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lunes, diciembre 26, 2005

EL MENSAJE REAL

El discurso de Navidad del Rey ha sido bienvenido tanto por el Gobierno como por la única oposición existente. Como también es habitual, la nota discordante, poco relevante en esta ocasión, la ponen los partidos casi o totalmente antisistema que, paradojas de este país nuestro, son aliados del Gobierno, circunstancia que no creo que tenga precedentes en ningún otro país del mundo. Por cerrar el cuadro de habitualidades, no podía faltar la descortesía de ETB, única cadena que no cede los quince minutos de rigor al Monarca, quizá porque en esos quince minutos la palabra “España” podría oírse más veces que en todo el resto del año en todos los medios vascos de comunicación, restando eficacia a la labor de zapa a la que tan diligentemente se aplica la Euskadi oficial. Creo que no consiguieron, de todos modos, imponerse en audiencia, y eso que emitieron “Mr. Bean” –único programa, junto con el fútbol y la Pantera Rosa, que debe dar audiencias líder a la cadena en euskera, más que nada porque Mr. Bean es mudo (el fútbol no, pero si te sabes las reglas, la necesidad de léxico es limitada).

Todos subrayan las llamadas del Rey al consenso y al diálogo. Faltaría más. Pero los medios progubernamentales callan con mucho cuidado otras cosas que don Juan Carlos también dijo. El Rey subrayó que España es una gran nación –ítem más, que es una de las principales naciones del mundo- y, además, que el modelo constitucional sigue vigente y es bueno que así sea. Que el titular de la Corona diga lo que se espera de él nada debería tener de particular, salvo porque si alguien está haciendo cuanto puede por poner en tela de juicio ambas afirmaciones es, sin duda, el jefe del Ejecutivo, o sea el que en Inglaterra y en el país de Anson sería el Primer Ministro de Su Majestad.

Lo que convierte en reseñable el mensaje real no es, por supuesto, su contenido, sino su manifiesto contraste con otras realidades. Nada tiene de paradójico que el Rey de España afirme que el país en el que reina es, de entrada, una nación y, por añadidura, una nación muy importante. Mucho menos lo tiene que renueve su compromiso, e invite a otros a renovarlo, con el sistema constitucional del que la Institución que personifica es el ápice. Lo que convierte en chocante la proclama regia es que, a pocos kilómetros de la Zarzuela habita un chico de León que tiene serias dudas acerca de si el país cuyo ejecutivo encabeza es una nación y, en su caso, de qué tipo, con lo que no digamos ya qué es lo que piensa respecto a la Constitución que se fundamenta en la preexistencia de esa nación dudosa.
El chico de León de marras está haciendo denodados esfuerzos porque encaje de mala manera en ese sistema constitucional con el que el Rey pide compromiso –que habrá que entender extensivo a su espíritu y no solo a su letra- un estatuto de Cataluña que no entra ni a empujones (o eso piensa Leguina, entre otros) y que... ¡él mismo se encargó de presentar! El chico de León parece estar haciendo cuanto puede porque sus colaboradores más cabales no agüen la fiesta a quienes no sólo no tienen compromisos de ningún tipo con el sistema sino que con gusto lo verían saltar en pedazos (véase, si no, su empeño por impedir que los toques de racionalidad que Solbes pretende introducir en la negociación de temas financieros prosperen).

Y es que hay mucha gente que aún parece no haberlo entendido. No es cierto, solamente, que Cataluña haya pedido un estatuto, sino que es el presidente del Gobierno quien está empeñado en dárselo. A estas horas, la negociación no está entablada entre el Gobierno y los partidos catalanes, sino entre la parte del PSOE que antepone el que siga existiendo una realidad gobernable a las ansias de gobernar y esos partidos catalanes, a los que se une el propio Presidente del Gobierno. No es cierto, en general, que la gente vaya buscando problemas y trifulcas por la calle y el pobre muchacho se dé de bruces con ellas. Me temo que es él el que es bastante buscapleitos.

No hay iniciativa, no hay ocurrencia, no hay gracieta dañina para ese sistema constitucional que el Rey quiere preservar que no cuente con la comprensión, si no con el apoyo entusiasta, del chico de León que se sienta en la cabecera de la mesa del Consejo de Ministros.

Majestad, tiene vuestra Majestad un problema, y me apuesto lo que sea a que jamás imaginó que fuese a venirle de León.

En otro orden de cosas, nunca faltan los que, en general, son críticos con cualquier mensaje real que tenga un mínimo de contenido sustantivo. A juicio de esos críticos, ello compromete la imparcialidad de la Corona. Lo que no sé es donde demonios está escrito que la Corona tiene que ser imparcial. Ningún órgano constitucional puede ser imparcial cuando de la Constitución se trata. La imparcialidad es, en todo caso, ad intra, hacia el interior del sistema. Pero nunca desde fuera. La Corona no puede estar nunca contra el sistema, y ser indiferente ante las cosas que lo dañan es una forma de estar contra él. Lo de la indiferencia –cuando no puntito de hostilidad- para con el marco del que uno recibe sus poderes es un genuino invento de ZP, y tampoco tiene precedentes ni ninguna Constitución exigiría jamás semejante cosa a ningún órgano de ella derivado.

Cualquiera que sea la forma de provisión de la jefatura del Estado –independientemente la opinión que nos merezca la monarquía-, una función típica de su titular es, además de la personificación de la Nación, la contribución a la conservación de los equilibrios fundamentales y de la integridad del edificio constitucional. Los medios con los que cuente variarán y, lógicamente, un rey constitucional no podrá, nunca, disponer de prerrogativas como las que puede disfrutar hasta el más simbólico de los presidentes no ejecutivos. La anormalidad que, en democracia, representa el acceso a la más alta magistratura por nacimiento veda al Rey cualquier tipo de intervención que se asemeje a un acto de poder, de gobierno.

Pero eso no significa, ni mucho menos, que el Rey carezca de multitud de medios “blandos” para ejercer sus funciones, que las tiene y son importantes. Al menos en España. El Rey arbitra y modera el funcionamiento de las instituciones. Nuestra Constitución no dispuso una Corona silente, sino una Corona discreta. Pese a que el término pueda estar desprestigiado por su abuso por parte de los babosos de plantilla, el “oficio de Rey” existe. Walter Bagehot se encargó, en su día, de demostrar cómo el ejercicio de ese oficio con cautela puede estar al alcance incluso de hombres y mujeres poco brillantes, y puede asimismo ser un gran activo para la Nación. Ya dijo el genial inglés que un Primer Ministro novato haría bien en buscar el consejo de un rey experimentado.

Que el Presidente del Gobierno no sabe desempeñar su trascendental papel está, por desgracia, fuera de toda duda. No sabe gobernar, y no tiene trazas de aprender algún día. Sirva como premio de consolación que es muy probable que don Juan Carlos sí sepa reinar. Alguna ventaja tendrá esto. Al fin y al cabo, ya dijo Bagehot que la monarquía parlamentaria inglesa era el mejor de los sistemas posibles.

Nuestra monarquía es parlamentaria... quizá podamos ir tirando, aunque no sea inglesa.