PATRIOTISMO SOCIAL, DADA, DADA, DADA...
Algunos movimientos vanguardistas de la primera mitad del siglo XX, como el dadaísmo, ya exploraron qué ocurría cuando la creación literaria se liberaba del corsé de la gramática y, en general, de toda regla dada a priori. Y lo cierto es que encontraron nuevas formas expresivas. Si no nos importa mucho que una determinada combinación de palabras tenga o no lo que comúnmente llamamos sentido, hay que reconocer que nuestras posibilidades se multiplican. No sé cuántas combinaciones posibles salen del simple hecho de tomar todas las palabras del diccionario de dos en dos, pero da vértigo pensarlo.
Hasta ahora, éste de los juegos malabares lingüísticos era un dominio reservado a los poetas y, por lo común, a gente con gusto por las extravagancias. Pero no era una posibilidad real para quienes quisieran comunicar algo inteligible.
Pero hete aquí que nuestro presidente del Gobierno está dispuesto a que las cosas cambien. Los españoles, afortunados nosotros, estamos viviendo algo así como el equivalente político de esos movimientos musicales que se negaron a verse constreñidos no ya por las siete notas tradicionales, sino también por el dodecafonismo. Cualquier frecuencia puede valer como “nota”. Por lo mismo, cualquier gilipollez, con perdón, que se le pueda ocurrir a quien sea puede obtener patente de concepto políticamente serio. Y, si no, ahí tenemos el “patriotismo social”, para demostrarlo. Parecía un gris penene de derecho político y resultó ser un dadaísta de la política, ahí es nada. El Stockhausen del arte de la gobernación.
Creo que fue Hayek el que dijo aquello de que el calificativo “social”, amén de no significar nada por sí mismo, tiene la capacidad de vaciar de sentido a cualquier término al que acompañe. Así, esta capacidad vaciante la encontramos en expresiones como “economía social de mercado”, que quiere decir, “economía que no es de mercado en absoluto” o, “economía altamente intervenida por políticos que no tienen valor para declararse abiertamente intervencionistas”.
Pero creo que lo de combinar “social” con “patriotismo” es algo así como esas pompas de nada con aroma de zanahoria que prepara Ferrán Adriá. Lo nunca visto.
Del patriotismo se han dicho muchas imbecilidades, y sus supuestos efectos perversos se ha intentado atemperarlos mediante moduladores de todo tipo. El más corriente es “constitucional”, que debería llamarse mejor “patriotismo de sociedades traumatizadas”. A todo esto, lo bueno de los regímenes de libertades es que uno puede ser muy patriota o no serlo nada. Y que tampoco le obligan a uno a ir por la vida diciendo si es patriota o no lo es.
Si al presidente del Gobierno le da cierto repelús declararse patriota, pues que no diga nada. Tampoco se le exige. Pero no estaba obligado a perpetrar esa sandez, esa cursilada supina del “patriotismo social”. Y eso que significa, que, patriotismo, sí... pero sólo la puntita, ¿o qué?
También puede pasar que el muchacho se esté gustando en su rol de vanguardista. Igual hasta ahora hemos estado viviendo su “etapa rosa” y estamos a punto de abordar su etapa azul, qué se yo. A lo mejor es que el lee las encuestas al revés –lo que tiene su aquel, sí- y donde los demás ven una caída importante, él ve motivos para el contento. En suma, si alguien te dice que tus apoyos son inferiores en un treinta por ciento, siempre puedes entender, en plan optimista antropológico, que aún está contigo el setenta.
Y un setenta por ciento de apoyo, cuando hablamos de arte contemporáneo, es mucho. Este público entregado se merece más. La audiencia, que hasta ahora disfrutaba gozosa de una falta total de rigor sustantivo, quizá llegue al éxtasis si eliminamos también el rigor formal. ¿Acaso no dijo él que la ley contra la violencia contra las mujeres se llamaría “de género” porque a él se le ponía en los pelendengues, y por más que los vejetes de la Academia insistieran en que, en español, el género es un accidente gramatical del nombre?
En el colmo de la modernidad, Zapatero se emancipa –y emancipa a sus seguidores, como líder carismático- de los rigores de la lógica, del sentido y, por fin, de la sintaxis. Aún no hemos visto lo mejor. A un hombre capaz de propuestas tan audaces y de tanto alcance como trocar “disminuido” por “discapacitado” no se le va a oponer ese aserto fascista de que en nuestro idioma, verbo y sujeto han de concordar en número y persona.
Patriotismo social... sí, y dulce, y amarillo, y robusto, y frondoso y gnoseológico. Y esto es sólo el principio. Dada, dada, dada...
Hasta ahora, éste de los juegos malabares lingüísticos era un dominio reservado a los poetas y, por lo común, a gente con gusto por las extravagancias. Pero no era una posibilidad real para quienes quisieran comunicar algo inteligible.
Pero hete aquí que nuestro presidente del Gobierno está dispuesto a que las cosas cambien. Los españoles, afortunados nosotros, estamos viviendo algo así como el equivalente político de esos movimientos musicales que se negaron a verse constreñidos no ya por las siete notas tradicionales, sino también por el dodecafonismo. Cualquier frecuencia puede valer como “nota”. Por lo mismo, cualquier gilipollez, con perdón, que se le pueda ocurrir a quien sea puede obtener patente de concepto políticamente serio. Y, si no, ahí tenemos el “patriotismo social”, para demostrarlo. Parecía un gris penene de derecho político y resultó ser un dadaísta de la política, ahí es nada. El Stockhausen del arte de la gobernación.
Creo que fue Hayek el que dijo aquello de que el calificativo “social”, amén de no significar nada por sí mismo, tiene la capacidad de vaciar de sentido a cualquier término al que acompañe. Así, esta capacidad vaciante la encontramos en expresiones como “economía social de mercado”, que quiere decir, “economía que no es de mercado en absoluto” o, “economía altamente intervenida por políticos que no tienen valor para declararse abiertamente intervencionistas”.
Pero creo que lo de combinar “social” con “patriotismo” es algo así como esas pompas de nada con aroma de zanahoria que prepara Ferrán Adriá. Lo nunca visto.
Del patriotismo se han dicho muchas imbecilidades, y sus supuestos efectos perversos se ha intentado atemperarlos mediante moduladores de todo tipo. El más corriente es “constitucional”, que debería llamarse mejor “patriotismo de sociedades traumatizadas”. A todo esto, lo bueno de los regímenes de libertades es que uno puede ser muy patriota o no serlo nada. Y que tampoco le obligan a uno a ir por la vida diciendo si es patriota o no lo es.
Si al presidente del Gobierno le da cierto repelús declararse patriota, pues que no diga nada. Tampoco se le exige. Pero no estaba obligado a perpetrar esa sandez, esa cursilada supina del “patriotismo social”. Y eso que significa, que, patriotismo, sí... pero sólo la puntita, ¿o qué?
También puede pasar que el muchacho se esté gustando en su rol de vanguardista. Igual hasta ahora hemos estado viviendo su “etapa rosa” y estamos a punto de abordar su etapa azul, qué se yo. A lo mejor es que el lee las encuestas al revés –lo que tiene su aquel, sí- y donde los demás ven una caída importante, él ve motivos para el contento. En suma, si alguien te dice que tus apoyos son inferiores en un treinta por ciento, siempre puedes entender, en plan optimista antropológico, que aún está contigo el setenta.
Y un setenta por ciento de apoyo, cuando hablamos de arte contemporáneo, es mucho. Este público entregado se merece más. La audiencia, que hasta ahora disfrutaba gozosa de una falta total de rigor sustantivo, quizá llegue al éxtasis si eliminamos también el rigor formal. ¿Acaso no dijo él que la ley contra la violencia contra las mujeres se llamaría “de género” porque a él se le ponía en los pelendengues, y por más que los vejetes de la Academia insistieran en que, en español, el género es un accidente gramatical del nombre?
En el colmo de la modernidad, Zapatero se emancipa –y emancipa a sus seguidores, como líder carismático- de los rigores de la lógica, del sentido y, por fin, de la sintaxis. Aún no hemos visto lo mejor. A un hombre capaz de propuestas tan audaces y de tanto alcance como trocar “disminuido” por “discapacitado” no se le va a oponer ese aserto fascista de que en nuestro idioma, verbo y sujeto han de concordar en número y persona.
Patriotismo social... sí, y dulce, y amarillo, y robusto, y frondoso y gnoseológico. Y esto es sólo el principio. Dada, dada, dada...
3 Comments:
Clases de "patriotismo social": fascismo, corporativismo, nacional-sindicalismo, nacional-socialismo, castrismo, maoísmo, chavismo, peronismo...
By Anónimo, at 11:36 p. m.
Pues a mi me parece que lo que ocurre es que hay quien, como tu, no le quereis entender, porque lo que dice, está bastante claro.
By Anónimo, at 12:33 p. m.
¿Claro? ¿El qué está claro? Si por algo se distingue el "patriota social" es por su ambigua retórica, tan dada a clichés baratos y a palabras huecas.
By Anónimo, at 2:12 p. m.
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