FERBLOG

jueves, diciembre 22, 2005

EXCRECENCIAS DE UNA ÉTICA PERVERSA

Si espeluznante es el relato del crimen cometido por tres muchachos contra una pobre mujer a la que terminaron por quemar viva, mucho más espeluznante es, en definitiva, el relato de los móviles. Hicieron eso... porque les apetecía.

Parece que la policía intentó recurrir, infructuosamente, a todo el manual explicativo de la ortodoxia progre. Nada. No se daba ni una sola de las eximentes habituales. Ni familias desestructuradas, ni emigración. Sólo maldad infinita. Normalmente, el manual del progre no tiene un apartado para dar cuenta de situaciones en las que, simplemente porque sí, unos niñatos, por lo demás en sus cabales, deciden que van a machacar los huesos de un pobre diablo que pasaba por allí. Afortunadamente para la progresía, ese tipo de crimen suelen cometerlo elementos próximos a grupos fascistas y racistas –en los que, naturalmente, cuenta poco que concurra eximente alguna. Pero esta vez, ni eso.

Uno de los más estúpidos lugares comunes de nuestra sociedad y nuestro tiempo es la loa continua, la divinización absurda de la juventud. No voy a ser tan cínico como para decir aquello de que la juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo, pero de ahí a la paidocracia que vivimos media un abismo. Seguro que entre los jóvenes, como entre los adultos, hay gente excelente. Pero hay también motivos para la más honda preocupación, a poco que se mire.

Una vez más, nos hallamos ante la herencia de una sobrevaloración de los derechos o, si se prefiere, de una hiperprotección. En suma, ante unos jóvenes criados en la firme convicción de que nada debe interponerse entre ellos y sus deseos. El pensamiento fofo, la mercancía averiada de los que van por el mundo vendiendo que los conflictos no existen degenera en esto. ¿Te apetece algo? Lo coges, y punto. Así sea un rato de diversión que exige hacer daño, cuando no infligir horribles sufrimientos, a otra persona. Cual si la realidad estuviera hecha de píxeles y se pudiera reconstruir sin más que apagar y volver a encender cualquier máquina.

La juventud vive inmersa en una banalización de todo cuanto la rodea. Incluso de la violencia. No hay límites. No existen las transgresiones. Todo es lícito, porque por encima de cualquier barrera está su soberano derecho a recibir, a ser cuidados y bien tratados. Al fin y al cabo, ellos son la sal de la tierra. El futuro del país y del mundo. El resultado de todo esto tiene, forzosamente, que ser una trivialización de las cosas.

Porque nada vale lo que nada cuesta. Desde los títulos académicos al dinero que van a gastar el fin de semana. Todo ello les es dado. Pero, además, no les es simplemente entregado, sino que se les da junto con la convicción de su derecho a recibirlo. Paradójica sociedad ésta en la que hemos llegado todos a la convicción de que los jóvenes –no digo los niños- han de ser protegidos, mimados. Paradójica porque no deja de ser extraño que una sociedad entienda que ha de proteger, precisamente, a sus miembros más capaces, a aquellos que se hallan en plenitud de facultades. A diferencia de los niños o los ancianos, los jóvenes rebosan fuerza y, por contraste con la gente madura, gozan del precioso bien del tiempo, de las oportunidades. ¿Quién, si no ellos, está en posición de luchar por abrirse paso en la vida?

Pues no. Nuestro sistema ha logrado que, quizá en unión de la generación de jóvenes más preparada de la historia, coexista una auténtica marea de impotentes mentales. No querían hacer “tanto” daño. Y lo más grave es que puede que sea cierto. Puede que, en su imbecilidad infinita, en ese ensimismamiento absoluto que nubla toda posibilidad de compasión, que impide la más mínima empatía, no quisieran, realmente, ir “tan” lejos.

Para terminar de arreglar las cosas, el absurdo de los límites arbitrarios se nos presenta en plenitud. Dos son apenas mayores de dieciocho. Otro es menor. Mientras los primeros se enfrentan, con toda probabilidad, a la ruina de su vida en forma de muchos años de cárcel otro estará libre enseguida, tras algún esfuerzo por corregirle. Me pregunto cómo se corrige este tipo de mentes, ¿puede el psicólogo forense compensar años de contraeducación? ¿cómo enseña a entender y apreciar el sufrimiento de los otros? Tarea titánica, seguro.

Tildarlos de niños puede parecer un sarcasmo, porque lo que son es alimañas. Pero no debe ignorarse ese punto de alarmante infantilismo. Los jóvenes de antaño solían rebelarse contra la etiqueta de “joven”, precisamente porque lo que querían era ser adultos. La plenitud de la vida, la plenitud de la determinación personal. Ahora, es al contrario. Mejor cuanto más tiempo se permanezca rodeado por ese halo que, en suma, prolonga una niñez que termina volviéndose monstruosa.

Antes se decía que quien a los veinte años no era comunista, no tenía corazón. Me pregunto qué puede decirse de quien, con veinte años, sólo desea jugar a la Playstation mientras espera, por riguroso turno, su piso de protección oficial.

2 Comments:

  • Este crimen execrable sale en los medios de comunicacion durante dias,¿Por que este y no otros?
    Hace dos semanas en la Puerta del Sol una anciana fue muerta por tres menores gitanas rumanas,en Atocha unos menores marroquies apuñalaron a un anciano...noticias solo para pequeños blogs en internet.¿Por que es noticia segun quien sea el verdugo?

    By Anonymous Anónimo, at 8:49 p. m.  

  • Excelente post Fer. Enhorabuena por la lucidez mental. Discuto a menudo con un amigo sobre esta enfermedad de la infantilización social que padecemos. Junto con la sobreprotección y la "derechitis", una bomba de relojería que ya está empezando a estallar, tanto o más peligrosa que la inmigración no asimilada.

    By Blogger La'badesa, at 10:47 p. m.  

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