LOS ESPAÑOLES EN LA HISTORIA
Leo con interés este artículo del amigo Smith, en su bitácora Batiburrillo, que toma como base para su particular homenaje a Julián Marías una de las obras del filósofo, el libro “Ser Español: Ideas y Creencias en el Mundo Hispánico” (Planeta, 1987). Por si cupieran dudas, ahí está el mismo título para dar fe del compromiso orteguiano del autor (“ideas y creencias”, dupla esta que constituye una inmensa aportación de don José al utillaje del análisis político).
La lista de atributos que Smith extrae como definitorios, según Marías, del carácter español (sobriedad, misoneísmo, idealidad, predisposición a la muerte, religiosidad, individualismo, preocupación por la justicia...) me trajeron a la mente otro libro, que leí hace ya unos cuantos años. Se trata de “Los Españoles en la Historia” (mi edición data de 1982, en la colección Austral, pero el original es de 1947), de don Ramón Menéndez Pidal. Bajo los títulos generales de “sobriedad, idealidad e individualismo”, Menéndez Pidal va desgranando un retrato que, poco más o menos, termina coincidiendo con el de Marías. Es verdad, sí, que Menéndez Pidal destila castellanocentrismo, pero me temo que, mutatis mutandi –y es más bien poco lo que hay que cambiar- el mismo cuadro describe bien a los españoles de cualquier otra región, incluida, quizá, la hispanidad americana, aunque aquí, claro, caben muchos más matices.
Resalta Smith, también, la preocupación del maestro por la “pérdida de España”, por la progresiva desaparición de su carácter. Como si el espíritu de la Nación se sostuviera, en cierto modo, sobre un crisol de virtudes, cuya desaparición conllevara, inevitablemente, la crisis de la idea nacional.
Es cierto, supongo, que si alguna vez existió algo parecido a un “carácter español” –y la sola idea me pone a la defensiva, he de reconocerlo- habrá ido desdibujándose por el efecto de las fuerzas que, de manera lenta pero irresistible, van homogeneizando a los pueblos que tienen la fortuna de participar del proceso de globalización, entendida ésta última en su sentido más amplio. “Los españoles”, como colectivo, van convirtiéndose –insisto, por fortuna- cada vez menos en una nación en sentido medieval (es decir, conjunto de seres humanos con un mismo origen étnico, lingüístico, etc. ) y más en una nación cívica, en un conjunto de hombres y mujeres unidos por lazos de ciudadanía en una cierta comunidad de creencias, siendo cada vez más importante que se haya o no nacido en el viejo solar patrio. Cualquiera que haya sido el concepto histórico, lo que habrá de definir en el futuro, cada vez más, a los españoles, es la simple voluntad y orgullo de serlo.
Ahora bien, si se quiere paradójicamente, algunas de las mayores amenazas al ser de España, los obstáculos a su consolidación como nación moderna y, por tanto, los riesgos de su pérdida no proceden del desdibujamiento de esos caracteres históricos sino, más bien, de su tozuda pervivencia, e incluso su exacerbación. No deja de ser llamativo, por ejemplo, que la más radical manifestación antiespañola proceda, precisamente, del nacionalismo vasco.
Tómense, uno por uno, los caracteres descritos por Marías respecto al alma española y se observará, sin mayor dificultad, que el vasco no es un tipo particular de español, sino su superlativo. A menudo, quienes simpatizan con las tesis nacionalistas recuerdan que, en el fondo, catalanes y vascos no desean exactamente una España distinta, sino una España vuelta a “su propio ser”. Ellos, y no otros, son los únicos y verdaderos españoles, los auténticamente apegados a “la esencia de las cosas”.
En suma, lo que estamos discutiendo no es exactamente la crisis de la noción de España, sino la crisis de la modernidad. La resistencia del cuerpo hispánico a aceptarla. La terca apelación a la diferencia, la obstinada insistencia en el respeto de la indentidad, la llamada incesante al pluralismo y, en suma, al cada uno a su manera podrán ser muchas cosas, pero en modo alguno nuevas y, sobre todo, para nada antiespañolas, tomando “español” en su sentido más rancio.
Y es que quizá Carod no se da cuenta, pero ese bigotillo denuncia al guardia civil –a la antigua usanza, que hoy hasta la Benemérita ha evolucionado más que algunos- que lleva dentro. Más español, imposible. Como le gustaban a Menéndez Pidal, nada menos.
La lista de atributos que Smith extrae como definitorios, según Marías, del carácter español (sobriedad, misoneísmo, idealidad, predisposición a la muerte, religiosidad, individualismo, preocupación por la justicia...) me trajeron a la mente otro libro, que leí hace ya unos cuantos años. Se trata de “Los Españoles en la Historia” (mi edición data de 1982, en la colección Austral, pero el original es de 1947), de don Ramón Menéndez Pidal. Bajo los títulos generales de “sobriedad, idealidad e individualismo”, Menéndez Pidal va desgranando un retrato que, poco más o menos, termina coincidiendo con el de Marías. Es verdad, sí, que Menéndez Pidal destila castellanocentrismo, pero me temo que, mutatis mutandi –y es más bien poco lo que hay que cambiar- el mismo cuadro describe bien a los españoles de cualquier otra región, incluida, quizá, la hispanidad americana, aunque aquí, claro, caben muchos más matices.
Resalta Smith, también, la preocupación del maestro por la “pérdida de España”, por la progresiva desaparición de su carácter. Como si el espíritu de la Nación se sostuviera, en cierto modo, sobre un crisol de virtudes, cuya desaparición conllevara, inevitablemente, la crisis de la idea nacional.
Es cierto, supongo, que si alguna vez existió algo parecido a un “carácter español” –y la sola idea me pone a la defensiva, he de reconocerlo- habrá ido desdibujándose por el efecto de las fuerzas que, de manera lenta pero irresistible, van homogeneizando a los pueblos que tienen la fortuna de participar del proceso de globalización, entendida ésta última en su sentido más amplio. “Los españoles”, como colectivo, van convirtiéndose –insisto, por fortuna- cada vez menos en una nación en sentido medieval (es decir, conjunto de seres humanos con un mismo origen étnico, lingüístico, etc. ) y más en una nación cívica, en un conjunto de hombres y mujeres unidos por lazos de ciudadanía en una cierta comunidad de creencias, siendo cada vez más importante que se haya o no nacido en el viejo solar patrio. Cualquiera que haya sido el concepto histórico, lo que habrá de definir en el futuro, cada vez más, a los españoles, es la simple voluntad y orgullo de serlo.
Ahora bien, si se quiere paradójicamente, algunas de las mayores amenazas al ser de España, los obstáculos a su consolidación como nación moderna y, por tanto, los riesgos de su pérdida no proceden del desdibujamiento de esos caracteres históricos sino, más bien, de su tozuda pervivencia, e incluso su exacerbación. No deja de ser llamativo, por ejemplo, que la más radical manifestación antiespañola proceda, precisamente, del nacionalismo vasco.
Tómense, uno por uno, los caracteres descritos por Marías respecto al alma española y se observará, sin mayor dificultad, que el vasco no es un tipo particular de español, sino su superlativo. A menudo, quienes simpatizan con las tesis nacionalistas recuerdan que, en el fondo, catalanes y vascos no desean exactamente una España distinta, sino una España vuelta a “su propio ser”. Ellos, y no otros, son los únicos y verdaderos españoles, los auténticamente apegados a “la esencia de las cosas”.
En suma, lo que estamos discutiendo no es exactamente la crisis de la noción de España, sino la crisis de la modernidad. La resistencia del cuerpo hispánico a aceptarla. La terca apelación a la diferencia, la obstinada insistencia en el respeto de la indentidad, la llamada incesante al pluralismo y, en suma, al cada uno a su manera podrán ser muchas cosas, pero en modo alguno nuevas y, sobre todo, para nada antiespañolas, tomando “español” en su sentido más rancio.
Y es que quizá Carod no se da cuenta, pero ese bigotillo denuncia al guardia civil –a la antigua usanza, que hoy hasta la Benemérita ha evolucionado más que algunos- que lleva dentro. Más español, imposible. Como le gustaban a Menéndez Pidal, nada menos.
4 Comments:
Yo tampoco creo que exista un arquetipo de español o de españolidad. Los caracteres son más bien individuales. Ahora bien, siempre me parecerá más respetable la noción de españolidad basada en conceptos intelectuales o sentimentales (sobriedad, misoneísmo, idealidad, predisposición a la muerte, religiosidad, individualismo, preocupación por la justicia...)que hablar de raza, lengua, poder económico, etc.
By Anónimo, at 11:42 a. m.
Esa supuesta caracterización del español me parece una simple colección de tópicos, en su mayoría desfasados. Huelen a naftalina decimonónica.
Me recuerda a Menendez Pidal con sus celtíberos españoles de pelo en pecho. Bastante caspa.
No hay nada que te defina por el solo hecho de nacer en España, en Francia, en Angola, en Sri Lanka... La situación social, política y económica en ese momento del lugar donde crezcas es otra cuestión.
Por eso hablar de identidad genéricamente española y de identidad de Cañete la Real viene a ser lo mismo.
By Anónimo, at 1:39 p. m.
Enlazando con lo que dice Smith, creo que a veces las naciones, sobre todo las que realmente marcan la historia de la humanidad, se forjan a través de ideas con las que se identifican. Por ejemplo EEUU, la libertad, España el catolicismo, El Imperio Romano, la ciudadanía y el derecho...
Según esto, no sería de extrañar que la secularización de la sociedad y la pérdida de prestigio de la religión en general y el catolicismo en particular en los últimos dos siglos traigan consigo no sólo una pérdida de relevancia internacional de España sino también como última consecuencia su desintegración.
¿No tiene Ortega una idea parecida en 'España Invertebrada' cuando habla sobre los nacionalismos?
By Anónimo, at 2:44 p. m.
A Smith;
Yo no creo que ni ahí ni en las obras a las que se hace referencia explícita o implícitamente se diga que no existe un arquetipo de español, antes bien lo contrario, si bien es cierto que no se afirma- categoricamente- pues sería ridídulo; no puede hablarse de "arquetipos" tratándose lo que se trata.
Con lo dicho: sí se señalan (implícitamente; se cita una obra de Marías) algunos caracteres que no voy yo a despreciar aquí, ni tampoco haré lo contrario; sólo decir que para mostrar un "modelo" (suena a menos que "arquetipo", aunque ninguna palabra valdría) no es absolutamente necesario que las atribuciones sean materiales, o históricas, que lo mismo sería en este contexto.
Al usuario;
Sin discutir eso que dices te digo lo mismo pero de otra manera, poniendo el foco en otro lugar. Tanto da que las atribuciones sean unas u otras, SI HAY ATRIBUCIONES CUALESQUIERA siempre podría hablarse de "lo español". La situación política, económica y demás influye en el individuo, y en sentido "ascendente" en la sociedad (que es más que la suma de los individuos y sus creencias por separado; es más que un número). En ese sentido, y pudiendo estar de acuerdo con lo que dices- porque hablas coloquialmente- señalar que sería poco pensar decirlo en rigor, porque simplemente con que alguien dijera "existe España" esa idea pudiera haber condicionado muchas otras, y así, complicando la cosa y extendiéndose generarse un carácter propio español, a partir de "una idea de España". Quiero decir que con la simple existencia de la idea de España en un individuo, esta podría extenderse a los demás y condicionarlos (no en sentido negativo, o sí, eso no importa) y generar un "tipo"... y ya dije que no había ninguna palabra exacta.
Y esta es la explicación más sencilla que se me ocurre al hilo de lo que antes se había dicho, pero pudiera haber otras más y con unas pretensiones mucho mayores; otras que quisieran decir "este es el carácter español" pormenorizando y llegando al nacionalismo exacerbado (la verdad que no leí ni "Los españoles en la Historia" ni el "Ser español..."), pero- ya digo- sin hacerlo esta podría ser una explicación factible, o así lo creo. No importa el conjunto que se cree como muy bien dices, pero sí es cierto que hay grupos de caracteres distintos, aunque sean indefinibles y sean, de hecho, difusos, y vuelvo a "repetir", aunque pueda haber dos personas exactamente iguales en "ideas y creencias", uno en la China y otro en EEUU.
Que el momento histórico, el ambiente, tiene más influencia que esas "comuniones de creencias latentes" (no recuerdo como lo dice Marías en "España inteligible") no lo duda nadie, pero si estas existen habría un "carácter español", o aún sólo grupal (de un grupo cualquiera fuera "español" u otro el adjetivo que quisiera ponérsele).
Jotaele;
Pareces reducirlo todo a la religión y sinceramente, esto no puede ser "arquetípico" porque no hay sujeto, pero desde luego que es bastante típico; es una simplificación absoluta.
Ortega no dice nada de eso en "La España invertebrada", obra en la que se encuentran cosas de lo más extravagantes, porque son indemostrables y parecen casi puestas por azar, bien podría haber puesto otras; parecen creencias asumidas por Ortega sin más ni más; como lo de que- un amigo lo dijo con mucha gracia- "somos así y no tan vigorosos como otros porque los visigodos eran unos borrahos", idea que aunque sugerente es indemostrable y no hay razón de que sea verdad (de que hubieran adquirido tantos usos de la civilización romana que hubieran perdido su vitalidad).
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EL TEXTO INICIAL me parece muy bueno, y cuando termine el trabajo que estoy haciendo (aaaaahhh!) trataré de comentarlo, que no parece cosa fácil.
Un saludo
By Fritz, at 5:48 a. m.
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