
Y si todas estas cosas son de actualidad es, precisamente, porque hay mucha gente que las ha dado por superadas. Hay, de hecho, mucho teórico que gusta de hablar de “superación” de la democracia tradicional, se conoce que porque da cierto pudor referirse directamente a su muerte. Pero es que es eso lo que se trasluce en párrafos como el que transcribí al principio. Obsérvese que las frases quieren conducirnos a una convicción, que no es otra que la de la invalidez de los métodos tradicionales de formación de opinión. Como quiera que el mundo es incomprensible, como quiera que la realidad política, de puro compleja, es casi inaprehensible, parece oportuno abandonar el corsé de una razón que no hace sino dejarnos en la estacada y sustituirla por una especie de dinámica caótica, de palos de ciego, de andar a tientas.
Los consensos son lábiles y no vinculan, en realidad. Son siempre revisables. Puesto que no hay razón, no hay ningún motivo real para preferir un estado de cosas determinado a otro. En efecto, todo es posible y aceptable. Mejor aún, cabría decir que todo lo que es posible, por ese solo hecho, es aceptable.
Es evidente que esta forma de ver las cosas tiene un cierto atractivo. En realidad, esta forma de ver las cosas es lo que subyace en el gran elemento de marketing de la izquierda en los últimos años. La izquierda ya no promete servicios sociales, mejoras para los pobres, solidaridad... promete ausencia de conflictos, ausencia de frustraciones. Promete “paz perpetua”, promete “talante”. El conflicto, la frustración, surgen de contrastar las propias aspiraciones con una realidad dada. Si la realidad no tiene por qué ser de ningún modo predeterminado, desaparece la constricción principal.
Todos podemos ser felices, salvo por el pequeño detalle de que puede que dos realidades apetecidas dadas sean mutuamente incompatibles. ¿Qué ocurre cuando dos mundos soñados no pueden coexistir? Para esto, el talante no tiene respuesta. No, en realidad, sí la tiene. Incapaz de convenir en una realidad única para todos, opta por favorecer al fuerte. La política tiene sus medios de resolución de conflictos, la naturaleza tiene los suyos. Y el de la naturaleza es subsidiario, funciona tan pronto como desaparecen los demás. “Naturaleza” es lo que queda cuando se evapora la cultura, en su sentido más amplio, “naturaleza” es, empleando las palabras del autor, la invalidez del método inductivo y del deductivo, sustituidos por la intuición, las emociones... atractivo pero antihumano, si tenemos en cuenta que, hasta ahora, éramos el único animal al que le era dado ir más allá de sus instintos.
La frase del inicio –que perfectamente podría haber salido de la pluma del Presidente del Gobierno- es aterradora hasta extremos difíciles de exagerar. Es la negación de todo aquello en lo que muchos creemos, la negación de lo que nos hace sentir seguros. No me refiero, claro, a una patria, a un entorno institucional dado. Me refiero a algo mucho más profundo, que es la verdadera raíz de nuestra seguridad. Me refiero a la previsibilidad de las acciones de los demás que es característica de una sociedad racionalmente ordenada. Quizá muchos de los lectores no hayan reparado en ello pero... ¿imaginan cómo sería su vida si no fuese posible confiar en que, en el tráfico rodado, los demás van a comportarse de una manera determinada?... esa, y no otra, es la esencia misma del derecho y de los procesos políticos sometidos a la razón.
Una sociedad no regida por la arbitrariedad puede definirse, precisamente, porque en ella no todo es posible. El estado liberal de derecho se caracteriza porque sólo ciertas formas de realidad son posibles. Sólo son admisibles aquellos estados de cosas que resultan de ciertas operaciones, de ciertos comportamientos, previamente validados por el acuerdo básico que es el contrato social. Podrá decirse que esto es poco, porque las posibilidades válidas son virtualmente infinitas. Son, por ejemplo, infinitas las cosas que es posible hacer, dentro del orden establecido, para un Parlamento legislador. Sí, pero son tantas o más, las que no puede hacer y, por tanto, las que es lícito confiar en que no hará nunca.
Fíjense bien, y verán que, en suma, la inquietud que provoca Zapatero puede resumirse en esta sola idea: con él, nos embarga la sensación de que cualquier cosa es posible. Y que sea posible cualquier cosa significa que si llaman a tu puerta a las cuatro de la mañana... puede ser cualquiera.
“Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas".
Lean, si les apetece, el artículo entero.
Por lo que se ve, la frase figura en el prólogo a un libro escrito por el actual ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla. Las frases están sacadas de contexto y, además, extractadas a voluntad del periodista –por lo que no se puede llevar demasiado lejos las conclusiones, máxime cuando intuyo que la omisión cambia, y mucho, el sentido-, pero no cabe duda de que son, quizá, inconscientemente descriptivas. No me interesa glosarlas con exactitud, sino, meramente, centrarme en la música. Es posible que las palabras sean inexactas, pero el tono es familiar.
Pidan a alguien que les lea el texto en voz alta y, con los ojos cerrados, percibirán claros ecos zapateriles, se lo aseguro (basta encontrar el frío condicional "si en politica...", una hipótesis o un desiderátum formulado como supuesto). Podría ser marca de la casa la incultura supina que denota la primera oración: “ideología significa idea lógica”. No sé qué demonios tendrá que ver la ideología con la lógica. Recuerda a aquello de que todo fusil se compone de dos piezas (“fu” y “sil”).
El texto atribuido al Presidente toca una idea que, sin duda, a juzgar por su ejecutoria, ha de serle muy cara: la muerte de la racionalidad en política. No sé por qué ni a santo de qué decía lo que decía, pero, ¡ay!, ese "si en política..."
En algún otro lugar he dicho que los principios del liberalismo clásico están hoy de plena actualidad. Cada día estoy más convencido de ello. Algunas de las ideas-fuerza que dieron vida a la democracia liberal, precisamente las más antiguas, son de urgente recuperación. Me refiero, sí, a la resucitación de ese Montesquieu prematuramente asesinado, a la recuperación de la noción tradicional de ciudadanía, a la vuelta de una ética de derechos y deberes... y a la recuperación del proceso político como expresión de una cierta razón.
Y si todas estas cosas son de actualidad es, precisamente, porque hay mucha gente que las ha dado por superadas. Hay, de hecho, mucho teórico que gusta de hablar de “superación” de la democracia tradicional, se conoce que porque da cierto pudor referirse directamente a su muerte. Pero es que es eso lo que se trasluce en párrafos como el que transcribí al principio. Obsérvese que las frases quieren conducirnos a una convicción, que no es otra que la de la invalidez de los métodos tradicionales de formación de opinión. Como quiera que el mundo es incomprensible, como quiera que la realidad política, de puro compleja, es casi inaprehensible, parece oportuno abandonar el corsé de una razón que no hace sino dejarnos en la estacada y sustituirla por una especie de dinámica caótica, de palos de ciego, de andar a tientas.
Los consensos son lábiles y no vinculan, en realidad. Son siempre revisables. Puesto que no hay razón, no hay ningún motivo real para preferir un estado de cosas determinado a otro. En efecto, todo es posible y aceptable. Mejor aún, cabría decir que todo lo que es posible, por ese solo hecho, es aceptable.
Es evidente que esta forma de ver las cosas tiene un cierto atractivo. En realidad, esta forma de ver las cosas es lo que subyace en el gran elemento de marketing de la izquierda en los últimos años. La izquierda ya no promete servicios sociales, mejoras para los pobres, solidaridad... promete ausencia de conflictos, ausencia de frustraciones. Promete “paz perpetua”, promete “talante”. El conflicto, la frustración, surgen de contrastar las propias aspiraciones con una realidad dada. Si la realidad no tiene por qué ser de ningún modo predeterminado, desaparece la constricción principal.
Todos podemos ser felices, salvo por el pequeño detalle de que puede que dos realidades apetecidas dadas sean mutuamente incompatibles. ¿Qué ocurre cuando dos mundos soñados no pueden coexistir? Para esto, el talante no tiene respuesta. No, en realidad, sí la tiene. Incapaz de convenir en una realidad única para todos, opta por favorecer al fuerte. La política tiene sus medios de resolución de conflictos, la naturaleza tiene los suyos. Y el de la naturaleza es subsidiario, funciona tan pronto como desaparecen los demás. “Naturaleza” es lo que queda cuando se evapora la cultura, en su sentido más amplio, “naturaleza” es, empleando las palabras del autor, la invalidez del método inductivo y del deductivo, sustituidos por la intuición, las emociones... atractivo pero antihumano, si tenemos en cuenta que, hasta ahora, éramos el único animal al que le era dado ir más allá de sus instintos.
La frase del inicio –que perfectamente podría haber salido de la pluma del Presidente del Gobierno- es aterradora hasta extremos difíciles de exagerar. Es la negación de todo aquello en lo que muchos creemos, la negación de lo que nos hace sentir seguros. No me refiero, claro, a una patria, a un entorno institucional dado. Me refiero a algo mucho más profundo, que es la verdadera raíz de nuestra seguridad. Me refiero a la previsibilidad de las acciones de los demás que es característica de una sociedad racionalmente ordenada. Quizá muchos de los lectores no hayan reparado en ello pero... ¿imaginan cómo sería su vida si no fuese posible confiar en que, en el tráfico rodado, los demás van a comportarse de una manera determinada?... esa, y no otra, es la esencia misma del derecho y de los procesos políticos sometidos a la razón.
Una sociedad no regida por la arbitrariedad puede definirse, precisamente, porque en ella no todo es posible. El estado liberal de derecho se caracteriza porque sólo ciertas formas de realidad son posibles. Sólo son admisibles aquellos estados de cosas que resultan de ciertas operaciones, de ciertos comportamientos, previamente validados por el acuerdo básico que es el contrato social. Podrá decirse que esto es poco, porque las posibilidades válidas son virtualmente infinitas. Son, por ejemplo, infinitas las cosas que es posible hacer, dentro del orden establecido, para un Parlamento legislador. Sí, pero son tantas o más, las que no puede hacer y, por tanto, las que es lícito confiar en que no hará nunca.
Fíjense bien, y verán que, en suma, la inquietud que provoca Zapatero puede resumirse en esta sola idea: con él, nos embarga la sensación de que cualquier cosa es posible. Y que sea posible cualquier cosa significa que si llaman a tu puerta a las cuatro de la mañana... puede ser cualquiera.
1 Comments:
Enhorabuena por tus últimas entradas. Por su fondo y por su forma.
By Anónimo, at 8:44 p. m.
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