EL PP, ¿POR FIN UN DISCURSO FIRME?
Este fin de semana leí algún artículo esperanzado en torno al “espíritu de la Puerta del Sol”. ¿Habrá encontrado, al fin, el Partido Popular un anclaje en un discurso liberal, moderado y a un tiempo basado en principios? No lo sé, pero lo cierto es que las palabras de Mariano Rajoy colocaron al gran partido de la derecha española mucho más cerca del liberalismo de lo que lo ha estado nunca, quizá, incluso, más cerca de lo que él quería decir.
Es posible que con su apelación a una “nación de ciudadanos y no de territorios”, el pontevedrés no buscara más que un recurso retórico. Pero esa frase, tan sencilla, encierra, hoy por hoy, la clave de la esperanza para España como país. Quizá se piense que exagero, pero estoy convencido de ello. Sé que es un tanto paradójico argumentar que el futuro de un país pueda encontrarse en un valor dieciochesco, pero la paradoja desaparece cuando cae uno en la cuenta de que ciertos discursos parecen querer retrotraernos al siglo dieciséis. Así, anacronismo por anacronismo, la cosa se nivela.
Se dice que los países nórdicos dieron con la clave para mantener altos niveles de protección social y una sociedad, al tiempo, dinámica cuando cayeron en la cuenta de que era mejor proteger personas que roles. Es decir, se trataba de proteger a Juan Pérez en tanto que Juan Pérez, no en tanto que trabajador por cuenta ajena, en tanto que padre de familia o que habitante de Laponia. Por supuesto que la protección a Juan Pérez, al operar sobre una persona concreta, afecta a todos los roles que Juan Pérez desempeña en la sociedad, pero comprenderán ustedes que no es exactamente lo mismo impedir que Juan Pérez sea despedido que garantizarle una renta mientras encuentra otro trabajo. He aquí, pues, una idea interesante.
Pues bien, en un país en lo que lo importante son los ciudadanos, los adalides de la identidad no tienen nada que temer, porque la identidad, al ir incorporada a las personas, es objeto de protección con ellas. Parece enrevesado, pero no lo es. En otras palabras, la noción de “nación de ciudadanos” es una noción positiva, en la medida en que no es contra nadie. Salvo, claro, para los que creen que para proteger el catalán hay que cuidar “de Cataluña”, como si Cataluña fuera un ente animado. El catalán va mejor servido cuando se garantizan los derechos de los catalanes, en tanto que individuos –entre ellos, claro, el derecho a expresarse en la lengua que les plazca (porque ellos sí tienen lengua propia o materna, no el territorio en el que viven).
Esta noción, pues, merece ser firmemente apoyada como clave de bóveda de un discurso positivo y, al menos a fecha de hoy, permite que la parroquia liberal se halle mucho más identificada con la banda de estribor.
Es cierto que, para hacerse acreedor a la confianza de cierto liberalismo (por sí a alguien se le ocurre la objeción, quizá no es ocioso aclarar que se trata del liberalismo en el que yo creo), Rajoy debería, además, mostrar una serie de compromisos:
El primero es su compromiso con el mercado como forma más racional de ordenación de los recursos económicos, lo cual exige una adhesión inquebrantable a la neutralidad del poder político. La regulación, en el sentido más amplio, debe reducirse al mínimo imprescindible y, por supuesto, aplicarse desde la más estricta imparcialidad. No excusa comportamientos contrarios a este principio el que no sea esperable que la banda contraria se conduzca del mismo modo, porque se trata de principios morales innegociables.
Lo mismo cabe decir del respeto al producto del trabajo de los españoles –los bien llamados impuestos-. La experiencia demuestra que, una vez en el poder, no hay diferencias sustanciales entre su partido y la izquierda a la hora de cuantificar y ordenar el gasto público, que se dispendia con desvergüenza. Es posible que una gestión respetuosa y considerada para con las privaciones que se imponen a los ciudadanos suponga enfrentamientos con las minorías organizadas y grupos de presión. Puede, incluso, que implique coste en votos, pero esto es también un principio moral.
Sin que ello suponga, por supuesto, confrontaciones gratuitas con la Iglesia Católica u otras confesiones, la moral pública ha de estar inspirada en una ética laica, en su condición de mínimo común denominador de creencias.
España debe ubicarse firme y definitivamente en el eje atlántico y en una posición flexible en el seno de la Unión Europea. Nuestro país carece de aliados europeos naturales –o, si se prefiere, todos lo son-, exactamente igual que otras naciones del continente.
Es verdad que no puede decirse que el equilibrio de sensibilidades en el PP garantice, hoy por hoy, todos los puntos anteriores. Pero se dan pasos. Quizá pueda sostenerse que la valiosa referencia a la “nación de ciudadanos” implica, de hecho, muchos de ellos. Sería bueno, pues, que Rajoy fuera extrayendo las conclusiones implícitas en su propio discurso.
Es posible que con su apelación a una “nación de ciudadanos y no de territorios”, el pontevedrés no buscara más que un recurso retórico. Pero esa frase, tan sencilla, encierra, hoy por hoy, la clave de la esperanza para España como país. Quizá se piense que exagero, pero estoy convencido de ello. Sé que es un tanto paradójico argumentar que el futuro de un país pueda encontrarse en un valor dieciochesco, pero la paradoja desaparece cuando cae uno en la cuenta de que ciertos discursos parecen querer retrotraernos al siglo dieciséis. Así, anacronismo por anacronismo, la cosa se nivela.
Se dice que los países nórdicos dieron con la clave para mantener altos niveles de protección social y una sociedad, al tiempo, dinámica cuando cayeron en la cuenta de que era mejor proteger personas que roles. Es decir, se trataba de proteger a Juan Pérez en tanto que Juan Pérez, no en tanto que trabajador por cuenta ajena, en tanto que padre de familia o que habitante de Laponia. Por supuesto que la protección a Juan Pérez, al operar sobre una persona concreta, afecta a todos los roles que Juan Pérez desempeña en la sociedad, pero comprenderán ustedes que no es exactamente lo mismo impedir que Juan Pérez sea despedido que garantizarle una renta mientras encuentra otro trabajo. He aquí, pues, una idea interesante.
Pues bien, en un país en lo que lo importante son los ciudadanos, los adalides de la identidad no tienen nada que temer, porque la identidad, al ir incorporada a las personas, es objeto de protección con ellas. Parece enrevesado, pero no lo es. En otras palabras, la noción de “nación de ciudadanos” es una noción positiva, en la medida en que no es contra nadie. Salvo, claro, para los que creen que para proteger el catalán hay que cuidar “de Cataluña”, como si Cataluña fuera un ente animado. El catalán va mejor servido cuando se garantizan los derechos de los catalanes, en tanto que individuos –entre ellos, claro, el derecho a expresarse en la lengua que les plazca (porque ellos sí tienen lengua propia o materna, no el territorio en el que viven).
Esta noción, pues, merece ser firmemente apoyada como clave de bóveda de un discurso positivo y, al menos a fecha de hoy, permite que la parroquia liberal se halle mucho más identificada con la banda de estribor.
Es cierto que, para hacerse acreedor a la confianza de cierto liberalismo (por sí a alguien se le ocurre la objeción, quizá no es ocioso aclarar que se trata del liberalismo en el que yo creo), Rajoy debería, además, mostrar una serie de compromisos:
El primero es su compromiso con el mercado como forma más racional de ordenación de los recursos económicos, lo cual exige una adhesión inquebrantable a la neutralidad del poder político. La regulación, en el sentido más amplio, debe reducirse al mínimo imprescindible y, por supuesto, aplicarse desde la más estricta imparcialidad. No excusa comportamientos contrarios a este principio el que no sea esperable que la banda contraria se conduzca del mismo modo, porque se trata de principios morales innegociables.
Lo mismo cabe decir del respeto al producto del trabajo de los españoles –los bien llamados impuestos-. La experiencia demuestra que, una vez en el poder, no hay diferencias sustanciales entre su partido y la izquierda a la hora de cuantificar y ordenar el gasto público, que se dispendia con desvergüenza. Es posible que una gestión respetuosa y considerada para con las privaciones que se imponen a los ciudadanos suponga enfrentamientos con las minorías organizadas y grupos de presión. Puede, incluso, que implique coste en votos, pero esto es también un principio moral.
Sin que ello suponga, por supuesto, confrontaciones gratuitas con la Iglesia Católica u otras confesiones, la moral pública ha de estar inspirada en una ética laica, en su condición de mínimo común denominador de creencias.
España debe ubicarse firme y definitivamente en el eje atlántico y en una posición flexible en el seno de la Unión Europea. Nuestro país carece de aliados europeos naturales –o, si se prefiere, todos lo son-, exactamente igual que otras naciones del continente.
Es verdad que no puede decirse que el equilibrio de sensibilidades en el PP garantice, hoy por hoy, todos los puntos anteriores. Pero se dan pasos. Quizá pueda sostenerse que la valiosa referencia a la “nación de ciudadanos” implica, de hecho, muchos de ellos. Sería bueno, pues, que Rajoy fuera extrayendo las conclusiones implícitas en su propio discurso.
1 Comments:
mucho pides me parece...
En el momento que Rajoy empezara a alinearse claramente y no sólo de boquilla con el discurso liberal perdería a gran parte de su electorado, el mercado no tiene muchos seguidores entre la clase media votante, prefieren tenerlo más o menos controlado en especial en los dos temas gordos: SS y educación. Quizá con más inmigrantes la cosa cambiara, pero no sería entonces por el lado liberal si no por el conservador
En cuanto a las relaciones con la Iglesia el enfrentamiento les vendría de dentro, todavía hay mucho mandamás del Opus y similares...
La gran fortaleza del PP es precisamente mantener al "centro-derecha" unido(ya me cuesta hablar en estos términos). Es ese equilibrio entre liberales, conservadores, fachas, católicos y la CEOE el que le hace ser la alternativa de gobierno sin problemas. Como empezara a desviarse demasiado hacia alguna de estas patas le podrían salir "verrugas".
Ahh y la independencia económica el gran comecocos de la derecha, es tan imposible en un partido de gobierno que lo único q podemos pedir es q los casos existentes no nos afecten demasiado...
By Anónimo, at 1:17 a. m.
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