CINTURA Y SENSIBILIDAD
El Presidente del Gobierno dijo el otro día, en ese foro en el que estuvo tan parlanchín, y a propósito de la rigidez que, a su juicio, caracteriza a Rajoy y compañía, que, en democracia, no se puede hacer política sin tener “algo de cintura”.
Como la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, hay que darle la razón a quien la tiene, y parece evidente que, en este caso, el Presidente da en el clavo. Es verdad que el diálogo y el intento de conciliar puntos de vista aparentemente irreconciliables son consustanciales a la política democrática. Con independencia de que la democracia tenga, que las tiene, reglas perfectamente eficaces para dirimir conflictos, resulta de manual para el político democrático que, precisamente por el carácter esencialmente reversible de toda decisión adoptada en democracia –dado el principio de la alternancia- es muy conveniente que, en las cosas importantes, se busquen consensos y acuerdos.
Por otra parte, la “cintura” es fundamental de cara a la aglutinación de mayorías cuando éstas no vienen dadas por la aritmética, hecho que en un sistema como el nuestro sucede con relativa frecuencia. Y, en fin, el simple respeto por los demás y sus ideas, piedra angular del sistema ético de la democracia, parece exigir maneras distintas de las que caracterizan los sistemas autocráticos.
Dicho esto, cabe introducir algunos matices de cierta relevancia, que al ilustre paladín de la paz se le escapan.
El primero es que él mismo podría predicar algo más con el ejemplo. No tener cintura es grave, pero tener una cintura hemipléjica, que obligue al cuerpo a volverse sistemáticamente hacia el mismo lado, tampoco es el mejor de los mundos posibles. O, dicho de otro modo, dialogar únicamente con quien nos cae bien no es, precisamente, un esfuerzo digno de encomio. Lo meritorio, claro, es intentar entenderse con quien no nos gusta y de quien, por añadidura, discrepamos en casi todo. Hitler no era un tipo dialogante, pero hay evidencias de que mantenía largas charlas con Goebbels.
El segundo es que esto de la cintura y la flexibilidad se presta mucho a confusión. Es evidente que los españoles valoran mucho a los políticos “flexibles”, quizá porque, si por algo se ha caracterizado la política de nuestro país en el pasado es por una superabundancia de gente de principios “inamovibles” y hasta “eternos”. La democracia, sí, es el reino del diálogo y la flexibilidad.
Sin embargo, no todo es tan fácil, aunque sería sorprendente que Rodríguez Zapatero, que tiene una concepción de la democracia muy propia de un socialista convencido, se hubiera dado cuenta. Porque la “flexibilidad democrática”, o se enmarca en un escrupuloso respeto a los límites de un estado de derecho o convierte la democracia en el más indeseable de los regímenes, la demagogia, que es un sistema especialmente repugnante por cuanto se funda en la perversión de los mejores valores.
El político democrático está mucho más constreñido de lo que parece por límites que no resultan tan obvios. Me refiero a la interdicción de la arbitrariedad. El juego de lo admisible está predeterminado, y muy predeterminado... por la ley. Es evidente que Zapatero está intentando construir un cielo en la Tierra para monseñor Uriarte y otra gente por el estilo. Un lugar donde los límites del derecho sean lábiles, difusos, pastosos, “flexibles”. Eso no es flexibilidad, sino la destrucción de la democracia misma.
He dicho muchas veces que es característica de los socialistas una concepción instrumental del estado de derecho. Para ellos, el marco forma parte del cuadro. No distinguen entre el proceso y su objeto, por la sencilla razón de que no creen, realmente, en las libertades, ni les importan. El estado de derecho es una herramienta más de la ingeniería social. Con todo, siempre hay grados. ZP parece presentar el grado más extremo visto por estos pagos hasta la fecha.
Cuando todo es negociable, cuando todo puede ser objeto de discusión, cuando el marco también forma parte del cuadro, ha muerto toda posibilidad de diálogo real. Porque esa supuesta “flexibilidad” nos devuelve a una especie de estado de naturaleza, en el que nuestras posibilidades de éxito dependerán, estrictamente, de nuestras fuerzas. Es falso que el Presidente sea dialogante, porque es evidente que sólo dialoga con quien le obliga a dialogar. Eso no es diálogo, sino imposición.
Se supone que las reglas del estado de derecho se inventaron para que fuera posible atender a razones, cualquiera que fuese la fuerza que las amparara. El “talante” y la “cintura” subvierten esas reglas para que el que tiene peso se las pueda saltar. Todo le está permitido al que tiene algo que poner encima de la mesa, sean votos, dinero, medios de comunicación o pistolas, pero la reivindicación del que sólo tiene la ley puede esperar. Menuda novedad. Hay que ser muy retorcido o ver Cuatro más de veinte horas al día para pensar que eso es un avance democrático, me temo.
Como la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, hay que darle la razón a quien la tiene, y parece evidente que, en este caso, el Presidente da en el clavo. Es verdad que el diálogo y el intento de conciliar puntos de vista aparentemente irreconciliables son consustanciales a la política democrática. Con independencia de que la democracia tenga, que las tiene, reglas perfectamente eficaces para dirimir conflictos, resulta de manual para el político democrático que, precisamente por el carácter esencialmente reversible de toda decisión adoptada en democracia –dado el principio de la alternancia- es muy conveniente que, en las cosas importantes, se busquen consensos y acuerdos.
Por otra parte, la “cintura” es fundamental de cara a la aglutinación de mayorías cuando éstas no vienen dadas por la aritmética, hecho que en un sistema como el nuestro sucede con relativa frecuencia. Y, en fin, el simple respeto por los demás y sus ideas, piedra angular del sistema ético de la democracia, parece exigir maneras distintas de las que caracterizan los sistemas autocráticos.
Dicho esto, cabe introducir algunos matices de cierta relevancia, que al ilustre paladín de la paz se le escapan.
El primero es que él mismo podría predicar algo más con el ejemplo. No tener cintura es grave, pero tener una cintura hemipléjica, que obligue al cuerpo a volverse sistemáticamente hacia el mismo lado, tampoco es el mejor de los mundos posibles. O, dicho de otro modo, dialogar únicamente con quien nos cae bien no es, precisamente, un esfuerzo digno de encomio. Lo meritorio, claro, es intentar entenderse con quien no nos gusta y de quien, por añadidura, discrepamos en casi todo. Hitler no era un tipo dialogante, pero hay evidencias de que mantenía largas charlas con Goebbels.
El segundo es que esto de la cintura y la flexibilidad se presta mucho a confusión. Es evidente que los españoles valoran mucho a los políticos “flexibles”, quizá porque, si por algo se ha caracterizado la política de nuestro país en el pasado es por una superabundancia de gente de principios “inamovibles” y hasta “eternos”. La democracia, sí, es el reino del diálogo y la flexibilidad.
Sin embargo, no todo es tan fácil, aunque sería sorprendente que Rodríguez Zapatero, que tiene una concepción de la democracia muy propia de un socialista convencido, se hubiera dado cuenta. Porque la “flexibilidad democrática”, o se enmarca en un escrupuloso respeto a los límites de un estado de derecho o convierte la democracia en el más indeseable de los regímenes, la demagogia, que es un sistema especialmente repugnante por cuanto se funda en la perversión de los mejores valores.
El político democrático está mucho más constreñido de lo que parece por límites que no resultan tan obvios. Me refiero a la interdicción de la arbitrariedad. El juego de lo admisible está predeterminado, y muy predeterminado... por la ley. Es evidente que Zapatero está intentando construir un cielo en la Tierra para monseñor Uriarte y otra gente por el estilo. Un lugar donde los límites del derecho sean lábiles, difusos, pastosos, “flexibles”. Eso no es flexibilidad, sino la destrucción de la democracia misma.
He dicho muchas veces que es característica de los socialistas una concepción instrumental del estado de derecho. Para ellos, el marco forma parte del cuadro. No distinguen entre el proceso y su objeto, por la sencilla razón de que no creen, realmente, en las libertades, ni les importan. El estado de derecho es una herramienta más de la ingeniería social. Con todo, siempre hay grados. ZP parece presentar el grado más extremo visto por estos pagos hasta la fecha.
Cuando todo es negociable, cuando todo puede ser objeto de discusión, cuando el marco también forma parte del cuadro, ha muerto toda posibilidad de diálogo real. Porque esa supuesta “flexibilidad” nos devuelve a una especie de estado de naturaleza, en el que nuestras posibilidades de éxito dependerán, estrictamente, de nuestras fuerzas. Es falso que el Presidente sea dialogante, porque es evidente que sólo dialoga con quien le obliga a dialogar. Eso no es diálogo, sino imposición.
Se supone que las reglas del estado de derecho se inventaron para que fuera posible atender a razones, cualquiera que fuese la fuerza que las amparara. El “talante” y la “cintura” subvierten esas reglas para que el que tiene peso se las pueda saltar. Todo le está permitido al que tiene algo que poner encima de la mesa, sean votos, dinero, medios de comunicación o pistolas, pero la reivindicación del que sólo tiene la ley puede esperar. Menuda novedad. Hay que ser muy retorcido o ver Cuatro más de veinte horas al día para pensar que eso es un avance democrático, me temo.
1 Comments:
Estupendo.Nosé que me ha gustado más, si el fondo o la forma.
Por cierto Freblog, tengo yo uno (blog) pero no sé como hacerlo visible o visitable, ni donde averigüarlo.
Me echarias una mano en algún rato libre?
Gracias.
By Anónimo, at 8:16 p. m.
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