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domingo, diciembre 04, 2005

LOS "NÉORÉACS", FRANCIA Y ESPAÑA

La edición de esta semana del Nouvel Observateur, el semanario de cabecera del progresismo francés y publicación hermana de Le Monde, advierte en su portada sobre la llegada de los denominados “néoréacs” –apócope de “neorreaccionarios”-. El título se acompaña de un primer plano, a toda página, de Alain Finkielkraut, y de otras fotografías en tamaño menor de Michel Houllebecq, Hélène Carrère d’Encausse y Nicolas Sarkozy.

En páginas interiores, el prestigioso rotativo presenta lo que se aparece como un grupo de políticos, pensadores, polemistas, periodistas... del que formarían parte todos los retratados en portada más alguna otra gente como André Glucksmann y que, no obstante la ausencia de vínculos que permitan calificarlos de escuela, movimiento o cualquier otra cosa que sugiera unidad de acción o, cuando menos, un sustrato de ideas comunes, vienen a coincidir en una crítica de la situación actual de Francia que, mutatis mutandi, cabría hacer extensiva al resto del Occidente, caracterizada por un radicalismo al estilo de los “neocon” americanos. Este nexo común, que puede ser una mera coincidencia temporal, les hace acreedores a una etiqueta, la de “néoréacs”. A juicio del Nouvel Observateur, claro, todos ellos pecan de un simplismo que convierte sus proclamas en un ejercicio de demagogia.

Jean Daniel, el pope del Nouvel Obs, abre su editorial glosando la que le parece la nota común de los néoréacs. La clave de su pensamiento sería un atractivo “appeler un chat un chat” o, como diríamos nosotros, “llamar al pan, pan y al vino, vino”. Para Daniel, bajo esta pretensión de claridad se esconde una grosera pérdida de matices.

No es cuestión, aquí, de entrar a considerar en profundidad todo lo que se ha dicho a resultas de los tristes acontecimientos acaecidos hace algunas semanas en las ciudades francesas más importantes –y que, por supuesto, todos los demás hemos olvidado ya sin intentar siquiera extraer alguna lección, asegurando así que, cuando se reproduzcan en la propia Francia o en cualquier otro lugar de Europa, veremos escenas de violencia inusitada-. Pero sí tiene interés observar algunas cuestiones de importancia. Nótese que hablamos de Francia que es, posiblemente, el país más decadente de nuestro continente, pero conviene no perder de vista que sólo puede decaer quien ha ascendido previamente a una cierta altura.

La primera cuestión es cómo el gran debate de nuestro tiempo, el debate más relevante, se ha enseñoreado de la agenda política e intelectual francesa. De nuevo, en palabras de Daniel, se trata de “concilier la pleine reconnaissance de la diversité des cultures avec le sorcilleaux respect de l´université des valeurs” (en traducción libre: conciliar el pleno reconocimiento de la diversidad de las culturas con un respeto taumatúrgico por la universalidad de los valores). Se trata, en suma, del debate sobre los límites de la tolerancia.

En realidad, y a fin de cuentas, los dos bandos que se van formando en torno a esta idea, en las democracias avanzadas, empiezan a dibujarse claramente. Como dice Jean Daniel, conviene no perder de vista una sola de las palabras en la frase anterior, porque todas son importantes. Hay quien cree ya que se trata del enunciado de un imposible o, dicho de otro modo, que el mantenimiento de la hipótesis, del mito contemporáneo de la universalidad de los valores –Daniel lo omite pero, claro, esos valores no son otros que los que están contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, por tanto, son los valores sustentantes de la cultura occidental y, en particular, los valores en los que se funda, aún hoy, la República francesa, si hemos de atender al artículo 1º de la Constitución de 1958- no es posible si, al tiempo, ha de darse un reconocimiento “pleno” de la diversidad de culturas.

La segunda cuestión que quisiera resaltar es que, no obstante es válido el empleo de las armas habituales de la retórica y, por tanto, uno puede tomar las ideas del contrario, retorcerlas, reducirlas al absurdo o ridiculizarlas, un debate intelectual medianamente serio exige tomar lo que el otro dice en consideración. No son aceptables, por tanto, las descalificaciones ad personam. Es obvio que la discrepancia del Nouvel Obs respecto a lo que dicen Glucksmann, Finkielkraut y demás gente recién bautizada como néoréac no puede ser mayor, pero en ningún caso vale el cuestionamiento de su legitimidad como herramienta para eludir el debate. Glucksmann puede haber sido un enfant terrible del 68 y, por tanto, el viaje intelectual que ha hecho podrá ser más o menos sorprendente. Pero eso es cosa que sólo debería interesar a su biógrafo, o al propio Glucksmann, que puede querer ser coherente consigo mismo. Lo relevante es, por tanto, lo que Glucksmann dice ahora o, si se prefiere, que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Interesa discutir la idea –y la discusión, por supuesto, puede llevarse al extremo de demolerla-, no cuestionar al que la lanza.

Todo esto me lleva a concluir, una vez más, que incluso respecto a países que no pasan su mejor momento, se hace patente el retraso de España y la bajísima calidad de nuestro debate político e intelectual. De entrada, no existen en nuestro país ni tan siquiera publicaciones, tengan el signo ideológico que tengan, que puedan rivalizar con el Nouvel Observateur, y no digamos ya con revistas señeras del mundo anglosajón, como The Economist.

Es anómalo que nuestra agenda esté monopolizada por cuestiones como la identidad nacional, ten endémicas y que desvían la atención de temas globales que, por supuesto, nos afectan en como a otras sociedades con nuestro nivel de desarrollo económico. El hecho de que no nos afecten, aún, en la misma medida, no debería ser excusa para abordar los problemas –antes al contrario, deberíamos encontrar en ello un claro incentivo.

La ausencia, entre nosotros, de un debate de ideas serio que parta, desde luego, de la proscripción definitiva descalificación del otro como mecanismo retórico y de las menciones recurrentes a supuestos linajes políticos a modo de condiciones previas, evidencia que nuestro país, nuevo rico donde los haya, presenta un lamentable déficit, que tiene pendiente una auténtica transición intelectual y social, que llene de una vez el entramado institucional de un contenido.

España no es, ni será nunca, me temo, Francia, el Reino Unido, Alemania o ni siquiera Italia. Pero tampoco debería ser un país del que el debate riguroso estuviera ausente. A fecha de hoy, por ejemplo, es imposible decir a ciencia cierta qué piensa sobre temas como el choque cultural no ya el Gobierno –que es dudoso que pueda decirse que piensa- sino el mundo intelectual que le rodea. Y otro tanto puede decirse, lamentablemente, del campo contrario aunque, al menos, éste venga encontrando en el pragmatismo un sustitutivo temporal.

Lo dicho... ojalá pudiéramos ser decadentes. Al menos tendríamos espléndidas ruinas que contemplar.

1 Comments:

  • ¿Para necesitamos ideas politicas si ya tenemos partidos politicos?
    Siento sonar tan Unamunesco.

    By Anonymous Anónimo, at 6:40 p. m.  

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