JULIÁN MARÍAS
Los lectores habituales de esta bitácora saben que la actualidad no la marca rabiosamente, pero tampoco anda del todo desconectada –podría decir, como excusa, que intento seguir aquella línea atribuida en su día Frankfurter Allgemeine Zeitung, que se comentaba que da las noticias con dos días de retraso, para estar más seguros y tenerlas más actualizadas (amén de darlas en alemán, lo que no es fácil), pero no sería del todo cierto-. No podía, pues, concluir la semana sin dedicar algunas líneas a la desaparición de Julián Marías.
He de reconocer que no estoy muy familiarizado con la obra de Marías. Mis lecturas se limitan a su “España Inteligible” y, sobre todo, a su extensa obra periodística a través de ese escaparate que es la Tercera de ABC. Su vitola de albacea de Ortega le convertía, por sí, en un autor interesante, pero no le hacía justicia. Marías era un hombre con sustancia propia, no una prolongación del maestro – aunque, dicho sea de paso, bastante hubiese sido desempeñar ese papel con dignidad.
Liberal y católico, la conciliación de ambas sensibilidades –sin mayores problemas, en su caso- era digna de tener en cuenta. Orteguiano hasta la médula, y como el propio Ortega, no pudo dejar, en ningún momento, de ocuparse de temas españoles. Su pérdida es lamentable, sin duda.
A mi juicio, de entrada, Marías pertenecía a una generación más digna en cuanto al pensamiento. No hace mucho, Alfonso Guerra se lamentaba del escaso nivel de la clase política actual con respecto a la de la Transición. Lo mismo, pero corregido y aumentado, podría predicarse de la intelectualidad contemporánea. De izquierdas o de derechas, cualquiera que fuese su materia, los pensadores de la época de Marías eran notablemente más rigurosos, más sólidos en la argumentación y, en suma, mucho más exigentes consigo mismos. A medida que estos hombres y mujeres se van extinguiendo, el pensamiento español y europeo se van empobreciendo, de modo irremediable en tanto no cambien los vientos sociales.
Por otra parte, Marías era, creo, adscribible con nitidez a ese grupo que se ha dado en llamar –al menos, creo estar seguro de que no sólo yo lo llamo así- “la tercera España”. Se me perdonará el totum revolutum, pero su figura me evoca directamente las efigies de los Ortega, Marañón, Madariaga, Besteiro, Aranguren, Laín, Buero, Delibes... Gentes de diferente perfil y con diverso trasfondo pero que tuvieron en común una honda preocupación por España, más allá de las facciones. Es cierto que, en la hora de la gran ruptura que supuso el 36, cada uno escogió bando, y la falta de matices con que se suele juzgar esa época y a esas personas impide ver que ni unos ni otros llevaron su compromiso más allá de lo que hubiera debido permitir la honradez intelectual y personal. Besteiro estuvo con la izquierda, pero no con el caos revolucionario, del mismo modo que Ortega y Laín pudieron estar con la sublevación, pero jamás con el franquismo.
Igual exagero, pero si el pactismo, el espíritu de consenso o, si se prefiere, la valoración de lo que nos une y el soslayo de lo que nos separa que caracterizaron a la transición tuvieron algún pedigree intelectual, es atribuible a estos personajes. En ellos se encuentra, recurrentemente, el material necesario para plantear sensatamente la España contemporánea. La España de estos españoles es la única posible, pero la buena noticia es que es, al tiempo, la España realmente existente, no es necesario construirla. Basta no ignorarla.
Se dolía Javier Marías en estos días de que España hubiera sido tan cicatera con su padre. Y es que, en esto, también el destino de Julián Marías ha corrido parejo al de otros. No es grato a los que hacen los cánones –normalmente, adscritos al mundo mediático del que también forma parte el buen novelista-, como tantos otros. Prefieren marginar la mejor cultura española del último medio siglo porque la encuentran “poco comprometida”. Evidentemente, esto sucede con los que nunca estuvieron en su órbita política -¿quién se acuerda, hoy, de ese grandísimo español y verdadero liberal que fue Salvador de Madariaga?- pero también con los que, de su propio lado, no dieron grados suficientes de militancia, se conoce, -¿por qué Largo y Besteiro parecen estar en un mismo plano?-.
Como Ortega, Marías nos enseñó que el verdadero misterio insondable, el verdadero “problema de España” es que no hay ningún “problema de España”. Basta levantar el velo de las ideologías para darse cuenta.
He de reconocer que no estoy muy familiarizado con la obra de Marías. Mis lecturas se limitan a su “España Inteligible” y, sobre todo, a su extensa obra periodística a través de ese escaparate que es la Tercera de ABC. Su vitola de albacea de Ortega le convertía, por sí, en un autor interesante, pero no le hacía justicia. Marías era un hombre con sustancia propia, no una prolongación del maestro – aunque, dicho sea de paso, bastante hubiese sido desempeñar ese papel con dignidad.
Liberal y católico, la conciliación de ambas sensibilidades –sin mayores problemas, en su caso- era digna de tener en cuenta. Orteguiano hasta la médula, y como el propio Ortega, no pudo dejar, en ningún momento, de ocuparse de temas españoles. Su pérdida es lamentable, sin duda.
A mi juicio, de entrada, Marías pertenecía a una generación más digna en cuanto al pensamiento. No hace mucho, Alfonso Guerra se lamentaba del escaso nivel de la clase política actual con respecto a la de la Transición. Lo mismo, pero corregido y aumentado, podría predicarse de la intelectualidad contemporánea. De izquierdas o de derechas, cualquiera que fuese su materia, los pensadores de la época de Marías eran notablemente más rigurosos, más sólidos en la argumentación y, en suma, mucho más exigentes consigo mismos. A medida que estos hombres y mujeres se van extinguiendo, el pensamiento español y europeo se van empobreciendo, de modo irremediable en tanto no cambien los vientos sociales.
Por otra parte, Marías era, creo, adscribible con nitidez a ese grupo que se ha dado en llamar –al menos, creo estar seguro de que no sólo yo lo llamo así- “la tercera España”. Se me perdonará el totum revolutum, pero su figura me evoca directamente las efigies de los Ortega, Marañón, Madariaga, Besteiro, Aranguren, Laín, Buero, Delibes... Gentes de diferente perfil y con diverso trasfondo pero que tuvieron en común una honda preocupación por España, más allá de las facciones. Es cierto que, en la hora de la gran ruptura que supuso el 36, cada uno escogió bando, y la falta de matices con que se suele juzgar esa época y a esas personas impide ver que ni unos ni otros llevaron su compromiso más allá de lo que hubiera debido permitir la honradez intelectual y personal. Besteiro estuvo con la izquierda, pero no con el caos revolucionario, del mismo modo que Ortega y Laín pudieron estar con la sublevación, pero jamás con el franquismo.
Igual exagero, pero si el pactismo, el espíritu de consenso o, si se prefiere, la valoración de lo que nos une y el soslayo de lo que nos separa que caracterizaron a la transición tuvieron algún pedigree intelectual, es atribuible a estos personajes. En ellos se encuentra, recurrentemente, el material necesario para plantear sensatamente la España contemporánea. La España de estos españoles es la única posible, pero la buena noticia es que es, al tiempo, la España realmente existente, no es necesario construirla. Basta no ignorarla.
Se dolía Javier Marías en estos días de que España hubiera sido tan cicatera con su padre. Y es que, en esto, también el destino de Julián Marías ha corrido parejo al de otros. No es grato a los que hacen los cánones –normalmente, adscritos al mundo mediático del que también forma parte el buen novelista-, como tantos otros. Prefieren marginar la mejor cultura española del último medio siglo porque la encuentran “poco comprometida”. Evidentemente, esto sucede con los que nunca estuvieron en su órbita política -¿quién se acuerda, hoy, de ese grandísimo español y verdadero liberal que fue Salvador de Madariaga?- pero también con los que, de su propio lado, no dieron grados suficientes de militancia, se conoce, -¿por qué Largo y Besteiro parecen estar en un mismo plano?-.
Como Ortega, Marías nos enseñó que el verdadero misterio insondable, el verdadero “problema de España” es que no hay ningún “problema de España”. Basta levantar el velo de las ideologías para darse cuenta.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home