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lunes, enero 02, 2006

VEINTE AÑOS

Confieso que ni me acordaba. Sólo he caído en ello al leer el editorial que le dedica al asunto el diario El Mundo, pero se cumplen ahora veinte años de nuestro ingreso en las Comunidades Europeas. Bien pensado, que el aniversario del hito más relevante de la historia de la España contemporánea –sólo la promulgación de la Constitución de 1978 le aventaja en importancia- pase inadvertido es algo positivo, un signo de normalidad. Somos incapaces de imaginarnos ya fuera del paraguas comunitario y, lo que es más importante, quizá, los europeos han aprendido a vernos como un país más.

Pero es bueno recordar. Es bueno recordar lo que España ha cambiado en estos veinte años. El cambio más visible son esos cerca de veinticinco puntos de convergencia en renta, que nos han situado casi a la par del promedio. Es verdad que la caída de la media por la entrada de socios más pobres ha dado un empujoncito, pero conviene no quitar valor al esfuerzo realizado, que ha sido mucho. Es también cierto que nuestros vecinos han contribuido, y muy generosamente, a nuestro desarrollo, pero no lo es menos que España, junto con Irlanda, es el país que mejor ha sabido capitalizar esa generosidad, convirtiéndola en avances que revierten al capital común.

Es bueno recordar también cómo el proceso de integración, la asunción del acervo comunitario en el sentido más amplio ha sido, para sucesivos gobiernos españoles, un auténtico programa de actuaciones. “Acercarse a Europa”, un objetivo compartido y que admite poca discusión. Acercarse a Europa es una noción muy amplia, tanto que, como digo, puede fácilmente volverse un programa de trabajo para varias generaciones.

Y aquí reside, quizá, una clave importante, a menudo soslayada, quizá por lo que tiene de infantil. Europa ha sido un gran incentivo a hacer las cosas bien. Puede que el más poderoso de todos los incentivos. Dicen que los políticos más avezados del franquismo eran plenamente conscientes de que la anormalidad española no podría mantenerse en el futuro, por la sencilla razón de que esa anormalidad haría imposible lo que, desde tiempos remotos, fue la gran aspiración de nuestro país: el retorno al continente del que formamos parte. “Europa nos está viendo” es una forma elegante de decir “no podemos hacer, una vez más, el ridículo más espantoso”.

Ya digo que esta reflexión tiene ribetes francamente desagradables. Pero si Europa nos lleva allí donde no nos alcanza la cultura cívica, bendita sea la bandera de las doce estrellas. Bendito sea este europeísmo de converso, si ha de convertirnos en europeos. Porque no lo éramos, más que geográfica e históricamente, y en algunos aspectos seguimos sin serlo. Quizá haríamos bien en reflexionar, antes de emitir juicios severos sobre algunas naciones que piden ahora su adhesión. Recordemos que para un habitante de los Países Bajos o de la civilizadísima Luxemburgo, la noticia de la adhesión de España debió ser algo muy chocante.

Da pudor recordarlo, quizá, pero los Estados Unidos también presionaron en su momento, como lo hacen hoy, y por los mismos motivos. Entonces eran las tres dictaduras mediterráneas las que acababan de desmoronarse, dejando sendos estados pobres, europeos por historia pero con democracias frágiles. Europa asumió su responsabilidad y aceptó en su seno a aquellos tres estados, no sin resistencias porque, al hacerlo, realizaba su vocación principal, como continúa haciéndolo ahora.

Se dice que el alumno aplicado llama ahora a las puertas del G8. Y podría ser cierto –nunca, por supuesto, mientras el desertor de Túnez presida el Gobierno-. Pero el alumno aplicado parece que va a dormirse en los laureles.

Tiene gracia que ahora, veinte años después, tras un esfuerzo titánico y convertidos casi en contribuyentes netos, arrojemos la toalla. Ahora que, por fin, teníamos algo que enseñar. España empezaba a tener un mínimo de voz propia, y a participar activamente en los debates decisorios. España estaba en condiciones de pasar de ser un aceptante pasivo de las decisiones de los demás a contribuir a la definición de las líneas maestras de la política de la Unión –y no ser receptor neto de fondos contribuye a esto, para qué vamos a engañarnos-.

Y es ahora cuando nos sobreviene la desdicha de un gobierno inútil y que, además, pretende que nuestras libertades involucionen no hasta 1986, sino mucho antes. Es ahora cuando, en nuestra mejor tradición y para que no decaiga la fiesta, ofrecemos a nuestro público europeo el bochornoso espectáculo de una crisis de identidad. Henos aquí, dispuestos a seguir haciendo las delicias de los amantes de la España romántica. Es verdad que ya jubilamos a los espadones y a los inquisidores decimonónicos, es cierto que Carmen está un poco ajada y nuestras hembras son algo menos raciales. Pero que no se inquiete el personal, tenemos una nómina infinita de politiquillos de opereta, fascistillas bilingües, curas indeseables y, en fin, una legión de tontos del culo que aseguran la diversión.

Es lo que hay.

2 Comments:

  • Excelente anotación; me ha encantado leerla. Y de acuerdo por completo con lo que en ella se dice.

    By Anonymous Anónimo, at 3:02 p. m.  

  • Esa convergencia, en términos de renta, con Europa se ha logrado en muy buena parte gracias a criterios liberales de gabintes como el aznarí; también se ha logrado enajenando nuestro aparato productivo.

    Las huidas hacia delante acaban siempre como Thelma y Louise. Si se destruye empleo hasta el nivel de 1998, y gracias a los trabajadores/votantes importados/regularizados por los liberales/izquierda, estaremos en un bonito 30% de paro, el de la Alemnia pre-nazi.

    Sobre España:

    http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?IDNodo=-7&IdAccion=2&Id=7379

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    Si álguien ha sacado un rato para leerlo, le paso mis preguntas:

    ¿Cómo restablecer la simetría de derechos y de deberes, de esperanzas que unos tienen y de ofertas que otros deben hacer, de necesidades en unos y de obligaciones en otros?

    ¿Qué pasaría en un Estado en el que los derechos de uno no implicasen correlativamente deberes en otros?

    ¿Cómo va a funcionar una sociedad donde todos los individuos se sitúan en la actitud de demandantes, de quienes se sienten con derechos, esperándolo todo de un Estado-útero, que tendría deberes respecto a todos, teniendo que ser tan omnipotente como santo para responder a tantas expectativas?

    Y con perdón: ¿Qué cambio de actitudes personales debe existir previamente en cada sujeto para que haya salida al lío en el cual nos hemos metido? ¿Qué tendrá que ocurrir para que tirios y troyanos se sientan referidos a su prójimo, dispuestos a ofrecerle algo antes que a exigirle, a estar a su servicio antes que a reclamarle derechos?

    Saludos. Gran blog.

    By Anonymous Anónimo, at 10:45 p. m.  

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