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lunes, noviembre 28, 2005

EL ESPAÑOL EN BRUSELAS

Muy interesante este editorial de El País. Interesante desde todos los puntos de vista, primero por la materia y segundo porque, siempre con el cariño propio de la casa, no se hurtan reprimendas a quien las merece, lo que es una auténtica novedad (¿vientos de cambio?).

Uno de los principales diarios en lengua española –iba a escribir “el principal”, pero no quisiera que se me ofendieran los lectores de Clarín, Reforma o El Mercurio, por citar sólo unos pocos- y, desde luego, el primero en España, reacciona con justa indignación ante el rácano trato que nuestro idioma recibe en Bruselas, por parte de los funcionarios encargados de traducción – dicho así parece cosa menor, como de intendencia de poca monta, pero si los funcionarios traductores y los juristas-lingüistas decidieran un día ocupar Bélgica, sería cosa de horas, porque son una auténtica legión.

Al leer el editorial me viene, cómo no, a la cabeza el análisis de Juan Ramón Lodares en el último libro que publicó antes del trágico accidente que se lo llevó (El Porvenir del Español, Editorial Taurus). El hecho denunciado por El País viene a subrayar lo ajustado de su enfoque. Decía Lodares que, incluso siendo optimistas, la situación del español presenta notables claroscuros.

Es verdad que, entre todas grandes las lenguas de cultura, es la única que tiene una capacidad de crecimiento endógena sustancial, ya que la natalidad de los países de habla hispana hace que, año tras año, el número de hablantes crezca. Su pujanza en América Central y del Sur no está en cuestión, y su carácter de lengua franca del subcontinente suramericano viene reforzado por la decidida política brasileña de promoción del bilingüismo. Pero, sin duda, la punta de lanza del español son los hispanoparlantes en Estados Unidos (recuérdese que EE.UU está en un tris de convertirse en el segundo país, tras México, por número de hablantes de español, si es que no lo es ya). Allí, en medio de la prosperidad económica, el idioma florece y gana nuevos hablantes a diario –el riesgo es, ahora, mantener su calidad, la unidad de la norma, que en ningún sitio está tan amenazada como en Norteamérica. Es, por supuesto, la única segunda lengua que interesa a los anglos en Estados Unidos, porque es la única de utilidad relevante e inmediata. En español se vende y el español es un negocio. No hacen falta muchos más incentivos.

Pero esta situación, digamos halagüeña aunque no haya que ignorar las relevantes debilidades que aún aquejan a la lengua (sobre todo su escasa introducción en ámbitos científicos y tecnológicos), es totalmente diferente cuando cambiamos de hemisferio. El español es, hoy, un idioma eminentemente americano. Los hablantes de España apenas llegamos ya al diez por cien del total mundial y, sin ir más lejos, alemán, inglés, francés e italiano cuentan con más hablantes nativos, en el seno de la Unión Europea, que el español – por supuesto, si llegara a incorporarse Turquía, sería ampliamente rebasado por el turco. Pero es que, además, muy pocos europeos lo tienen todavía como segunda lengua. Va ocupando un lugar en la segunda enseñanza en países como Francia, Italia o Portugal, como tercer idioma, debido a su innegable facilidad para los estudiantes cuya lengua materna es romance, y también interesa en los países del Norte, asociado a la imagen de España como país simpático, pero está prácticamente ausente del mundo de los negocios, de la política y, sobre todo, es desconocido para la nomenklatura comunitaria, que no lo tiene como lengua de trabajo –estatus privilegiado que corresponde al inglés, al francés y, al menos oficialmente, al alemán (y que sería muy deseable que terminara por ostentar sólo uno de los tres, por evidentes razones de economía)- . En estas condiciones, el español se halla en situación pareja a la del polaco.

En condiciones normales, estas limitaciones del español se encontrarían compensadas, al menos parcialmente, por los ecos transatlánticos. Si se hiciera algo más de pedagogía, quizá se empezara a medir al idioma de Cervantes por lo que pesa en el mundo, y no solo en la vieja Europa. No se trata, por supuesto, de esperar milagros –es, por supuesto, irrealista pretender que el español pueda ingresar en el reducido elenco de las lenguas de trabajo y, como apuntaba Lodares, lo racional sería que los españoles abogáramos por el inglés-, sino de que se aprecien ciertas diferencias cualitativas. Pero, claro, hay que contar con la delirante política lingüística que se hace en este país. El País –el diario independiente de la mañana, digo- tira, a propósito, un pellizco de monja –de momento, ojo, ojo, que parece que el amo anda cabreado- a quienes van por el mundo jugando a defensores de cuanta lengua minoritaria se les cruce en el camino, pero olvidan sistemáticamente echar un cable al español, que lo necesita.

Se escandaliza El País de que en Bruselas crean que hablan español en España treinta millones de personas. Es un error, sí, pero un error lógico. Hace falta estar muy bien informado para ser capaz de sortear la barrera de tonterías que se ha levantado entre la realidad de España y quienes se acerquen a conocerla. En cuanto pida un folleto turístico, el funcionario comunitario de turno descubrirá que este es, antes que nada, el país de la “pluralidad”. Somos plurales en todo y, por supuesto, en lenguas. El folleto afirmará sin recato –casi como si la situación idiomática de la India nos moviera a envidia- que se hablan cinco, ya que Cataluña, El País Vasco, Valencia, Baleares y Galicia tienen otra. El funcionario poco avisado va a las estadísticas de Eurostat y resta, del total de la población de España, la de las respectivas comunidades.

Es cierto que en España se hablan cinco lenguas –bueno, que hay cinco oficiales, porque hablarse, se hablan muchas más, como se deduce de un paseo por el metro de Madrid-, pero es que lo que no le han contado al funcionario es que, de las cinco, hay una, el español, que se habla hasta en el último rincón del país –y los que no la hablan, normalmente porque no les da la gana, la comprenden- y que, además, en las comunidades oficialmente reconocidas como bilingües hay un montón de gente que es monolingüe en castellano. El funcionario no necesita más que unos rudimentos de español para moverse con soltura por toda la piel de toro, pero seguro que su francés no le bastará para ir por Suiza con plena confianza. Ésa es la diferencia.

En nuestro papanatismo natural, vamos dando la impresión de que somos una especie de crisol de culturas. Por supuesto, rodeados por naciones que son un vivo ejemplo de monolitismo cultural y lingüístico, como pueden ser Italia o Alemania, ¿verdad?

Lo malo es que parece que no nos damos cuenta de que puede haber gente que nos tome en serio, sobre todo si no tiene razones para pensar lo contrario. Recogemos lo que hemos sembrado. Nada hay, por supuesto, en contra de que el Instituto Cervantes presente la “diversidad cultural española”, pero eso será cuando haya atendido debidamente su función primordial, que es enseñar nuestra lengua a tanta gente deseosa de aprenderla. ¿Sería posible que ofreciéramos una imagen de España, más o menos, acorde a lo que ven los que a nosotros se acercan? Lo más normal es que, si a un funcionario bruselense le decimos que España no existe, superado el primer momento de incredulidad (¿estarán mal todos, absolutamente todos, los manuales de geografía, historia, arte... que él ha estudiado?), termine por borrar diligentemente el nombre de los registros (“si estos señores, que viven allí, lo dicen, por algo será”, se dirá el probo funcionario). Así de simple.

Y es que lo primero que debe aprender todo buen estudiante de español es que, por esas casualidades de la vida, el idioma fue a caer en el país que menos lo merecía.

1 Comments:

  • El editorial es de enmarcar. Pero es lo que está ocurriendo. No existe un gobierno de España sino una mariontea de los nacionalistas. Si ZP no para de defender los idiomas locales considerando que un catalán no puede dirigirse en español a la UE, ¿qué esperan de Europa?

    Y para muestra de marioneta es que el coste de la aldeanada de los idiomas locales en la UE lo pagamos todos los españoles, ¿o me equivoco?

    Coase

    By Blogger Coase, at 10:19 p. m.  

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