IMAGINE
Como todo el mundo sabe, esta semana se han cumplido veinticinco años del asesinato de John Lennon, que ocurrió justo enfrente del famoso edificio de Nueva York en el que vivía en aquella época –famoso no sólo por haber acogido a Lennon, sino porque en él, en el Dakota, se rodó “La Semilla del Diablo” y porque el edificio es, en sí, altamente valioso-.
Cientos de seguidores del músico han peregrinado hasta Strawberry Fields, el lugar de Central Park donde cayó, para honrar su memoria. Es curioso que estas manifestaciones pseudorreligiosas referidas al ex Beatle merecen todo el respeto de todo el mundo, en tanto que las recurrentes visitas a la tumba de Elvis o, lisa y llanamente, ciertas muestras de religiosidad genuina como los rezos ante reliquias de santos son, para la progresía bienpensante o una horterada descomunal o bien, simplemente, una muestra de fanatismo e histeria.
Que Lennon fue uno de los más geniales músicos contemporáneos está fuera de toda duda, que fuera una especie de santo, permítaseme cuestionarlo. Hay, desde luego, una tendencia general a confundir genio con virtud o rectitud moral. Quizá el contraejemplo más evidente sea Picasso, al tiempo genial pintor y hombre bastante cabroncete. Pero no es esto lo que me interesa destacar. Allá cada cual con sus manías.
Lo que sí me ha llamado la atención es que, como se ha puesto de manifiesto en algunos reportajes, el asesino de Lennon está... entre rejas. Mark Chapman lleva cerca de veinticinco años en la cárcel. Al parecer, dijo que “oía voces”, y el juez resolvió, con buen criterio –creo que le sentenciaron a una cadena perpetua conmutable- que mientras siguiera “oyendo voces” debería seguir siendo huésped del Estado de Nueva York. A buen seguro, el contribuyente neoyorquino no tendría inconveniente en mantener a todo fulano que hable con Dios por medios no habituales en instituciones apropiadas.
Mark Chapman, en España, estaría en la calle hace mucho tiempo, sobre todo porque hubiera sido juzgado por el antiguo Código Penal y hubiera redimido pena. Su sentencia hubiera sido, con el Código del 95 que, a la postre, resulta más severo, por asesinato, probablemente con atenuantes –el de “oír voces”- y, entre unas cosas y otras, no hubiese tardado más de quince años en obtener una libertad condicional. Con independencia, ya digo, de que siguiera “oyendo voces”.
¿Es Chapman peligroso? Pues dependerá de lo que le indiquen las voces. Lo cierto es que ya ha expiado su pena, si atendemos a criterios de proporcionalidad. Otra cosa es que haya dejado de ser un peligro.
Mucha gente opina que, en ocasiones, el régimen penitenciario debería complementarse, cuando menos, con algunas otras medidas de seguridad, variables en función de la peligrosidad demostrada. Hay, ciertamente, serias dudas, no ya en torno a las capacidades reeducativas o de reinserción del sistema carcelario –hoy por hoy, la mejor garantía de que un delincuente inhabitual se transforme en un profesional del asunto-, sino en torno a la posibilidad real de reinserción de ciertos tipos criminales.
Y, en estas, llega Mercedes Gallizo, diciendo que el destino de los criminales no tiene por qué ser, necesariamente, la cárcel. La policía la etiquetó de “roja de salón”. Para variar, no solo no tiene dudas sobre la validez de una línea que se demuestra poco eficaz –la confianza en medidas alternativas tan poco intimidantes como la localización permanente- sino que propone perseverar. Es decir, mientras medio mundo se pregunta cómo remediar casos en los que la cárcel es insuficiente, nuestra mandamás de las penitenciarías insiste en argumentos más propios de cuando Lennon andaba por el mundo.
A menudo se dice que la izquierda ha cambiado mucho y ha aprendido mucho. Y es cierto, pero no del todo. Lo que ha aprendido la izquierda es a no sacar la patita en aquellos lugares en los que el ciudadano es capaz de relacionar directamente las ideologías con su malestar. El instinto de supervivencia les ha enseñado, por ejemplo, que ciertas ideas traen paro, y el paro quita votos, y sin votos hay que volver a los cuarteles de invierno de las universidades, a seguir teorizando pero sin rascar bola.
Eso no ocurre en los aspectos en los que la relación entre la acción del ideólogo y la consecuencia desastrosa es mediata. Allí donde se encuentra protegido por fenómenos complejos, que obedecen a una auténtica constelación de causas posibles –si se prefiere, allí donde hay siempre un maestro armero al que echar la culpa- es donde nuestro “rojo de salón” se encuentra a sus anchas.
Hablamos, claro, de educación, cultura, universidades o penitenciarías. Ahí puede encontrar acomodo gente que, digamos en Economía, duraría dos ruedas de prensa.
Imagine que no hubiera progres de salón. Imagine que el tiempo pasara para todos. Imagine que cierta gente fuera sensible a la realidad. Imagine que el pensamiento volviera a ser riguroso. Podéis pensar que soy un soñador, pero no soy el único...
Cientos de seguidores del músico han peregrinado hasta Strawberry Fields, el lugar de Central Park donde cayó, para honrar su memoria. Es curioso que estas manifestaciones pseudorreligiosas referidas al ex Beatle merecen todo el respeto de todo el mundo, en tanto que las recurrentes visitas a la tumba de Elvis o, lisa y llanamente, ciertas muestras de religiosidad genuina como los rezos ante reliquias de santos son, para la progresía bienpensante o una horterada descomunal o bien, simplemente, una muestra de fanatismo e histeria.
Que Lennon fue uno de los más geniales músicos contemporáneos está fuera de toda duda, que fuera una especie de santo, permítaseme cuestionarlo. Hay, desde luego, una tendencia general a confundir genio con virtud o rectitud moral. Quizá el contraejemplo más evidente sea Picasso, al tiempo genial pintor y hombre bastante cabroncete. Pero no es esto lo que me interesa destacar. Allá cada cual con sus manías.
Lo que sí me ha llamado la atención es que, como se ha puesto de manifiesto en algunos reportajes, el asesino de Lennon está... entre rejas. Mark Chapman lleva cerca de veinticinco años en la cárcel. Al parecer, dijo que “oía voces”, y el juez resolvió, con buen criterio –creo que le sentenciaron a una cadena perpetua conmutable- que mientras siguiera “oyendo voces” debería seguir siendo huésped del Estado de Nueva York. A buen seguro, el contribuyente neoyorquino no tendría inconveniente en mantener a todo fulano que hable con Dios por medios no habituales en instituciones apropiadas.
Mark Chapman, en España, estaría en la calle hace mucho tiempo, sobre todo porque hubiera sido juzgado por el antiguo Código Penal y hubiera redimido pena. Su sentencia hubiera sido, con el Código del 95 que, a la postre, resulta más severo, por asesinato, probablemente con atenuantes –el de “oír voces”- y, entre unas cosas y otras, no hubiese tardado más de quince años en obtener una libertad condicional. Con independencia, ya digo, de que siguiera “oyendo voces”.
¿Es Chapman peligroso? Pues dependerá de lo que le indiquen las voces. Lo cierto es que ya ha expiado su pena, si atendemos a criterios de proporcionalidad. Otra cosa es que haya dejado de ser un peligro.
Mucha gente opina que, en ocasiones, el régimen penitenciario debería complementarse, cuando menos, con algunas otras medidas de seguridad, variables en función de la peligrosidad demostrada. Hay, ciertamente, serias dudas, no ya en torno a las capacidades reeducativas o de reinserción del sistema carcelario –hoy por hoy, la mejor garantía de que un delincuente inhabitual se transforme en un profesional del asunto-, sino en torno a la posibilidad real de reinserción de ciertos tipos criminales.
Y, en estas, llega Mercedes Gallizo, diciendo que el destino de los criminales no tiene por qué ser, necesariamente, la cárcel. La policía la etiquetó de “roja de salón”. Para variar, no solo no tiene dudas sobre la validez de una línea que se demuestra poco eficaz –la confianza en medidas alternativas tan poco intimidantes como la localización permanente- sino que propone perseverar. Es decir, mientras medio mundo se pregunta cómo remediar casos en los que la cárcel es insuficiente, nuestra mandamás de las penitenciarías insiste en argumentos más propios de cuando Lennon andaba por el mundo.
A menudo se dice que la izquierda ha cambiado mucho y ha aprendido mucho. Y es cierto, pero no del todo. Lo que ha aprendido la izquierda es a no sacar la patita en aquellos lugares en los que el ciudadano es capaz de relacionar directamente las ideologías con su malestar. El instinto de supervivencia les ha enseñado, por ejemplo, que ciertas ideas traen paro, y el paro quita votos, y sin votos hay que volver a los cuarteles de invierno de las universidades, a seguir teorizando pero sin rascar bola.
Eso no ocurre en los aspectos en los que la relación entre la acción del ideólogo y la consecuencia desastrosa es mediata. Allí donde se encuentra protegido por fenómenos complejos, que obedecen a una auténtica constelación de causas posibles –si se prefiere, allí donde hay siempre un maestro armero al que echar la culpa- es donde nuestro “rojo de salón” se encuentra a sus anchas.
Hablamos, claro, de educación, cultura, universidades o penitenciarías. Ahí puede encontrar acomodo gente que, digamos en Economía, duraría dos ruedas de prensa.
Imagine que no hubiera progres de salón. Imagine que el tiempo pasara para todos. Imagine que cierta gente fuera sensible a la realidad. Imagine que el pensamiento volviera a ser riguroso. Podéis pensar que soy un soñador, pero no soy el único...
4 Comments:
Que Lennon fue uno de los más geniales músicos contemporáneos está fuera de toda duda
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Yo lo pongo en duda
Lennon es mediocre como compositor.
By Anónimo, at 3:15 p. m.
Lennon fue un genio pero estaba muy lejos de ser el santo en que le han convertido.Su amigo Paul disponia de mas talento,pero le faltaba el aura progre de John.
By Anónimo, at 4:24 p. m.
Para empezar, yo no creo que ni uno ni otro tuvieran mucho de genio.
Pero de GEMIO si. Y de JETA tambien.
Pues no va ahora el PAUL y dice que no va a China porque maltratan perros? a la CHINA de TIANNAMEN!!
Una de dos:
- a) Los humanos se la sudan a ese soplapollas
- b) Es que es un hijo de perra y defiende a los suyos.
By Unknown, at 6:18 p. m.
For the past forty years, people have been arguing about who was the best Beatle...John or Paul?
Well, here's the answer. They both were.
Sal
By Sal DeTraglia, at 11:33 p. m.
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