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jueves, diciembre 15, 2005

UN POCO DE PESIMISMO ANTROPOLÓGICO

Lean esta cínica pieza de Juan Carlos Girauta en Libertad Digital, lean. Comienza nuestro autor:

"Con el talento y la elocuencia de Curro se puede encabezar la diplomacia de una nación que fue dueña del mundo. Confundiendo a San Dimas con Barrabás se puede suceder a don Marcelino Menéndez Pelayo en la dirección de la Biblioteca Nacional. Con una etiqueta de Anís del Mono ocupando el lugar del título universitario se puede conseguir que la entidad más cicatera de Occidente te regale mil quilos y aun regir los destinos de la industria, el turismo, el comercio, la tecnología. Con un bagaje de dibujos animados se puede ascender al ático de la cultura. Con un maniquí de El Corte Inglés dotado de rudimentarios dispositivos para agitar el antebrazo, y una cinta escondida que repite una docena de palabras vacuas, se pueden abrir las puertas de la Moncloa...."

A partir de ahí, se cuestiona, entre bromas y veras, si esto merece la pena o es que los peores han triunfado ya, definitivamente. La referencia de Girauta a ciertos políticos muy reconocibles podría, en honor a la verdad, extenderse a algunos de la facción contraria. Y aun más, generalizando el argumento, al conjunto de la sociedad. ¿Existe relación entre la afición del personal a Gran Hermano y la telebasura y el hecho de que tengamos a un tipo que representa la nada intelectual más absoluta al frente del país?

Pues sí, existe.

Existe porque ambas cosas no son sino manifestaciones de la muerte del ansia de excelencia como motor de la vida social. Gobiernan los peores porque hemos dejado, como personas y, por extensión, como nación, de querer ser cada día mejores, así de sencillo.

Ese vacío cósmico que representan los Zapatero o los Carod, ese despojar a la discusión política de la poca dignidad que le quedaba y, en suma, esa sustitución de la racionalidad por el voluntarismo son tristes pero, ¿cabe, en serio, esperar otra cosa? ¿Puede creerse que la generación Logse –con vocabularios de setecientas palabras- estará para florentinismos y razonamientos sutiles?

Me viene a la cabeza aquella imagen ilustrativa de los procesos caóticos: una mariposa mueve sus delicadas alas en Borneo y la dinámica inducida en el aire, a través de múltiples e imprevisibles vericuetos, termina generando un huracán en el Golfo de México. Por lo mismo, las pequeñas muestras de lo que algunos llaman tolerancia y otros dejadez –el desdén ortográfico, pongamos por caso- terminan induciendo dinámicas sociales que, a la postre, pueden llevar a la Moncloa a un auténtico indigente intelectual.

Los microeconomistas, si mal no recuerdo, emplean una noción que también viene al caso, y que es la de “umbral de percepción”. Es posible que, entre A y B exista una variación tan inapreciable que puede hacer las alternativas indiferentes. Otro tanto puede ocurrir entre B y C, y entre C y D, y así sucesivamente. Ello no empece para que, entre A y Z, a través de sucesivas indiferencias, se establezca una distancia claramente perceptible.

Es posible, de hecho, que salvadas ciertas excepciones rupturistas, la mayoría de las dinámicas sociales sean así. A través de cambios poco perceptibles, aparentemente intrascendentes, se producen mutaciones que profundas y que, precisamente por haber sido asimiladas con plena naturalidad, son muy difícilmente reversibles.

La clase política española de hoy ancla su nadería en muchas de esas mutaciones. Si hoy, por poner un ejemplo, introdujéramos en nuestro sistema un político como los de hace veinte años, sin ir más lejos, parecería un alienígena. Compárese, pongamos por caso, la discusión parlamentaria de la admisión a trámite del estatuto de Cataluña con su equivalente de 1932. Ciertamente, el lenguaje podría ser diferente –no se trata de que nadie emplee los inimitables estilos de Ortega y Azaña- pero el trance era similar y, sobre todo, el bagaje conceptual, prácticamente el mismo.

Pues bien, la comparación es pavorosa. No es tanto, insisto, que las cosas estuvieran mejor o peor dichas como el contraste entre la profundidad de unas argumentaciones y la descarnada elementalidad de otras. Ni tan siquiera Rajoy –de lejos, el mejor parlamentario de esta legislatura- empleó un arsenal intelectual con una mínima altura.

Y es que, sencillamente, lo contrario resultaría incomprensible. Cuando uno se hace a escuchar a los incalificables sujetos que pululan por los programas de televisión –sean presentadores, grandes hermanos, famosillos o, directamente, gente sin oficio ni beneficio- acaba por perder por completo la capacidad de comprensión de una afirmación orteguiana como la de que “Cataluña y España han de conllevarse”. De hecho, termina uno por olvidar como se conjuga el verbo “conllevar” y aún qué significa “conjugar” un verbo. Los despojos humanos que se pasean ante nuestros ojos por exhibir sus miserias son un mensaje demoledor a la ciudadanía... no se entiende a Ortega, y maldita la falta que hace, tan fácil como eso.

Y como, eso sí, demócratas e igualitaristas somos un rato, no exigimos de nadie lo que no nos exigimos a nosotros mismos. Zapatero tiene un nivel mejor o peor, según con quien se le compare. Y comparado con algunos de los creadores de opinión de nuestros días, no cabe duda de que resulta bastante aseadito.

Es lo que hay.