EL VIEJO DIARIO ABC
Parece que José Antonio Zarzalejos volverá enseguida a tomar las riendas del diario ABC, en sustitución de Ignacio Camacho, cuyo paso por la dirección sólo puede calificarse de breve. No es ningún secreto que la histórica cabecera no pasa por su mejor momento, y los mandamases de Vocento andan a la busca de un modelo de futuro. Un conocido mío dice que el problema del ABC es que no le gustan sus lectores, y lo tiene bastante complicado para encontrar otros.
Hay quien dice que el ABC sólo lo leen nostálgicos del franquismo. Yo confieso que lo leo desde que tengo uso de razón, y la verdad es que no creo que se me pueda calificar de “nostálgico del franquismo”, aunque solo sea porque uno malamente puede ser nostálgico de lo que no conoció y yo era muy, muy jovencito cuando acabó aquella etapa –tampoco tenía yo, todo hay que decirlo, una sensibilidad política tan desarrollada como la de Carme Chacón que, siendo más o menos de mi edad (bueno, me quito alguno, pero pocos) sí parece tener una experiencia cercana del asunto-. Tan sólo he dejado de comprarlo y leerlo a diario en la etapa más delirante de Anson. En vísperas de un viaje de los reyes a Israel, me juré a mí mismo que si el tipo abría la edición diciendo en portada algo del “rey de Jerusalén” me cambiaba de periódico. Naturalmente, hube de cumplir mi promesa. Después, acuñó imbecilidades tan supinas como la del “sufragio universal de los siglos”, y es que no sabía yo que para ser monárquico había que ser tan rematadamente cursi.
Al caso, mi nada valiosa experiencia personal y la falta de mesura del juicio de calificar de nostálgicos del franquismo a los lectores del diario, no quitan acierto a lo que se intuye, es decir, que la base de lectores languidece, que el ABC parece un periódico abocado a extinguirse si no consigue renovarse.
El ABC es, a fecha de hoy y como todas las cabeceras de Vocento, un periódico regional, un periódico de Madrid, esencialmente –el ABC de Sevilla, aún más local, es un periódico diferente-. Si conserva aún alguna relevancia se debe a la historia, a la calidad de sus columnistas y a que, siendo regional, es un diario de la capital. Forma parte, aún, del cuarteto de grandes diarios españoles: El País, El Mundo, el propio ABC y la Vanguardia, pero ya es el hermano menor o, si se prefiere, el hermano mayor, venerable pero achacoso.
Desde el punto de vista técnico, no es un gran diario. Está a años luz de El País –creo que el periódico mejor hecho de cuantos se editan en España- y carece de equipos de investigación como los de El Mundo. Uno no puede informarse únicamente a través del ABC –con independencia de que, en general, no sea sano leer sólo un periódico-, sencillamente porque resulta insuficiente.
Su línea editorial parece, además, algo tibia, lo que no tendría por qué ser malo, pero le condena a palidecer entre los dos contendientes que, día a día, se fajan en los quioscos de Madrid: El Mundo y el diario de Polanco. Además, la Razón le robó una cantidad importante de lectores de derecha-derecha, amén de algunas de sus firmas más notables.
Es posible que Vocento no esté gestionando del todo bien el periódico, pero parece cierto que su grupo-objetivo de lectores es problemático. El sector más duro de la derecha encuentra, hoy por hoy, mejor acomodo en la Razón, que da más caña –siendo igual de católico y monárquico hasta el baboseo (aunque me pregunto si esto del monarquismo puede ser ya una nota distintiva de nada)- y el lector joven no abonado a la parroquia polanquil se identifica más con Pedro Jota y sus muchachos. Mal asunto, pues.
Se preguntarán ustedes, entonces, por qué lo leo, si es que lo veo como un buque a la deriva. Dejando aparte motivos sentimentales, que los hay y son fuertes, daría dos razones básicas:
La primera, que es el periódico más literario de cuantos se publican en Madrid –los de otros lares, no los conozco con la profundidad suficiente-. Y es un periódico comprometido con el idioma. En ABC aún se cuida el español, y no como simple medio de comunicación, no ya solo con el mimo del artesano que cuida la herramienta, sino con la diligencia del custodio de alhajas. Además de que académicos, lingüistas y otra gente preocupada por la lengua siempre encontrarán en sus páginas un vehículo para seguir presentando la desigual batalla que libran contra el deterioro, el descuido y el desdén en la materia, el periódico hace lo que puede por atenerse a la norma. Es muy, muy raro toparse con faltas de ortografía en el ABC –el día que El Mundo empiece a acentuar las mayúsculas, quizá pueda pensar en apuntarse a una liga en la que, hoy por hoy, no parece interesado en jugar- o, en general, un español de mala calidad.
Creo no equivocarme si digo que el ABC podría ser uno de esos diarios que son referencia del uso para su lengua respectiva. Por supuesto, en el amplísimo dominio del español existen otros. Es verdad que, en un sistema como el nuestro, en el que existen las academias, no es necesario que los periódicos desempeñen roles como el del Frankfurter Allgemeine Zeitung respecto al alemán –el FAZ no está escrito en alemán, sino que es el alemán-, pero es muy conveniente que encuentren en ser una buena referencia para sus lectores y sientan orgullo por ello. Y pienso que en el ABC así se siente.
La segunda es, claro, el elenco de colaboradores que escriben en sus páginas –Mingote es caso aparte, porque, además de escribir de vez en cuando, dibuja-. Y de esas páginas, la mejor es la tercera. Quizá debería escribir, mejor, la Tercera, porque la tercera del ABC es la Tercera por antonomasia de la prensa española. No hay personaje relevante de nuestra vida nacional –excepto los participantes en Gran Hermano y la mayoría de los futbolistas- que no haya dejado alguna vez su impronta en ese artículo que no sigue las pautas de la actualidad, en esa gran tribuna libre que, al menos para algunos, es como el primer café. En la Tercera se encuentra esa invitación a la reflexión, esos cinco minutos de tranquilidad que todos deberíamos darnos antes de acometer el día... sea con los latines de Rodríguez Adrados, con las cuitas jurídicas de Jiménez de Parga o Peces Barba (este último hace ya mucho que no escribe en el medio), con las elucubraciones del maestro Jiménez Lozano o sabe Dios con qué asunto.
No deja de ser curioso que, hoy en día, todo el mundo entienda como normal, incluso saludable, que alguien se levante de la cama y, sin desperezarse, así llueva o truene, se tire una hora corriendo o se zambulla en una piscina, pero nos parezca mucho más raro que, asimismo recién puestos en pie, hagamos el ejercicio de enfrentarnos a un texto que nos invita a pensar o, simplemente, algo más complejo que los titulares del Marca.
Otro argumento que cada uno podrá valorar como quiera es la cuestión de costumbre. El ABC debería seguir saliendo a la calle porque lleva ciento dos años haciéndolo. Como el país, ha pasado por todos los avatares y regímenes. Quienes menosprecien esto, quizá deberían reflexionar sobre la evidencia de que lo que denominamos pomposamente “tradición” no es sino un ennoblecimiento de la costumbre que, tenida por loable, se mantiene y, a medida que se avejenta, se dignifica. Hemos sido, y somos, un pueblo incapaz de forjar tradiciones cívicas. Mientras que nuestros dulces de almendra se elaboran desde tiempo inmemorial, ninguno de los diarios de nuestra capital, a excepción del veterano ABC, ha cumplido aún los treinta años. El Times de Londres contó a sus lectores la unificación alemana –me refiero a la de 1870, que por eso la de 1989 es “re” unificación-, y el diario decano de la ciudad de Zürich envió corresponsales a Waterloo, allá por 1815. Los países que cuentan con tradiciones arraigadas, con instituciones políticas reverenciadas son también, cómo no, los que tienen periódicos más antiguos y más prestigiosos. Y, además, esos periódicos suelen ser fieles a sí mismos; no es que no evolucionen, claro, pero siempre es posible reconocer en ellos unas cuantas, pocas, líneas de continuidad.
Sólo el ABC es la prueba viva de que la historia de España, incluida la más reciente, comenzó sin esperar a Cebrián. Aunque sólo sea por mantener esa incómoda evidencia, servidor piensa seguir acoquinando el correspondiente eurito diario.
Hay quien dice que el ABC sólo lo leen nostálgicos del franquismo. Yo confieso que lo leo desde que tengo uso de razón, y la verdad es que no creo que se me pueda calificar de “nostálgico del franquismo”, aunque solo sea porque uno malamente puede ser nostálgico de lo que no conoció y yo era muy, muy jovencito cuando acabó aquella etapa –tampoco tenía yo, todo hay que decirlo, una sensibilidad política tan desarrollada como la de Carme Chacón que, siendo más o menos de mi edad (bueno, me quito alguno, pero pocos) sí parece tener una experiencia cercana del asunto-. Tan sólo he dejado de comprarlo y leerlo a diario en la etapa más delirante de Anson. En vísperas de un viaje de los reyes a Israel, me juré a mí mismo que si el tipo abría la edición diciendo en portada algo del “rey de Jerusalén” me cambiaba de periódico. Naturalmente, hube de cumplir mi promesa. Después, acuñó imbecilidades tan supinas como la del “sufragio universal de los siglos”, y es que no sabía yo que para ser monárquico había que ser tan rematadamente cursi.
Al caso, mi nada valiosa experiencia personal y la falta de mesura del juicio de calificar de nostálgicos del franquismo a los lectores del diario, no quitan acierto a lo que se intuye, es decir, que la base de lectores languidece, que el ABC parece un periódico abocado a extinguirse si no consigue renovarse.
El ABC es, a fecha de hoy y como todas las cabeceras de Vocento, un periódico regional, un periódico de Madrid, esencialmente –el ABC de Sevilla, aún más local, es un periódico diferente-. Si conserva aún alguna relevancia se debe a la historia, a la calidad de sus columnistas y a que, siendo regional, es un diario de la capital. Forma parte, aún, del cuarteto de grandes diarios españoles: El País, El Mundo, el propio ABC y la Vanguardia, pero ya es el hermano menor o, si se prefiere, el hermano mayor, venerable pero achacoso.
Desde el punto de vista técnico, no es un gran diario. Está a años luz de El País –creo que el periódico mejor hecho de cuantos se editan en España- y carece de equipos de investigación como los de El Mundo. Uno no puede informarse únicamente a través del ABC –con independencia de que, en general, no sea sano leer sólo un periódico-, sencillamente porque resulta insuficiente.
Su línea editorial parece, además, algo tibia, lo que no tendría por qué ser malo, pero le condena a palidecer entre los dos contendientes que, día a día, se fajan en los quioscos de Madrid: El Mundo y el diario de Polanco. Además, la Razón le robó una cantidad importante de lectores de derecha-derecha, amén de algunas de sus firmas más notables.
Es posible que Vocento no esté gestionando del todo bien el periódico, pero parece cierto que su grupo-objetivo de lectores es problemático. El sector más duro de la derecha encuentra, hoy por hoy, mejor acomodo en la Razón, que da más caña –siendo igual de católico y monárquico hasta el baboseo (aunque me pregunto si esto del monarquismo puede ser ya una nota distintiva de nada)- y el lector joven no abonado a la parroquia polanquil se identifica más con Pedro Jota y sus muchachos. Mal asunto, pues.
Se preguntarán ustedes, entonces, por qué lo leo, si es que lo veo como un buque a la deriva. Dejando aparte motivos sentimentales, que los hay y son fuertes, daría dos razones básicas:
La primera, que es el periódico más literario de cuantos se publican en Madrid –los de otros lares, no los conozco con la profundidad suficiente-. Y es un periódico comprometido con el idioma. En ABC aún se cuida el español, y no como simple medio de comunicación, no ya solo con el mimo del artesano que cuida la herramienta, sino con la diligencia del custodio de alhajas. Además de que académicos, lingüistas y otra gente preocupada por la lengua siempre encontrarán en sus páginas un vehículo para seguir presentando la desigual batalla que libran contra el deterioro, el descuido y el desdén en la materia, el periódico hace lo que puede por atenerse a la norma. Es muy, muy raro toparse con faltas de ortografía en el ABC –el día que El Mundo empiece a acentuar las mayúsculas, quizá pueda pensar en apuntarse a una liga en la que, hoy por hoy, no parece interesado en jugar- o, en general, un español de mala calidad.
Creo no equivocarme si digo que el ABC podría ser uno de esos diarios que son referencia del uso para su lengua respectiva. Por supuesto, en el amplísimo dominio del español existen otros. Es verdad que, en un sistema como el nuestro, en el que existen las academias, no es necesario que los periódicos desempeñen roles como el del Frankfurter Allgemeine Zeitung respecto al alemán –el FAZ no está escrito en alemán, sino que es el alemán-, pero es muy conveniente que encuentren en ser una buena referencia para sus lectores y sientan orgullo por ello. Y pienso que en el ABC así se siente.
La segunda es, claro, el elenco de colaboradores que escriben en sus páginas –Mingote es caso aparte, porque, además de escribir de vez en cuando, dibuja-. Y de esas páginas, la mejor es la tercera. Quizá debería escribir, mejor, la Tercera, porque la tercera del ABC es la Tercera por antonomasia de la prensa española. No hay personaje relevante de nuestra vida nacional –excepto los participantes en Gran Hermano y la mayoría de los futbolistas- que no haya dejado alguna vez su impronta en ese artículo que no sigue las pautas de la actualidad, en esa gran tribuna libre que, al menos para algunos, es como el primer café. En la Tercera se encuentra esa invitación a la reflexión, esos cinco minutos de tranquilidad que todos deberíamos darnos antes de acometer el día... sea con los latines de Rodríguez Adrados, con las cuitas jurídicas de Jiménez de Parga o Peces Barba (este último hace ya mucho que no escribe en el medio), con las elucubraciones del maestro Jiménez Lozano o sabe Dios con qué asunto.
No deja de ser curioso que, hoy en día, todo el mundo entienda como normal, incluso saludable, que alguien se levante de la cama y, sin desperezarse, así llueva o truene, se tire una hora corriendo o se zambulla en una piscina, pero nos parezca mucho más raro que, asimismo recién puestos en pie, hagamos el ejercicio de enfrentarnos a un texto que nos invita a pensar o, simplemente, algo más complejo que los titulares del Marca.
Otro argumento que cada uno podrá valorar como quiera es la cuestión de costumbre. El ABC debería seguir saliendo a la calle porque lleva ciento dos años haciéndolo. Como el país, ha pasado por todos los avatares y regímenes. Quienes menosprecien esto, quizá deberían reflexionar sobre la evidencia de que lo que denominamos pomposamente “tradición” no es sino un ennoblecimiento de la costumbre que, tenida por loable, se mantiene y, a medida que se avejenta, se dignifica. Hemos sido, y somos, un pueblo incapaz de forjar tradiciones cívicas. Mientras que nuestros dulces de almendra se elaboran desde tiempo inmemorial, ninguno de los diarios de nuestra capital, a excepción del veterano ABC, ha cumplido aún los treinta años. El Times de Londres contó a sus lectores la unificación alemana –me refiero a la de 1870, que por eso la de 1989 es “re” unificación-, y el diario decano de la ciudad de Zürich envió corresponsales a Waterloo, allá por 1815. Los países que cuentan con tradiciones arraigadas, con instituciones políticas reverenciadas son también, cómo no, los que tienen periódicos más antiguos y más prestigiosos. Y, además, esos periódicos suelen ser fieles a sí mismos; no es que no evolucionen, claro, pero siempre es posible reconocer en ellos unas cuantas, pocas, líneas de continuidad.
Sólo el ABC es la prueba viva de que la historia de España, incluida la más reciente, comenzó sin esperar a Cebrián. Aunque sólo sea por mantener esa incómoda evidencia, servidor piensa seguir acoquinando el correspondiente eurito diario.
4 Comments:
Hola Ferblog:
Yo he sido suscriptor del ABC durante algo más de un año y, estando de acuerdo en gran parte de tus afirmaciones (sobre todo lo concerniente al idioma y a la Tercera), hay algo que me hizo abandonar la suscripción: desayunarme todos los días con las crónicas de Juan Cierco superaba todo lo que podía soportar. El día que lo echen, me plantearé retomar la suscripción. Hasta entonces, ni un céntimo de mi dinero volverá a caer en manos de gente que permite que tan judeófobo personaje ensucie el resto del periódico.
By more, at 8:09 p. m.
ABC fue el primero en no respetar la tradicion al vender su sede historica en la calle Serrano para hacer un centro comercial.
By Anónimo, at 8:20 p. m.
Hay que reconocer que hay algo en al ABC que resulta vagamente rancio. Me refiero a su diseño y a su estética en general... tiene un aire antiguo que no lo hace atractivo. Incluso la versión digital parece apelmazada.
La verdad es que llevo años sin comprar prensa diaria en papel más que en ocasiones puntuales (¡gracias, San Internet!), pero el suplemento literario y cultural del ABC de los sábados sigue siendo de lo mejorcito... luego sigo comprando el ABC cada sábado.
Hubo un tiempo en que el "Babelia" de El País era santo de mi devoción, hasta que se convirtió en una plataforma propagandística mal disimulada de los intereses polanquianos. ¡Pero que muy mal disimulada! Que se lo digan a Ignacio Echevarría.
By Anónimo, at 9:40 p. m.
Al ABC le terminará pasando lo que a la cadena Cutreº: no hay tantos progres para consumir tantos medios progres.
Si el ABC volviera por sus fueros, volvería a vender lo que vendía. Lo mismo que si la Cutreº fichara a Federico Jiménez Losantos subiría exponencialmente sus índices de audiencia.
¿Quién va a comprar el ABC pudiendo, por el mismo precio adquirir El País?
Es absurdo. Parece un suicidio periodístico lo que han hecho. Ellos sabrán.
By charlix, at 10:42 p. m.
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