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jueves, diciembre 08, 2005

LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE

Con ocasión de los dos grandes debates que vienen ocupando la actualidad en nuestro país observo la que, a mi juicio, es una preocupante tendencia a eludir la médula de las discusiones o, si se prefiere y tirando de dichos, a que los árboles no dejen ver el bosque. Me explico.

El primero de esos debates es el desarrollado en torno a la nueva ley orgánica de educación. Una gigantesca manifestación y la posterior discusión con el Gobierno, al parecer terminada a satisfacción de muchos, inducen a pensar que, en suma, se trataba de un tira y afloja acerca de una serie de dicotomías: concertada sí – concertada no, religión sí – religión no, promoción con dos – promoción con tres.

No niego que todas estas cuestiones sean importantes, que lo son, y mucho. Pero son enormemente secundarias. Nuestro sistema no está fracasando, en esencia, por cómo se está impartiendo la asignatura de religión, por la titularidad de los centros o por el número de asignaturas que permiten –rectius, que no impiden- la promoción automática. Todas estas cuestiones, a lo sumo, no son más que síntomas de la auténtica enfermedad, que son los principios vertebradotes de la malhadada LOGSE, y que continúan inalterados en el texto propuesto.

Esta ley no puede funcionar, como ninguna otra que se fundamente en el conjunto de premisas delirantes que le sirven de pórtico de entrada. Como ya tuve ocasión de comentar en otro momento, los primeros artículos de la ley son una declaración de intenciones para buenos entendedores. ¿Es tan difícil entender que, contra lo que puedan creer montones de padres y profesores en su sano juicio –que, por consiguiente, no han leído la ley- la “transmisión de conocimientos” no es un objetivo del sistema educativo español?

No es que la LOGSE haya fracasado por incumplimiento de sus objetivos. Muy al contrario, la LOGSE ha sido un éxito absoluto. Otra cosa es que los objetivos de esa ley no coincidieran con los que juiciosamente cupiera esperar de una ley que aspira a regular el sistema educativo de un país. A nadie puede extrañar que no se logre lo que no se busca. Y ni la LOGSE ni la LOE buscan que nuestros alumnos sean, precisamente, los primeros de la clase en nada.

Pues bien. Ante este panorama, resulta que lo único que, en la ley, parece pacífico, es, precisamente, que “leer y escribir” se siga llamando “lectoescritura” (según escribo, el procesador clama que este palabro no existe, lo que denuncia al tiempo su falta de actualidad y el sentido común de quienes lo diseñaron). Lo único que nadie discute son los principios mismos.

Otro tanto ocurre con el dichoso proyecto de estatuto de Cataluña. Competencias, financiación, el término “nación”... todas ellas cosas muy importantes, algunas auténticamente críticas por colisionar directamente con la Constitución o, sencillamente, por el riesgo de que su generalización convirtiera la gobernación del Estado en tarea imposible.

Pero, de nuevo, meros síntomas. Lo grave del proyecto venido de Barcelona son sus líneas maestras. Para curiosos, bastan los tres primeros artículos para concluir que el proyecto es inviable. Y que lo es de raíz.

Pues bien, tanto en uno como en otro tema, la discusión principal se disuelve en una miríada de debates menores. Podría argumentarse que, al cabo, discutidas las partes, se discute el todo, pero me temo que esto no es cierto.

Los negociadores avezados saben que el método seguido para la negociación es clave para obtener un resultado. Lo que no es asumible en su conjunto puede ser aceptado mediando una reconducción a un debate punto por punto, y a veces sucede exactamente lo contrario. Una negociación bien estructurada dedica siempre sus primeras sesiones a intentar obtener un acuerdo sobre cómo se ha de discutir, y no debe extrañar que, en ocasiones, se emplee en esto incluso más tiempo que el que demanda la discusión sustantiva.

En el caso que nos ocupa, sucede que conviene a los promotores de ambas iniciativas que la discusión se desarrolle al nivel más bajo posible –y he ahí el primer éxito del socialnacionalismo respecto al estatuto, haberlo llevado a la Comisión Constitucional, donde será objeto de despiece-. Nótese que las armas de la oposición pierden parte de su eficacia en este nivel, porque lo que es una crítica ajustada al proyecto en su conjunto puede resultar desmesurado respecto a un aspecto particular.

En efecto, pretender que el fracaso escolar deriva del número de asignaturas con el que se puede pasar de curso puede resultar ridículo, del mismo modo que no puede admitirse que España desaparezca del mapa por el solo y exclusivo hecho de que Cataluña se autotitule “nación” o de que pretenda redefinir los mecanismos financieros.

Hay un gran interés, por tanto, en que se pierda de vista el todo a favor de las partes. Y ello puede conducir a que iniciativas monstruosas de partida tengan, por añadidura, el aspecto de Frankenstein a base de parches y costuras que en nada remedian su monstruosidad.