LO MEJOR, LA RETIRADA
Si fuera verdad que, como dicen Ibarra y compañía, el estatuto no hablará de nación, no tendrá agencia tributaria y respetará el interés general, y toda vez que, según asevera Leguina, es imposible que el estatuto elaborado por el Parlamento de Cataluña se ahorme a esos patrones sin desnaturalizarse por completo, me imagino que Artur Mas ya debe estar dándole vueltas a la idea de retirarlo. Es, sin duda, la mejor opción. Sería un broche de oro a una operación que ya le ha dado unos inmensos réditos. Un aspaventoso, cariacontecido comunicado público diciendo que ha sido imposible, que todos han mentido, que todos son traidores. Automáticamente, la tensión que aqueja al país –yo me refiero a España, pero lo dicho vale también para Cataluña aisladamente considerada- bajaría, y bajaría mucho.
Es la mejor solución para casi todo el mundo, créanme.
Es, ya digo, la mejor alternativa para una CiU que no podría capitalizar ella sola el éxito –algo han puesto los otros- pero puede zafarse, y muy bien, de las responsabilidades del fracaso. Hay victimismo para años, y tiempo por delante para hacer otro estatuto, este con sentido común. A partir de ahí, sólo hay que concentrarse en las elecciones catalanas, que pintan muy bien.
Es también la mejor para una sociedad y un empresariado catalanes que no aguantan mucha más tensión. Una vuelta al oasis en el que los políticos se dedicaban a cosas de menor trascendencia práctica, como el cerco al castellanohablante (nótese que nuestro ínclito Presidente ha dicho que “la situación lingüística se queda como está”, y todo el mundo lo valora positivamente... o sea que no piensa hacer nada por mejorarla, y es que no hay como amenazar con el diluvio para que al personal le parezca que el agua hasta las rodillas son simples humedades).
Es una buena, una muy buena solución para el PSOE, que podría reconciliarse con sus bases y su electorado. La evidencia de que, contra lo que decían la derecha y sus falanges mediáticas, ellos sí saben plantarse. Los socialistas con convicciones verían con gusto alejarse esa bomba de relojería que alguien trajo al Congreso de una tarde aciaga, y los que no las tienen se convencerían con cálculos electorales. Paz en el Partido y media legislatura por delante.
Es una excelente solución para el Partido Popular, que vería triunfar, siquiera parcialmente, sus tesis. Ya que nadie cuestiona su compromiso con España, su problema está, más bien, en Cataluña. A ellos también les conviene que se deje de hablar de esto cuanto antes. Una retirada a tiempo les ahorraría trances desagradables como el de un nuevo debate en el Congreso en formato “19 contra 1” o tener que presentar los oportunos recursos de inconstitucionalidad.
Y va de suyo que es la mejor de las alternativas posibles para los españoles en su conjunto. Nada puede tener un efecto más balsámico que ver ese engendro vuelto a los chiqueros. Incluso puede que la desaparición de ese impertinente trágala, y la muestra de cierto buen sentido que supondría retirarlo hicieran mucho por las legítimas reivindicaciones de Cataluña y porque fueran mejor comprendidas en el resto de España.
Además, es fácil. Amén de que ya se ha insinuado por unos y otros, bastará que El País publique un par de editoriales mostrando a su parroquia que es lo más conveniente y los minaretes de la SER, en la oración matinal, alaben la sabiduría y el talento político de los partícipes en la cosa.
He dicho fácil. Pero no sin costes. La posición personal de Pasqual Maragall se tornaría muy difícilmente sostenible. Y tampoco puede decirse que el PSC pudiera quedar en situación cómoda; es probable que las elecciones catalanas se complicaran, pero no mucho más de lo que lo están ya, si hemos de creer a las diferentes encuestas. Por otra parte, ¿alguien tiene hoy la certeza de que el Presidente de la Generalitat vaya a ser sustitutito como candidato en cualquier caso? Los costes, pues, parecen asumibles.
El principal obstáculo para esta solución está donde reside la raíz de los problemas del país: en la Moncloa. Nadie duda ni de la firmeza de los interlocutores socialistas a la hora de trazar una raya infranqueable –aunque ello implique sacrificar a un Maragall al que más de uno perdería con gusto de vista- ni, desde luego, de que los políticos catalanes tengan cintura más que suficiente para volver a sus cuarteles de invierno si creen que esa alternativa va a resultarles más beneficiosa (por cierto que, cada vez que lo pienso, me admira más la habilidad política de Artur Mas y compañía, porque son los únicos que salen beneficiados cualquiera que sea el escenario).
No. Lo que se interpone entre los españoles y un poco de tranquilidad es un chico de León del que, según el dicho, no cabe esperar una mala palabra ni una buena acción. Él trajo el estatuto a Madrid por razones que sólo él conoce –y sobre las que no es lícito especular, porque eso es “crispar”, a no ser que especula se sea de la panda (entonces puedes decir, si te da la gana, que el estatuto lo quiere para reglárselo a ETA con un lacito)-, y de su desprecio por el derecho y la ignorancia, declarada, de los deberes de su cargo no cabe deducir la existencia de ningún tipo de barrera o límite.
Es de temer que haya decretado que tenga que haber estatuto “como sea”. Incluso aunque no lo quiera nadie. Con la retirada ganamos todos, menos él. Y ha querido la casualidad que él sea el que manda.
Mala suerte, conciudadanos.
Es la mejor solución para casi todo el mundo, créanme.
Es, ya digo, la mejor alternativa para una CiU que no podría capitalizar ella sola el éxito –algo han puesto los otros- pero puede zafarse, y muy bien, de las responsabilidades del fracaso. Hay victimismo para años, y tiempo por delante para hacer otro estatuto, este con sentido común. A partir de ahí, sólo hay que concentrarse en las elecciones catalanas, que pintan muy bien.
Es también la mejor para una sociedad y un empresariado catalanes que no aguantan mucha más tensión. Una vuelta al oasis en el que los políticos se dedicaban a cosas de menor trascendencia práctica, como el cerco al castellanohablante (nótese que nuestro ínclito Presidente ha dicho que “la situación lingüística se queda como está”, y todo el mundo lo valora positivamente... o sea que no piensa hacer nada por mejorarla, y es que no hay como amenazar con el diluvio para que al personal le parezca que el agua hasta las rodillas son simples humedades).
Es una buena, una muy buena solución para el PSOE, que podría reconciliarse con sus bases y su electorado. La evidencia de que, contra lo que decían la derecha y sus falanges mediáticas, ellos sí saben plantarse. Los socialistas con convicciones verían con gusto alejarse esa bomba de relojería que alguien trajo al Congreso de una tarde aciaga, y los que no las tienen se convencerían con cálculos electorales. Paz en el Partido y media legislatura por delante.
Es una excelente solución para el Partido Popular, que vería triunfar, siquiera parcialmente, sus tesis. Ya que nadie cuestiona su compromiso con España, su problema está, más bien, en Cataluña. A ellos también les conviene que se deje de hablar de esto cuanto antes. Una retirada a tiempo les ahorraría trances desagradables como el de un nuevo debate en el Congreso en formato “19 contra 1” o tener que presentar los oportunos recursos de inconstitucionalidad.
Y va de suyo que es la mejor de las alternativas posibles para los españoles en su conjunto. Nada puede tener un efecto más balsámico que ver ese engendro vuelto a los chiqueros. Incluso puede que la desaparición de ese impertinente trágala, y la muestra de cierto buen sentido que supondría retirarlo hicieran mucho por las legítimas reivindicaciones de Cataluña y porque fueran mejor comprendidas en el resto de España.
Además, es fácil. Amén de que ya se ha insinuado por unos y otros, bastará que El País publique un par de editoriales mostrando a su parroquia que es lo más conveniente y los minaretes de la SER, en la oración matinal, alaben la sabiduría y el talento político de los partícipes en la cosa.
He dicho fácil. Pero no sin costes. La posición personal de Pasqual Maragall se tornaría muy difícilmente sostenible. Y tampoco puede decirse que el PSC pudiera quedar en situación cómoda; es probable que las elecciones catalanas se complicaran, pero no mucho más de lo que lo están ya, si hemos de creer a las diferentes encuestas. Por otra parte, ¿alguien tiene hoy la certeza de que el Presidente de la Generalitat vaya a ser sustitutito como candidato en cualquier caso? Los costes, pues, parecen asumibles.
El principal obstáculo para esta solución está donde reside la raíz de los problemas del país: en la Moncloa. Nadie duda ni de la firmeza de los interlocutores socialistas a la hora de trazar una raya infranqueable –aunque ello implique sacrificar a un Maragall al que más de uno perdería con gusto de vista- ni, desde luego, de que los políticos catalanes tengan cintura más que suficiente para volver a sus cuarteles de invierno si creen que esa alternativa va a resultarles más beneficiosa (por cierto que, cada vez que lo pienso, me admira más la habilidad política de Artur Mas y compañía, porque son los únicos que salen beneficiados cualquiera que sea el escenario).
No. Lo que se interpone entre los españoles y un poco de tranquilidad es un chico de León del que, según el dicho, no cabe esperar una mala palabra ni una buena acción. Él trajo el estatuto a Madrid por razones que sólo él conoce –y sobre las que no es lícito especular, porque eso es “crispar”, a no ser que especula se sea de la panda (entonces puedes decir, si te da la gana, que el estatuto lo quiere para reglárselo a ETA con un lacito)-, y de su desprecio por el derecho y la ignorancia, declarada, de los deberes de su cargo no cabe deducir la existencia de ningún tipo de barrera o límite.
Es de temer que haya decretado que tenga que haber estatuto “como sea”. Incluso aunque no lo quiera nadie. Con la retirada ganamos todos, menos él. Y ha querido la casualidad que él sea el que manda.
Mala suerte, conciudadanos.
2 Comments:
¡Que se retire! ¡Que se retire!
No hay otra salida. Lo contrario, un disparate del tamaño colosal de una patena de planta mayor que Can Barça y altura como los negros y lúgubres edificios de la Caixa.
By Anónimo, at 8:56 p. m.
> 'Es de temer que haya decretado que tenga que haber estatuto “como sea”. Incluso aunque no lo quiera nadie.'
El que no lo quiera nadie, o lo quieran unos u otros depende, justamente, de ese "como sea". Dicho con más propiedad: de cómo sea.
By Anónimo, at 10:35 p. m.
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