SOSPECHOSA ATENCIÓN A LOS BLOGS
Interesante este artículo de Incitatus, en elconfidencial.com, que lleva el expresivo título de “contra los blogs”. Interesante porque, además, no es el primero en su género. Pasados los trepidantes inicios del fenómeno bloguero y una vez que todo periodista o creador de opinión que se precie ya tiene uno, empiezan a oírse voces críticas. No es oro todo lo que reluce, en los superdemocráticos blogs.
Parece claro que debe considerarse bueno que cualquier fenómeno, una vez alcanzado un cierto grado de madurez, empiece a ser analizado desde distintos ángulos y, como todos, el blog tenía que tener fervientes partidarios y acérrimos detractores. Tras más de trescientos artículos y dada la afición que uno le ha tomado, no creo que nadie se extrañe de que me declare, de entrada, claramente “problogs”.
Ello no obsta para que acierte a ver fundamento en la crítica más recurrente que observo en quienes encuentran tachas en este apasionante fenómeno. Como dice el propio Incitatus, mientras el bloguero da la cara, con o sin foto, sale todos los días a la red y se encuentra, digitalmente hablando, en un punto fijo, los comentaristas pueden, amparándose en el anonimato absoluto o, todo lo más, en la lábil etiqueta de un mudable correo electrónico, dar rienda suelta a toda su mala leche, su mal gusto, su bilis... desahogarse, vamos.
Por supuesto, cuando eso sucede así, el resultado malamente puede calificarse de edificante ni valioso. Eso no es democracia participativa, sino una soberana cutrez. ¿Es eso razón suficiente para procurar algún tipo de control –suponiendo que esto sea técnicamente posible, cosa que ignoro por completo-? A mi entender, no. Explicaré por qué.
De entrada, aunque no lo he dicho expresamente, deduzco que el problema apuntado por el periodista citado y por otros se centra en los blogs de contenido político como, modestamente, puede ser éste. Conviene recordar, a este respecto, que los blogs dedicados a estos asuntos son una pequeña parte del total. El fenómeno en su conjunto es mucho más amplio. Hay una miríada de blogs especializados en otros asuntos, o no especializados en nada, es decir, las genuinas bitácoras personales en las que el bloguero comparte sus vivencias. Me imagino que los insultones profesionales no encontrarán mayor regusto en poner a caldo a un señor que escribe cartas de amor a una desconocida, o a quien se dedica a descubrir y publicar nuevas utilidades de Linux.
Por otra parte, como reconoce el propio Incitatus, en ocasiones –en numerosas ocasiones, diría yo- la cosa sí funciona. Es posible establecer, entre el bloguero y sus comentaristas, o entre estos entre sí, conversaciones valiosas, que sí dan pleno sentido al derecho de participación democrática de todos. Esos blogs son auténticos monumentos a la libertad de expresión. Fenómenos como el de Red Liberal, por ejemplo, son muestras señeras de lo que digo. Los blogueros de esta Red han terminado por formar pequeñas comunidades de debate que, en muchas ocasiones, y perdón por la inmodestia, nada tienen que envidiar a foros pretendidamente profesionales.
Mi experiencia personal, aunque corta, apunta a un predominio claro del debate sano y en tono que, moderado o no, no suele ser ofensivo. Jamás he filtrado ni censurado un comentario, y no lo pienso hacer nunca. Y me va bien así.
Este debate me recuerda, salvando las distancias, a uno que he mantenido muy habitualmente con mucha gente. El de la necesidad de imponer un carnet de identidad. A menudo, cuando digo –porque lo pienso- que un carnet de identidad expedido por el mero hecho de existir (esto es, no por razón de alguna circunstancia especial, como la licencia de conducción, la tarjeta de la Seguridad Social o el pasaporte, que habilitan a cosas determinadas) es un recorte intolerable para las libertades, mis interlocutores suelen poner cara de incredulidad. Algunos me sueltan, entonces, la aberrante frase: “entonces, ¿cómo demuestras quién eres?”. En los países latinos, aún no se ha interiorizado suficientemente la ética de las libertades como para desarrollar el automatismo que dice que quien está obligado a probar que miento es quien me acusa de hacerlo. No al revés (inciso: en estas mismas ideas, no recuerdo qué despistado dijo un día que, en Estados Unidos, el sistema judicial es tan horrible que un jurado sólo puede declararte “no culpable” – el infeliz no había caído en la cuenta de nadie, nadie en el mundo puede declarar a un hombre “inocente”... porque todos lo somos mientras no se demuestre lo contrario).
Es evidente que la ausencia de un DNI podría ser interpretada por algunos como una especie de salvoconducto para, al amparo del anonimato, comportarse como no lo harían de estar “fichados”. Pero, si concluimos de esto que el DNI es necesario, ¿acaso no estamos sentando una presunción indeseable?
Al caso. Sí, es cierto que muchos aprovechan el anonimato –al igual que hacen en el fútbol o, en general, amparados en la masa- para no asumir responsablemente sus opiniones. Pero eso no justifica que se imponga una regulación a los que sí lo hacen o, simplemente, son del todo respetuosos, opinando sin necesidad de dar su nombre.
Todo lo que acabo de decir es, por supuesto, discutible, pero me aterra la facilidad con la que, poco a poco, se crea opinión en nuestro país –y en todo- a favor del sacrificio de espacios de libertad. No quisiera ver cómo el fenómeno blog es, también, domesticado.
Porque, y perdóneseme la malicia, ¿acaso la superabundancia de blogs a cargo de periodistas profesionales no es eso, un intento de domesticación? Casualmente, el mundo del blogueo es, de todos los medios de formación de opinión, el único no claramente oligopolístico. Con los “profesionales” llegan sus métodos y sus reglas. Cruzan el Mississippi y se vienen al Far West. ¿Y ya nos quieren colocar algún sheriff?
Sospechoso.
Parece claro que debe considerarse bueno que cualquier fenómeno, una vez alcanzado un cierto grado de madurez, empiece a ser analizado desde distintos ángulos y, como todos, el blog tenía que tener fervientes partidarios y acérrimos detractores. Tras más de trescientos artículos y dada la afición que uno le ha tomado, no creo que nadie se extrañe de que me declare, de entrada, claramente “problogs”.
Ello no obsta para que acierte a ver fundamento en la crítica más recurrente que observo en quienes encuentran tachas en este apasionante fenómeno. Como dice el propio Incitatus, mientras el bloguero da la cara, con o sin foto, sale todos los días a la red y se encuentra, digitalmente hablando, en un punto fijo, los comentaristas pueden, amparándose en el anonimato absoluto o, todo lo más, en la lábil etiqueta de un mudable correo electrónico, dar rienda suelta a toda su mala leche, su mal gusto, su bilis... desahogarse, vamos.
Por supuesto, cuando eso sucede así, el resultado malamente puede calificarse de edificante ni valioso. Eso no es democracia participativa, sino una soberana cutrez. ¿Es eso razón suficiente para procurar algún tipo de control –suponiendo que esto sea técnicamente posible, cosa que ignoro por completo-? A mi entender, no. Explicaré por qué.
De entrada, aunque no lo he dicho expresamente, deduzco que el problema apuntado por el periodista citado y por otros se centra en los blogs de contenido político como, modestamente, puede ser éste. Conviene recordar, a este respecto, que los blogs dedicados a estos asuntos son una pequeña parte del total. El fenómeno en su conjunto es mucho más amplio. Hay una miríada de blogs especializados en otros asuntos, o no especializados en nada, es decir, las genuinas bitácoras personales en las que el bloguero comparte sus vivencias. Me imagino que los insultones profesionales no encontrarán mayor regusto en poner a caldo a un señor que escribe cartas de amor a una desconocida, o a quien se dedica a descubrir y publicar nuevas utilidades de Linux.
Por otra parte, como reconoce el propio Incitatus, en ocasiones –en numerosas ocasiones, diría yo- la cosa sí funciona. Es posible establecer, entre el bloguero y sus comentaristas, o entre estos entre sí, conversaciones valiosas, que sí dan pleno sentido al derecho de participación democrática de todos. Esos blogs son auténticos monumentos a la libertad de expresión. Fenómenos como el de Red Liberal, por ejemplo, son muestras señeras de lo que digo. Los blogueros de esta Red han terminado por formar pequeñas comunidades de debate que, en muchas ocasiones, y perdón por la inmodestia, nada tienen que envidiar a foros pretendidamente profesionales.
Mi experiencia personal, aunque corta, apunta a un predominio claro del debate sano y en tono que, moderado o no, no suele ser ofensivo. Jamás he filtrado ni censurado un comentario, y no lo pienso hacer nunca. Y me va bien así.
Este debate me recuerda, salvando las distancias, a uno que he mantenido muy habitualmente con mucha gente. El de la necesidad de imponer un carnet de identidad. A menudo, cuando digo –porque lo pienso- que un carnet de identidad expedido por el mero hecho de existir (esto es, no por razón de alguna circunstancia especial, como la licencia de conducción, la tarjeta de la Seguridad Social o el pasaporte, que habilitan a cosas determinadas) es un recorte intolerable para las libertades, mis interlocutores suelen poner cara de incredulidad. Algunos me sueltan, entonces, la aberrante frase: “entonces, ¿cómo demuestras quién eres?”. En los países latinos, aún no se ha interiorizado suficientemente la ética de las libertades como para desarrollar el automatismo que dice que quien está obligado a probar que miento es quien me acusa de hacerlo. No al revés (inciso: en estas mismas ideas, no recuerdo qué despistado dijo un día que, en Estados Unidos, el sistema judicial es tan horrible que un jurado sólo puede declararte “no culpable” – el infeliz no había caído en la cuenta de nadie, nadie en el mundo puede declarar a un hombre “inocente”... porque todos lo somos mientras no se demuestre lo contrario).
Es evidente que la ausencia de un DNI podría ser interpretada por algunos como una especie de salvoconducto para, al amparo del anonimato, comportarse como no lo harían de estar “fichados”. Pero, si concluimos de esto que el DNI es necesario, ¿acaso no estamos sentando una presunción indeseable?
Al caso. Sí, es cierto que muchos aprovechan el anonimato –al igual que hacen en el fútbol o, en general, amparados en la masa- para no asumir responsablemente sus opiniones. Pero eso no justifica que se imponga una regulación a los que sí lo hacen o, simplemente, son del todo respetuosos, opinando sin necesidad de dar su nombre.
Todo lo que acabo de decir es, por supuesto, discutible, pero me aterra la facilidad con la que, poco a poco, se crea opinión en nuestro país –y en todo- a favor del sacrificio de espacios de libertad. No quisiera ver cómo el fenómeno blog es, también, domesticado.
Porque, y perdóneseme la malicia, ¿acaso la superabundancia de blogs a cargo de periodistas profesionales no es eso, un intento de domesticación? Casualmente, el mundo del blogueo es, de todos los medios de formación de opinión, el único no claramente oligopolístico. Con los “profesionales” llegan sus métodos y sus reglas. Cruzan el Mississippi y se vienen al Far West. ¿Y ya nos quieren colocar algún sheriff?
Sospechoso.
1 Comments:
También leí el artículo de Incitatus contra los blogs y he de reconocer que me causó gran estupor. Descalificar los blogs porque cuatro cabras se dediquen a insultar desde el anonimato no es un argumento válido. También Labordeta se dedica a decr groserías desde su escaño y eso no descalifica al Congreso de los Diputados ni al sistema parlamentario. Los que leemos y opinamos en los blogs consideramos "ruido" esas salidas de pata de banco de los cuatro descerebrados de turno que se dedican a romper las reglas no escritas para insultar y degradar al blog en cuestión. No les prestamos atención, los eliminamos mentalmente porque lo que nos estimula y nos motiva a los blogueros son los argumentos. Como mucho, utilizamos nuestra capacidad argumentativa para hacer que los insultos se vuelvan en contra del que los emitió y quitarle así las ganas de repetir. Además, los insultos son evitables, basta con eliminarlos del blog, -aunque sin llegar al extremo de un periódico socialista muy conocido que padecemos en Galicia y que en su edición digital no admite a trámite las opiniones que cuestionen o critiquen al partido socialista, sean fundamentadas o no-. No sé, no sé, pero algo me dice que a Incitatus lo que no le gustan no son los blogs sino el contenido de la mayoría de ellos.
By Anónimo, at 11:43 a. m.
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