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martes, enero 10, 2006

NO BASTA CON EL SENTIDO COMÚN

Leyendo ayer a Eugenio Trías, en El Mundo –a propósito del penúltimo dislate perpetrado por la entente que forman el Gobierno y los partidos catalanes en materia lingüística- acabé preocupado. Si no le entendí mal, el filósofo venía a decir que estos intentos normalizadotes no podrían con la terca realidad de una Cataluña esencialmente bilingüe.

En suma, el filósofo se adhiere a la tesis de que el imaginario nacionalista terminará haciéndose añicos contra la robustez del sentido común. A la larga, la lógica se impondrá y la gente terminará reaccionando contra la imposición. Parafraseando un dicho, “ganarán la escuela, pero nunca el patio”.

Encuentro digna de encomio esta fe en la sensatez humana, sobre todo porque haría innecesario cualquier tipo de defensa activa de otros puntos de vista. Hay cosas que se descalifican por sí mismas. Ojalá fuese así, pero me temo que no es cierto. Mi impresión es, más bien, que existen pruebas de que la táctica nacionalista funciona, a poco que se adopte la necesaria perspectiva temporal. Yerran, me temo, quienes crean en la capacidad de autodefensa de las sociedades agobiadas por el omnipresente discurso nacionalista y, por supuesto, yerran quienes creen que esa táctica tocará a su fin con la simple aprobación de un nuevo estatuto por generoso que sea.

En primer lugar, hay evidencias de que se está ganando la escuela... y el patio. Conviene no minusvalorar la descomunal capacidad de intervención de los poderes públicos contemporáneos y no soslayar la circunstancia de que, en España, el poder público con el que los ciudadanos tienen un contacto más directo son sus comunidades autónomas y ayuntamientos. Quien ostente el control de esas instancias está en grado de conformar la visión del mundo de un ciudadano corriente –quizá no excesivamente inquieto, o sin excesiva conciencia política, como se quiera pero, en cualquier caso, la mayoría- hasta extremos insospechados. Cuando, además, se controla la escuela, se puede, de hecho, modelar almas.

No es necesario atacar los vínculos de solidaridad o hacer publicidad negativa “del otro”. Basta dejar actuar a la sensación de ajenidad, a la ignorancia, a la separación, a la incomunicación. Si da lástima oír hablar, en general, a un joven de cualquier otro lugar de España, qué se puede decir de un joven catalán o un joven vasco que, a la mala preparación igualitaria del señor Marchesi unen un deficiente conocimiento del español (sí, señores, por desgracia, ya sucede que mucha gente joven en esas regiones, que no ha podido adquirir, lógicamente, cierta competencia en una lengua que no usa, ya presenta un conocimiento deficiente, pasó el tiempo de hablar en futuro hipotético). El ciudadano vasco, por ejemplo, no tiene, hoy, necesidad alguna, para su día a día, de tratar con otro mundo institucional que el vasco. Si, a eso, unimos la incomprensión cultural, el cóctel es explosivo. El Estado, a diferencia de otras personas jurídicas igualmente abstractas, va renunciando por completo a hacerse presente a través de los signos normales de familiarización: banderas, escudos, impresos, carteles, qué sé yo pero, en todo caso, hablo de cosas tan sencillas como estas. España va abandonando progresivamente el mundo de “lo que existe” para pasar a ser una entelequia.

En segundo lugar, es evidente que los políticos están perfectamente dispuestos a aplicar aquello de que quien calla otorga. Si se prefiere, los disensos silenciosos no cuentan. Es posible, no lo niego, que una proporción muy elevada de los ciudadanos de Cataluña esté en desacuerdo con los desafueros que se acometen en su nombre, pero pueden estar seguros de que esa discrepancia será sistemáticamente ignorada, a no ser que sean capaces de expresarla de manera activa. De hecho, es de sobra conocido que, en las elecciones autonómicas, muchos inmigrantes no votan –quizá en una aceptación inconsciente de esa aberrante idea de que ellos “no son de allí” y, por tanto, aquello “no va con ellos”-, pero eso no resta sensación de legitimidad a quienes se sienten elegidos para guiar al pueblo a la tierra prometida. O el pueblo se planta, o será guiado.

En tercer lugar, como ya ha sido apuntado en numerosas ocasiones, las armas retóricas son en extremo desiguales. Así, mientras unos hablan, a calzón quitado, de patria, mito, cultura y nación –sin trabas de corrección política que valgan- otros tienen que atenerse a ciudadanía, razón, libertades y leyes. No digo que ello justifique, en absoluto, la elaboración de un antidiscurso en los mismos términos. Quizá hay que compensar la deventaja redoblando esfuerzos. En cualquier caso, sí es necesario iniciar un discurso de autoafirmación, que dé a la gente algún contenido positivo al que adherirse. Recordemos que fue un hito que Basta Ya llevara banderas españolas a San Sebastián. Lo hicieron, y los ciudadanos que quieran saben que, aun fuera de la tribu, sigue existiendo bandera bajo la que ampararse.

No, no basta confiar en el sentido común, me temo, porque hay demasiadas evidencias de que ese sentido común ha sido derrotado muchas veces, o ignorado con consecuencias desastrosas. Es verdad que las sociedades que ignoran el buen sentido suelen caminar hacia la hecatombe, pero no es menos cierto que hay numerosísimos ejemplos de cómo ese camino se ha andado en muchas ocasiones de manera gozosa y con paso firme.

Unos, con convicción. Los más, dejándose llevar. Todos hacia el precipicio. Si cuando el filósofo dice “eso es un precipicio” la multitud se detuviera... José Luis Rodríguez Zapatero jamás habría salido de León, ni para hacer la mili.