MADRID Y LA CULTURA
Según se cuenta, nuestro ínclito Alcalde, el Sr. Ruiz Gallardón, y su pizpireta concejala de las Artes habrían encargado un informe a una empresa consultora de pro, que debía evaluar las excelencias de la capital en el plano cultural. Por lo visto, el resultado ha puesto a los munícipes al borde del patatús. Los consultores han venido a decir, por lo que se ve, que, en lo cultural, Madrid pinta más bien poco en el contexto europeo, con que no digamos en el internacional. La jefa de filas de Izquierda Unida en el Ayuntamiento, Inés Sabanés –la única oposición realmente existente- ha dicho que eso se lo habría contado ella gratis y, con buen criterio, ha comentado que le parecía un poquito extemporáneo que, a medio mandato, el Alcalde se descuelgue con esta iniciativa. Además, es llamativo que el regidor se lleve las manos a la cabeza ante la situación. Y es que, a diferencia del propio Alcalde y de su prima Trini, Sabanés tendrá muchos defectos, pero da la impresión de vivir en la ciudad, o sea que sabe de qué va esto, más o menos.
Porque es público y notorio que, en materia cultural, Madrid no pasa de ser una ciudad más, del montón, con la que pueden rivalizar sin desdoro no ya otras ciudades europeas no capitales de estado, sino algunas ciudades españolas, que tienen vidas culturales mucho más proporcionadas a su tamaño.
No se trata, ni mucho menos, de que la capital de España sea un erial cultural o de que aquí no haya nada que hacer. Hay, y mucho. Pero insuficiente si tomamos en consideración las dimensiones de la ciudad y sus aspiraciones. La capital de España tiene más de tres millones de habitantes, y su área metropolitana pasa holgadamente de los cinco. Eso quiere decir que es la tercera conurbación de Europa, tras las intocables Londres y París –la enorme Moscú es otro mundo-. Es, con diferencia, la primera ciudad del país en casi todos los aspectos, un centro ferial y de congresos de primer orden, y una región con una renta ampliamente superior a la media europea. Es cierto que, como en todas partes, la inmensa mayoría de la población es devota de Gran Hermano pero, por la ley de los grandes números, todo lo anterior indica que hay gente más que suficiente para capaz de sostener y beneficiarse de una infraestructura cultural bastante mayor que la actual.
Porque lo cierto es que, pese a todo lo anterior, y sin pretender en absoluto que Madrid pueda llegar a ser algo parecido a una ciudad mundial, la capital palidece al compararse con enclaves importantes, pero bastante más pequeños, como Milán, Viena o Estocolmo. El equipamiento básico de la ciudad no es mayor –hablando siempre en términos relativos- no ya que el de Barcelona o Lisboa, sino que el de Valencia o el de la misma San Sebastián.
Nuestra ciudad sólo tiene un teatro de ópera, por ejemplo –que abre poco más de cien días al año-, pocos espacios para representaciones musicales, ningún lugar permanente para conciertos multitudinarios, una cartelera corta de representaciones teatrales... El repertorio básico de la cultura occidental, en todas sus manifestaciones, debería estar accesible en una capital de este rango, de manera permanente, sin que ello supusiera excluir otras propuestas. Ambas cosas no pueden darse a la vez en Madrid. La red cultural no lo soportaría. Téngase presente, además, que, como polo de atracción que es, la ciudad presta servicios a todo el centro de España, sobre el que se proyectan estas carencias.
Las razones de esta situación son múltiples. De entrada, por supuesto, el desdén hacia la capital que, desde hace muchos años, viene caracterizando a los españoles que, en general, ni se sienten orgullosos, ni miman, ni quieren a su gran ciudad-escaparate. Sólo empiezan a tomarle algún afecto cuando se trasladan a vivir a ella. Eso sin contar a los que no sólo la detestan sino que hacen de detestarla una especie de leitmotiv de sus planteamientos políticos.
También está, claro, la incompetencia y la desafección de sucesivas generaciones de regidores y gobernantes autonómicos que han pasado por la Casa de la Villa y por la Puerta del Sol, sin hacer nunca una política cultural digna de tal nombre.
Pero existe, a mi juicio, una causa importante y, a menudo, soslayada. Me refiero a la espantosa banalización del concepto de cultura que se ha vivido no ya en Madrid, sino en toda España, desde el advenimiento de la democracia. Un ejemplo de lo que digo es la dichosa “movida”. Sin pretender negarle un cierto interés, produce vergüenza ajena que aquel movimiento tan alabado por la izquierda y por los que siguen siendo oráculos de la modernidad –pese que peinan todos canas- sea vendido como un hito cultural en la historia del país y de su capital.
El “espíritu de la movida” jamás nos ha abandonado. El gusto por lo efímero y por la apariencia de modernidad que, por otra parte, tan bien casa con esa mentalidad de nuevo rico y de descubridor del mediterráneo que caracteriza al español de nuestros tiempos y, en particular, al madrileño. Esta ciudad dilapida ríos de dinero en las más variadas muestras de extravagancia. Con lo que nuestra concejala de las Artes gasta en adornos de Navidad que a mucha gente le parecen incomprensibles se financiarían unas cuantas iniciativas bastante más serias.
Entiéndaseme bien. No se trata de proscribir cualquier manifestación cultural que se salga de ciertos cánones. Se trata de afirmar que la política cultural de una ciudad europea de primer rango no puede estar compuesta exclusivamente de ocurrencias más o menos epatantes y extemporáneas. Es verdad que otras ciudades se permiten esos lujos, sí, pero porque previamente se han dotado de unas bases sólidas. La cultura con mayúsculas está más o menos cubierta, y aún queda sitio para otras cosas.
Porque es público y notorio que, en materia cultural, Madrid no pasa de ser una ciudad más, del montón, con la que pueden rivalizar sin desdoro no ya otras ciudades europeas no capitales de estado, sino algunas ciudades españolas, que tienen vidas culturales mucho más proporcionadas a su tamaño.
No se trata, ni mucho menos, de que la capital de España sea un erial cultural o de que aquí no haya nada que hacer. Hay, y mucho. Pero insuficiente si tomamos en consideración las dimensiones de la ciudad y sus aspiraciones. La capital de España tiene más de tres millones de habitantes, y su área metropolitana pasa holgadamente de los cinco. Eso quiere decir que es la tercera conurbación de Europa, tras las intocables Londres y París –la enorme Moscú es otro mundo-. Es, con diferencia, la primera ciudad del país en casi todos los aspectos, un centro ferial y de congresos de primer orden, y una región con una renta ampliamente superior a la media europea. Es cierto que, como en todas partes, la inmensa mayoría de la población es devota de Gran Hermano pero, por la ley de los grandes números, todo lo anterior indica que hay gente más que suficiente para capaz de sostener y beneficiarse de una infraestructura cultural bastante mayor que la actual.
Porque lo cierto es que, pese a todo lo anterior, y sin pretender en absoluto que Madrid pueda llegar a ser algo parecido a una ciudad mundial, la capital palidece al compararse con enclaves importantes, pero bastante más pequeños, como Milán, Viena o Estocolmo. El equipamiento básico de la ciudad no es mayor –hablando siempre en términos relativos- no ya que el de Barcelona o Lisboa, sino que el de Valencia o el de la misma San Sebastián.
Nuestra ciudad sólo tiene un teatro de ópera, por ejemplo –que abre poco más de cien días al año-, pocos espacios para representaciones musicales, ningún lugar permanente para conciertos multitudinarios, una cartelera corta de representaciones teatrales... El repertorio básico de la cultura occidental, en todas sus manifestaciones, debería estar accesible en una capital de este rango, de manera permanente, sin que ello supusiera excluir otras propuestas. Ambas cosas no pueden darse a la vez en Madrid. La red cultural no lo soportaría. Téngase presente, además, que, como polo de atracción que es, la ciudad presta servicios a todo el centro de España, sobre el que se proyectan estas carencias.
Las razones de esta situación son múltiples. De entrada, por supuesto, el desdén hacia la capital que, desde hace muchos años, viene caracterizando a los españoles que, en general, ni se sienten orgullosos, ni miman, ni quieren a su gran ciudad-escaparate. Sólo empiezan a tomarle algún afecto cuando se trasladan a vivir a ella. Eso sin contar a los que no sólo la detestan sino que hacen de detestarla una especie de leitmotiv de sus planteamientos políticos.
También está, claro, la incompetencia y la desafección de sucesivas generaciones de regidores y gobernantes autonómicos que han pasado por la Casa de la Villa y por la Puerta del Sol, sin hacer nunca una política cultural digna de tal nombre.
Pero existe, a mi juicio, una causa importante y, a menudo, soslayada. Me refiero a la espantosa banalización del concepto de cultura que se ha vivido no ya en Madrid, sino en toda España, desde el advenimiento de la democracia. Un ejemplo de lo que digo es la dichosa “movida”. Sin pretender negarle un cierto interés, produce vergüenza ajena que aquel movimiento tan alabado por la izquierda y por los que siguen siendo oráculos de la modernidad –pese que peinan todos canas- sea vendido como un hito cultural en la historia del país y de su capital.
El “espíritu de la movida” jamás nos ha abandonado. El gusto por lo efímero y por la apariencia de modernidad que, por otra parte, tan bien casa con esa mentalidad de nuevo rico y de descubridor del mediterráneo que caracteriza al español de nuestros tiempos y, en particular, al madrileño. Esta ciudad dilapida ríos de dinero en las más variadas muestras de extravagancia. Con lo que nuestra concejala de las Artes gasta en adornos de Navidad que a mucha gente le parecen incomprensibles se financiarían unas cuantas iniciativas bastante más serias.
Entiéndaseme bien. No se trata de proscribir cualquier manifestación cultural que se salga de ciertos cánones. Se trata de afirmar que la política cultural de una ciudad europea de primer rango no puede estar compuesta exclusivamente de ocurrencias más o menos epatantes y extemporáneas. Es verdad que otras ciudades se permiten esos lujos, sí, pero porque previamente se han dotado de unas bases sólidas. La cultura con mayúsculas está más o menos cubierta, y aún queda sitio para otras cosas.
4 Comments:
Si, si, lo que quieras. Pero si Madrid no tiene más "cultura" es porque la gente prefiere gastarse el dinero en copas, una buena cena o la sierra que en la opera.
Espero que ese estudio no sirva para que el iluminado del alcalde decida gastarse el dinero de la gente en las chorradas "culturales" de costumbre.
Narpo.
By Anónimo, at 4:49 p. m.
Estoy bastante de acuerdo en lo que decís los dos. Es verdad que no hay demanda cultural. Pero tampoco existe una oferta de calidad. Así que los unos por otros, Madrid sin política cultural. En fin, aquí surge de nuevo qué es primero: el huevo o la gallina, la oferta o la demanda.....
Lo único con lo que no simpatizo es por tu crítica a la "movida madrileña". Ando muy lejos de ser un fan del Rey del Pollo frito. Así, que no me gustaba mucho aquello. Pero por lo menos había algo.
By Ignacio, at 5:36 p. m.
Amigo Isidoro:
No digo que la movida, pese a lo sobado del asunto, careciera por completo de valor.
Sólo digo que no es para tanto y, sobre todo, que es poco palmarés para lucir.
Saludos,
F
By FMH, at 8:06 p. m.
Los actos culturales en Madrid son muy pocos y creo que el ayuntamiento debería hacer mucho más de lo que hace. Es necesario que se de más dinero para cultura y menos para obras y cortar árboles.
Carmen Sánchez Carazo
http://www.ociocritico.com/oc/blogs/salud/
By Anónimo, at 7:00 p. m.
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