EL ESTRENO DE MERKEL
Que las mujeres no han conseguido aún compensar su histórica preterición es algo difícilmente cuestionable. Es una verdad insoslayable incluso en la muy civilizada Europa, donde todos los obstáculos legales han sido nominalmente eliminados –no digamos ya cómo son las cosas en esos países en los que, merced a esas civilizaciones con las que algún líder europeo suspira por aliarse, ni siquiera se han dado esos pasos. Pero, incluso en el dudoso supuesto de que ley y realidad fueran completamente de la mano, la plena equiparación requiere tiempo, mucho tiempo.
Por eso mismo, cuando uno se topa con una mujer que ha llegado por sí misma, sin el auxilio de discriminaciones positivas, sistemas “cremallera” o cualquier otro método que garantice iguales oportunidades a mediocres de ambos sexos, a un puesto de relevancia, es harto probable que estemos frente a un ser notablemente más dotado que sus pares masculinos.
Podríamos aducir el caso de Esperanza Aguirre, en clave nacional, pero, sin duda, visto lo visto en el último Consejo Europeo, el ejemplo más claro de lo que digo es la “perdedora” Merkel. En su primer cónclave comunitario, la recién estrenada Bundeskanzlerin, como si hubiera estado toda la vida en estos enredos, se puso al frente de la máquina alemana y actuó de muñidora del acuerdo final, desbloqueando la negociación. Quienes tienden a exculpar “pecados de bisoñez” harán bien en constatar la evidencia de que hay líderes que se las apañan muy bien incluso recién llegados. Es cuestión de elegir al apropiado.
No es lady Thatcher, pero apunta maneras. Y es bueno que así sea. Cuando se habla de cualquier cosa, y especialmente de dineros, Alemania no puede estar ausente. El acuerdo, al final, como era de esperar, se ventiló entre la propia Alemania, Francia y el Reino Unido. Es decir, el peso de la Unión sigue estando donde está y donde, con toda probabilidad, debe seguir estando. Merkel se codeó, pues, con dos animales políticos de pura raza, muy distintos entre sí pero ambos con espolones en todas partes. Y contribuyó decisivamente a llevar la cosa a puerto (no me atrevo a decir a “buen” puerto, porque desde el punto de vista del contribuyente, acuerden lo que acuerden, somos los paganos).
El contraste con el primer ministro de España no puede ser mayor. Una está a la altura de las circunstancias, el otro es, como siempre, la nada más absoluta, la antipolítica, un ser ausente. Parece ser que, esta vez, sus colaboradores –que alguno tiene espabilado- pusieron todo el empeño en que luciera como que trabajaba algo más, que hablaba con unos y con otros. Vamos, que no estaba silente y aburrido. La táctica negociadora, de ir al rebufo de Francia, puede tildarse de cualquier cosa, excepto de original, la verdad.
Es cierto que las posiciones de Alemania y España se parecen poco. En cuestiones presupuestarias, la posición española es –si bien se mira, por fortuna- cada vez más insostenible. Hemos de terminar siendo contribuyentes netos más pronto que tarde. Y, no cabe duda, ese día tendremos algo más de voz, porque no puede ser igualmente protagonista el invitado que quien paga la fiesta.
Pero hay más, mucho más. Tengo para mí que un grado de inutilidad tan manifiesto como el de ZP jamás le sería consentido a Angela Merkel. La vida es más cruel con las mujeres, es verdad. ¿Emplearía, acaso, el mínimo –en el más amplio sentido de la palabra- Simancas el tono chusquero que usa con Aguirre de ser ésta un hombre –incluso en el supuesto de que fuera aristócrata consorte-?, ¿por qué no producen el mismo cachondeíto las animaladas de Moratinos que los trastabilleos de Ana de Palacio? De hecho, ¿puede imaginarse la que habría caído sobre la ministra si se le ocurre ausentarse de una cumbre como la presupuestaria para ir de gira por África?
Merkel es mujer, del este, inexperta y con vitola de ganadora por la mínima, o de cuasiperdedora. Tenía y tiene todos los papeles para que se le echen encima a las primeras de cambio. De momento, va librando con soltura. Creo que podrá desempeñar el cargo con dignidad, sobre todo si el listón lo colocan algunos de sus colegas europeos.
Los alemanes tienen canciller, que ya es algo. Los españoles, en realidad, no tenemos presidente del Gobierno.
Por eso mismo, cuando uno se topa con una mujer que ha llegado por sí misma, sin el auxilio de discriminaciones positivas, sistemas “cremallera” o cualquier otro método que garantice iguales oportunidades a mediocres de ambos sexos, a un puesto de relevancia, es harto probable que estemos frente a un ser notablemente más dotado que sus pares masculinos.
Podríamos aducir el caso de Esperanza Aguirre, en clave nacional, pero, sin duda, visto lo visto en el último Consejo Europeo, el ejemplo más claro de lo que digo es la “perdedora” Merkel. En su primer cónclave comunitario, la recién estrenada Bundeskanzlerin, como si hubiera estado toda la vida en estos enredos, se puso al frente de la máquina alemana y actuó de muñidora del acuerdo final, desbloqueando la negociación. Quienes tienden a exculpar “pecados de bisoñez” harán bien en constatar la evidencia de que hay líderes que se las apañan muy bien incluso recién llegados. Es cuestión de elegir al apropiado.
No es lady Thatcher, pero apunta maneras. Y es bueno que así sea. Cuando se habla de cualquier cosa, y especialmente de dineros, Alemania no puede estar ausente. El acuerdo, al final, como era de esperar, se ventiló entre la propia Alemania, Francia y el Reino Unido. Es decir, el peso de la Unión sigue estando donde está y donde, con toda probabilidad, debe seguir estando. Merkel se codeó, pues, con dos animales políticos de pura raza, muy distintos entre sí pero ambos con espolones en todas partes. Y contribuyó decisivamente a llevar la cosa a puerto (no me atrevo a decir a “buen” puerto, porque desde el punto de vista del contribuyente, acuerden lo que acuerden, somos los paganos).
El contraste con el primer ministro de España no puede ser mayor. Una está a la altura de las circunstancias, el otro es, como siempre, la nada más absoluta, la antipolítica, un ser ausente. Parece ser que, esta vez, sus colaboradores –que alguno tiene espabilado- pusieron todo el empeño en que luciera como que trabajaba algo más, que hablaba con unos y con otros. Vamos, que no estaba silente y aburrido. La táctica negociadora, de ir al rebufo de Francia, puede tildarse de cualquier cosa, excepto de original, la verdad.
Es cierto que las posiciones de Alemania y España se parecen poco. En cuestiones presupuestarias, la posición española es –si bien se mira, por fortuna- cada vez más insostenible. Hemos de terminar siendo contribuyentes netos más pronto que tarde. Y, no cabe duda, ese día tendremos algo más de voz, porque no puede ser igualmente protagonista el invitado que quien paga la fiesta.
Pero hay más, mucho más. Tengo para mí que un grado de inutilidad tan manifiesto como el de ZP jamás le sería consentido a Angela Merkel. La vida es más cruel con las mujeres, es verdad. ¿Emplearía, acaso, el mínimo –en el más amplio sentido de la palabra- Simancas el tono chusquero que usa con Aguirre de ser ésta un hombre –incluso en el supuesto de que fuera aristócrata consorte-?, ¿por qué no producen el mismo cachondeíto las animaladas de Moratinos que los trastabilleos de Ana de Palacio? De hecho, ¿puede imaginarse la que habría caído sobre la ministra si se le ocurre ausentarse de una cumbre como la presupuestaria para ir de gira por África?
Merkel es mujer, del este, inexperta y con vitola de ganadora por la mínima, o de cuasiperdedora. Tenía y tiene todos los papeles para que se le echen encima a las primeras de cambio. De momento, va librando con soltura. Creo que podrá desempeñar el cargo con dignidad, sobre todo si el listón lo colocan algunos de sus colegas europeos.
Los alemanes tienen canciller, que ya es algo. Los españoles, en realidad, no tenemos presidente del Gobierno.
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