HACERSE TRAMPAS EN EL SOLITARIO
Que el Gobierno ande empeñado en una campaña para rehabilitar su imagen es un mal síntoma para los incondicionales. Se dice, con razón, que las encuestas deben ser verdaderamente desfavorables para que el Ejecutivo, que ya dispone del BOE como medio de publicidad de eficacia inigualable, se vea obligado a tomar tan singulares medidas.
Pero no son solo las encuestas. Existen otros signos evidentes de que pintan bastos, signos que son mucho más de temer para la parte más avezada de la parroquia socialista. Los apoyos mediáticos flaquean. No son ya todo loores y cantos de alabanzas. De momento, claro, se trata sólo de un cierto enfriamiento. Un aviso a navegantes de que, por ahora, bastaría con un reajuste, pero existe la posibilidad de que don Jesús declare a este gobierno delenda, y se acabo lo que se daba.
Dicen las malas lenguas que el amo está muy cabreado. Y no es para menos. En primer lugar, hay que recordar que este país es algo así como su finca y ya se sabe que cuando un bosque se quema, algo suyo se quema... señor Polanco. Los eventuales daños a la unidad de mercado, a la solidaridad entre los españoles, etc., a pocas cuentas que se echen, terminan siendo daños a las cuentas de resultados de la clase empresarial, el Jesús del Gran Poder incluido. Pero es que, además, el de Valdemorillo se empeñó hasta las cachas en el “ahora o nunca” de los socialistas en el 11M. Hizo cuanto estuvo en su mano, y todos sabemos que no fue poco, para convertir aquella oleada de indignación en una andanada contra el gobierno de entonces. La cosa está demasiado reciente como para que la perspectiva de un pronto retorno de los populares a la Moncloa no preocupe. Son bastante ingenuos y tienen poca memoria, pero no hasta ese punto. Tengo para mí que lo que más indigna a Polanco de la estulticia de ZP es su poca habilidad para conservar el regalo que se le hizo en su momento. Un simple canal de televisión no es compensación suficiente, hace falta que el agraciado muestre, cuando menos, la diligencia debida.
Me imagino que las líneas de la campaña gubernamental abundarán en dos ideas. La primera es que todo va mucho mejor de lo que se dice, pero el Partido Popular crispa tanto el ambiente que no permite que los ciudadanos caigan en la cuenta. La segunda es que, con independencia de sus posibles fallos aquí y allá, el Gobierno sigue atesorando la virtud fundamental de no ser de derechas.
Lamentablemente, las cosas no son tan simples, ni mucho menos. La mala imagen del Gobierno de ZP tiene un sustrato muy real. Ha sido sentenciado ya por muchos, propios y ajenos, como el peor Ministerio de la democracia. A la falta de competencia natural –por carencias evidentes- de muchos de los miembros del gabinete por falta de preparación (conste que hay excepciones notables, y no solo la de Solbes), descollando el propio presidente que es, seguramente, el más ayuno de todos, hay que sumar la falta de un programa real para gobernar el que, según una suma de indicadores, es el octavo país del mundo.
El Gobierno no sólo parece patético. El Gobierno es patético. No se trata, sin más, de un gobierno poco eficaz, sino de un gobierno dañino porque, más que no invertir energías en los problemas reales del país, hace cuanto puede por desviarlas hacia debates que, interesantes o no, pocos efectos tienen para la mayoría.
En dieciocho meses deberían haberse sentado las bases, cuando menos, o deberían ir conociéndose iniciativas en muy diversas materias. Tenemos un Gobierno silente en materia de reformas fiscales, política energética, inmigración, infraestructuras, pensiones, función pública, ordenación del gasto público, acción exterior... Tan solo tenemos “más derechos de ciudadanía” que, hasta la fecha disfrutan, básicamente, los homosexuales, porque la inmensa mayoría sigue teniendo los mismos no ya que hace dos años, sino que hace veinte.
El Gobierno ZP es la anécdota elevada a categoría. Un verdadero accidente, algo que nunca debió suceder. Y me temo que este pensamiento es compartido a derecha y a izquierda, por mucha gente que, en sus análisis, va más allá de las cuestiones que cada día estén en el candelero. El problema del Gobierno es que gobierna muy poco. Se limita a potenciar debates enconados, en su mayoría estériles – no estaría mal que, puestos a estimular la discusión, lo hiciera sobre asuntos de mayor interés.
El despeñamiento electoral tiene arreglo, creo. Dicen los optimistas que ya se ven algunos signos de vuelta, de predisposición del Presidente a recomponer sus alianzas y a enderezar algo el rumbo de la legislatura. Aún le queda tiempo, sí. Más de la mitad del mandato. A fecha de hoy, no creo probable que el socialismo vaya a perder la Moncloa. Es posible, sí, que el empate técnico que podrían arrojar unas elecciones se resolviera en algunos escaños de ventaja para el PP pero, en su caso, se nivelarán a la gallega, pactando con quien sea menester –asunto para el que los socialistas se dan mucha más maña que los otros, a la vista está-. Puede ser, claro, que si ZP persevera en su deriva y si Otegi sigue entregado a su pasión literaria termine dándole una mayoría muy amplia a la oposición pero, insisto no es probable.
Seguramente, antes o después, ETA declarará una tregua –en el momento en el que les salga de los mismísimos, claro-. Es posible que sea in extremis, pero la declarará con seguridad si tiene motivos reales para pensar que la pera en dulce que les ha caído puede tomar el camino de León. Y Cataluña tendrá nuevo estatuto, que será el equivalente legislativo de Frankenstein, pero lo tendrá. Cuando las conversaciones con ETA fracasen –o cuando veinte mil navarros bajen a quemar la Moncloa-, o el Constitucional declare que el estatuto es contrario a la Carta Magna hará ya tiempo que ZP habrá renovado su mandato, y ya se llamará a Rubalcaba para que lo solucione.
Pero lo que ya es imposible es que esta legislatura se vuelva mínimamente productiva. En el mejor de los casos, los españoles habremos perdido cuatro años. Es verdad que un mandato legislativo es un suspiro, pero no es menos cierto que la gobernación de un país ha de llevarse a cabo cada día. Todos los días cuentan. Un curso más de aplicación de la Logse significa un grupo enorme de niños condenados a una educación muy deficiente, una obra no adjudicada tardará otros cuatro años más en empezar a hacerse (¿cuánta gente puede morir en cuatro años en un punto negro en una carretera?)... y luego, claro, están las oportunidades perdidas para siempre. La negociación europea mal hecha no se repite, por ejemplo. Y así una larga ristra.
Lamentablemente, la omnipresencia del estado en nuestras vidas hace que difícilmente podamos permitirnos un gobierno de adorno. Un gobierno inútil es un lastre, porque a lo que no hace se añade lo que impide hacer.
Esta es la realidad. Que el PP chille más o menos no la altera en absoluto. Cada uno es libre de consolarse como quiera, pero siendo conscientes de que no hay nada más tonto que hacerse trampas en el solitario.
Pero no son solo las encuestas. Existen otros signos evidentes de que pintan bastos, signos que son mucho más de temer para la parte más avezada de la parroquia socialista. Los apoyos mediáticos flaquean. No son ya todo loores y cantos de alabanzas. De momento, claro, se trata sólo de un cierto enfriamiento. Un aviso a navegantes de que, por ahora, bastaría con un reajuste, pero existe la posibilidad de que don Jesús declare a este gobierno delenda, y se acabo lo que se daba.
Dicen las malas lenguas que el amo está muy cabreado. Y no es para menos. En primer lugar, hay que recordar que este país es algo así como su finca y ya se sabe que cuando un bosque se quema, algo suyo se quema... señor Polanco. Los eventuales daños a la unidad de mercado, a la solidaridad entre los españoles, etc., a pocas cuentas que se echen, terminan siendo daños a las cuentas de resultados de la clase empresarial, el Jesús del Gran Poder incluido. Pero es que, además, el de Valdemorillo se empeñó hasta las cachas en el “ahora o nunca” de los socialistas en el 11M. Hizo cuanto estuvo en su mano, y todos sabemos que no fue poco, para convertir aquella oleada de indignación en una andanada contra el gobierno de entonces. La cosa está demasiado reciente como para que la perspectiva de un pronto retorno de los populares a la Moncloa no preocupe. Son bastante ingenuos y tienen poca memoria, pero no hasta ese punto. Tengo para mí que lo que más indigna a Polanco de la estulticia de ZP es su poca habilidad para conservar el regalo que se le hizo en su momento. Un simple canal de televisión no es compensación suficiente, hace falta que el agraciado muestre, cuando menos, la diligencia debida.
Me imagino que las líneas de la campaña gubernamental abundarán en dos ideas. La primera es que todo va mucho mejor de lo que se dice, pero el Partido Popular crispa tanto el ambiente que no permite que los ciudadanos caigan en la cuenta. La segunda es que, con independencia de sus posibles fallos aquí y allá, el Gobierno sigue atesorando la virtud fundamental de no ser de derechas.
Lamentablemente, las cosas no son tan simples, ni mucho menos. La mala imagen del Gobierno de ZP tiene un sustrato muy real. Ha sido sentenciado ya por muchos, propios y ajenos, como el peor Ministerio de la democracia. A la falta de competencia natural –por carencias evidentes- de muchos de los miembros del gabinete por falta de preparación (conste que hay excepciones notables, y no solo la de Solbes), descollando el propio presidente que es, seguramente, el más ayuno de todos, hay que sumar la falta de un programa real para gobernar el que, según una suma de indicadores, es el octavo país del mundo.
El Gobierno no sólo parece patético. El Gobierno es patético. No se trata, sin más, de un gobierno poco eficaz, sino de un gobierno dañino porque, más que no invertir energías en los problemas reales del país, hace cuanto puede por desviarlas hacia debates que, interesantes o no, pocos efectos tienen para la mayoría.
En dieciocho meses deberían haberse sentado las bases, cuando menos, o deberían ir conociéndose iniciativas en muy diversas materias. Tenemos un Gobierno silente en materia de reformas fiscales, política energética, inmigración, infraestructuras, pensiones, función pública, ordenación del gasto público, acción exterior... Tan solo tenemos “más derechos de ciudadanía” que, hasta la fecha disfrutan, básicamente, los homosexuales, porque la inmensa mayoría sigue teniendo los mismos no ya que hace dos años, sino que hace veinte.
El Gobierno ZP es la anécdota elevada a categoría. Un verdadero accidente, algo que nunca debió suceder. Y me temo que este pensamiento es compartido a derecha y a izquierda, por mucha gente que, en sus análisis, va más allá de las cuestiones que cada día estén en el candelero. El problema del Gobierno es que gobierna muy poco. Se limita a potenciar debates enconados, en su mayoría estériles – no estaría mal que, puestos a estimular la discusión, lo hiciera sobre asuntos de mayor interés.
El despeñamiento electoral tiene arreglo, creo. Dicen los optimistas que ya se ven algunos signos de vuelta, de predisposición del Presidente a recomponer sus alianzas y a enderezar algo el rumbo de la legislatura. Aún le queda tiempo, sí. Más de la mitad del mandato. A fecha de hoy, no creo probable que el socialismo vaya a perder la Moncloa. Es posible, sí, que el empate técnico que podrían arrojar unas elecciones se resolviera en algunos escaños de ventaja para el PP pero, en su caso, se nivelarán a la gallega, pactando con quien sea menester –asunto para el que los socialistas se dan mucha más maña que los otros, a la vista está-. Puede ser, claro, que si ZP persevera en su deriva y si Otegi sigue entregado a su pasión literaria termine dándole una mayoría muy amplia a la oposición pero, insisto no es probable.
Seguramente, antes o después, ETA declarará una tregua –en el momento en el que les salga de los mismísimos, claro-. Es posible que sea in extremis, pero la declarará con seguridad si tiene motivos reales para pensar que la pera en dulce que les ha caído puede tomar el camino de León. Y Cataluña tendrá nuevo estatuto, que será el equivalente legislativo de Frankenstein, pero lo tendrá. Cuando las conversaciones con ETA fracasen –o cuando veinte mil navarros bajen a quemar la Moncloa-, o el Constitucional declare que el estatuto es contrario a la Carta Magna hará ya tiempo que ZP habrá renovado su mandato, y ya se llamará a Rubalcaba para que lo solucione.
Pero lo que ya es imposible es que esta legislatura se vuelva mínimamente productiva. En el mejor de los casos, los españoles habremos perdido cuatro años. Es verdad que un mandato legislativo es un suspiro, pero no es menos cierto que la gobernación de un país ha de llevarse a cabo cada día. Todos los días cuentan. Un curso más de aplicación de la Logse significa un grupo enorme de niños condenados a una educación muy deficiente, una obra no adjudicada tardará otros cuatro años más en empezar a hacerse (¿cuánta gente puede morir en cuatro años en un punto negro en una carretera?)... y luego, claro, están las oportunidades perdidas para siempre. La negociación europea mal hecha no se repite, por ejemplo. Y así una larga ristra.
Lamentablemente, la omnipresencia del estado en nuestras vidas hace que difícilmente podamos permitirnos un gobierno de adorno. Un gobierno inútil es un lastre, porque a lo que no hace se añade lo que impide hacer.
Esta es la realidad. Que el PP chille más o menos no la altera en absoluto. Cada uno es libre de consolarse como quiera, pero siendo conscientes de que no hay nada más tonto que hacerse trampas en el solitario.
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